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¿Ruptura con Madrid o en Madrid? El 27S en Catalunya

homenaje a Lluis Companys en Madrid
El proceso catalán por la independencia sigue adelante. ¿Cómo lo afrontamos los que nos sentimos Al Servicio de la República? En el orden político con una certeza, si hubiera Ruptura en Madrid, no asistiríamos a la Ruptura con Madrid a la que estamos asistiendo. Y desde un orden más personal con respeto y con dolor a partes iguales. Con respeto pues podemos comprender las razones que llevan a una importante masa de la población catalana a soñar con su particular 14 de abril y con dolor, pues la marcha de Catalunya es sencillamente la prueba final del fracaso horroroso del modelo de España fruto de la herencia franquista y la impunidad que definen a la Monarquía. Sin Catalunya, España no existe, lo que quede es otra cosa. Hemos de hacer un esfuerzo por comprender el proceso.
La burguesía catalana está mostrando como se defiende con decisión un objetivo. Un sector de ellos se ha planteado llevar adelante su proyecto de independencia y estamos viendo cómo va paso a paso sin vacilaciones. En España, la burguesía se siente a gusto con el modelo postfranquista monárquico y no necesita nada; este choque con Catalunya es un despertar amargo, fruto de intereses divergentes entre burguesías por la apropiación de las plusvalías de los territorios en conflicto. En ambas partes hay fracciones que confían en llegar a un acuerdo al final, pues saben que el choque de trenes puede ser desastroso para todos.
Más era el Plan B de Madrid, o al menos eso creían allí, no acababan de creerse lo que está pasando y en Madrid algunos confían todavía en que al final todo se arreglará con un acuerdo por arriba que permita salvar la cara a las respectivas élites nacionales, la catalana y la «centralista», de la que forma parte también un sector de la catalana. Un acuerdo que pasaría por la ansiada reforma constitucional, Bálsamo de Fierabrás que nos permitiría volver al paraíso perdido. Pero tal vez ya no sea posible. La ruptura entre Unió y Convergencia debe ser valorada en sus justos términos. Unió está fuera de juego, siendo como era el socio catalán necesario en el tinglado español postfranquista su derrota es la peor noticia; Convergencia está sin credibilidad alguna y un Más acorralado por la corrupción ha huido hacia adelante siguiendo la bandera y ha amparado el salto adelante independentista con los instrumentos de la Generalitat. Envuelto en la bandera parece haber escogido pasar a la historia como el restaurador de la independencia nacional a hacerlo como el ayudante torpe de Puyol. La posibilidad de un acuerdo cupular entre Más y Rajoy, entre las élites de ambos espacios, es sin embargo algo que pasa por la Monarquía: la famosa «federalización» sin república tan querida al PSOE-PSC. La Monarquía, el «Borbón», es algo intragable a día de hoy en la mayoría de Catalunya.
Un acuerdo cupular quizá ya no sea posible. Más no es hegemónico en el campo independentista, no ya por la existencia de la CUP, sino en su propia alianza, pues ERC se encuentra en un momento subjetivo muy poderoso, conscientes de su papel decisivo en la huida hacia adelante del país entero. ERC difícilmente aceptaría un enjuague constitucional que convirtiera a la Monarquía en garante de la Unidad Nacional por la vía de nombrarle jefe de estado catalán —el príncipe de Girona—. Catalunya ya no traga con eso. No obstante, debe recordarse que no faltan oportunistas en las filas de ERC, pero el ambiente no les es propicio para «retroceder» ante el salto, sino todo lo contrario, tal vez la situación subjetiva general les lleve a unirse al salto hacia adelante. Dado el caso, si la situación deriva a un enfrentamiento mayor, ERC debemos recordar mantiene unas excelentes relaciones con el Departamento de Estado norteamericano, Puigcercós puede dar fe de ello, y podría convertirse en una fuerza «razonable» si se le tendiera la mano y siempre y cuando, claro, en Madrid no se opte por la solución «impensable».
En su día Arzallus planteó solucionar el espinoso tema de la soberanía y la unidad del estado, proponiendo aceptar un juramento del «Señor de Bizkaya» borbonita, a cambio de la retirada de la Guardia Civil y la plena autonomía fiscal; tal idea no pasó del simple delirio, pues el rechazo en Madrid fue frontal.





