Disculpen ustedes que con lo que está cayendo, me incline hoy
por rememorar algunos momentos de mi infancia, de mi vida y que hoy he vuelto a
revivir. Tiempo hay, supongo, para seguir reflexionando sobre la cruda actualidad.
Me encaminé en busca del parque en el que corrí en mi infancia y mis hijos
disfrutaron de su remanso, junto al estanque y las verdes praderas. Me refiero
al de la Fuente del Berro.
Palomas con sus palomares, patos y peces en el estanque y
pavos reales encaramados en los abetos centenarios. No he visto patos ni peces,
ni muchas palomas. No se qué es lo que me espera. Me da la impresión de que todo
sigue igual; se escucha el canto de los pájaros. En su diseño algo ha cambiado,
aunque casi a ciegas recorro sus caminos, bajo sus pendientes y huelo, «huelo»
su aliento. Entro por la puerta de las torretas, al final de la colonia Iturbe,
hoy de lujo, solo por estar fuera pero dentro. A mi derecha la Casa del Reloj,
a la izquierda el Palacete, antiguo pabellón de los guardeses y en frente la fuente,
antes rodeada de flores y con peces rojos, hoy ni agua veo. Tengo fotos, con mi
padre, las últimas con él, meses después murió y hoy lloro, después de
cincuenta y siete años, lo que entonces no recuerdo haber llorado.
Bajo por el camino y veo la ya veterana Torre España, al
fondo la M-30, antiguo arroyo Abroñigal, que desemboca en el Manzanares, luego
reformado y llamado avenida de la Paz (que conmemoraba los veinticinco años de
la de Franco). Fui alumno del colegio Santa Ana y San Rafael, donde terminé mi
ciclo escolar, el de los Marianistas, los del Pilar, pero para niños pobres. Los
domingos, nos adentrábamos en las cuevas y chabolas de O'Donnell, cerca del
parque, que se derruían al menor viento solano. Acompañaba al cura del colegio
a dar la «comunión» a los enfermos, que la recibían con humildad, aunque mejor
hubieran recibido «sobres» y comida por necesidad.
La miseria era tan grande que entonces solo fui capaz de sentir
y hoy analizo; aquello era la inmundicia insoportable. Desheredados de la
guerra que tenían que padecer por ello; expresos e inmigrantes sin futuro. La miseria
se veía, se olía y se sentía. Muchos lo soportaron estoicamente, otros reposan
en el cercano cementerio del Este. Todo lo recuerdo como un drama; algunos de
aquellos chicos eran mis compañeros de colegio. También algún domingo, como
siempre, de la mano de mi madre, bajábamos por Alcalá a las cuevas de Las
Ventas, limítrofe con La Elipa, entonces uno de los barrios más deprimidos de
la periferia Madrid. Íbamos a visitar a mi tío Pepe, hermano de mi padre, donde
vivía con su mujer y cinco hijos. Cuevas horadadas en la tierra, frente al
parque. Agua estancada, polvo y barro. En su novela Tiempo de silencio, Luis
Martín-Santos, muestra el ambiente como si de bajos fondos de Madrid se
tratara. De todo habría, pero la mayoría eran trabajadores, muchos recién
salidos de las cárceles, perseguidos, vigilados y con la dignidad a flor de
piel.
No quiero hacer historia del parque, sino de mis recuerdos,
pero conocerla la conozco. Fueron terrenos de la Quinta de Miraflores, propiedad
de Felipe IV nada menos (1605-1665) «el Grande» o «el rey Planeta», que lo adquirió
por 32.000 ducados. Se encargó el diseño del lugar a Sancho Dávila, para que lo
convirtiera en un nuevo «real sitio». Yo lo disfruté sin ser rey y mis
hijos sin ser príncipes y sin saberlo.
En la explanada baja hay un estaque
nuevo, tan prefabricado y fuera de lugar, que se ve como claro impedimento para
evitar el disfrute de quienes utilizaban el espacio para sus juegos —como las
marquesinas anti-mendigos de Botella—. En aquel espacio abierto, los futuros
futbolistas probaban su toque y los toreros en ciernes su suerte. «Desde mi
balcón lo veo», los veía, «desde mi balcón lo siento», los sentía y bajando por
los desmontes de lo que luego fue la avenida, compartíamos espacio.
La Fuente del Berro, a las afueras del parque, junto a la
puerta que da su nombre y al parque entero, sigue manando agua, que antes bebí «gorda»
y ayer ni me atreví y por blanda ni oler. Más cerca tengo a «De Pura Cepa», en
la calle de la Fuente del Berro, para beber lo que bebí hoy menos. En su honor
tengo que decir que la Fuente, fue uno de los acuíferos de la más antigua
tradición en Madrid, mi pueblo, cerca de Las Ventas, mi barrio, en los
arrabales del distrito de Salamanca, en donde nací y aquí sigo; particular de
la Povedilla, por ser como fue y por los vecinos ilustres que la habitaron.
