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Emilio Herrera Linares [1879-1967] por Arturo del Villar


Emilio Herrera Linares

Arturo del Villar | Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio

Emilio Herrera Linares (Granada, 13 de febrero de 1879 - Ginebra, 13 de septiembre de 1967) fue un ingeniero militar español, destacado como aviador y científico. Fue presidente del Gobierno de la II República Española en el exilio entre el 9 de mayo de 1960 y el 7 de marzo de 1962.

La vida del científico granadino estuvo unida al desarrollo de la aeronáutica, desde su profesión de ingeniero militar y también como piloto. En 1935 fue el inventor de la escafandra estratonáutica, un modelo de traje espacial presurizado que ha inspirado al que actualmente utilizan los astronautas en sus misiones.

Se cuenta como una hazaña que en 1914 cruzó en vuelo el estrecho de Gibraltar, en uno de aquellos aparatos primitivos, con otro piloto, José Ortiz Echagüe, quien será más conocido en la historia contemporánea como fabricante de automóviles y fotógrafo. El rey Alfonso XIII les concedió el nombramiento de caballeros gentilhombres de cámara con ejercicio. Sin embargo, ahora nos fijaremos en su actuación política, puesta en buena parte al servicio de la República Española.

Un hombre de honor

Parece que su implicación en la vida política se debió a las vicisitudes por las que pasó España durante el caótico reinado de Alfonso XIII. Lo que subrayan todos sus biógrafos es que fue un hombre de honor, fiel cumplidor de su palabra. Al haber aceptado ese título real, aunque fuera meramente simbólico, Herrera se sentía comprometido con la monarquía, pero al mismo tiempo comprendía que la decisión mayoritaria de los españoles, al votar por la conjunción republicano-socialista el 12 de abril de 1931, implicaba el deseo de un cambio total de régimen. Se le planteó un escrúpulo de conciencia, respecto a si podía prestar fidelidad a la República después de habérselo dado a la monarquía. Para resolverlo se trasladó a París, en donde comenzaba el dorado exilio millonario Alfonso de Borbón, para pedirle que le relevase del juramento de fidelidad que le había hecho.

Cuentan los biógrafos que el exrey se sorprendió al escuchar esa petición, que solamente Herrera le había planteado, y le felicitó por tener tan alto sentido del honor. Desde luego, se lo concedió, y de ese modo pudo prometer fidelidad al nuevo régimen y su nueva bandera, con tranquilidad de conciencia. El resto de su vida demostró que era un militar de palabra, y sirvió a la República con lealtad y fidelidad.

En consecuencia, se negó a participar en el golpe de Estado perpetrado por los militares monárquicos el 18 de julio de 1936, pese a las llamadas de sus antiguos compañeros, considerados ya por él como traidores, lo que efectivamente eran. En la guerra derivada del golpe tuvo una actuación decisiva en la actividad de la aviación popular. Ese mismo año fue ascendido a teniente coronel y designado jefe de los Servicios Técnicos y de Instrucción de las Fuerzas Aéreas Republicanas.

Sus hijos siguieron el ejemplo del padre, y se pusieron al servicio del Ejército leal. El segundo, que llevaba su mismo nombre, apodado Pikiki, sargento de aviación, murió en acción de guerra el 4 de setiembre de 1937, durante la batalla de Belchite, a los mandos de un caza Polikarpov I-15, uno de los excelentes aviones popularmente conocidos como Chatos, enviados por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas para ayudar a la República española abandonada por las naciones supuestamente democráticas, con la excepción de los Estados Unidos Mexicanos

Su primogénito, José, que añadió al apellido Herrera el sobrenombre de Petere con el que era conocido familiarmente, militante comunista, obtuvo en 1938 uno de los premios Nacionales de Literatura por su novela Acero de Madrid, editada por Nuestro Pueblo. El nombre de José Herrera Petere destaca en la historia de la literatura española comprometida con la causa popular, como poeta, novelista, dramaturgo y ensayista, un escritor que supo inculcar la ideología en la creación literaria.

