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Primeras declaraciones de Juan Negrín, presidente del Gobierno

Juan Negrín
Eduardo Montagut | Eco Republicano

Juan Negrín accedió a la presidencia del Gobierno el 17 de mayo de 1937 después de la crisis formada por la dimisión de Largo Caballero y los problemas que se plantearon para que pudiera repetir al frente de esta alta responsabilidad. Creemos que es, sumamente interesante, en este sentido, acercarse a la lectura de los números de “El Socialista” de los días 16 y 18 de mayo porque se hizo un gran despliegue de noticias, crónicas y opiniones sobre esta crisis de Gobierno, con las distintas posturas de los partidos y sindicatos. Se impone un estudio de cómo el órgano oficial del PSOE abordó la cuestión. Pero no es este el objetivo del presente artículo. Recogemos las primeras declaraciones que realizó Negrín en ese mes de mayo de ahora hace 80 años. Nos informan mucho no sólo de lo que pretendía hacer, sino también de su personalidad política, porque en ellas aparecen muchas de sus ideas, como su aversión hacia la dispersión de esfuerzos, su indeclinable voluntad de lucha, una clara defensa de la democracia en relación con el futuro de España, así como del Estado de Derecho aún en circunstancias tan graves, su mesura en relación con la Iglesia, y sobre el controvertido asunto de las reservas de oro.

El nuevo jefe de Gobierno fue entrevistado por el enviado especial de “L’Humanité”, el diario comunista francés. Por su parte, “El Socialista” se hizo eco de un resumen de estas declaraciones de Negrín en su número 8469, proporcionado por la agencia Febus. Negrín anunció una nueva política de guerra, a través de la implantación de un Mando único y la unión de los Estados mayores de Tierra, Aire y Mar. El segundo objetivo pasaba por el desarrollo de las industrias de guerra, bajo una misma dirección controlada por el Estado con el fin de hacer frente a las necesidades de suministros y municiones. Esta unificación estaría dirigida en lo político por el Gobierno, y en lo técnico por el Estado Mayor.

Negrín consideraba, muy significativamente, que el Gobierno contemplaba el pasado “como el que se quita un peso de encima”, aludiendo a que ahora lo que importaba era el futuro. Las declaraciones pretendían insuflar optimismo porque se aseguraba la victoria y la devolución de la integridad territorial de España.

Por otro lado, el nuevo ejecutivo no toleraría el desorden en la retaguardia (recordemos los hechos de primeros del mes de mayo, y sus consecuencias en la caída del Gobierno de Largo Caballero), porque el objetivo era el triunfo sobre los sublevados y sus aliados. Negrín formulaba una clara advertencia a quienes cuestionasen la autoridad gubernamental, reafirmando lo decretado por el anterior Gobierno en relación con la recogida de armas.

En el terreno económico se anunciaba la protección de la pequeña propiedad industrial y agrícola, prometiendo apoyo a las Cooperativas de agricultores proporcionando ayuda tecnológica.

No se presentaba ningún cambio en relación con la política internacional, asumiendo la emprendida por el anterior Gobierno. Quería dejar claro, eso sí, que no se aceptaría ningún tipo de mediación con los insurgentes, en una defensa de la legitimidad política de su Gobierno. En este sentido, interesa destacar cómo el jefe de Prensa de la Presidencia del Gobierno, Fernando Vázquez, hizo pública unos días después una declaración, recogida en el número 8472 de “El Socialista”, en la que Negrín exponía que no había hablado a ningún medio de comunicación sobre una posible paz en función del arreglo de los problemas de retaguardia, como, al parecer, había publicado algún periódico. La voluntad era ganar la guerra, además de afirmar que esos problemas eran de orden público exclusivamente.

Otra de las primeras entrevistas que realizó Negrín fue con un periodista de “United Press”. También “El Socialista” recogió un resumen en su número 8470. Esta entrevista se centró más en lo que ocurriría cuando acabase la guerra. Negrín quería dejar claro que sería el propio país el que decidiese. Una vez vencido el movimiento de rebelión por todas las fuerzas antifascistas coaligadas y fundidas en defensa de la Constitución no parecía que se produjesen cambios importantes, si no eran generados por vía democrática. Pero Negrín afirmaba que la insurrección había deshecho intereses arraigados en la Historia y que cuando terminase la contienda no se podrían reconstruir.

El primero de ellos tenía que ver con la propiedad agraria, uno de los aspectos más importantes en la estructura económica y social de España, todavía con un gran peso del sector primario. Negrín aludía a que solamente se habían confiscado las grandes propiedades de los elementos que habían apoyado la sublevación. La tendencia era hacia el fomento de la pequeña propiedad para implantar un régimen de propiedad más justo y más provechoso económicamente. Este cambio agrario era, para el presidente, una base fundamental para la República. No cabe duda que así lo era, y así lo interpretaban también los sublevados, aunque en otro sentido. La reforma agraria es una cuestión básica para entender el conflicto de la guerra civil española.

La segunda cuestión a la que hizo referencia sobre este diseño del futuro español tenía que ver con la Iglesia Católica, sin lugar a dudas, también fundamental para entender el enfrentamiento. Negrín defendía que la Iglesia podía existir en España, con los mismos derechos que cualquier otra Iglesia. Negrín era muy conciliador en este tema, porque no justificaba los hechos de violencia contra el clero, aunque muchos jerarcas se hubieran identificado con los sublevados. El Gobierno se esforzaría en evitar que esos “vicios” se repitiesen. Negrín era un representante del anticlericalismo intelectual y político de la izquierda española, pero también profundamente contrario al empleo de la violencia contra la Iglesia. No debemos obviar, por otro lado, que este era un tema que generaba malestar en parte de la opinión pública internacional, y alentaba a amplios sectores de la derecha en muchos países occidentales en sus ataques a la República española, como fue evidente, por ejemplo, en el caso francés.

Negrín realizó en estas declaraciones un evidente alegato en favor de la libertad de conciencia y en que sería garantizada por el Gobierno, pero esta tolerancia ideológica no podía abrir la puerta a la difusión de principios que socavasen el régimen republicano ni el espíritu de lucha, en clara alusión a la propaganda enemiga y frente al derrotismo, demostrando desde el primer día su carácter enérgico en la defensa de la República, y que demostró siempre hasta el último momento. Por otro lado, señaló que las sanciones contra los sublevados pasarían por la justicia.

Negrín no eludió la cuestión del oro de España afirmando que circulaban muchas fantasías, al respecto. Las reservas de oro se encontraban bajo custodia del Gobierno en lugar seguro y en territorio de soberanía española, y que eran superiores a las que había antes de la guerra.

Terminaba Negrín insistiendo de nuevo sobre el futuro régimen de España, negando su posible carácter comunista, dada la diversidad ideológica de los que luchaban en la guerra. En todo caso, sería el pueblo el que decidiría el futuro de forma democrática.

Eduardo Montagut Contreras, Doctor en Historia Contemporánea y Moderna (UAM)


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