Joan LLopis Torres
Sólo los que no piensan en ello pueden ignorar que al Mundo le hubiera ido mejor si desde el inicio de los tiempos lo hubiera gobernado la inteligencia de las mujeres, y los hombres hubieran utilizado su fuerza en otras cosas más que precisamente en subyugarlas, como estar por ejemplo todo el día cortando troncos. Pero por suerte todavía estamos a tiempo. Lamentablemente, los hombres, el mundo masculino, no quieren aceptar esta realidad, precisamente por su falta de inteligencia. Algunas mujeres, cuando hablo de ello, con razón, no me toman en serio, y creen que todo ello no es más que un imperdonable sarcasmo. No puedo criticarlas pues su susceptibilidad es muy comprensible. Pero ello no me intimida y persisto en esa obviedad que no debería ser discutida por nadie. Normalmente, en la práctica diaria, la mitad de la población del mundo está en desacuerdo con este hecho, la población masculina. La otra mitad, la inteligente, no es tenida en cuenta a menos que demuestre poder cortar el doble de troncos que un hombre en la mitad de tiempo. Entonces es posible que alcance un puesto secundario en el doble de tiempo, eso sí, tendrá que demostrar agradecimiento a su excepcional suerte y de vez en cuando hacerse la tonta, por ejemplo ocupándose también de las labores del hogar además de cumplir con su trabajo, lavar los platos, poner la lavadora y ocuparse de los niños, esto último sin excepción. También hay hombres más tontos de lo normal, los feministas. Esos que quieren que las mujeres participen en todos los ámbitos de poder y decisión con loable comprensión hacia ellas, ayudándolas. Ayudándolas, es comprensible, porque ellos saben cortar troncos y ellas no. Es doblemente tonto porque ésos son los únicos que no sabe que las inteligentes son ellas, y al pretender ayudarlas ponen de manifiesto algo inexistente, su supuesta inferioridad. En esa práctica, en la realidad cotidiana, ellas, para demostrar su agradecimiento y que no se pierda de vista quien sabe cortar troncos, cobraran menos por el mismo trabajo que hacen ellos mal, los hombres, los triunfadores de género. El término violencia de género se emplea equivocadamente para otros lamentables sucesos, y debería usarse conjuntamente, globalmente, incluyendo también este histórico proceso que empuja a las mujeres en vertical y hacia abajo sin ningún reparo, gravitatoriamente. ‘Más vale maña que fuerza’ es sólo válido entre hombres, si alguna mujer reivindica su inteligencia no será escuchada, no serán reconocidos sus argumentos, o sólo, política y socialmente, aparentemente para quedar bien. Una mujer presidirá un banco si ha heredado el banco de su padre, no nos engañemos, si no, no. Ni será reina si no hereda la corona de su padre, ni en la república será Presidenta de la República. Si alguna mujer consigue ser Presidenta de la República, tendrá que escuchar, ‘fijaros es una mujer y es Presidenta de la República’. Si es un hombre, nadie dirá ‘fijaros, es un hombre y es Presidente de la República’. Nadie lo dirá, porque se entiende que eso es lo normal, lo otro, que la presida una mujer, es lo excepcional y se hará valer políticamente como una muestra de lo avanzada que es la república, cuando al hacerlo lo que demuestran es lo contrario de lo que pretenden. Hasta que no gobiernen el mundo las mujeres todo irá mal y ellas serán excepcionales, lo malo es esa excepcionalidad, que no es otra cosa que ausencia de normalidad.