Acción en el exilio

El 14 de agosto de 1938, Emilio Herrera fue ascendido a general, y en diciembre salió en España en misión oficial, para asistir a la toma de posesión del presidente electo de Chile, Pedro Aguirre Cerda, acontecimiento celebrado el día 24. La guerra librada en el suelo español conocía el avance de las tropas rebeldes auxiliadas por los nazis alemanes, fascistas italianos, viriatos portugueses y voluntarios de otros países, más las aportaciones económicas recaudadas por el supuesto Estado Vaticano en sus templos repartidos por todo el mundo. Ante esa situación, el general Herrera decidió quedarse en París con su esposa, fieles siempre a la República Española.

En la capital francesa se exiliaron de momento las instituciones republicanas, y después el presidente de la República, Diego Martínez Barrio. También el general Herrera con su mujer, alojados en un quinto piso muy modesto, en una casa sin ascensor, al que se ascendía por una complicada escalera de caracol. Mientras tanto, su hijo José trabajaba para organismos internacionales, en tanto continuaba su creación literaria. Se hallaba en casa de José, en Ginebra, cuando falleció el general Emilio Herrera el 13 de setiembre de 1967, a los 88 años.

Sus aportaciones a la aeronáutica fueron tan importantes que los derechos devengados por las patentes registradas le permitieron vivir dignamente, aunque con modestia, como lo requería su carácter. También eran justamente valoradas sus colaboraciones científicas en diversas revistas internacionales. El general nazi Von Faupel le ofreció un alto cargo en Berlín, relacionado con la aeronáutica, un campo en el que alcanzó notorios avances el Ejército del Reich, pero lo rechazó.

En cambio, tomó parte en cuantas iniciativas impulsaron los exiliados españoles en Francia. En 1944, colaboró en la fundación de la Unión de Intelectuales Españoles y de la Agrupación de Militares Republicanos Españoles, y, en 1946, creó la Revista de la Cultura Española, en la que colaboraron intelectuales exiliados, y él mismo lo hizo asiduamente.

La República en exilio

Las instituciones republicanas mantuvieron su actividad en el exilio, con muchas dificultades, en primer lugar la falta de dinero para poner marcha algún plan efectivo. Por el momento, continuaron sus funciones en París, después de consumada la derrota del Ejército Popular a causa del superior armamento nazifascista y el acuerdo de no intervención de los restantes países.

La Diputación Permanente de las Cortes se reunió en la capital de la República Francesa el 3 de marzo de 1939, cuando todavía se luchaba en los frentes de batalla, y su presidente, Diego Martínez Barrio, dio cuenta de la carta de dimisión que le había dirigido el presidente de la República, Manuel Azaña, el 27 de febrero. Constitucionalmente, le correspondía asumir de forma interina la Presidencia, lo que hizo a pesar de algunas discusiones acerca de su legalidad por no estar en España.

El jefe del Gobierno, el socialista Juan Negrín, compareció el 31 de marzo ante la Diputación Permanente, y pronunció un largo discurso en el que pasó revista a su actuación en los últimos meses. Tras muchas discusiones muy acaloradas, porque el desastre de la guerra no había enseñado nada a aquellos políticos, se aprobó que el doctor Negrín seguía siendo jefe del Gobierno, aunque el 1 de abril los militares rebeldes proclamaron su victoria total sobre el territorio español, poniendo fin a la guerra.

Aunque la República Francesa demostró a lo largo de la guerra su desdén por la República Española, dada la vecindad geográfica los republicanos que pudieron escapar de las represalias fascistas se refugiaron inicialmente en Francia, en donde fueron tratados como enemigos, lo que les obligó a buscar asilo en otros países más acogedores. En los Estados Unidos Mexicanos, abreviadamente conocidos como México, se reunió una élite intelectual muy notable, gracias a la benevolencia de su presidente, el general Lázaro Cárdenas del Río.

