En este artículo queremos
relatar, aunque sea brevemente, el proceso final que llevó a la proclamación de
la Segunda República Española.
A partir de las elecciones
municipales del 12 de abril se precipitaron los acontecimientos. En el seno del
gobierno cundió el desconcierto: unos eran partidarios de la abdicación del rey
frente a otros que deseaban resistir, como La Cierva. En el seno de las clases
dominantes y en sus círculos políticos cundió el pánico ante la posibilidad de
una revolución. Pero en el seno de la Conjunción republicano-socialista también
reinaba la incertidumbre, ya que sus dirigentes no habían imaginado que la
Monarquía se estuviera derrumbando tan rápidamente. Pero el desenlace se debió
a la presión popular, ya que la gente se echó a la calle una vez que se supo de
la victoria moral de los republicanos y socialistas en los comicios.
El día 13 por la tarde,
mientras media España estaba manifestándose por la República, el gobierno se
reunió para deliberar sobre el camino a seguir. Romanones, consciente de la
situación y verdadero hombre fuerte del gabinete, terminó por imponer su
criterio, es decir, la necesidad de establecer un traspaso ordenado del poder
al gobierno provisional, y de ese modo, evitar desórdenes o un desbordamiento
popular. Pero conviene recordar que se vio obligado, ya que, anteriormente,
había propuesto a los dirigentes de la oposición la formación de un gobierno
neutral que convocase elecciones con una retirada temporal del rey en París,
pero Alcalá-Zamora optó por una postura firme, exigiendo la total e inmediata
entrega del poder.
A primera hora de la mañana del
día 14 se proclamó la República en Eibar. A lo largo de las horas, esta proclamación
se extendió por las principales ciudades españolas y sin resistencia u
oposición de autoridad alguna. Al comenzar la tarde, la bandera tricolor fue
izada en el Palacio de las Comunicaciones de la madrileña plaza de la Cibeles.
Romanones apremió al rey a
abandonar España. Al saberse que el general Sanjurjo, director de la Guardia
Civil, se había puesto a las órdenes del gobierno provisional y que se negaba a
reprimir a los manifestantes, era palpable que la suerte de la Monarquía estaba
echada. El rey abandonó el Palacio Real y embarcó en Cartagena rumbo al exilio.
Su último acto fue la elaboración y publicación de un manifiesto en el diario
ABC en el que anunciaba su marcha, aunque no renunció en ese momento a sus
prerrogativas o derechos, a lo sumo suspendía “deliberadamente el ejercicio del
Poder real”. El resto de la familia real marchó, posteriormente, y se reunió
con Alfonso XIII en París. España se había convertido en una República.
La llegada de la Segunda
República se hizo, por lo tanto, de forma pacífica al contrario de lo que había
ocurrido con otros anteriores cambios bruscos de la situación política, como en
1835-1837, cuando se forzó a la Corona para establecer claramente un Estado
liberal, en 1854 con la Vicalvarada, inaugurando el Bienio Progresista, o la
Revolución de 1868, que abrió el intenso Sexenio Democrático.
El orden público no se vio
alterado por movimientos incontrolados de la población. Parece ya un tópico
pero el cambio fue una verdadera fiesta popular primaveral.
La causa principal para
entender este cambio brusco pero pacífico debe encontrarse en la confluencia
del movimiento obrero, ya fuera de forma activa como el vinculado al socialismo,
como más pasiva, como el del ámbito anarcosindicalista, con amplios sectores de
la pequeña y mediana burguesía donde caló la alternativa republicana ante el
evidente desprestigio de la Monarquía y la imposibilidad de volver, después de
la etapa dictatorial, a un sistema que era liberal pero no democrático.
Eduardo Montagut