Miguel Candelas
Aunque el movimiento obrero tuvo mucha fuerza en Estados Unidos a finales del siglo XIX y principios del XX, haciendo que incluso Karl Marx y Abraham Lincoln llegaran a cartearse y a simpatizar ideológicamente en su mutua búsqueda de la emancipación humana frente a la explotación, la posterior realidad geopolítica de la Guerra Fría colocó a Estados Unidos como el “paladín” del capitalismo en su lucha contra el “malvado” comunismo, haciendo que las ideas socialistas quedasen vetadas en la política estadounidense (y no pocas veces fuesen perseguidas). Sin embargo, la crisis política, económica y social de comienzos del siglo XXI ha supuesto el inicio de una revolución política sin precedentes en el país americano, provocando que el desconocido Bernie Sanders (un veterano profesor de izquierdas, judío, natural de Brooklyn e hijo de inmigrantes, congresista y senador independiente durante las últimas décadas por Vermont, y que además se autodefine a si mismo como socialista) pueda estar a día de hoy en disposición de disputar la candidatura demócrata a la mismísima Casa Blanca.
A pesar de tener en contra a todo el “establishment” político y económico estadounidense, y especialmente a la cúpula del viejo y anquilosado Partido Demócrata, Bernie Sanders ha logrado articular una mayoría social en base a un ambicioso programa socialista y de izquierdas en el que destacan la apuesta por un sistema educativo y un sistema sanitario públicos, la lucha contra la desigualdad social, la firmeza frente a la especulación financiera de Wall Street y la defensa de los derechos de los trabajadores. Un programa claramente intervencionista que no solo trata de dar respuesta a las nuevas necesidades de las capas populares estadounidenses empobrecidas, sino que además supone la ruptura de los tabúes políticos e ideológicos desde que el país se constituyó en superpotencia mundial. Prueba de ello es que desde el primer momento los jóvenes universitarios, las clases medias blancas golpeadas por la crisis y los trabajadores precarios han sido los sectores sociales que se han unido a esta revolución política de Sanders, recuperando para la izquierda el apoyo de las clases populares blancas, que desde los años ochenta se habían pasado en masa al bando de la derecha con el carismático republicano Ronald Reagan. A su vez, dicho ambicioso programa ha sido combinado con una dinámica campaña de comunicación llevada a cabo por el equipo del senador en diversos frentes sociales, financiada a través del “crowdfunding” (microcréditos de los simpatizantes) y capitaneada por los ingeniosos eslóganes “Feel the Bern” y “A future to believe in”.
En cualquier caso, el hecho de que un candidato de 74 años como Sanders logre precisamente el apoyo de los jóvenes del siglo XXI, es la prueba de que hay algo mucho más importante que las operaciones cosméticas de marketing político, y es la autenticidad de un programa ideológico ilusionante. Por el contrario, las minorías hispana y afroamericana, unido a los sectores de mayor edad, aún se le resisten al senador de izquierdas, al encontrarse en el primer caso atados a redes clientelares con el matrimonio Clinton y la cúpula del Partido Demócrata, y en el segundo debido a la mentalidad conservadora y antisocialista que aún impera en el imaginario popular estadounidense tradicional. No obstante, su apoyo en dichos sectores ha ido aumentando paulatinamente a lo largo de la campaña electoral, como demuestra su reciente victoria en el estado de Oregón.
Y lo más sorprendente de todo es que nadie daba un duro por Sanders hace apenas un año. Las primarias demócratas se planteaban como un paseo triunfal de Hillary Clinton, a la que tanto la cúpula del partido como el propio presidente Barack Obama habían puesto la alfombra roja para que fuese nominada candidata a la Casa Blanca sin mayores problemas, en contraste con una más que probable guerra civil en el bando republicano entre las distintas familias conservadoras. Sin embargo, ha terminado sucediendo justamente lo contrario. Los republicanos finalmente han visto como la candidatura del magnate Donald Trump arrasaba sobre sus demás competidores (Ted Cruz, Marco Rubio, Jeb Bush y John Kasich), situándole como único candidato republicano ya a comienzos de este mes de mayo, y por el contrario, la guerra civil a donde se ha trasladado es al bando demócrata, con la oficialista Clinton perdiendo constantemente apoyo popular ante el ilusionante movimiento de Sanders.
