Joan LLopis Torres
España no ha dejado de ser católica por la voluntad jacobina -en concepción centralizadora, de indivisibilidad y uniformidad del partido popular- y determinante de las instituciones del Estado. Aun definirse España como un Estado laico, el 'magisterio' particular del ministro de educación y del gobierno del Partido Popular -que sociológicamente identifica e incorpora, en lo que se define como 'costumbres', el 'ideario' y ‘moralidad’ de la Iglesia católica- marcha en dirección contraria y no complementaria, sino antagónica a los hábitos y costumbres éticas a los que está obligado por la misma definición de 'laico', siendo los hábitos para el individuo, lo que las costumbres a la sociedad.
Sorprendentes serían, si no estuviéramos avisados, las confusiones entre ética y moral del ministro de educación Méndez de Vigo que ciertamente debería pasar un MIR, pues resultan sospechosas sus afirmaciones, y peligrosas a la luz de cualquier criterio ético.
“Los profesores, como los médicos, deberían pasar un MIR”, ha manifestado Méndez de Vigo, ministro de Educación, Cultura y Deporte, en una entrevista de Beatriz Navarro para La Vanguardia (27/01/2018)
"Llevo dos años y medio de ministro de Educación, he hablado con todos los consejeros autonómicos y jamás me han dicho que haya un problema con la Religión. Sólo existe en las campañas electorales, no en la realidad práctica. La LOMCE tiene una solución equitativa. Yo sí creo que hay que enseñar a nuestros niños y niñas que la vida en sociedad está regida por unos principios y valores y hay personas que creemos que están en la religión; otros, en la ética o la moral. Me parece equilibrado que se pueda elegir. Eliminar los valores de la enseñanza es una mala cosa, va en contra de lo que estamos haciendo en Europa".
En este breve texto extraído de la entrevista, se acumulan claramente varias confusiones del ministro. Aunque tampoco son exclusivas de su supuesto magisterio, sino que son entendibles por la misma confusión que en España se ha generado -dada la injerencia de la religión católica en la vida de los españoles, y la determinación, no ya de lo que se podría entender como valores cristianos, sino, a la vez, con la 'imposición' secular de sus criterios y de lo que es moral o inmoral, y que Méndez de Vigo, como católico, pretende confundir con correcto o incorrecto, y lo que es más grave, con ético o falto de ética. Y, otra vez, en ese antagonismo de criterios, confundir la legalidad o lo que pueda ser legal con lo ético (o que pueda ser ético) y aceptable, en la misma balanza con lo bueno o moralmente malo, que no tiene porque estar falto de ética ni mucho menos por ello ser legal o ilegal. Como si las leyes y los jueces -como hemos visto ejercer- aun debiendo atender a los 'hechos' pudieran juzgar voluntades; y, de ahí, en esas mismas líneas que deben separar lo que las 'definiciones' separan, como estamos viendo, se juzguen e imputen como delitos, conductas que son impecablemente admirables desde los que unos consideran ético, y los juzgados, impregnados sus titulares de ese poder que no deberían tener pero tienen -en una separación de poderes que no se ve por ninguna parte-, acaban por ser el único poder y titulares de una soberanía que no les pertenece. Y todo, por la irrelevancia de los gobiernos que se suceden unos a otros, cada vez más alejados de la aprobación de la sociedad española, cuando no con su desprecio.
Podríamos concluir de manera previa a cualquier otra reflexión si, en un Estado laico, el hecho de que un ministro o un partido político aun sus creencias religiosas particulares en el primero, y generales en el caso del Partido Popular (aunque sus prácticas -que aquí llamaremos 'conductas' por referirnos a la ética, o, lo que es lo mismo, a la falta de ética de su conducta- dejen mucho que desear) incluso representando a su base social, minoritaria en lo que podemos seguir llamando 'las derechas españolas' frente a otras opciones que se dicen 'de izquierdas', siendo el PSOE hoy un partido clásico monárquico y conservador, como Cs., que, conjuntamente permiten, para mantener el statu quo del 78, confusiones como las que se desprenden de las aparentemente inocentes manifestaciones del ministro.
Pues el ministro dice muy claramente que "cree que hay que enseñar a nuestros niños y niñas que la vida en sociedad está regida por una serie de principios y valores" -hasta aquí no hay caminos divergentes- El problema viene cuando dice: "hay personas que creemos que están en la religión", que en ningún caso sería criticable, pero el problema y el rechazo sobreviene por varios motivos,
y sobre todo cuando esa "creencia" la contrapone, resultando antagónica con ‘otros’ "otros, a la ética o la moral", confundiendo una con otra, sin tener ello, para él, ningún interés. Pudiéndose entender claramente que sus creencias religiosas son los principios y valores que hay que enseñar a los niños, según el ministro. Y seguimos pues en esa España de siempre nacional-católica y con el poder judicial partícipe de esa sociología de la que España no ha sabido desprenderse. Más, cuando siquiera el Poder Judicial debiera ser ningún poder, sólo el encargado de la aplicación de la ley que legisle el Legislativo, entendiendo éste que la soberanía es de aquellos a quienes representa: los ciudadanos (modelo parlamentario que habría que revisar); y el otro poder, el Ejecutivo –sin que debieran existir otros 'poderes' institucionales pues, más que el Legislativo y el Ejecutivo- que debería gobernar según 'designe' el Parlamento y bajo su control que, si fuera ciertamente representativo y no de partidos, sería democrático. Cosa que no es hoy por estar los partidos alejados de una verdadera representación, alejados de criterios democráticos avanzados y alejados de la soberanía de los ciudadanos que ignoran.
Las bondades tan predicadas de lo que se llamó la Transición -devenido fracaso-, no hizo más que incorporar a la supuesta democracia que había que ‘venir y desarrollarse’ a aquellos que sin criterios democráticos ni de soberanía, ni interés alguno por la dignidad de las personas ni por los derechos sociales, no han hecho más que perpetuar el autoritarismo que incorporó la Constitución del 78 que hoy vemos triunfador frente a una democracia deprimida sino inexistente en España, con un gobierno, como todos desde aquel pacto que debió haber sido imposible, incluido hoy el poder de la Iglesia sobrepasando los límites de sus atribuciones (El vicepresidente de la Conferencia Episcopal afirmando que no se puede ser independiente y buen católico a la vez).
Pues si la ética es la conducta que nos imponemos a nosotros mismos según nuestros principios, y la moral –o lo que está bien o mal según doctrina que es externa al individuo- depende de ‘creencias’ a las que –en este caso comentando las del ministro- cada individuo puede adherirse y compartir con ‘otros’ (siendo aquí los ‘otros’, no aquéllos de antes –los de la “ética o la moral” que el ministro equivocaba, sino los católicos, reflejados en el espejo- que ahora vemos representados en el Ministro de Educación, que repetimos, puede a título particular creer e ‘impartir’ magisterio, pero no, despreciando a la ética, que confunde con moralidad, de los ‘otros’ que no son de su Iglesia –atribuyendo gratuitamente esa misma ‘tendencia’ a Europa- y menos desde un ministerio que deseamos tenga que abandonar rápidamente por imperativos democráticos.-
En definitiva, acusan a los demás como práctica común de aquello que son responsables (la violencia en Catalunya), para después, como vemos, querer impartir creencias confundidas de principios, y valores universales a los ‘niños y niñas’ que no son los valores de la ética individual y siquiera moral o costumbres que la sociedad se haya dado a sí misma, sino los de la “religión”.
Joan LLopis Torres
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