El espíritu poético de Gustavo Adolfo Bécquer está en el
parque. Recuerdo el día de la inauguración del monumento, en octubre de 1974. Estábamos
en el parque con mi hija Belén, como tantas tardes y el concejal del distrito,
procurador en Cortes, don Ezequiel Puig y Maestro-Amado, me pidió colaboración para
hacer una llamada y acercar a la concurrencia al acto y escuchar el concierto
de la banda municipal. Entre bloques de granito, está esculpido: «Hoy como
ayer, mañana como hoy. Y siempre igual: Un cielo gris, un horizonte eterno y
andar… andar». Entre ellos surge el poeta en bronce, quien cantara «Volverán
las oscuras golondrinas» o «volverán del amor en tus oídos las palabras
ardientes a sonar…», o no sonarán, ya sabemos como es la voluntad poética.
Otros monumentos que no conocía o no recordaba han surgido, como
el de Alexandr Pushkinl, el considerado fundador de la moderna literatura rusa.
O la estatua de Miguel de Cervantes y la dedicada al violinista Enrique Iniesta
«Que llevó por el mundo toda la música de España». Museo abierto en el que se
han incorporado estructuras abstractas, que forman un conjunto extraño, que
rompen de alguna forma el paisaje romántico entre fuentes de piedra, cascadas y
estanques, de agua no tan cristalina como debería.
Comienzo el retorno entre praderas, surcadas por sinuosos
paseos, escaleras rústicas de piedra y una gran variedad arbórea. Uno podría hasta
perderse en alguna zona frondosa —antes custodiadas por los guardas jurados,
para evitar rozamientos humanos entre quienes eso buscaban—. Podría perderme,
pero no lo hago, para qué, me encontrarían. Hasta hay una loma con una
sombrilla, a la que se accedía por unas escaleras empinadas y oscuras por la
vegetación que la envolvía. Estanque frondoso, peces de colores y patos blancos
que se mecían. Al fondo migas de pan, blando y sucio y peces que compiten con
el resto de la fauna viva por la
subsistencia.
Abandono el parque, pero no sus recuerdos. Dejo atrás el
palacete real y sus caballerizas. No hay reyes ni caballeros ni palafreneros
reales al servicio de nadie. Hay jardineros, que ya no son municipales. La
legendaria Fuente de Berro, está fuera, al final de Los Peñascales, antes
escondida entre jaras; agua gorda, agua fresca, agua que los paisanos
embotellaban, para la mejor digestión, que hasta para los males biliares
servía.
Vislumbro en la penumbra de mi recuerdo, entre gritos y
risas infantiles a mi madre, mis hijos, su madre, la humanidad y el futuro que
venía con luz clara, clara. Es grande haber vivido y hoy escribir los recuerdos.
Va por todos ustedes, por mí, por los míos.
Alejado del remanso de paz, me enfrento con los ladridos de
la jauría y alguna dentellada que otra; la viva realidad y no me resisto a escribir
sobre ello. El gobierno y su partido, mienten sobre lo que dicen que hacen, que
es contrario a lo que hacen realmente y niegan la corrupción documentada
judicialmente. —Oigan: ¡qué no somos tontos!; por si pican, dicen—. El Código
Penal, aprobado en solitario con sus votos, el más duro de la democracia —propio
del Estado totalitario, que parecía habíamos dejado atrás—, ha olvidado
penalizar los delitos de guante blanco ¡Qué cabezas!, pero no se han olvidado
de recuperar la cadena perpetua, mantener penas de cárcel para los piquetes de
huelgas o agilizar los trámites para los desahucios.
La izquierda, con su enfrentamiento histórico permanente; y
en el seno de las organizaciones puñaladas por la espalda y a traición. Véase
el caso de Izquierda Unida en Madrid o la maniobra de Zapatero, Bono, Díaz y
Chacón en el PSOE, «que parece enmarcarse plenamente en la traición premeditada ypublicitada». La derecha y sus emboscados, son el enemigo de la clase
trabajadora, también de la clase media engañada, creada por Franco, quien dijo
que no era clase trabajadora, pero lo ha sido siempre. El enemigo es la derecha
reaccionaria y caciquil; que hoy consolida su modelo totalitario franquista del
que nunca se separaron. Eliminan derechos, limitan libertades y abandonan a los
más necesitados.
No puedo dejar de felicitar a los griegos y a Syriza, por
ganar las elecciones generales, rozando la mayoría absoluta; una auténtica
victoria histórica, «que puede ser un primer paso para la revolución
democrática en Europa» (Gerardo Pisarello). Aviso a los navegantes españoles,
que ya estaban asustados antes, por lo que se les viene encima. Que pongan ya
sus barbas a remojar, porque en Grecia ya las están pelando.
Los socialistas tienen que enfrentarse a su realidad
ideológica y alejarse de las políticas de los últimos años, causa del descenso
del apoyo electoral y buena parte del rechazo social. Les toca rectificar y
cambiar el rumbo ciento ochenta grados, en fines, objetivos, organización. «Hay que recuperar la ideología socialista, con todas lasconsecuencias, con su fondo y su forma». Tienen que adoptar una nueva
estrategia que oriente las políticas al servicio ciudadano, por la
justicia social, la igualdad y la solidaridad. No se puede hacer una oposición
de pactos ni de cara amable. Ha de ser contundente, denunciando las tropelías
del gobierno. No basta con votar en contra de sus medidas, hay que abandonar
los hemiciclos, para que ni con la presencia se legitime una política
antisocial y reaccionaria. Y todo hacerlo en un frente amplio de izquierdas,
del que, como no puede ser de otra forma, Podemos no puede quedar ausente.
Víctor Arrogante
En Twitter @caval100