Podría escribir sobre los inocentes, sintiendo como desde el poder nos tratan, pero voy a tratar otro tema de actualidad. Hace un año, terminaba mi artículo El rey Felipe contra Catalunya «Trescientos años han transcurrido, de Felipe V a Felipe VI, representantes de una monarquía centralista, ahora parlamentaria, encorsetada en su centro». No soy nacionalista, ni profeso ideas nacionales. Soy socialista, internacionalista, demócrata y republicano y con eso lo digo todo. O casi todo.
Hoy voy a hacer una reflexión republicana sobre el discurso del Rey, que no vi en directo. Mejor dicho, una reflexión sobre el discurso que no pronunció. Lo que no dijo, lo que calló expresamente y lo que ocultó de forma deliberada. Acostumbrado a ver, desde hace cuarenta años, al rey discursar en la intimidad de su hogar, a verle en el frío marco del palacio real, en el salón destartalado del trono, en una butaca en el medio centro lateral, solo, alejado de todo y de todos, me quedo con el saludo fraternal, desde el balcón en la puerta del Sol, del presidente de la República española. No tiene color.
Dicen del Rey que es el mejor preparado de la historia, y será verdad; pero parece que no tiene buen sentido ni criterio adecuado ni altura de miras ni olfato político. Guapo personaje de altura, pero en tono menor y de impostura. En su discurso no abordó la abdicación que tantos deseamos. La República fue eliminada por un golpe de Estado y una guerra fraticida. Cuarenta años después, el dictador impuso el actual régimen. Felipe es heredero de aquel despropósito histórico. No estuvo a la altura ni en la forma ni en el fondo. Mostró su lejanía con la realidad y falta de conexión con los verdaderos problemas de la mayoría ciudadana. Defendió lo suyo y su sillón. Y olvidó el paro y a los parados, la desigualdad y a quienes la sufren.
El escenario era anacrónico. Un rey en un salón de atrezo, en el que el pueblo llano nunca ha puesto su pie. Más que expresar «con la mayor dignidad y solemnidad, la grandeza de España», representó precisamente lo contrario: la lejanía de la nobleza y los grandes de España con el pueblo. Por mucho que alguna destacada dirigente política de la derecha diga que en el discurso, el Rey mostró que «conoce perfectamente su país»; desde la altura será. Muy poca sensibilidad social ha mostrado el monarca, que como todos los reyes que son jefes de estado, no son elegidos por el pueblo. Su padre nos fue impuesto y él en el mismo paquete.
Hasta 16 menciones a la unidad de España ha habido y solo una mención a la desigualdad que existe y desune a la gente. No hizo ninguna mención a la corrupción, aunque no es de extrañar, teniéndola tan cerca en el seno de su familia a la que protege. Tampoco se refirió a los problemas reales de la gente. Están obsesionados con Catalunya y en cada mención perjudican los intereses que dicen defender. Mencionó España en un sin fin de ocasiones y su unidad, pero no de las condiciones de vida, de quienes están sufriendo las consecuencias de una crisis, que no han provocado.
Todo fue un cuento muy alejado del empleo precario, de las escasas pensiones o de los jóvenes que han huido para trabajar fuera. Estas son algunas de las cosas que el rey no pronunció en su discurso. No mencionó la necesidad de reformar la Constitución, para ajustar su estructura a la actual realidad del país. No habló de blindar en la Constitución los derechos sociales de bienestar como la sanidad, educación y vivienda; o el derecho al trabajo como pilar de la política económica y garantizar el derecho de las personas dependientes a recibir atención y cuidados.
No habló sobre lo que realmente cuesta la monarquía a las arcas del Estado, que llenamos entre todos. No son los 7.775.040 que figuraron en los Presupuestos Generales como asignación a la Casa Real para 2015, sino 561 millones de euros anuales, por todos los demás conceptos distribuidos en los presupuestos de Presidencia, Defensa, Interior, Hacienda, Exteriores y otros órganos ministeriales.
No habló del terrorismo machista, que ha asesinado a 59 mujeres este año. El rey califico de terribles los atentados de París y de otros lugares del mundo, así como los ataques que «han costado la vida a compatriotas nuestros». Pretendiendo confundir como hacen siempre. No ha sido atentado terrorista el que ha costado la vida a dos policías españoles, sino un acto más de guerra abierta en Afganistán. Si el terrorismo político o el yihadismo, hubiera asesinado en España a 1.218 personas desde el año 1999, los cimientos del Estado temblarían, pero han sido mujeres las muertas.
El Rey ha asumido los postulados políticos del PP, por lo que es «indecente» que quiera dar lecciones de democracia. Por cierto, el PP ha obtenido 7.215.530 votos (29,91%), mientras que el resto de fuerzas políticas con representación parlamentaria 16.910.189 (70,09%). En escaños, convertido por la Ley D'hont: 129 escaños (36,86%) el PP y 221 escaños (63,14%) para el resto. Otro dato que muestra lo injusto del sistema electoral: a Unidad Popular-Izquierda Unida, quinta fuerza política más votada, dos diputados le ha costado 923.105 votos, mientras al PP, un diputado, 58.663 votos. Este sistema electoral es un despropósito político que debe corregirse, por antidemocrático.
Quieren hacernos ver que el problema de España es la independencia de Catalunya. El problema de la ciudadanía es la miseria a la que nos ha llevado la política antisocial y antidemocrática de la derecha que representa el Rey. Artur Mas, acusa a la mayoría de usar sus normas, su fuerza, su voz y sus votos para «ahogar los anhelos de la minoría que representa Catalunya» y pide al Estado canalizarlos con «diálogo, concertación, pactos y concordia». Mas no es santo de mi devoción (soy ateo), porque representa a la derecha económica a la que me opongo, pero estoy con él en eso que dice.
El discurso del rey ha sido decepcionante, cargado de tópicos españolistas, más propio de hooligans que de un jefe de Estado. Ha presentado un escenario alarmista de ruptura de España, como si la voluntad popular representara la maldad, frente al bien mesiánico que él representa. Si España se rompe es por la ambición insaciable de los poderosos, que todo lo quieren. El rey no puede hacer más de lo que hizo políticamente hablando, por lo que sobra en una estructura democrática de un Estado moderno, como el que nos merecemos en España desde hace tanto tiempo sin rey (ni amo ni patrón).
Lo dije al principio, no soy nacionalista, ni profeso ideas nacionales; soy socialista, internacionalista, demócrata y republicano. Entiendo que España es una nación plurinacional y diversa, constituida como un Estado social y democrático de Derecho. En este marco tenemos que convivir en paz en libertad, igualdad solidaridad, y mejor en una República como modelo político.
Víctor Arrogante
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