Rafael García Almazán
Ahí quedaron. Hoy hace 77 años. Pétalos tirados y esparcidos en la tapia del cementerio. Pertenecían a trece jóvenes, trece rosas maravillosas. Sólo su sangre pudo saciar la venganza de sus asesinos.
Era el 5 de agosto. Una madrugada cálida como corresponde. Y allí estaban preparadas trece jóvenes en una fría celda apiñadas, esperando el momento. Y las fueron nombrando. Eran las cinco de la mañana. Trece nombres. Trece rosas fueron saliendo camino de un destino inútil, cruel e injusto. Todo, por haber sido rojas.
No había otras causas. No pudieron probar nada. Un juicio militar de una hora, una conspiración asesina, con jueces que no lo eran, todo estaba preparado y amañado. La sentencia estaba ya decidida. Había que amedrentar a los vencidos, había que imponer la crueldad y el miedo sobre los y las más valientes. Sólo así, con pavor, el franquismo podría conseguir mantenerse.
Y no dudaron. Al fin y al cabo, para ellos, ¿qué eran trece vidas, pensando la cantidad de asesinatos que ya habían cometido?, y que iban a seguir cometiendo para imponer el régimen del terror
Trece rosas con toda la vida por delante fueron cortadas de raíz. Fue un acto miserable, vengativo, criminal y abominable. Pero ellos tenían necesidad de sangre, de sangre roja. Porque nunca pudieron probar nada. Su único delito fue haber pertenecido a las Juventudes Socialistas Unificadas (los jóvenes socialistas y comunistas). Ni más ni menos, suficiente para ellos.
Pero fallaron, asesinaron a trece rosas, dejaron esparcidos sus pétalos, pero han fructificado, porque, aunque a un alto precio que no debería nunca haberse pagado, hoy son un ejemplo y parte de nuestra memoria histórica colectiva. Su injusto crimen forma parte de los recuerdos más viles del franquismo.
Recuerdo, emocionado, las veces que mi madre –que fue también de las JSU y se salvó por los pelos--, con la voz quebrada me contaba cómo las fueron llamando y cómo ellas respondían con vivas a la República. Primero, ante la llamada se hizo un silencio sepulcral, luego según iban por las galerías de la cárcel de Ventas, se forjó un ruido estruendoso con los aplausos y las cucharas y platos contra las rejas que provocaron la mayoría de las reclusas para despedirlas.
Carmen Almazán mi madre recordaba aquello como el acto más atroz e injusto que había vivido de cerca. Ella se salvó de milagro, y sólo se llevó de recuerdo algunos tragos de aceite de ricino, un pelado al cero y pellizcos en sus pechos, en sus dos periodos carcelarios. Pero lo que le dolía era la muerte injusta de sus compañeras.
Hoy hace once años que no está, pero su recuerdo se ha transmitido, y somos muchos los que lo mantenemos vivo, los que no pararemos hasta que se las dignifique. Si en este país hay una asignatura pendiente que clama al cielo es el del reconocimiento de la Memoria Histórica.
El 5 de agosto debe ser para todos nosotros una cita obligada. Un recuerdo continuo. Porque demuestra la violencia de un martirio cruel y de un régimen que, desgraciadamente, hoy todavía continúa en parte y quiere que olvidemos el pasado. Pero no, no lo conseguirán. Mi madre se encargó de transmitirlo a sus hijos, yo he hecho lo mismo con los míos y espero que estos lo hagan con los suyos.
No vamos a renunciar a nuestra Memoria Histórica, y seguimos exigiendo: Verdad, Justicia y Reparación para las víctimas del franquismo.
Ya saben lo que se dice, “quien olvida su historia está condenado a repetirla”. Quién sabe si los herederos asesinos de aquel régimen es lo que están buscando.
Salud y República
Fuente: Kabila