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Españoles participando en la revolución francesa

Durante la segunda mitad del Siglo XVIII asistimos a la consolidación en Francia de la Ilustración. Este movimiento cultural e intelectual (llamado así por su pretensión de disipar las tinieblas de la superstición con la luz de la razón) buscaba la construcción de un mundo más justo en el que los seres humanos pudiesen vivir en libertad e igualdad, y para ello, había que combatir la ignorancia, la tiranía y el fundamentalismo religioso a través de la razón humana y del libre pensamiento, así como con la recuperación de los valores y derechos ciudadanos de la democracia ateniense y del republicanismo romano de la era clásica. Poco a poco estas ideas fueron penetrando en los sectores burgueses e intelectuales franceses, socavando los cimientos ideológicos del Antiguo régimen y de la hegemonía de la Iglesia católica. Finalmente, estos nuevos ideales de democracia, libertad, justicia e igualdad desembocaron en la Revolución francesa de 1789, que dos años más tarde proclamaba la República y guillotinaba al rey Luis XVI. Pero lo que no nos contaron en clase de historia, es que dicha revolución fue posible gracias también a la colaboración y participación activa de revolucionarios españoles que habían huido de España perseguidos por el despotismo monárquico y por la intolerancia católica.






Estos primeros revolucionarios españoles modernos no sólo contribuyeron al triunfo de la libertad en Francia, sino que también trataron de exportar la revolución a su tierra natal. Por desgracia, los principales líderes fueron ajusticiados por la monarquía española de Carlos IV (que inició una brutal represión de las ideas liberales ante el temor de que su cabeza siguiera la misma suerte que la de su pariente francés). Sin embargo, los que habían logrado huir otra vez a la Francia republicana lograron entrar unos años después de nuevo en España junto a las tropas francesas de Napoleón Bonaparte, el cual era heredero de la revolución y de algún modo encarnaba los valores e ideales de la misma. Dos buenos ejemplos de estos españoles revolucionarios que pusieron su granito de arena para contribuir a la derrota del Antiguo Régimen fueron los andaluces José Marchena y Andrés María de Guzmán.

José Marchena, natural de Utrera, fue un intelectual, traductor y político liberal-afrancesado. Debido a sus ideas ilustradas y revolucionarias, fue perseguido por la Inquisición y la monarquía española, por lo que tuvo que pasar la mayor parte de su vida exiliado en Francia. Allí se integró en la vida política e intelectual francesa de la República revolucionaria y del Imperio napoleónico, siendo un gran admirador de los escritos de Voltaire y Rousseau, hasta el punto de que fue probablemente el autor de la primera traducción al castellano de "El Contrato Social". Pudo regresar al fin a España con las tropas napoleónicas, ocupando cargos en la nueva administración del rey José Bonaparte, pero tras la caída de Napoleón y la restauración del absolutismo en España por Fernando VII, tuvo que volver a exiliarse en Francia. Justo al final de su vida triunfó el pronunciamiento liberal del coronel Riego en España, por lo que pudo regresar a su patria para morir entre los suyos. Fue uno de los principales propagandistas españoles de la democracia, y gracias a sus escritos y traducciones las ideas de la revolución francesa penetraron en España e iniciaron los movimientos liberales y republicanos en nuestro país.

Por su parte, Andrés María de Guzmán, nacido en Granada en el seno de una familia de alta alcurnia, emigró a Francia para realizar estudios estratégicos en la Escuela militar de Sorèze. Allí se integró en la cultura francesa, nacionalizándose poco después y abrazando las ideas de Rousseau. Cuando estalló la revolución en 1789 se alistó en el ejército revolucionario, y debido a su buena formación, dotes militares y compromiso con la causa, acabó siendo el lugarteniente de Marat. Tal llegó a ser su influencia y participación activa, que fue el dirigente del "Club Les Cordeliers" que hizo tocar las campanas de las iglesias parisinas (clave secreta para el inicio de la revuelta montañesa y jacobina que llevaría al poder a Robespierre y sus partidarios). Durante el año siguiente ocupo el cargo de coronel, pero en 1794 fue detenido y guillotinado en París (solo unos meses antes de que el propio Robespierre corriera la misma suerte).

En resumen, a pesar de que (como tantas veces ha sucedido a lo largo de nuestra historia) la España oficial estaba al lado de la monarquía, del clero y de la reacción, hubo al mismo tiempo otra España que luchaba en la vanguardia de la revolución, la cual en esos momentos obviamente se encontraba en Francia. Los personajes anteriormente analizados sin duda representan dos claros ejemplos de dicho compromiso por la libertad, la igualdad y la fraternidad, y al mismo tiempo, muestran la gran diversidad y contraste existente entre los revolucionarios españoles de aquella época que acudieron en ayuda de sus hermanos franceses. Mientras que Marchena era un intelectual y un teórico, De Guzmán era un militar y un hombre de acción. Del mismo modo, el primero de ellos era partidario de los girondinos, y en cambio el segundo se unió a los montañeses y jacobinos, pero por encima de todo, eran españoles valientes y audaces que entregaron su energía y su vida por la causa de la revolución.

Miguel Candelas, es autor del libro "Cómo gritar Viva España desde la izquierda"
Twitter: @MikiCandelas

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