Hoy en Madrid, si los independentistas ganasen las elecciones, se confía en que un Más «responsable» aceptase la solución «federalismo con Borbón». No es ya que tal salida fuese incluso difícil de cuadrar, es que sencillamente es ya inviable. Más se va a ver sobrepasado por las fuerzas que ha puesto en marcha. El drama que esto puede suponer para las élites españolas postfranquistas es notable. Habían creído que la finca estaba firme y segura, gracias a unas cunetas llenas de indeseables desde hace tiempo atrás, y con una arrasadora victoria ideológica y práctica en la Transición. Su paso de País a Marca estaba en marcha y con ello dejaban atrás el s. XIX y el XX para entrar en la era de la globalización. Pero no, se les está rompiendo la finca ante sus ojos y no acaban de creérselo.
Para sobrevivir como «clase» en el mundo globalizado hay que vender la soberanía, pero para sobrevivir como pueblo hay que conquistarla, en Catalunya lo han entendido perfectamente. Y este es el motivo por el cual la República es una necesidad si queremos que España sobreviva, habida cuenta de que el régimen monárquico y las élites dominantes vendieron hace mucho nuestra soberanía nacional. No ha habido imágenes más degradantes para un país soberano que ver al Rey mendigando ante Obama una declaración de apoyo. Los mismos que se horrorizan con el proceso catalán ven con normalidad la entrega total de Rota y los pactos con EE.UU.
España, para las élites de la derecha centralista no es más que una «Marca» que les identifica en el escenario internacional y lo que les preocupa es la mala de prensa de todo este proceso, pues en realidad, para la OTAN, el FMI, el Euro y la UE, el que la Guardia Civil se retire definitivamente hacia el lado de acá del Ebro es algo irrelevante. Para las elites centralistas mientras el Rey siga siendo jefe de estado de todos los territorios sometidos a la Corona, y el sr. Rosel de la CEOE siga imponiendo su preclara opinión en las relaciones laborales a ambos lados del Ebro, la Marca España seguiría siendo viable. Pero parece que esto no está asegurado ya.
Es la imagen de la Marca España —el sr. Espinosa de los Monteros ha sido una perfecta elección dado su pasado familiar (1) y su condición de cuadro de la patronal—, sí, pero también hay más. En la cuestión nacional la autoimagen se suma a las contradicciones ideológicas que pueden estallar en el campo centralista. Puede surgir un plan C. El plan A es la derrota electoral del independentismo, irreal; el plan B es lograr un hipotético acuerdo con Más y la élite catalana, algo con serias dificultades; el plan C es la opción innombrable, el recurso a la fuerza si la independencia se plasma en acciones concretas, algo que no se sabe cómo podría acabar.
Esta preocupación «centralista« por una pérdida del control del proceso, es simétrica al temor que tiene la burguesía catalana respecto a los sectores populares con intereses de clase diferenciados que asumen también —o no— la soberanía catalana. No hay que descartar ver pedir ayuda a España por una Cataluña donde la izquierda amenace el dominio burgués local. Ya lo hicieron en el 36-39, cuando el golpe de estado contra la República supuso un vuelco a la relación de clases en Catalunya al punto de que para algunos sectores el franquismo fue un mal menor con el que incluso los negocios podían florecer. Un sector del nacionalismo burgués catalán ha preferido inventarse una inexistente guerra entre España y Catalunya en 36-39, haciendo un esfuerzo enorme por hacer olvidar la historia y construyendo una leyenda.
Hemos de recordar aquí un hecho que no por menos ocultado, es más innegable. La Transición no hubiera sido posible si Tarradellas y la Generalitat en el exilio se hubiera mantenido inflexible ante los post-franquistas de Suárez que necesitaban cómplices para su pacto de impunidad a cambio de democracia. No fue Carrillo el único que tragó con la impunidad. También lo hizo el nacionalismo, y digo nacionalismo y no solo «regionalismo», pues el silencio ante la impunidad franquista es transversal y se acepta que la Monarquía gobierne en Madrid. De hecho, a día de hoy, a días del 27S, la casi totalidad de independentistas reconocen la legitimidad del gobierno de Madrid, limitándose a cuestionarla en Barcelona.