Sin embargo, las disensiones que enfrentaron a los partidos políticos en España se mantuvieron e incluso se agravaron en el exilio, una actitud suicida que parece incomprensible, pero que resulta congénita en los republicanos. Solamente estuvieron conformes en rechazar cualquier acuerdo con el Partido Comunista, absurdamente convertido en enemigo común, pese a que la Unión Soviética había mantenido una colaboración decisiva para el sostenimiento de la guerra. Uno de los motivos del enfrentamiento lo constituyó el dinero que debía administrarse en auxilio de los refugiados. No es cosa de entrar ahora en ese lamentable tema vergonzoso.

La República española en México

En el Distrito Federal se constituyó la Comisión Permanente de las Cortes, y celebró una primera reunión informal el 4 de setiembre de 1940. Más trascendencia tuvo la reunión del 10 de agosto de 1942, porque se aprobó un documento en el que se declaraba vigente la Constitución de 1931, se calificaba de ilegales a las presuntas Cortes convocadas en Madrid por el general rebelde convertido en dictadorísimo genocida, se confirmó la legitimidad de la propia Diputación Permanente, y se anunció que, en cuanto fuera posible, se convocaría una reunión de las Cortes legítimas.

No lo fue hasta el 10 de enero de 1945, cuando el presidente Manuel Ávila Camacho concedió transitoriamente la extraterritorialidad al Club France, para que allí se celebraran las sesiones. Asistieron 72 diputados y se adhirieron 49 más exiliados en otros países. Este reducido número, impuesto por las circunstancias, fue alegado por el Partido Socialista, para imponer una suspensión de las sesiones. El Congreso había estado compuesto en Madrid por 467 diputados, de los que 127 habían fallecido, y los demás estaban repartidos por el mundo. Es sabido que la República no eligió senadores.

La llegada del doctor Negrín a la capital mexicana reavivó la necesidad de solucionar la interinidad de las instituciones republicanas. Los partidos políticos representados en México lograron ponerse de acuerdo para solicitar al todavía presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, que las reuniera para prometer ante ellas su cargo como presidente de la Republica Española. Así se hizo en solemne sesión celebrada el 17 de agosto de 1945 en el Salón de Cabildos, cedido para la ocasión por el presidente Ávila Camacho, que, por licencia de extraterritorialidad, era territorio español.

Conforme es preceptivo, el doctor Negrín presentó la dimisión del Gobierno al presidente de la República, quien encargó a José Giral, viejo militante de Izquierda Republicana, la formación de un nuevo Ejecutivo, presentado ante las Cortes el 7 de setiembre. De esta manera, la República Española recuperaba su legitimidad, con la continuación de sus instituciones, aunque fuera en el exilio.

El Gobierno de Giral, integrado por representantes de los partidos Izquierda Republicana, Unión Republicana, Socialista, Esquerra, Acción Republicana Catalana y Nacionalista Vasco, más la Unión General de Trabajadores, y dos ministros sin partido, se mantuvo con dificultades hasta enero de 1947, en que los socialistas organizaron una crisis. Encargado de formar Gobierno Rodolfo Llopis, secretario general del Partido Socialista, repitió la fórmula anterior más un ministro comunista y otro cenetista, que duró del 9 de febrero al 6 de agosto de 1947, cuando los que se consideraban socialistas forzaron su dimisión. Le sucedió Álvaro de Albornoz, de Izquierda Republicana, quien presidió dos gobiernos sucesivos, del 28 de agosto de 1947 al 6 de diciembre de 1948, y del 16 de febrero de 1949 al 8 de julio de 1951.

La dispersión del Gobierno y su distanciamiento geográfico del presidente de la República dificultaban la toma de decisiones. A ello se añadía que la Hacienda republicana carecía de fondos para cubrir sus gastos.

