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La República en la encrucijada, por Fernando Fernández

Fernando Fernández

Fernando Fernández Rodríguez | ALTER

La República,  ese viejo traje que algunos tildan de anticuado, esa pócima que para algunos y algunas nada soluciona, o esa realidad que para los sectores reaccionarios invoca el enfrentamiento, no es inusual que se cuele con cierta frecuencia en el debate nacional. Y aun así,  todavía no se ha respondido en el imaginario colectivo, con contundencia, a las grandes cuestiones: quiénes son republicanos y cuál es la república que queremos.

Si por un momento pensáramos en la República como movimiento reivindicativo colectivo, podría parecer que goza de buena salud dada la proliferación en redes de un gran número de colectivos, plataformas, asociaciones, ateneos y más realidades que inspiran a un objetivo republicano en cuanto en tanto que reivindican cambio en la forma de gobierno del Estado monárquico actual. Parecería que existe por tanto una imponente armada republicana- no tan grande como se quisiera, eso sí-  presta a zarpar, banderas de combate arriadas al viento, a una empresa épica y universal. Una armada que exhibe con orgullo sus colores y reivindicaciones y que, de actuar unida, en un mismo sentido y plan de combate, pudiera ser un temible adversario.

Pero el principal problema está precisamente ahí, en la unidad, y por otro lado en el acuerdo en los objetivos y en el momento lo cual no deja de ser asunto baladí. La armada, orgullosa de su porte, no es capaz de salir de la bocana del puerto, se recrea y conforta en sus propios planteamientos como si de ellos mismos se desprendiese la realidad del triunfo o, en otros caos, fía su suerte a que las propias debilidades de la flota monárquica acaben por hacer ruina en sus barcos, llevándolos- por azar del destino trágico- a zozobrar.

Quienes así piensan eluden su responsabilidad histórica como republicanos y por tanto su deber. Pretender que la república quede en el recuerdo, siempre necesario, del memorialismo y no dar un paso hacia el objetivo final es no dignificar la memoria y el propio recuerdo de los que en su día la defendieron. Desenterrar sus huesos profanados por los cobardes asesinatos para darles el entierro merecido y recuperar su recuerdo como personas es rescatar su dignidad y los ideales  por los que lucharon. Por ello, la mejor honra a su memoria es demostrar, con nuestra acción, que esos valores aún son válidos. No podrán ser destruidos ni por el odio ni por las balas.

Es por ello que debemos sentenciar hoy más que nunca que la República debe ser memorialista, como tributo necesario a la dignidad humana pero que, a la vez, el memorialismo deber ser más que nunca republicano, debe servir para la acción, como conciencia que mueva al objetivo común. Ese memorialismo no puede secuestrarse desde planteamientos tácticos por parte de los que limitan su compromiso republicano a la mera participación social. Lo social debe provocar el movimiento político necesario, y quien milita en el memorialismo es reclamado a su vez para militar en la ofensiva de la República, sin excusas y sin apriorismos electorales.

En la misma realidad de esta flota   proliferan las plataformas, colectivos y ateneos que intentan mantener la llama republicana y que siembran y abonan terrenos profanos, haciendo en muchos casos una gran labor pedagógica en la formación de conciencias y ciudadanos y ciudadanas republicanos. Nada hay que negar a esto. Son importantes espacios de debate social y político y como tales, las personas que dedican altruistamente su tiempo a su organización y funcionamiento son bastiones importantes en la lucha republicana. Ahora bien, a la par adquieren un compromiso ineludible: el de no ser tutelados por intereses ajenos, el de que en su ser y objetivo último sólo cabe la acción republicana, el paso decisivo hacia la vía política. Y a la vez, deben promover en sus foros y ambientes la necesaria claridad para cerrar filas en torno a programas verdaderamente republicanos. Y digo verdaderamente republicanos porque esta es la clave de nuestra empresa.

La experiencia demostrada en la última década evidencia que hoy más que nunca necesitamos la vía política a la República. Cualquier proceso electoral debe convertirse en una oportunidad para que la representación republicana llegue a los ayuntamientos y a los parlamentos en un plebiscito permanente.

Y aquí, en esta ardua tarea, hay héroes  eso es cierto. Pero también villanos. Hay lealtades, pero también traiciones y en consecuencia habrá que distinguir con absoluta claridad, con la meridiana lucidez de un buen entendimiento, quienes son los partidos republicanos. La respuesta es contundente: sólo aquellos que lleven como primer objetivo de su programa político la consecución de la República. Y de haber varios, el acuerdo republicano de unión fraternal debe invitarles a establecer un verdadero Frente popular, término que aterroriza a las propias “izquierdas” monárquicas tan debilitadas ideológicamente.

No cabe otra. Quién piense que ahora el debate prioritario es frenar a la ultraderecha y posponer la República una vez más se engaña o, ilusamente,  se deja engañar. La República no puede depender de las estrategias electorales, del “ahora no toca” o de los que sibilinamente confunden señalando sus valores republicanos, pero aceptando en su programa y acción política un programa monárquico. Quien así actúa no sólo traiciona a la República sino que se traiciona a si mismo, porque no hace de tan bello ideal la principal causa de su acción como ciudadano y ciudadana. Claudica en sus propios principios y a la vez los desvirtúa en la medida que los convierte en contingentes cuando debieran ser necesarios. 

Sumados a esta  vía política, nuestra fuerza. cual ariete, deberá representarse en una fuerza política republicana y necesaria que cree un espacio electoral diferenciado y que promueva como primer objetivo el fin del nuevo turnismo monárquico. Pero esa República que demanda este envite, no será una república blanqueada que olvide su memoria y que desconecte de su pasado histórico y de su lucha. No será una monarquía sin corona. Tal traición sería dramático finiquito para naves que buscan la inmortalidad en Troya. 

A la vez, y como aviso a los navegantes que se enrolan en esta empresa, una vez afianzada la propuesta electoral republicana, no hay subterfugio para que ningún barco de esta armada se ponga a su servicio. No habrá entonces excusas para que las puertas de las asociaciones, ateneos, colectivos y plataformas se abran de par en par a aquellos que en la primera línea de su programa, en el primer párrafo de su documento, en la génesis de su historia, escriban la palabra República. 

Esta empresa no es para pusilánimes ni para timoratos. No busca el ego personal sino el bien común. No luchas por las migajas, sino por el puesto en la mesa. No busca maquillar el sistema sino hacerlo estallar haciendo cuña en sus contradicciones. No claudica ni hace concesiones, de ellas hemos recogido sólo sufrimientos. 

Esta es la República en la encrucijada. El que de corazón, por creencia o fuerte convicción es llamado a estas filas será hermano fraternal en la lucha común. Amigos y amigas, el que quiera ayudar a la República que la sirva, aquí y ahora.   

Fernando Fernández Rodríguez

Secretario general de Alternativa Republicana


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