Nada más arrancar la campaña, Sanders sorprendía logrando dos empates técnicos en Iowa y Massachusetts y venciendo en New Hampshire, Colorado, Oklahoma y Minnesota. A ello se sumaba la victoria en Vermont, el feudo del senador, y posteriormente los triunfos en Kansas, Nebraska, Maine y Michigan. Unas semanas más tarde, el socialista volvía a arrancarle a la ex-primera dama dos empates en dos Estados a priori desfavorables como Illinois y Missouri, y ya a comienzos de abril, Sanders encadenaría siete sorprendentes victorias seguidas en Idaho, Utah, Alaska, Hawaii, Washington, Wisconsin y Wyoming, llegando a las decisivas primarias de Nueva York muy cerca de Clinton y en una extraordinaria racha ganadora que disparó todas las alarmas en la cúpula del Partido Demócrata. A pesar de no lograr la tan ansiada victoria en dicho estado y en otros vecinos de la Costa Este con grandes porcentajes de población hispana y afroamericana que se mantuvieron fieles a Clinton, Sanders se ha recuperado en este mes de mayo con tres nuevas victorias en Indianápolis, Virginia Occidental y Oregón, lo que unido a un virtual empate en Kentucky (pendiente todavía de un recuento) mantienen vivo al senador en la recta final de la campaña que tendrá lugar dentro de dos semanas en California, New Jersey y otros cuatro estados más.
De este modo, aunque la diferencia de delegados es aún favorable a la ex-primera dama debido al peculiar sistema electoral de las primarias demócratas, el cual prima al candidato oficialista a través de los llamados “superdelegados”, que tienen libertad de voto independientemente del veredicto de las urnas y que en la actualidad se encuentran comprometidos en su inmensa mayoría con Clinton (y obviamente, también en base a los amplios triunfos obtenidos por la candidata en estados muy poblados y multiétnicos como Texas, Florida, Mississippi, Nueva York, Pennsylvania, Maryland o Delaware donde la estructura clientelar de los Clinton es muy poderosa desde los años noventa) Sanders, gracias a la sorprendente veintena de victorias alcanzada, llega aún con alas a la recta final de la campaña electoral, y si logra obtener una victoria contra pronóstico en California (El estado más poblado del país, y por lo tanto, el que más delegados reparte) podría superar a Clinton en los delegados elegidos por voto popular, y de este modo, forzar una convención demócrata disputada en la que su candidatura sea tenida en cuenta, con el objetivo de hacer cambiar el sentido del voto de los superdelegados. De momento, cuenta con un gran dato a su favor, y es que en todas las encuestas nacionales él es el único candidato que lograría vencer al mediático Donald Trump en las elecciones presidenciales de noviembre (en algunas incluso con hasta 10 puntos de diferencia), ya que Clinton y el magnate llegan prácticamente empatados debido a la creciente pérdida de popularidad de la ex-secretaria de Estado por sus errores en la campaña, los injustificados ataques contra Sanders y las acusaciones de corrupción y de fraude electoral que planean sobre ella. En contraste, la figura de Sanders provoca una gran ilusión y esperanza en el seno de la izquierda como la persona no solo capaz de emprender las reformas políticas y sociales que el país necesita para hacer frente a la creciente desigualdad, sino también de frenar al excéntrico Trump.
En cualquier caso, aunque finalmente Sanders no logre alcanzar a Clinton, su sorprendente irrupción y actuación en la campaña demócrata ya constituiría en sí una victoria, al haber logrado situar en la agenda política estadounidense temas tan importantes como la lucha contra la pobreza y la necesidad de una educación y una sanidad públicas y gratuitas para todos, temas que eran considerados tabú hasta la fecha dentro de la cosmovisión hegemónica ultracapitalista y neoliberal que caracterizaba al país, pero que ahora deberán ser tenidos en cuenta por cualquier aspirante demócrata que quiera acceder a la Casa Blanca. Y es que la crisis ha hecho cambiar de mentalidad a una gran parte de los ciudadanos, que hartos de injusticia y desigualdad han perdido el “miedo al rojo”, y si los estadounidenses pueden volverse socialistas de la noche a la mañana, sin duda eso significa que cualquier sociedad que se plantee cambiar puede hacerlo en poco tiempo, solamente hace falta voluntad, esfuerzo, y sobre todo, un movimiento político que ilusione como el de Bernie Sanders.
Miguel Candelas, politólogo. Autor del libro "Juegos de Poder"
Twitter: @MikiCandelas