Es urgente que la opinión pública española esté bien preparada para la reinstauración de la República en España como en Estados Unidos, Francia o Alemania y en toda América. Ante una institución tan anacrónica como la caza de brujas, quema de herejes, Cruzadas, fanatismos ideologizados en tradiciones religiosas y en movimientos políticos totalitarios, guerras de conquista, colonizaciones, y genocidios aún en nuestros días o la esclavitud. Es contra natura mantener privilegios dinásticos en una democracia bien estructurada. No existen derechos de sangre ni por lo tanto dinásticos. Son los principios fundamentales consagrados por Jefferson: “derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad”, que torticeramente los franceses de la Revolución cambiaron por “propiedad privada”, junto a la vida y a la libertad. Y no lo olvidemos, la forma de gobierno preferida por Aristóteles, el gobierno de los mejores por encima del poder de uno solo o de la oligarquía y de la demagogia.
El libro La Tercera República, de Alberto Garzón, abre puertas a la esperanza pues su autor es uno de los políticos más jóvenes de nuestro país cuyo discurso en el Congreso de los Diputados es muy valorado. Fue elegido democráticamente, y sus oportunas y sensatas entrevistas en los medios sorprenden por su coherencia y contrastada base económica, sociológica y ética.
Como profesor Eméritus de Historia del Pensamiento Político y Social expreso mi satisfacción por las promesas que ofrecen nuevos líderes políticos que auspician propuestas alternativas para la resolución de los gravísimos problemas que padece nuestro país; así como los del Sur de Europa ante una Unión Europea dominada por intereses bastardos, financieros y fraudulentos que ocultan su rostro mientras se apoyan en paraísos fiscales y en transacciones financieras que no me reprimo de considerar criminales pues conducen a la pobreza, al desempleo, al hambre de niños en edad escolar, a recortes en sanidad, educación, cuidados a las personas mayores y a las dependientes.
Es esperanzador comprobar en los debates políticos como emergen o se fraguan vocaciones al servicio y control de las instituciones políticas que hasta ahora padecen cosificadas por auténticos “clientes” que no participan eficaz y libremente y que hacen buena la definición que de ellos dijo Pericles en su Oración fúnebre por los muertos en el Peloponeso: “a los que pudiendo y debiendo no participan de la cosa pública, Atenas los tiene por imbéciles”. En su evolución semántica se aplicaría a una forma de deficiencia mental o psíquica que impide su participación en la toma de decisiones que exigen la plenitud de forma para poder asumir las consiguientes responsabilidades.
Existen otros jóvenes políticos preparados y conocedores de los medios: Pedro Sánchez del PSOE y Pablo Iglesias de Podemos, una fuerza por ahora imprecisa y falta de propuestas contrastadas y no demagógicas, pero que han sabido aprovechar el espíritu nacido del 15 M y de los movimientos en los que hemos participado ciudadanos de toda condición, edad y profesión. Ahora estamos expectantes y alertas para que ese fragor de la sociedad se pueda materializar en alternativas viables, duraderas y con visión de un futuro que sobrepasa las fronteras de este monstruo de funcionarios y burócratas, cementerio de elefantes, en que se ha convertido la Unión Europea.
Es preciso mirar más allá, a lo largo y a lo ancho de este planeta doliente y abrasado por una explotación insoportable, que debe ser tratado como espacio de encuentros en el que una humanidad con idénticos derechos fundamentales, sociales, políticos y jurídicos pueda convivir en la fraternidad consciente que hoy nos permiten estos medios de comunicación en los que dejamos de ser extranjeros y extraños. O conscientes del alumbramiento de la aldea global interrelacionada, como a finales de los sesenta, lo fueron de una revolución soñada por aquellos movimientos de Berkeley, encabezada por la generación beat de Ginsberg, Burroughs, Carr y J. Kerouac, autor de “En la carretera”.
Hoy ya no es preciso pedir lo imposible para mostrarnos razonables ni levantar los adoquines de las calles de París para encontrar las playas, ni mucho menos “echarnos a la carretera” como vagabundos celestes de Internet. Ya no hay Tierra propia y tierras para conquistar, Ni tierras de fieles y tierras de infieles, sino espacios de encuentro y de acogida en un orden en el que apenas balbuceamos pero del que somos en parte responsables. De ahí nuestro Namasté y nuestra inclinación silenciosa ante el misterio que la habita.
José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
Twitter: @GarciafajardoJC