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Romper las cadenas

Victoria Kent
Entre las múltiples facetas de Victoria Kent, voy a destacar quizás, la que no es menos conocida pero sí de la que menos se habla, su nombramiento como Directora General de Prisiones.

Durante el tiempo que ostentó el cargo, Victoria se encargó de humanizar los centros de reclusos aplicando pedagogía republicana en estado puro. Las cárceles, también eran parte de la Segunda República y, como tal, tenían que impregnarse de derechos y libertades. En realidad, no hizo otra cosa la primera mujer que ocupaba un alto cargo en España que aplicar la mejor pedagogía republicana, es decir, les pidió tiempo y confianza a los presos y les prometió una reforma penitenciaria a fondo que removiera la podredumbre de una de las instituciones más sórdidas de la monarquía.

Todos los fines de semana mandaba disponer el coche oficial y visitaba una prisión. Pensaba Victoria, y no se equivocaba, que para saber la realidad de un lugar nada mejor que obtener la información de primera mano. Era tan intensa su actividad, que el poco tiempo libre que le quedaba lo empleaba en leer textos jurídicos, (necesarios para su profesión), los cuales intercalaba con poesías de Juan Ramón Jiménez o García-Lorca.

Promovió medidas innovadoras en los penales, de los cuales quería erradicar las condiciones infrahumanas y denigratorias en las que vivían los presos. Ordenó (1) colocar un buzón de reclamaciones en el patio central de cada cárcel, autorizó a los funcionarios a hacer públicas sus reivindicaciones en los periódicos, creó la sección femenina auxiliar del Cuerpo de Prisiones para sustituir a las monjas en la atención de las presas, prohibió que los reclusos fueran trasladados a pie a nuevos destinos, indultó a los penados que tenían más de setenta años y fundó el Instituto de Estudios Penales, que dirigió su antiguo profesor Luis Jiménez de Asúa. Pero, al lado de esta gran tarea política para mejorar el funcionamiento de las prisiones, Victoria no olvidó los siempre trascendentales detalles cotidianos y convocó, por ejemplo, un concurso a mediados de 1931 para la adquisición de mil quinientas mantas de pura lana con destino a las cárceles. Estas carencias tan elementales daban una idea perfecta de las condiciones de la vida penitenciaria antes de la llegada de la República. Para aliviar el hacinamiento y garantizar los derechos de los presos puso en marcha, asimismo, un plan de construcción de nuevos centros penitenciarios que incluyó cárceles en Valladolid, Santander, Ciudad Real y Granada, entre otras provincias, al tiempo que clausuraba prisiones como la madrileña de Colmenar Viejo a la espera de su restauración y trasladaba a los internos a San Lorenzo de El Escorial. Poco después de ocupar su despacho en la dirección general del Ministerio de Justicia, situado en un caserón de la céntrica calle madrileña de San Bernardo, se dio cuenta de que muchas cárceles de partidos judiciales, situadas en escuelas, establos o casas particulares de pequeños municipios, no reunían las mínimas condiciones, y comprobó también que algunos centros penitenciarios no albergaban apenas a prisioneros. Por ello, resolvió suprimir 115 cárceles, en ocasiones contra la voluntad de unos vecinos que contemplaban los penales más como una fuente de ingresos y de riqueza que como un motivo de inseguridad. Cabe subrayar que, al proclamarse la República, había en España el mismo número de cárceles que un siglo antes y con igual distribución territorial. 

Victoria Kent se inspiró y tomó como modelo a otra gran mujer, la gallega Concepción Arenal. Ambas tenían en común el haber hecho mil filigranas para poder estudiar en un mundo de hombres, a parte de su compromiso con el cumplimiento de los derechos humanos en todas sus vertientes, claro. Se sabe que Arenal acudía a la Facultad de Derecho disfrazada de hombre, ataviada con una levita, capa y sombrero de copa y que, al descubrirse el engaño, el rector finalmente la dejó acudir pero sólo como oyente. De Victoria sabemos que empezó sus estudios de derecho como alumna no oficial y que hay mucha inexactitud para fijar su fecha de nacimiento por “exigencias académicas”. Cuando España despedía para siempre a Concepción a finales del XIX, Victoria quizás daba sus primeros pasos. Aunque pueda parecer poca varianza generacional, (tan sólo unas décadas separan sus respectivas tareas), podrían parecer siglos para dos mujeres que estaban liberándose de sus propias cadenas, impuestas por una sociedad patriarcal, impregnada de moral religiosa, desigual y atrasada.

En un artículo publicado el 10 de agosto de 1931 en el diario La Voz y titulado Hombres y prisiones, Victoria Kent recuerda de esta forma a Concepción Arenal al explicar la necesidad de una reforma penitenciaria: "Una prisión es un pequeño mundo habitado por seres humanos libres ayer, caídos en desgracia hoy, y ella debe darles lo que faltó en sus vidas para incorporarse a esta sociedad arrolladora y arbitraria. Una prisión debe ser, y será si así nos lo proponemos, una escuela, un taller, un sanatorio; necesita la cárcel nuestra colaboración, nuestra asistencia y nuestro consuelo. España emprende nuevos caminos, nuevas empresas, España quiere borrar y quiere olvidar su pasado, y volviendo la mirada al sector penitenciario no podemos sino recordar las palabras de Concepción Arenal, aquel espíritu encarnación de la justicia, que decía: 'Tratándose de prisiones, el pasado no puede inspirar simpatía más que a los verdugos'. Caminos nuevos, claros amaneceres. España necesita saber la verdad de sus problemas, la verdad con su acritud, si se quiere, pero con su gran poder cauterizante".

Quiso Victoria rendir un homenaje final a su gran musa. Para ello mandó fundir las cadenas y grilletes que todavía se empleaban con los reclusos y dispuso construir una estatua en honor a Concepción Arenal. Así se quedaba zanjada y para siempre, esa práctica medieval de degradación del hombre, así se le otorgaba libertad con matices a los confinados tras un muro, así nos transmitía Victoria que otro mundo era posible y que sólo había que tener voluntad por cambiarlo.

Analizando este gesto se me pasa por la cabeza que le debemos una estatua a Victoria Kent, pero, ¿de qué material deberíamos construir nuestra estatua? ¿Quizás de una amalgama hecha con chistes, twits, raps o marionetas? ¿Tal vez de prevaricaciones, corruptelas y cohechos? ¿O por el contrario habría que fundir la norma suprema emulando a los ludistas que, incapaces de luchar contra la revolución industrial, destruyeron las máquinas que les arrebataban el trabajo? 

En una sociedad donde no se están respetando los derechos fundamentales: libertad, igualdad y legalidad, habría que replantearse el seguir dándole continuidad al sistema. Es inútil seguir amamantando el cadáver de quien nació muerto. 

Para Concepción Arenal “Todo poder cae a impulsos del mal que ha hecho. Cada falta que ha cometido se convierte, tarde o temprano, en un ariete que contribuye a derribarlo”

Victoria Kent sentenció “Yo no tengo otra pasión que España, pero no regresaré a ella mientras no exista una auténtica libertad de opinión y de asociación.”

Núria Martínez López




(1) Adiós a las cadenas | Edición impresa | EL PAÍS. (s. f.).

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