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Beatificaciones en Tarragona: la Iglesia española, entre la hipocresía y la desmemoria

El homenaje que se celebrará en Tarragona a los religiosos asesinados en la guerra civil y que van a ser beatificados por la Iglesia, es un triste homenaje, es en realidad, una doble muerte. La primera fue la que les arrebató la vida al margen de toda ley y todo derecho, y la segunda, la que una acción ciega e irresponsable de la jerarquía católica española les va a dar en estos días. Porque hacer un homenaje a un religioso pretendiendo su santidad, al tiempo que se calla miserablemente sobre cómo se utilizó la religión y el nombre de Cristo para matar a miles y miles de personas y para humillar a cientos de miles, es una contradicción de tal grado que no podrá ser ocultada. 

La Iglesia Católica española fue cómplice en los crímenes contra la humanidad que el franquismo llevó a cabo. La religión se empleó cada día para humillar a los prisioneros, para infamarles y aplastarles moralmente, para aniquilar su dignidad, arrebatarles a sus hijos y coaccionarles cruelmente en el momento de su asesinato, sin el menor asomo de piedad o decencia y las voces y conciencias que de entre el mundo de valores católicos pudieron alzarse fueron enterradas o negadas.

La Iglesia española, su jerarquía, ha callado, no siete, sino mil veces sobre su complicidad con el franquismo, a quien otorgó la cobertura de sus mantos y le brindo su legitimación moral pese al baño de sangre y odio en el que sumió al país durante años. Los sacerdotes y párrocos colaboraron activamente en el sistema represivo, se convirtieron legalmente en la puerta de la vida o de la muerte para sus feligreses, pues sus informes sobre su conducta y actividad fueron exigidos y recibidos por el poder como una pieza más de su maquinaria. 

Sobre toda esta miserable actividad asesina, sólo silencio y mala conciencia ha tenido la jerarquía de la Iglesia Española, la misma que ha dejado creer a todos durante décadas que la Guerra Civil fue declarada como Cruzada, o que el grito de Viva Cristo Rey era algo aceptado por la ortodoxia de Roma y no un gesto de barbarie e intolerancia muy poco cristiano.

En estos días se recuerda a los religiosos asesinados, uno sólo seria demasiado, los miles que lo fueron son ya algo insoportable para cualquier persona de bien, pero en el homenaje que se prepara no habrá lugar para la pregunta necesaria, ¿Por qué? ¿Cómo fue posible?

Se dirá que hay respuesta a tal cuestión. Odio a Cristo, odio a la fe, he ahí la pretendida causa de los asesinatos de religiosos. ¿Están seguros los que tal afirman? ¿De donde salen esas conversaciones postreras en las que los supuestos mártires no ceden a las exigencias a renegar de su fe? ¿Quienes las recogieron? ¿Quienes apuntaron y transcribieron esas detalladas conversaciones? ¿Un milagro tal vez? Ha de pensarse que la Iglesia Católica tiene unos protocolos muy estrictos para poder declarar a alguien mártir de su fe. No basta con haber sido asesinado, en modo alguno. De acuerdo con sus códigos internos, sólo accede a la condición de mártir aquel que es muerto por odio a Cristo y a la fe en él. Así de claro. Si se les hubiera matado por odio a ellos personalmente, o por odio al papel terrenal de la Iglesia, a sus crímenes y traiciones, a su complicidad con los poderes de este mundo, con caciques y poderosos, con la opresión y el engaño, si se les hubiera dado muerte por estos motivos y no por odio a Cristo o a la fe en él, entonces los tales martines no lo serían, no tendrían derecho a ser considerados como tales.

La Iglesia Española ha sido incapaz de preguntarse por las razones de tanto odio, del que se llevó por delante tantas vidas de sus religiosos, en un número y proporción que ciertamente sorprenden. ¿Fue sólo odio ciego a Cristo? Hacerse esta pregunta no parece que esté en el programa de los actos de homenaje de Tarragona. Hay una respuesta oficial. «Fueron muertos por odio a a la Fe». Fin de la historia.

Poco importa que el mayor asesino de católicos fuera Franco, nada que miles de sacerdotes y religiosos que se habían significado con el sufrimiento de los pobres fueran respetados y que la República no promovió, ni justificó, ni ordenó persecución alguna. ¿Humildad?, ninguna, ¿autocrítica? cero, ¿soberbia?, toda. Al contrario, se predica un olvido total para los sacerdotes asesinados por el fascismo, salvo para afirmar que lo fueron por su actividad política y no por su fe. Los nombres de muchos verdaderos hombres de fe que se jugaron la vida por salvar a los débiles y a los perseguidos, siguen a día de hoy negados, olvidados, borrados de la historia de la Iglesia española; las decenas de sacerdotes vascos fusilados, los párrocos ejecutados o perseguidos por los fascistas por haber protegido a personas perseguidas, como ocurriera en algunos casos en Mallorca y Galicia, son ignorados. Son muchos los casos de ese tipo los que han sido escondidos, borrados de la historia por la jerarquía católica española. La persecución religiosa a los protestantes por el hecho de serlo, con centenares de encarcelados y procesados, con decenas de ejecuciones, con el expolio y el robo a sus familias como ocurrió en la zona ocupada por los fascistas, no es algo que merezca una sola palabra.

Los religiosos asesinados en la guerra civil no merecen un homenaje hipócrita y falso. Algunos de ellos asumieron su muerte sabiendo que no serían mártires nunca, pues les quedó muy claro que la excusa para su asesinato no era otra que el rechazo a la complicidad de la Iglesia con los golpistas o con los abusos de siglos. Esas muertes fueron crímenes para la Ley republicana, y representan un horror surgido desde abajo, en ningún caso fueron resultado de ordenes del gobierno republicano y las fuerzas de policía o de seguridad que podrían haber protegido a aquellos ciudadanos, se encontraban inmersas en una lucha desesperada contra las unidades militares sublevadas que practicaban una guerra de exterminio realmente atroz. Si no se hubiera producido el golpe de estado de julio de 1936, esos miles de religiosos nunca hubieran sido perseguidos y hubieran salvado sus vidas, pero la Iglesia Católica española se ha mostrado incapaz de condenar el golpe, la guerra, y el mosntruoso papel que asumió bendiciendo los asesinatos masivos, los encarcelamientos y las humillaciones colectivas que se realizaron bajo el estandarte de Cristo, al punto de que la variante española del totalitarismo se caracteriza como régimen nacional-católico; tendríamos que irnos al Irán integrista para encontrar algo parecido a aquello en lo que se convirtió España en los años cuarenta en lo que a papel de una religión en la vida pública se refiere.

En los actos de Tarragona en los que serán homenajeados los supuestos mártires, participarán las autoridades públicas españolas y catalanas con un nivel de representación oficial como jamás se ha llevado a cabo en homenaje alguno a las víctimas del fascismo. La cobertura prevista de prensa, radio y televisión es casi total, completa, con la transmisión en directo de toda la ceremonia. Los mensajes no tendrán contraste alguno, estamos ante una inmensa operación de propaganda, una intoxicación completa en la que se va a usar el nombre y el recuerdo de victimas inocentes, consideradas como tales por la ley republicana, para infamar el nombre de la República. Un pretendido acto de memoria que no es sino en realidad un ejercicio de desmemoria, sin un asomo de autocrítica y de una soberbia sin límites. Un triste epílogo para muertes tan injustas, pero completamente previsible en quienes justificaron el exterminio de cientos de miles de compatriotas y siguen callando a día de hoy.

Pedro A. García Bilbao


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