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¿Qué es el humanismo cívico?

Alejandro Llano - Humanismo Cívico
El humanismo cívico es un modelo sociopolítico propuesto por el filósofo español Alejandro Llano.

Alejandro Llano nació en Madrid en 1943. Estudió Filosofía en Madrid, Valencia y Bonn. Ha sido profesor de Antropología en la Universidad de Valencia y catedrático de Metafísica en la Universidad Autónoma de Madrid. Actualmente es director del Instituto de Antropología y Ética de la Universidad de Navarra, de la que ha sido rector. Es miembro de la Academia Europea de las Ciencias y las Artes. Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Ética y política en la sociedad democrática, El futuro de la libertad, Metafísica y lenguaje y El enigma de la representación.

El humanismo cívico es un modelo sociopolítico propuesto por el filósofo español Alejandro Llano. El núcleo de este humanismo, de origen aristotélico, es el restablecimiento “de la radicación humana de la política y los parámetros éticos de la sociedad” (Llano, 1999, p. 12). En sintonía con los mejores representantes del pensamiento político del humanismo clásico, considera que la persona es el principio y fin de la vida política. Es decir, frente a un panorama cultural en el que la dignidad de la persona aparece ofuscada, entre otros modos, por la negación tácita del ejercicio de la libertad política de parte de la tecnocracia, el humanismo cívico reivindica que la política recibe del ser humano su fundamento y su significado definitivo.

Alejandro Llano define el humanismo cívico como la actitud que fomenta la responsabilidad de las personas y las comunidades ciudadanas en la orientación y desarrollo de la vida política. Lo cual equivale a potenciar las virtudes sociales como referente radical de todo incremento cualitativo de la dinámica ciudadana.

No se trata de una nueva apelación al protagonismo de la «sociedad civil», ni de otro llamamiento al «rearme moral», como antídoto de la corrupción o complemento de una burocracia esclerotizada y un mercantilismo miope. Se trata, más bien, de una apelación a la activa libertad social de los ciudadanos y un cuestionamiento del actual funcionamiento del «tecnosistema»: esa implacable emulsión de politización y economicismo que convierte a la gente de la calle en pasivos convidados de piedra.

Los tres pilares fundamentales del humanismo cívico serían:

1. La promoción del protagonismo de los ciudadanos como agentes responsables de la configuración política de la sociedad.

2. La relevancia que concede a los diferentes tipos de comunidades.

3. El valor que confiere a la esfera pública como lugar privilegiado para el despliegue de las libertades sociales.

Nos encontramos, por tanto, con una concepción teórica y práctica de la sociedad en la que se promueven tres características: la primera y más radical sería la del protagonismo de las personas reales y concretas, que toman conciencia de su condición de miembros activos y responsables de la sociedad y procuran participar eficazmente en su configuración política. 

La segunda, la consideración de las comunidades humanas como ámbitos imprescindibles y decisivos para el pleno desarrollo de las personas que las componen, superación de las actitudes individualistas. 

Y, la tercera, una especial relevancia a la esfera pública, porque no la concibe como un magma omniabarcante, sino como un ámbito de despliegue de las libertades sociales y como instancia de garantía para que la vida de las comunidades no sufra interferencias ni abusivas presiones de poderes ajenos a ella

A principios del siglo XX escribe Jacques Maritain el Humanismo integral, abriendo el camino de la democracia a muchos que tenían reticencia al liberalismo decimonónico con sus múltiples abusos en nombre de la libertad. A principios del siglo XXI, con una experiencia que debe ser pensada, escribe Alejandro Llano (catedrático de metafísica y autor prolífico) el Humanismo cívico, para sustentar la democracia en fundamentos firmes y renovados detectando los deterioros teóricos y prácticos de la democracia en el mundo occidental. 

En el comienzo del prólogo, hace una declaración de principio para que sus críticas a las democracias no se interpreten como un sustentar sistemas totalitarios de cualquier tipo y dice: “la democracia constituye actualmente el único régimen político en el que es posible llevar a la práctica el humanismo cívico”. Una vez hecha está declaración, observa una tranquilidad en la superficie y una inquietud social en el fondo frenadas en sus manifestaciones por las mismas dificultades que le ponen las estructuras políticas y que llamará “totalitarismo blando”.

El antídoto contra el despotismo «blando» no es un simple proceso de privatizaciones ni la tópica disminución del tamaño del Estado: es el temple ético e intelectual de un pueblo, sólo alcanzable sobre la base de una educación humanística. Frente a la separación entre ética pública y moral privada, el autor de este libro propugna la autónoma emergencia pública de la libertad ciudadana, como núcleo de un nuevo modo de pensar la sociedad.

Ciertamente, la democracia moderna ha abierto una era de actividad y libertad social sin precedentes, pero que puede atascarse si no se reflexiona sobre la crisis de la primera modernidad, que debe renovar aceptando la crítica de haber conducido a un individualismo que amenaza la misma esperanza. La segunda modernidad o posmodernidad debe evitar ese atolladero, si no ha caído en él. Sólo con esta renovación se liberarán energías de superación de problemas que parecen insolubles. Llano afirma que “el individualismo posesivo de la primera modernidad ya no da más de sí” y con él los ejes Estado/mercado, Estado, nación/individuo, público/privado pues han resecado la vitalidad primera al formalizarse el esfuerzo.

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