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A ponerse las pilas

reloj en la playa
Parece que la ola de calor que hemos sufrido los españoles hubiera fundido las expectativas irradiantes de las dos nuevas formaciones políticas que, hace apenas unos meses, amenazaban a los dos grandes adalides del bipartidismo, PSOE y PP. Después de las elecciones municipales y autonómicas, y después del giro de los acontecimientos en Grecia, la intención de voto para Podemos y Ciudadanos se estancaba, manteniéndolos en unos distantes tercer y cuarto puesto de la lista de partidos favoritos, frenando en seco así sus aspiraciones de ganar en breve unas elecciones generales.





Creo que esos dos acontecimientos políticos han motivado la parada en seco del crecimiento electoral de Podemos y Ciudadanos. Primero, los pactos postelectorales para facilitar gobiernos autonómicos y municipales han retratado, forzosamente, las preferencias de uno y otro para con los dos grandes partidos, PSOE y PP. Se trataba necesariamente de facilitar gobiernos pues el electorado no hubiera entendido que se le convocara de nuevo a las urnas por no ser capaces de llegar a acuerdos con los otros partidos. Pero eso, inevitablemente, provocaría el abandono de una parte de los votantes de Podemos y Ciudadanos que, confiados en el empuje de ambos o en su radical diferencia con respecto a los partidos mayoritarios, habrían puesto todas sus esperanzas en conseguir gobiernos mayoritarios o, de no ser posible, gobiernos en minoría apoyados por los otrora detentadores de los bastones de mando municipales o autonómicos. Así, ex votantes socialistas que votaron a Podemos confiados en que éste no pactaría con el PSOE, volverán a votar al PSOE o se abstendrán en las próximas elecciones. Y lo mismo ocurre con esos votantes centristas que abandonaron al PP en beneficio de Ciudadanos pensando que este partido se distanciaría convenientemente del partido de los recortes, la corrupción y la pobreza. Creo que esa es la bolsa de votantes principal que ahora refleja en las encuestas una cierta recuperación de PSOE y PP en sus intenciones de voto.

Particularmente, a esa bolsa de votantes que vuelve al PSOE o que se quedará en casa sin ejercer el derecho al voto en las próximas elecciones generales, hay que sumar, creo yo, una parte de votantes sorprendidos y decepcionados por el giro de ciento ochenta grados que dio el primer ministro griego, Alexis Tsipras, a su programa electoral y de gobierno, y que ha vertido un jarro de agua fría en ese electorado de izquierdas que, sinceramente, esperaba con ansiedad y desesperación la llegada de Syriza al poder para demostrar que otra política era posible y que Grecia sería la avanzadilla de un frente anti-austeridad en Europa. En cierto modo, esa era también la estrategia que tenían todos los gobiernos neoliberales de la eurozona porque sabían que si apretaban bien las tuercas al Gobierno de Syriza y le ganaban el pulso, derrotándolo, se cercenaría de raíz el contagio del frente anti-neoliberal a otros países rescatados o en vías de rescatarse, especialmente a los países del euro-sur (Italia, España y Portugal). Paradójicamente, Syriza, al formar Gobierno en Grecia, había traído a la izquierda alternativa, no liberal (en la que no está ningún partido clásico socialdemócrata) ese aire de novedad e ilusión para la creación de un frente europeo contra los recortes que le doblara el pulso a los grandes poderes financieros que, en realidad, gobiernan la eurozona a través de sus testaferros políticos, los consejos de ministros neoliberales. Probablemente, en algunos de esos gobiernos sobrevoló el recuerdo del ciclo mediterráneo de las revoluciones liberales de 1820, que se iniciaron en España y se extendieron a Portugal, Italia y Grecia. Había que evitar, por tanto, el contagio de los impulsos revolucionarios de los pueblos europeos del Mare Nostrum. Y lo han conseguido.

En el rostro demudado de Pablo Iglesias o Alberto Garzón se vislumbraba el daño colateral que la traición o derrota de Tsipras, como quiera verse, iba a hacer a toda la izquierda alternativa europea, porque muchos de esos votantes esperanzados en nuevas opciones políticas de izquierda morderían ahora el polvo de la arena del coso donde se dirime la correlación de fuerzas entre poder político y poder financiero en la eurozona. Somos muchos los que llevamos años reclamando un frente anti-neoliberal de toda la izquierda alternativa europea, un frente que se visualizara en una coalición política que traspasara la frontera del Parlamento Europeo y se extendiera por todos los países de la eurozona, especialmente en los del euro-sur. Pero ni partidos ni sindicatos han hecho de la lucha contra la austeridad una bandera europea para ser ondeada al unísono en todos los países afectados por la crisis de deuda. Antes al contrario, han seguido cada uno a lo suyo, rebajando a cuestión nacional lo que hace mucho es exclusivamente cuestión europea, ya que la soberanía financiera hace tiempo que dejó de pertenecer a gobiernos y parlamentos nacionales. Ése es el reto para la izquierda alternativa, explicar a los ciudadanos cómo van a recuperar los Estados de la eurozona la soberanía financiera que los mercados les ha robado. Y, ahora, mientras la izquierda alternativa se recupera del mazazo que ha asestado Alexis Tsipras a sus expectativas electorales, la izquierda liberal (antigua izquierda socialdemócrata) se prepara para presentar un plan de reforma de la Unión Europea que invierta (supuestamente) la deriva de asianización a la que nos han conducido las políticas neoliberales. Esa izquierda liberal ya está echando las redes de pesca en los caladeros de votos de izquierdistas radicales decepcionados con Syriza. Que se ande con cuidado la izquierda alternativa y que se ponga las pilas pronto. De lo contrario, el frente europeo socialista que se avecina le ganará la batalla de la realpolitik. 

FRANCÍ XAVIER MUÑOZ
Diplomado en Humanidades y en Gestión Empresarial

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