Si las burguesías son implacables en la defensa de sus intereses, ¿qué decir de la izquierda que no ejerce como tal, de los que dicen ser de izquierda y hasta «republicanos»? ¿Han visto alguna acción clara y decidida en estos años, ahora? ¿Donde queda en la práctica la lucha por la República Española más o menos federal? ¿Donde está la oposición seria, con un plan para derribar el tinglado sucesorio del franquismo y la construcción de una República? En ninguna parte. Lo que predomina totalmente es el discurso ciudadanista, postmoderno, «constituyente», «empoderado» salido de los laboratorios naranja del sr. Soros y las fundaciones norteamericanas. Las pocas veces que se menciona la República es para decir que no toca, que divide, que no es prioritaria, que bueno, que no está en la agenda de la unidad y si acaso que ya veremos.
El mantra del proceso constituyente penetra a la izquierda española y su hermano mutante podemita. Pero lo constituyente no es más que un engendro desarrollado para expulsar a la palabra «República» de la escena política. Lo de «constituyente» es pieza clave para que el juego del PSC-PSOE y de ciertos sectores «renovados» como CxS funcione y el sistema de poder logre sobrevivir a la actual crisis. Iceta lo ha dicho claro: reforma constitucional que reforme el pacto de convivencia del 78. Público ha titulado así. Incluso Albiol, la extrema derecha del PP en Catalunya al rescate, ha llegado a reconocer que fue un error despreciar la reforma del Estatuto hace unos años. La reforma constitucional en un sentido «federalista Borbónico» puede acabar siendo atractiva para el propio PP. En Madrid todos se suman a día de hoy. Ni Podemos, ni Garzón, ni Ahora en Común, piensan siquiera en la rotura republicana y entran de lleno en el juego «constituyente».
En la izquierda de la izquierda tenemos también a los que desde un punto de vista comunista se mueven en la ortodoxia del discurso y rechazan propuestas republicanas o de alianzas que pasen por ella. Es un entorno muy complejo. Los partidos despojo del Carrillismo, lamentablemente, o cuando tienen representación acaban tragando con los postmodernos y podemitas, o si no la tienen sus planes estratégicos o de acción son desconocidos. Los discursos a la parroquia propia, como el del secretario gral. del PCE Centella en la Fiesta del partido el 20 de septiembre, no son sino guiños a la base de no acompañarse de políticas electorales, institucionales, parlamentarias y de alianzas coherentes con ellos. Y no lo son. La ruptura y la República deben estar en los objetivos y la estrategia, si no aparecen ahí, es que no están, sencillamente. Y el conjunto PCE IU se encuentra en cambio de fase hacia el nuevo grupo Ahora en Común con un objetivo mucho más pedestre, salvar lo que queda de su aparato al precio que sea y aceptar cualquier humillación impuesta por Podemos. Sólo una hipotética refundación del PCE podría impedir eso, pero parece muy improbable. El hecho es que el resultado de las triunfales políticas de IU PCE en estos años ha sido la impotencia, el caos, y la frustración, y una inmensa necesidad de cambio en muchas personas que acabó siendo arrastrada por el globo podemita.
El hundimiento de los aparatos locales y casi del central, de IU PCE favoreció la formación de multitud de candidaturas locales donde sí, confluyeron fuerzas locales de izquierda y ciudadanas con cierto éxito, pero la mejor prueba de la confusión es que en todos los procesos de unidad popular, o de «confluencia» como se dice ahora, no existe ni el menor asomo de objetivo o estrategia republicana o de ruptura: la hegemonía ideológica la tiene el ciudadanismo podemita y derivados. Garzón y las tendencias diversas que confluyen en «Ahora en Común» no plantean batalla ideológica alguna, solo discuten metodologías de listas, órganos, primarias, papel de los aparatos; la cuestión de la ruptura y la República no está invitada. Pero solamente la República y la lucha contra la Impunidad del Franquismo en Madrid es un reto equivalente o simétrico al que representa el independentismo. La coordinación política de ambos realmente podría tumbar al régimen, pero es claro ya hace mucho que tumbar al régimen no está en la agenda de la izquierda española. Ni en Cataluña siquiera se atreven a defender la Ruptura con la Monarquía y una República Federal que a todos ampare.
