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Schopenhauer y sus 38 maneras de ganar una discusión

Schopenhauer y sus 38 maneras de ganar una discusión
El filósofo alemán Arthur Schopenhauer escribió Dialéctica erística o el arte de tener razón (1831) (Eristische Dialektik oder Die Kunst, Recht zu behalten), un pequeño tratado inconcluso basado principalmente en los Tópicos de Aristoteles. Fue publicado en 1864, póstumamente, por Julius Frauenstädt bajo el título de Erística (Eristik).

Erística, del griego eris, “disputa” y techne, “arte, procedimiento” es el arte de la disputa y del debate. Los argumentos erísticos se centran en tener la razón o en ser percibido convincentemente como acertado (aunque no se tenga razón). El objetivo general consiste en ganar la discusión en un conflicto.


BASE DE TODA DIALÉCTICA

En primer lugar hay que considerar lo esencial de toda discusión, qué es lo que en ella sucede.

El adversario ha propuesto una tesis (o nosotros mismos, da igual). Para refutarla existen dos modos y dos vías.

1) Los modos: a) ad rem (con referencia a la cosa), b) ad hominem (en referencia a la persona con la que se discute), o ex concessis (en referencia al marco de concesiones hechas por el adversario); esto es, mostramos que la tesis expuesta no está de acuerdo con la naturaleza del objeto, con la verdad objetiva, o con otras manifestaciones o concesiones admitidas por el oponente, es decir, con la verdad subjetiva; esta última es sólo una traslación relativa y no afecta a la verdad objetiva.

2) Las vías: a) refutación directa, b) indirecta. La directa ataca la tesis en sus fundamentos, la indirecta en sus consecuencia;. La directa muestra que la tesis no es verdadera, la indirecta que no puede ser verdad.

a) En cuanto a las refutaciones directas, podemos hacer dos cosas: o mostramos que los fundamentos del enunciado son falsos nego majorem; minorem (negamos tanto la premisa mayor como la menor); o los admitimos pero mostramos que no se sigue de ellos la consecuencia nego consequentiam (niego la consecuencial), y atacamos así la consecuencia, la forma de la conclusión.

b) En las refutaciones indirectas utilizamos o la apagoge, o la instancia.

A) Apagoge: aceptamos la tesis del adversario como si fuese verdadera; después mostramos lo que de ella se sigue si la utilizamos como premisa de un silogismo en unión de otra tesis cualquiera reconocida como verdadera; a continuación, deducimos de dicho silogismo una conclusión claramente falsa, pues o contradice la naturaleza del objeto, o contradice las demás afirmaciones del adversario; es decir, que tanto ad rem como ad hominen es falsa (Sócrates en Hipias mayor y alias). Por consiguiente, el enunciado del adversario sería también falso, pues de premisas verdaderas sólo pueden deducirse conclusiones verdaderas, aunque de las falsas no siempre falsas.

B) La instancia, exemplum in contrarium [contraejemplo]: refutación de la tesis general por medio de la aportación directa de casos particulares que aunque están comprendidos bajo el enunciado de la tesis, no la confirman, por lo que deducimos que tiene que ser falsa.

Éste es el andamiaje, el esqueleto de toda discusión; aquí tenemos su osteología. A ella hay que reducir el fundamento de cualquier disputa. Pero todo esto puede suceder real o solo aparentemente, con razones buenas o malas; y como no podemos saberlo con facilidad, por eso suelen ser los debates tan largos y empeñosos. Tampoco podemos separar lo verdadero de lo falso durante su transcurso, porque, precisamente, ni siquiera los contrincantes lo saben con anterioridad. Por consiguiente, pasaré a la exposición de las estratagemas sin tener en cuenta si se tiene o no razón objetiva; pues tal cosa no puede saberse con seguridad y, además, eso es lo que debe decidirse por medio de la disputa propiamente dicha. Por cierto, en toda discusión o argumentación en general hay que estar de acuerdo sobre algo desde lo cual, a modo de principio, podamos juzgar el asunto en cuestión: Contra negantem principia non est disputandum (Con quien niega los principios no puede discutirse).

