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Raíces del humanismo cívico

Raíces del humanismo cívico
El humanismo cívico no es una teoría moralizante, esto es muy patente en los autores antiguos en los que se inspira. Sorprendente, el primero es Maquiavelo, aunque se le atribuya la separación de ética y política. Veamos algunos textos de los Discursos a la primera década de Tito Livio en el capítulo 58, cuando dice “la multitud es más sabia y más constante que un príncipe”; y dice esto cuando esa opinión empezaba a considerarse un anacronismo, es más, insiste en ello al decir “existen y han existido muchos príncipes, y bien pocos de ellos han sido buenos y sabios”. Mientras que “un pueblo que gobierna y está bien organizado, será estable, prudente y agradecido igual o mejor que un príncipe al que se considera sabio, y, por otro lado, un príncipe libre de las ataduras de las leyes será más ingrato, variable e imprudente que un pueblo”.

A través de sus recorridos por Grecia y Roma encuentra las excelencias de la ‘virtú’, es decir, tiene excelencia política operativa. “En cuanto a la prudencia y a la estabilidad, afirmo que un pueblo es más prudente, más estable y tiene mejor juicio que un príncipe”. Y, en definitiva, “si comparamos todos los desórdenes de los pueblos y de los príncipes, todas las glorias de los pueblos y todas las de los príncipes, veremos que la bondad y la gloria de un pueblo son, con gran diferencia, superiores”.

Maquiavelo es inequívocamente aristotélico y si nos dirigimos directamente a Aristóteles en el II libro de la Política vemos que dice: “el que todos digan lo mismo está bien, pero no es posible, y, por otra parte, no conduce en absoluto a la concordia”, expresión muy realista. Son innumerables los textos de Maquiavelo en que sostiene que la creatividad y el dinamismo de la república surgen de los ciudadanos, es decir de la libre participación en la vida comunitaria, como miembros responsables de la comunidad política.

Aristóteles, al comienzo de la Política, afirma que toda actividad humana está orientada a valores (bienes identificables) y que es siempre social (realizada por hombres asociados en la polis), y que participar en el fin de la polis es el fin de todas las comunidades de hombres. La noción de ‘virtú’ es evidente en Maquiavelo, pero más profunda en Aristóteles pues el objetivo de las leyes es que los hombres sean buenos y justos.

Hobbes destruye este principio al considerar a todos los hombres malos y agresivos y que el contrato social lo atempera; con ello la influencia de los ciudadanos en la cosa política desaparece y en lugar de ciudadanos aparecen individuos. En lugar de la virtud, Locke sitúa la ‘propiedad’ y Adam Smith sustituye la ética política por la ‘imaginación comercial’ que reduce las cosas a bienes útiles. Así sólo existen alianzas, pero no una comunidad, ni verdadera convivencia, se preocupan más de sobrevivir que de vivir bien.

Aristóteles coloca como fin de la sociedad la amistad política, algo contradictorio para el individualismo que solo busca lo suyo. La economía y las armas absorben la política, ignorando la realidad incontrovertible del que el afán de participar y compartir es más fuerte que el deseo de poseer, y la amistad “lo más necesario de la vida”. Aristóteles dice que el fin de la comunidad política son “las buenas acciones no la convivencia”. Es decir, el objetivo no es la paz y el orden, compatibles con la tiranía, sino la optimización operativa y autónoma de los hombres.

Aristóteles tiene la convicción de que los hombres maduran -intelectual y moralmente- a través de la participación de la vida en la polis. El humanismo del siglo XIV procura la vida activa además de la excelencia literaria. Aristóteles y Tomás de Aquino defienden que el hombre necesita bienes materiales para realizar su fin, mientras que Platón propone una ruptura radical con el mundo realmente existente. Platón propondrá una sociedad lo más unitaria posible, mientras que Aristóteles dice que en la medida en que una ciudad es más unitaria es menos ciudad, pues la ciudad es por naturaleza una pluralidad, es mejor lo menos unitario que lo unitario. Salirse de la condición humana es algo que no se debe intentar ni se puede conseguir. Este es el primer requisito del humanismo cívico.

Entramos así en el núcleo del humanismo cívico: al disolver los netos perfiles de la ‘vida buena en la abstracción generalizadora de la ‘vida’ sin más, surge el modelo de una razón descomprometida que pretende moverse en un ámbito de neutralidad funcional. Lo políticamente correcto (rigth) en el cual solo caben acuerdos razonables, prevalece sobre la éticamente bueno (good) que resultaría relegado a las preferencias estéticas o lúdicas de cada individuo o presunto grupo cultural, todas ellas admisibles para una moral despotenciada en lo que lo indiscutible sería, paradójicamente, su propio relativismo.

Enrique Cases, Doctor en Teología y Licenciado en Ciencias Químicas 


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