El general Herrera, ministro

El presidente designó a Félix Gordón Ordás, de Unión Republicana, para que formase su Gobierno, constituido tras varias dificultades el 17 de noviembre de 1951, con personalidades republicanas y el general Emilio Herrera, sin partido, al frente de Asuntos Militares.

En un comunicado, el nuevo Gobierno de la República Española manifestó su intención de agrupar en una federación a todos los partidos y sindicatos republicanos en el exilio, sin duda una gran idea muy necesaria y muy utópica, que desde luego nunca se realizó. También se informaba sobre la anémica Hacienda de la República, y se hacía un llamamiento a quienes estaban implicados en asegurar la continuidad de las instituciones legítimas para que contribuyesen a su mantenimiento.

Así se inició la actividad política del general Herrera. Con el historial brevemente reseñado, se demuestra que no resultaba tarea fácil poner de acuerdo a los diversos grupos republicanos en el exilio, como se vio en las vicisitudes de los gobiernos anteriores, ni tampoco encontrar instituciones y personas que colaborasen a su financiación. Además, la dictadura fascista española se estaba consolidando internacionalmente, ya que el acuerdo de no intervención parecía continuar vigente para las naciones de regímenes democráticos. En cuanto a los Asuntos Militares, se dirigían más a realizar una campaña informativa dentro de España, clandestina, por supuesto, que al ya inexistente Ejército Popular, inviable en aquellas circunstancias.

El Gobierno tenía por delante dos tareas urgentes: seguir impidiendo que los organismos internacionales reconociesen a la dictadura fascista como representante de España, y volver a reunir a las Cortes legítimas. En el primer punto se envió un memorando a las Naciones Unidas, en el que se recordaba la ilegalidad de aquella España derivada de la guerra organizada por la rebelión de los militares monárquicos contra el sistema constitucional imperante, falto de todas las libertades comunes en una democracia. La reunión de las Cortes se pensó celebrarla en México, igual que en 1945, pero el entonces presidente, Miguel Alemán Valdés, no la autorizó.

Tampoco en el aspecto diplomático logró el Gobierno de Gordón Ordás ser escuchado en sus reivindicaciones como único legítimo de España. El 17 de noviembre de 1952, la dictadura española era admitida en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), pese a no reunir ninguna de las condiciones requeridas en sus estatutos, debido a la anulación total de las libertades desde 1939.

Más lógico era que el papa Pío XII, convicto fascista, enemigo declarado de la República Española y propagandista de la sublevación militar, autorizase la firma de un concordato entre su presunto Estado Vaticano y la España dictatorial, lo que se hizo el 28 de agosto de 1953. Asimismo, es comprensible que los Estados Unidos de América, presididos desde el 20 de enero de ese mismo año por el general Eisenhower, firmaran el 26 de setiembre un acuerdo de cooperación muy ventajoso para ellos, porque les permitía instalar en suelo español bases militares “en apoyo de la defensa de Occidente”, se dice cínicamente en su primer punto.

Avances de la dictadura

Semejantes éxitos parciales de la dictadura culminaron en 1955: en el mes de enero se concedió al régimen genocida español un puesto de observador permanente en las Naciones Unidas, y el 14 de diciembre fue admitido como miembro de pleno derecho. Todos los países votaron a favor, con las abstenciones de México y Bélgica.

No se puede considerar un fracaso del Gobierno republicano. En aquellos momentos se hallaba candente la llamada guerra fría, que enfrentaba al sistema comunista liderado por la Unión Soviética con el imperialismo colonialista encabezado por los Estados Unidos. La Unión Soviética había sido el más efectivo colaborador de la República Española durante la guerra, gracias al empeño personal de Stalin, pero la guerra llevaba 16 años perdida, Stalin dos años muerto, y el primer secretario del Comité Central del Partido Comunista era entonces su peor enemigo, Nikita Jruschov.

El 20 de enero de 1956 Gordón Ordás hizo una pequeña remodelación del Gobierno, en el que continuó el general Emilio Herrera al frente de Asuntos Militares.