Shopenhauer propone 38 estratagemas utilizables en la discusión sin tener en cuenta si se tiene o no razón objetiva, pues tal cosa no puede saberse con seguridad. 

1.- La amplificación. La afirmación del adversario se lleva más allá de sus límites naturales, se la interpreta de la manera más general posible tomándola en su sentido más amplio y exagerándola.

2.- Usar la homonimia para extender la afirmación enunciada a lo que puede comprenderse igualmente bajo el mismo nombre, pero que poco o nada tiene que ver con el asunto del que se está tratando.

3.- Tomar la afirmación que ha sido formulada en modo relativo como si lo hubiera sido en general, o por lo menos, entenderla bajo otro aspecto muy distinto al de su verdadera intención para seguidamente refutarla según este último.

4.- Cuando se quiere llegar a una conclusión, no hay que dejar que ésta se prevea, sino procurar que el adversario admita las premisas una a una y dispersas, sin que se dé cuenta durante el transcurso del diálogo.

5.- Pueden usarse premisas falsas para demostrar la propia tesis cuando el adversario no admita las verdaderas, es decir, o porque no reconozca su verdad, o porque ve que de ellas se seguiría como conclusión inmediata nuestra tesis.

6.- Se encubre una petición de principio postulando aquello que se debe demostrar: Usando otro nombre, por ejemplo, en vez de "honor", "buen nombre", dando por supuesto en general aquello que es muy discutible en un caso particular, etc.

7.- Cuando la discusión se dirige de manera algo formal y rigurosa y deseamos que se nos comprenda muy claramente, si hemos enunciado una afirmación y debemos probarla, procederemos preguntando al adversario para poder deducir de sus respuestas la verdad de nuestra afirmación. Este método fue sobre todo utilizado por los antiguos (se le llama también socrático).

8.- Provocar la irritación del adversario y hacerle montar en cólera, pues obcecado por ella, no estará en condiciones apropiadas de juzgar rectamente ni de aprovechar las propias ventajas.

9.- No establecer las preguntas en el orden requerido por la conclusión a la que se desea llegar con ellas, sino desordenadamente; el adversario no sabrá a dónde queremos ir a parar y no estará preparado para prevenir la conclusión.

10.- Si se advierte que el adversario niega intencionadamente aquellas preguntas cuyas respuestas afirmativas podrían ser utilizadas en beneficio de nuestra tesis, hay que preguntarle lo contrario de lo que debemos haciendo como si esto fuese lo requerido para defenderla; o por lo menos presentarle ambas opciones a elegir, de manera que no note cuál de las dos es la que se desea que afirme.

11.- Si hacemos una inducción y el adversario admite como válidos los casos particulares mediante los que se prueba, no debemos preguntarle si también admitirá la verdad general que puede concluirse de aquellos, sino que debemos introducirla a continuación como si se tratase de algo ya establecido y admitido anteriormente

12.- Si la conversación versa sobre un concepto general que carece de nombre propio y tiene que designarse mediante una similitud, enseguida hemos de elegir nosotros el símil, de manera tal que sea lo más ventajoso posible para nuestra afirmación.

13.- Para lograr que el adversario admita una tesis debemos presentarle su opuesta y darle a elegir una de las dos, pero teniendo la desfachatez de proclamar el contraste de forma estridente, de modo que, para no ser paradójico, tenga que decidirse por nuestra tesis que parecerá muy probable en comparación con la otra.

14.- Cuando el adversario ha respondido a varias preguntas sin favorecer la conclusión que teníamos pensada, se enuncia y se exclama ésta triunfalmente como si ya estuviera demostrada, aun sabiendo que no se sigue de las respuestas dadas por el adversario.