Este es el panorama al que nos enfrentamos. Un poder central que consideraba que tenía todo controlado por la claudicación histórica de la izquierda de la transición y que ve ahora una fractura con la burguesía catalana que puede hacer reventar todo.
Una izquierda institucional triturada por sus propios errores e incapacidades que se derrumba en medio de una confusión enorme, en una época de crisis y precarización sin retorno que está arrollando a millones de personas a la pobreza.
La emergencia de una no-izquierda sin escrúpulos y cínica en grado máximo que se ha nutrido de la frustración masiva y se ha alimentado de las ilusiones de los que desean que todo vuelva a ser como antes. Una no-izquierda que se presenta con un discurso ciudadanista y postmoderno con un claro componente anti-partidos, anti-izquierda y anti-sindicatos.
El enorme deseo de cambio y de medidas sociales sigue siendo muy fuerte en las masas populares, pero la alienación postmoderna es enorme y el franquismo sociológico —particularidad del escenario español— es usado sin escrúpulos por fuerzas como Podemos o Ahora en Común para impedir el debate republicano por la ruptura. Y éste no aflora, no lo logra, pese al enorme potencial latente del republicanismo, pues no hay fuerzas organizadas que alienten ese fuego como ha ocurrido en Catalunya con la «República Catalana»
En resumen: la España realmente existente no tiene nada que ofrecer a la Catalunya independentista, la desconexión moral es ya una realidad. No hay una narrativa nacional española convincente posible en una España que niega su pasado y pretender que la historia comienza en 1977. Para el estado español actual, el tribunal y la sentencia de Companys siguen siendo considerados como legales, y él un prisionero ejecutado legalmente, tanto él como los más de 155.000 asesinados después de la guerra. Con esta narrativa de la que el PSC-PSOE es cómplice, ¿qué credibilidad tiene su discurso? La derecha no puede hacer otro discurso y la izquierda está en una crisis terminal. ¿puede aportar la izquierda española un camino de solución?
Si comparamos la dinámica en Catalunya —con la polarización clara que causa que un sector apueste decididamente por una ruptura, si bien en clave independentista—, con lo que ocurre en el resto de España, vemos que reina la confusión política en la izquierda española y desde luego no hay nada equivalente en términos de reto al Estado y al status quo dominante. ¿Porqué? Porque el equivalente al reto que supone para el estado central la Republica Catalana, sólo puede ser un reto igual de directo, y éste no puede ser otro que la República Española, una República que podría tender la mano a las clases populares y a los trabajadores por encima de fronteras. Un reto que en España, en las Cortes y en los estados mayores de los partidos con representación nadie está dispuesto a asumir, su juego es otro. Ni existe una burguesía «española» republicana, ni hay una izquierda «estatal» digna de tal nombre, y las fuerzas emergentes son un magma mal digerido de consignas postmodernas de la revolución naranja. Nada que preocupe realmente al poder.
De existir un polo de lucha republicana capaz siquiera de elaborar una estrategia de reto al estado central, postfranquista y monárquico, su existencia combinada con la apuesta catalana pondría el sistema entero en grave riesgo de ruptura y podría crearse un escenario de superación de este régimen. Pero lo cierto es que no existe.
Es preciso aclarar el debate, aclarar el campo. El régimen postfranquista está en crisis pero han logrado el éxito en su paso al nuevo Rey y han desarticulado a la izquierda tradicional al tiempo que las fuerzas emergentes no representan una amenaza real: la única amenaza seria es a día de hoy el proceso catalán. Sin una izquierda fuerte en posiciones republicanas las tendencias autoritarias que podría desencadenar la posible independencia de Catalunya, más el fraude político que son las soluciones podemíticas, permiten prever un escenario de profunda crisis, hundimiento económico, miseria, autoritarismo y fascistización de todo el sistema.
