España se ha convertido en una cueva de ladrones. Y no me
refiero a los españolitos ni a ninguna institución en general. Tampoco señalo a
ningún canalla, que ante la justicia será siempre supuesto. Digo que España es
una cueva de ladrones, porque la corrupción generalizada, consentida y amparada,
campea por sus fueros y ha conseguido que una buena parte de la ciudadanía haya
caído en la miseria. Siento vergüenza de haber nacido donde he nacido y asco de
que gobiernen los que gobiernan.
Se que no soy ingenioso al decir lo que digo, pero es lo que
siento. ¡Qué voy a decir que ustedes no sepan! Lo lamento profundamente. Lo
cierto es que lo que hoy ocurre, además de ser una desvergüenza, es un freno al
futuro de quienes tienen una vida por delante. Entre ellos están mis cinco
nietos, niños todavía —Julia, Paula, Alejandra, Víctor y Patricia— e infinidad
de jóvenes, como Rosalía y Alfonso y tantos otros, que no tienen ni encuentran
alternativas o lo van a tener difícil en el próximo futuro, y como culpables,
señalo a Báñez, Mato y otros del montón. Denuncio la ignominia que representa
la corrupción en España, cueva de ladrones, gobernada por una auténtica mafia,
que mejora por mucho, los usos y costumbres de los mejores personajes de la
magnifica película El Padrino de Coppola y Mario Puzo. No es nada personal (político-social),
todo es cuestión de negocios.
Un estado «fallido» es el que ha fracasado en su autoridad
para dirigir el territorio que tiene encomendado y también el que no ha logrado
garantizar los servicios básicos necesarios. Según el centro de estudio Fund
for Peace, las características son: la pérdida de control físico del territorio
o del monopolio en el uso legítimo de la fuerza; la erosión de la autoridad
legítima en la toma de decisiones; la incapacidad para suministrar servicios
básicos o para interactuar en el ámbito de la comunidad internacional. También lo
es el estado que fracasa social, política y económicamente, por tener un
gobierno débil e ineficaz, que no puede proveer —ni quiere— los servicios
básicos necesarios, presenta altos niveles de corrupción y de criminalidad, con
marcada degradación económica. También es estado fallido, el que por corrupción
generalizada consentida —económica, política e institucional—, provoca una
desigualdad social, imposible de recuperar en el tiempo, que afectará a dos o
más generaciones, al alcanzar cotas difíciles de superar. Si nos atenemos a estas
definiciones y sin forzar mucho el concepto, vemos como España podría estarse convirtiendo
en ese Estado fallido, ineficaz, por voluntad ideológica del gobierno, lacayo
reaccionario al servicio de la clase poderosa, que deja la mayoría de las
instancias del Estado sometidas a esa clase de dominio, por encima del pueblo
soberano a quien somete a sus intereses.
Podríamos enumerar si quieren los casos de corrupción que
han saqueado las arcas del Estado, pero ya los conocen. Casos que por su
dimensión, han conseguido que la miseria llegue a límites insospechados hace
tan solo unos años. Me fatigo, pero mencionaré algunos: Empiezo por el final: las
tarjetas fantasmas de Caja Madrid-Bankia; caso Pujol-Ferrusola y del partido
que les sustentó; sobresueldos y sobresmadein
PP-Rajoy-Bárcenas y demás del imperio; cursos de formación en Madrid y en los
lugares en los que todavía no han salido, pero que saldrá; los EREs en
Andalucía y los que Alaya, en su excesivo celo, que más parece misión, saque; de
los dirigentes empresarios, como el tal Díaz Ferrán y cía; Urdangarín y la
hermana del Rey Felipe e hija del rey Juan Carlos y nieta de sus abuelos; el de
Carlos Dívar que todavía culea; las
puertas giratoria de entrada a las compañías eléctricas y de gas, que suben los
precios para pagar a tanto allegado y pronto suministrarán —si no o hacen ya—
el sarín como remedio a tanta protesta.
Según datos de la organización Transparencia Internacional,
España ocupa el puesto 40 del ranking mundial (informe de 2013), que mide la
percepción de la corrupción en base a opiniones de expertos en el sector
público, lo que supone un retroceso de diez puestos con respecto a 2012.