15.- Si nos encontramos en dificultades para demostrar nuestra tesis, presentamos al adversario otra tesis correcta, aunque no del todo evidente, para que la acepte o la refute como si de ello quisiéramos obtener la prueba.

16.- Con respecto a una afirmación del adversario, tenemos que buscar si de alguna manera no estará en contradicción -en caso necesario, por lo menos en apariencia- con alguna otra cosa que él haya dicho o admitido previamente, o con los principios de una escuela o secta que él haya alabado o aprobado.

17.- Si el adversario nos amenaza con una refutación, a menudo podremos salvarnos mediante una sutil diferencia en la que antes no habíamos reparado, si es que el asunto se presta a alguna que otra ambigüedad o permite su remisión a un doble caso.

18.- Si notamos que el adversario comienza una argumentación con la que va a derrotarnos, no tenemos que consentirle que siga adelante con ella; hay que impedirle a toda costa que la concluya, interrumpiendo o desviando a tiempo la trayectoria de la discusión al encaminarla hacia otras cuestiones.

19.- Si el adversario nos solicita explícitamente alegar algo en contra de algún punto concreto de su afirmación pero no tenemos nada adecuado, tomamos el asunto de manera general y argumentamos así en su contra.

20.- Cuando hayamos obtenido del adversario la concesión de una premisa que requeríamos, tenemos que deducir la conclusión deseada no con más preguntas, sino concluyéndola inmediatamente nosotros mismos.

21.- Si observamos que el adversario utiliza un argumento meramente aparente o sofístico podemos anularlo sencillamente atacando su capciosidad y apariencia, pero es mucho mejor presentarle otro argumento si cabe, de análoga apariencia para liquidarlo, pues lo que importa no es la verdad, sino la victoria.

22.- Si el adversario nos conmina a que admitamos algo de lo que inmediatamente se seguirá el problema que se debate en la discusión, nos negamos aduciendo que se trata de un posicionamiento sobre principios.

23.- La contradicción y la discordia motivan la exageración de la tesis. Contradiciendo al adversario podemos inducirlo a que lleve fuera de sus límites una afirmación que dentro de ellos hubiera podido ser verdadera.

24.- Uso abusivo de la deducción. De las tesis del adversario se infieren a la fuerza, mediante deducciones falsas y deformando los conceptos, tesis que no están allí contenidas y que de ningún modo corresponden a la opinión manifestada por él, sino que, en cambio, son absurdas o peligrosas.

25.- Buscar y presentar un único caso en el que el principio no sea válido para refutarlo.

26.- Dar la vuelta al argumento; cuando el argumento que el adversario quiere utilizar para su defensa puede ser utilizado mejor en su contra.

27.- Si inesperadamente el adversario se muestra irritado ante un argumento, debe utilizarse tal argumento con insistencia; no sólo porque sea el más indicado para irritarle, sino porque es de suponer que se ha tocado la parte más débil de su razonamiento.

28.- Esta estratagema está especialmente indicada para cuando discuten personas eruditas ante un público que no lo es. Si no se tiene ningún argumentum ad rem (sobre el asunto) y ni siquiera uno ad hominem (relacionado con el adversario), se intenta uno ad auditores (para el auditorio), esto es, se arguye una observación inválida, cuya invalidez sólo reconoce el experto.

29.- Si se advierte que vamos a ser vencidos, hacemos una diversión; es decir, comenzamos repentinamente a hablar de otra cosa totalmente distinta como si tuviese que ver con el asunto en cuestión y constituyese un nuevo argumento en contra del adversario.

30.- El argumento del respeto argumentum ad verecundiam.  En vez de razones se usan autoridades respetables elegidas a la medida de los conocimientos del adversario.