El independentismo no es panacea de nada por si mismo, como ocurre con una república: todo depende de los valores dominantes y la relación de fuerzas. No es dramática una frontera si las personas disfrutan de derechos y libertades a ambos lados, si predominan los valores republicanos a ambos lados no hay lugar para el temor, el problema son siempre las oligarquías que enfrentan a los pueblos para mejor dominar, las derivas irracionales, sectarias, etnicistas, incluso racistas que pueden acabar imperando y servir de abono al fascismo. Un nacionalismo con valores republicanos sinceros permite siempre marchar juntos fraternalmente, esa es la apuesta federal. Pi i Margall, enlazando con una cierta tradición libertaria propugnaba la libre federación de personas, de los trabajadores, de los pueblos,
De todas las fuerzas políticas en presencia en Catalunya representadas en el Parlament y con candidaturas, este 27S solamente las Candidaturas de Unidad Popular CUP combinan voluntad de ruptura, republicanismo, perspectiva de clase e independentismo. La coalición en torno a Más aparece mucho más embriagada de lirismo nacional que de realista visión de clase y las contradicciones que encierran.
La inexistencia de unas CUP a nivel estatal impiden crear una coordinación política efectiva que cambie la relación de fuerzas en Madrid y en Barcelona. Para vergüenza eterna de la izquierda española, los únicos que se atreven a pronunciar en alto la palabra República son los independentistas catalanes (y muy particularmente las CUP). No puede extrañarnos lo que pase.
En el campo no independentista hay una excepción clara: el PRE – Partit República d´ Esquerra que desde una perspectiva republicana con la que nos sentimos hermanados totalmente, han confluido en Catalunya Sí que es Pot. No obstante, de todas las fuerzas que la apoyan, el PRE es la única fuerza que de forma decidida y clara plantea Ruptura en Madrid (que no con Madrid) y por la República Española.  Es decir, la deserción de la República Española de la izquierda estatal es de tal magnitud que incluso Catalunya Sí que es Pot no hace su campaña contraponiendo la Ruptura en Madrid, con la Ruptura con Madrid que caracteriza a los independentistas.
En nuestro colectivo Al Servicio de la República, apoyamos sin fisuras la valiente actuación del PRE, que se ha visto sometido a una presión intolerable tanto por sectores independentistas como por sectores del ciudadanismo emergente y la izquierda estatal que consideran la Ruptura y la República no prioritarias. La coalición Catalunya Sí que es Pot, en este sentido, ve aumentada su credibilidad con la presencia de republicanos que lo son explícitamente y abordan el conflicto en clave constructiva. Es la inexistencia de una fuerza republicana fuerte en Madrid y partidaria de la ruptura la que está impidiendo una marcha distinta de los acontecimientos.
Debemos hacer frente a esta situación. Es preciso reorganizarse sobre objetivos y estrategias claras. La República es una necesidad democrática ineludible y la construcción de alianzas, los objetivos y las estrategias de acción política deben articularse explícitamente. Necesitamos la ruptura democrática en Madrid. El drama no es que Catalunya se vaya, sino la inexistencia de una España a la que podamos servir sin avergonzarnos, como dijese don Manuel Azaña. Es preciso recuperar nuestro país, construir un estado al servicio del pueblo, comprometido con los derechos y libertades de todos, capaz de afrontar los terribles retos que el futuro nos depara (cambio climático, pico del petróleo, transición energética, caos geopolítico). España necesita volver a ser dueña de sus destinos. En Catalunya nos dicen que es ya tarde. Tal vez. Pero honradamente, como republicanos españoles que nos sentimos, Catalunya es parte de nosotros mismos y perderla es el último acto de un drama más antiguo; si se van será solo por un motivo, porque la España democrática, fraterna, plural y solidaria no existe ya, sigue en una cuneta. La Tricolor os ampara a vosotros también, hermanos.
Necesitamos una alianza republicana, se llame así o no, con tres objetivos y una estrategia para lograrlos.

  • 1º Un programa social de emergencia frente a la crisis para ayudar a la población.
  • 2º La declaración de nulidad de los referéndum que trajeron la monarquía y la ley de Amnistía, que son los elementos clave para acabar con la impunidad y recuperar la República. Sin ellos no hay ruptura.
  • 3º La plena recuperación de nuestra soberanía popular, económica y de defensa. (federalismo real, cuestionamiento del euro y UE, salida de la OTAN)
Y desde esa confluencia, tender la mano a todos y avanzar con quienes se sientan identificados con esta estrategia. Ya sabemos que esta es una propuesta modesta, pero es la que los republicanos estamos intentando sacar adelante.
Si te consideras Al Servicio de la República contacta

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Pedro A. García Bilbao

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