Una gran sorpresa causó a los republicanos el testamento del doctor Juan Negrín, fallecido en París el 14 de noviembre de 1956. Dispuso que todos sus documentos políticos fuesen entregados a la dictadura fascista, incluidos los justificantes de las reservas de oro del Banco de España llevadas a la Unión Soviética durante la guerra, como pago del armamento recibido, del adiestramiento de los pilotos españoles en academias militares soviéticas, del asesoramiento de militares soviéticos en España, y de la atención de los niños acogidos en hogares soviéticos para evitarles los riesgos de la guerra. La dictadura los utilizó en su beneficio, y el Gobierno legítimo publicó una detallada información aclaratoria.

Gordón Ordás realizó viajes propagandísticos para mantener viva la atención sobre la República exiliada, y para recaudar fondos que permitieran su continuidad. Aunque solía ser bien recibido, no conseguía nada en la práctica. Por ello, desalentado y en su opinión desatendido por el presidente Martínez Barrio, le presentó la dimisión el 18 de abril de 1960.

El Gobierno del general Herrera

Una vez mantenidas las pertinentes consultas a los partidos, el presidente encargó al general Emilio Herrera, un militar sin partido, de 81 años, la formación del nuevo Gobierno constitucional. Quedó parcialmente formado el 9 de mayo, reservándose Herrera los ministerios de Asuntos Militares y de Hacienda. Le acompañaban de momento Julio Just como vicepresidente y ministro de Emigración e Interior, y Fernando Valera como secretario del Consejo y ministro de Estado y de Relaciones Internacionales. El 1 de julio se hizo cargo Antonio Alonso Baños de la cartera de Justicia, y el 1 de setiembre se posesionó Mariano García de la relativa a Información. Además se acordaron los nombramientos de delegados en Caracas, La Habana, Londres, Washington, Roma y Bruselas.

En principio fue muy importante el acuerdo firmado el 10 de febrero de 1961 por el presidente Herrera con el general de las Fuerzas Aéreas portuguesas Humberto Delgado, jefe del Movimiento Nacional Independiente, en representación de la oposición democrática a la dictadura en su país. Dividido en seis puntos, sentaba las bases para constituir “rápidamente un Consejo Supremo Lusoespañol destinado a impulsar, coordinar y auxiliar los Movimientos de la Resistencia democrática a las dictaduras existentes en la península ibérica”. Las acciones se hallaban muy bien estudiadas, pero los dos dictadores murieron de viejos.

Sin embargo, las fuerzas opositoras intentaban combatir democráticamente al régimen fascista. Así, los días 16, 17 y 18 de junio de 1960 se constituyó en París Acción Republicana Democrática Española (ARDE), presidida por José Maldonado, con muy buenos propósitos. El 27 de junio de 1961 se publicó en Madrid clandestinamente el manifiesto de la Unión de Fuerzas Democráticas, con los mismos ideales. Lo malo del caso era que resultaba imposible derribar la dictadura militar con métodos democráticos, puesto que la dictadura no los respeta.

El 1 de enero de 1962 falleció repentinamente el presidente de la República, Diego Martínez Barrio, en su casa de París. El Gobierno siguió en funciones, en espera de que se pusiera en práctica aproximadamente, dadas las extrañas circunstancias, lo dispuesto en la Constitución de 1931. Le sucedió el vicepresidente de las Cortes, el socialista Luis Jiménez de Asúa, profesor en la Universidad de Buenos Aires, que no pensaba abandonar su trabajo. El Gobierno del general Herrera cesó de inmediato, aunque continuó en funciones hasta que se formase otro.

Apoyo del Movimiento Europeo

El nuevo presidente de la República se lo encargó a su colega y compañero Claudio Sánchez–Albornoz, que lo constituyó el 8 de marzo, con los nombres habituales más el de José Maldonado, pero sin la cartera de Asuntos Militares, y en consecuencia sin la presencia de Herrera. Como todo era anómalo en aquella situación única, el presidente de la República y el jefe del Gobierno residían en Buenos Aires, y los ministros en París, con lo que resultaba imposible celebrar las reuniones pertinentes del Consejo.