Empresarios, banqueros, alcaldes, concejales, presidentes y consejeros de CCAA,
ministros y ministras implicados sin dimitir porque no tienen decencia. Y si
dimiten se quedan con lo expoliado.
Pero no es solo corrupción económica; también la política es
patrimonio del gobierno: la incapacidad sobrevenida para dar una respuesta
democrática al conflicto soberanista en Catalunya que no sea de índole
ideológico (suenan los sables, arengados por Margallo y Morenés); la
disminución y pérdida de la calidad de la democracia en determinados ámbitos,
como en el caso de la Castilla-La Mancha de Cospedal y otras CCAA, al reducir el
número de la representación popular; la idea que tiene el gobierno de atrasar
las próxima elecciones generales, por interés exclusivamente partidista; o la
criminalización de la protesta, mediante la represión policial por el ministro
Fernández y el endurecimiento del Código Penal de Gallardón. También la
corrupción institucional de Rajoy que se está generalizando, como consecuencia
de que la mayoría absoluta —casi totalitaria—, utilizada para apropiarse de las
instituciones del Estado, como el Tribunal Constitucional, el Consejo General
del Poder Judicial o Televisión Española.
El caso de las «blacktarjetas», es una razón suficiente para
que el Estado corrupto salte por los aires, por indecente. Es una canallada más
de los representantes institucionales de la que fue Caja Madrid saqueada por
políticos, sindicalistas, banqueros, empresarios corruptos y otra gente de bien
vivir a nuestra costa, como el empresario de cabecera Arturo Fernández; y
aquellos que tenían que hacer cumplir las normas y no lo han hecho, Montoro y
Guindos; y también por los créditos impagados de empresarios amigos. Es más lo
que siento, cuando entre algunos de los ladrones de lo público, encuentro a
nombres con quienes compartí ideas y compromisos. No voy a mencionarlos, ellos
saben quienes son y también lo saben quienes les propusieron para ocupar esos
cargos. Me siento violado en la buena fe, por quienes se han beneficiado
ilegítimamente de recursos ajenos. Han actuado contra quienes confiaron sus
ahorros, acumulados toda una vida de trabajo, en una institución decimonónica,
que fue de caridad y ahora de usura. Todo ha sido un saqueo.
Sinvergüenzas, caradura, delincuentes contra el Estado,
ladrones, bandoleros, malhechores, contrabandistas de ilusiones, forajidos y
facinerosos, canallas, hijos de la chingada,
de su santa madre, de su padre, de toda su especie y sus muertos, gualdrapas, estafadores,
falsificadores de ideas, chantajistas de mierda, bandidos institucionales, pandilleros,
asesinos a sueldo del capital, capos de la mafia institucional, mafiosos de la famiglia española, contrabandistas, timadores
y tramposos, salteadores de autopistas y caminos del bienestar, raptores,
randas, cuatreros de lo público, facinerosos, piratas y corsarios, embaucadores
y tramposos. Buitres carroñeros, hienas y tiburones en océanos de fango. Embusteros,
mentirosos tramposos, taimados, ladinos y patrañeros políticos charlatanes,
empresarios atracadores y banqueros de mierda.
No quiero seguir insultado a quienes se han llevado crudo lo
que es nuestro ni a quienes tenían el deber de protegerlo y lo han permitido
mirado hacia otro lado. No quiero seguir insultando para no mancharles más con
mi vómito; tampoco para no mancharme yo mismo de tanto exabrupto. Han vivido y
siguen viviendo a costa del pueblo, y han hecho de este país una cueva de
ladrones. Algún día los sacaremos y, a la luz del día, arrastraremos por el
polvo de las calles ya destruidas y llenas de la basura que han dejado acumular
y de la miseria que han provocado y permitido. Demasiada podredumbre para
soportarlo.
Qué todos devuelvan el dinero robado, dimitan de las mullidas
poltronas y se suiciden en plaza pública, por este orden. Por favor paradme, ¡no
quiero seguir escribiendo!
Víctor Arrogante
En Twitter @caval100