Unusquisque mavult credere quam judicare [cualquiera prefiere creer a discurrir], dice Séneca [De Vita beata 1, 4]; se tiene un juego fácil si tenemos de nuestra parte una autoridad que el adversario respeta. Podrán utilizarse muchas más autoridades cuanto más restringidos sean sus conocimientos y capacidades. 

31.- Cuando no se tiene nada que oponer a las razones expuestas por el adversario, uno puede declararse fina e irónicamente incompetente. "Lo que usted dice supera mi pobre capacidad de comprensión; probablemente será muy justo, mas yo no acierto a comprenderlo, por lo tanto renuncio a cualquier juicio"

32.- Una forma rápida de invalidar o, al menos, hacer sospechosa una afirmación del adversario que no nos conviene es subsumirla bajo una categoría aborrecible con la que pueda tener alguna semejanza, con la que se la relaciona sin más: por ejemplo "esto es maniqueísmo, esto es arrianismo…”. (Ejemplo: nazismo, franquismo, neoliberalismo, populismo.)

33.- Mediante el sofisma "Esto será verdad en la teoría, pero en la práctica es falso", se conceden las razones, pero se niegan las consecuencias.

34.- Si el adversario no da una respuesta precisa a una pregunta o a un argumento, o no toma posición concreta alguna al respecto, […], es signo evidente de que hemos tocado (a veces sin saberlo) uno de sus puntos débiles […] Urge, pues, mantenernos en el punto que hemos tocado sin soltarlo y más aún cuando no veamos en qué consiste la flaqueza con la que dimos.

35.- En vez de influir en el intelecto con razones, se influye en la voluntad por medio de motivos; de este modo, tanto el adversario como el auditorio, si es que posee los mismos intereses que aquél, se ganan al instante para nuestra opinión, aunque ésta provenga del manicomio. Y es que casi siempre tiene más peso una pizca de voluntad que un quintal de juicio y de persuasión.

36.- Desconcertar y aturdir al adversario con absurda y excesiva locuacidad. Al escuchar palabras huecas, el auditorio cree que se trata de graves pensamientos.

37.- (Que debería ser una de las primeras) Cuando el adversario, llevando de hecho razón, ha tenido la mala suerte de elegir para su defensa una prueba inadecuada que podemos invalidar fácilmente, damos con eso todo el asunto refutado. En el fondo, lo que hacemos es sustituir un argumentum ad hominen por uno ad rem. En caso de que el o los presentes no aporten una prueba mejor, habremos vencido. (¡Te pillé!)


FINAL.- Cuando se advierte que el adversario es superior y se tienen las de perder, se procede ofensiva, grosera y ultrajantemente; es decir, se pasa del objeto de la discusión (puesto que ahí se ha perdido la partida) a la persona del adversario, a la que se ataca de cualquier manera. Puede denominarse a este procedimiento argumentum ad personam, distinguiéndolo así del argumentum ad hominem, que consiste en alejarse del objeto de la discusión atacando alguna cosa secundaria que ha dicho o admitido el adversario. Ad personam, en cambio, se procede abandonando por completo el objeto en discusión y atacando a la persona del adversario; así, uno se torna insolente y burlón, ofensivo y grosero. Se trata de pasar de la apelación de la fuerza del espíritu a la tuerza del cuerpo, o a la bestialidad. Esta regla es muy popular; como todo el mundo está capacitado para ponerla en práctica, se utiliza muy a menudo. Querrá ahora saberse cual será la contrarregla valedera para la otra parte, pues si también sigue por el mismo camino, la cusa acabará en pelea, o duelo, o en un proceso por injurias

La vanidad humana produce irritación en el vencido aunque no tenga razón. De ahí que suela recurrir como último recurso a esta estratagema final. En cuanto el oponente cae en el ataque personal, la respuesta adecuada es proseguir calmadamente con las demostraciones para probar su error, sin hacer caso alguno de la ofensa, -más o menos como Temístocles a Euribíades: «¡pégame pero escúchame!», Plutarco, Temístocles 11, 20.

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