La oposición a la dictadura tuvo un éxito internacional resaltable, al participar los días 7 y 8 de junio de 1962 en el IV Congreso del Movimiento Europeo, celebrado en Munich bajo la presidencia de Maurice Faure. Participaron 118 políticos españoles, 38 del exilio y 80 del interior. Como era de esperar, tratándose de republicanos españoles, hubo posturas enfrentadas en los debates: los delegados del interior, capitaneados por Gil Robles, pretendían restaurar la monarquía en España, para después celebrar elecciones, pero los exiliados, con Salvador de Madariaga al frente, querían lo primero el referéndum. Se consensuó un acuerdo de cinco puntos muy generales, sobre la necesidad de democratizar a la dictadura.

El diario falangista Arriba calificó a la reunión de “contubernio de Munich”, y los restantes medios de comunicación repitieron el calificativo. La dictadura suspendió por dos años el derecho de libre residencia, y deportó a las islas Canarias a los asistentes del interior, ocasión aprovechada por algunos para exiliarse. Además, el 10 de julio el dictadorísimo cesó a siete ministros. Por su parte, el Gobierno republicano declaró acoger “con emoción los acuerdos”.

Al mismo tiempo se estaba produciendo el cambio de la aeronáutica en astronáutica. Los estudios científicos realizados por el ingeniero Emilio Herrera, sus diseños de aparatos y de utensilios varios ayudaron a su desarrollo. El modelo de traje espacial diseñado por él es un precedente del vestido por el coronel soviético Yuri Gagarin aquel histórico 12 de abril de 1961, cuando a bordo de la nave Vostok 1 se convirtió en el primer ser humano en surcar el espacio. La palabra pronunciada al ordenar el despegue de la aeronave, ¡Poyejali!, en castellano “¡Vámonos!”, se ha internacionalizado para señalar el comienzo de una gran aventura.

Por tanto, el general Herrera pudo comprobar que sus estudios científicos y sus diseños eran acertados, y que no fue un escritor de relatos de ciencia ficción. Lo que no pudo alcanzar a ver es el final de la dictadura fascista en su patria. Parecía que la sucesión de huelgas en muchos lugares de España a partir sobre todo de 1962, con la terrible represión policial, desgastaba al régimen, pero no le hizo ni tambalearse. Falleció en Ginebra, como queda escrito, en casa de su hijo José Herrera Petere, el 13 de setiembre de 1967, a los 88 años.

Redactó sus memorias, aunque no las publicó. La primera edición fue impresa en 1984 en Alburquerque (Nuevo México), por cuenta de la University of New Mexico Press, traducidas por Elizabeth Ladd, edición de Thomas F. Glick, con el título Flying: The Memoirs of a Spanish Aeronaut; tiene 231 páginas. La Universidad Autónoma de Madrid las ha publicado en 1988 con el título de Memorias, en edición de Thomas F. Glick y José M. Sánchez Ron.

Arturo del Villar, escritor, poeta, editor y periodista. Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio. Es autor de varios libros como 'Manuel Azaña, símbolo del ideal republicano', '50 cartas republicanas e inéditas a El País', 'Escritos republicanos', '¡Viva la III República!', 'Manuel Azaña en Galicia', '¡Qué borbonidad!', 'Azaña y la resolución del Quijote', 'Recetario Molotov', 'Crónica de la Boboncracia', 'Juan Ramón Jiménez, poeta republicano', 'El federalismo humanista de Pi y Margall', 'Maruja Malló, pintora del pueblo, testigo de lo que hicieron en Galicia', 'Picasso, un obrero pintor para la República', 'Los poetas del 27 y la República' y 'Mueran las cadenas', entre otros.


Emilio Herrera




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