Ahora me he vuelto totalmente correcto y me dirijo y nombro a todo en femenino. No hago muestra de mis convicciones, de esas obviedades, con las mujeres, ellas no te creerán nunca. El otro día me dirigí a un señor como señora y se quedó muy extrañada. Yo hice como si nada y seguí con la conversación normalmente, como debe ser, pero la mujer ya no las tenía todas consigo. Le expliqué que en la actualidad esto era para algunos lo razonable en Europa, y seguí en esa coherente línea. Ahora cuando nos saludamos noto que me mira de una manera extraña. Yo vivo en Lagos, en África, aún en el antiguo año dos mil diecinueve, y todavía aquí van un poco atrasados de costumbres, no como en Europa que vivimos el maravilloso futuro de la Metro Goldwyn Mayer. La última vez que nos encontramos con esa señora, quise explicarle como se conjugaba el futuro perfecta, esa prospectiva, eso sí, sin ofenderla. Lo que sí pareció entender, fue cuando le dije, ¿sabe usted amiga mía los millones de mujeres de todo el mundo que estarán ahora contentas con razón justificada aunque el mal ya está hecho y es irreversible, o quizás no, quizá quede la última oportunidad si todo ello no fuera impensable? ¿No le parece a usted el resultado de la evolución muy loable? Después de pasear un rato muy agradablemente, entrelazando la conversación con prolongados silencios, intenté que se alegrara con las ventajas del optimismo -nos apartamos de un grupo de militares que parecían muy nerviosas y todo volvió a la calma, algunas mujeres vestían trajes tradicionales ignorando su maravilloso porvenir. Normalmente se confunde el punto de vista, el punto de mira, con la opinión que manifestamos. Confundimos nuestra ubicación que determina a nuestras opiniones, y confundimos la escopeta que tiene punto de mira, con lo que disparamos, nuestras convicciones, nuestros razonamientos, lo que manifestamos. Tampoco deberían hacerse comparaciones de los mismos hechos ni de los mismos fenómenos si no se dan en las mismas circunstancias ni en los mismos lugares. He visto infinidad de veces a europeos comparar Europa con África, siendo muy diversa. Un inmenso error que lleva a infinidad de errores. En muchos lugares de África, aquí literalmente, son ellas las que encima cortan los troncos. Si yo fuera una mujer saldría corriendo de los feministas como de la pobreza de la que tampoco se consigue salir. Inexplicablemente hay mujeres que se casan con hombres feministas y se pasan la vida haciéndose las tontas. Ellos frecuentemente lavan los platos y van a la compra. Las ayudan en todo lo que pueden, incluso, con lo que demuestra su total convencimiento, ayudan con los niños, los bañan y los llevan a la escuela. Luego alardean de ello, se sienten satisfechos de sí mismos, y ese presumir es lo que les traiciona. Si se conjuga a la inversa, veremos que no son ellas las que ayudan en casa ni presumen de ello, ellas sólo se quejan… es él quien generosamente colabora. Él se esfuerza incansablemente en rebajar a su esposa de la carga de trabajo, porque en el fondo, tiene asumido que el trabajo es… de ella. Él es un hombre estupendo… que ayuda. Otros hacen ‘su parte’ de los trabajos de la casa. “Lo hablamos antes de casarnos y lo acordamos”. Lo cierto es que él y ella acordaron que ‘él’ haría su parte de trabajo de la casa. No acordaron que ‘ella’ haría su parte de trabajo de la casa. El que acepta siempre es él, resultando una concesión que lo convierte en un hombre perfecto en el hogar. Pero la tonta, queda implícito y asumido, por como se ha llegado a ‘el acuerdo’, es ella. Ha sido rescatada de esa injusticia de la historia de la humanidad, por él. No al revés, él no ha sido rescatado por ella. ¿O acaso los sujetos de una injusticia no lo son tanto el que la comete como el que la sufre? Pues en su reparación no hay mérito ni para subsanarla hace falta ningún acuerdo. En toda sociedad matrimonial, por poco atento que se esté, se observará, cuando te invitan a una cena y llora el niño, que pueden ocurrir dos cosas, que ‘ella’ simplemente se levante y diga “disculpadme un momento” y vaya a ver si los niños tienen un mal sueño; o que sea ‘él’ quien diga “no te preocupes cariño, ya voy yo”. Lo hará con una sonrisa bondadosa y con una mirada a los invitados para comprobar si estos aprecian su calidad humana y lo mucho que ama a su esposa. Lo que significa “cariño, eso es cosa tuya, pero como yo soy un tipo estupendo, tú has trabajado todo el día en el despacho, que para eso sacaste las oposiciones que yo no sacaría ni que me dieran las respuestas con antelación, has ido a la peluquería, has ido a la compra y has preparado la cena después de bañar a los niños y acostarlos, para que veas, ahora que hay público, ya voy yo”. Aún en los matrimonios perfectos, se detecta siempre quien es el cortador de troncos. Este ejemplo hubiera podido ser más sutil, pero ese “ya voy yo”, ese ‘ya’, es el acto fallido gramatical que diferencia a quien concede el favor de quien lo recibe amorosamente. Las igbo, las hausa y las yoruba lucían sus típicos tocados- :“Yo creo que ya está usted preparada para pasear por cualquier calle de Europa como una europea -le dije- por la ciudad que prefiera ¡se lo aseguro!, no verá usted tanto atraso, ¿no le parece a usted interesante lo que le digo?”. –“Oh, sí, sí”, me contestó con alguna reserva, todavía con la natural resistencia a los cambios de mentalidad que exige el progreso. “De todas maneras, insistió –mostrando los últimos destellos de su extinta manera de pensar- , ¿no le parece a usted que exagera un poco?” -“Ah, bueno, quizá –acepté-, lo que ocurre es que yo en estos asuntos sólo pongo buena voluntad, ¡pero hay que ir por ahí, amiga mía!, ¡hay que ir por ahí!”.
Cuando en cualquier parte no se respetan los derechos fundamentales incluidos los de la mujer, totalmente, absolutamente, de ese lugar, sencillamente se puede decir que no respeta esos derechos.
Este amigo mío, esta amiga mía, con una paciencia infinita que yo agradezco en la misma medida, cree que Europa es el pasado y que el futuro se encuentra en cualquier otra parte, supongo que yo le sirvo de botón de muestra, muy comprensiblemente.
Joan.llopis.t@gmail.com
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