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Estanislao Figueras y Moragas [1819-1882]

Estanislao-Figueras


Estanislao Figueras y Moragas. Distinguido jurisconsulto y político español contemporáneo que, nació en Barcelona el 13 de noviembre de 1819 y murió en Madrid el 11 de noviembre de 1882. Fue el primer presidente de la Primera República Española.

Trazar toda la historia política toda de este hombre público -una de las celebridades de nuestro país, jurisconsulto eminente, orador distinguido, político hábil e inteligente-, sería lo mismo que escribir la historia del partido republicano español, al cual ha pertenecido desde su formación, siguiendo todas sus vicisitudes y poniendo al servicio de esta causa sus notables cualidades y su gran prestigio.

Nació Estanislao Figueras en Barcelona el 13 de Noviembre de 1819. Después de haber cursado humanidades en la escuela Pía de aquella ciudad, donde estuvo de interno cinco años; pasó a estudiar filosofía a Cervera y luego a Tarragona. Estudió leyes en las universidades de Barcelona y Valencia, terminando su carrera de abogado en 1841, si bien no se revalidó hasta 1844.

Siendo aún estudiante, figuró ya en política, mostrando un ardor extraordinario en la defensa de les principios liberales, y afiliándose desde 1837 en las filas del partido progresista, que representaba á la sazón las aspiraciones más radicales de la juventud. En 1840 se afilió en el partido republicano, habiendo sido uno de los primeros que abrazaron esta idea en España. Después de los sucesos de 1842, que produjeron el bombardeo de Barcelona, disintió del partido republicano en la apreciación de aquel acontecimiento. Entró por entonces á formar parto de la redacción de El Constitucional, con Pedro Mata y Antonio Ribot.

Cuando tuvo lugar la famosa coalición que arrojó del poder al general Espartero, en nombre de los principios liberales, se opuso con toda su energía a aquel alzamiento, cuyas funestas consecuencias predijo.

Después de la caída del Regente y del advenimiento al poder del partido moderado, se retiró al pueblo donde vivía su madre (Tivisa, provincia de Tarragona), continuando sus relaciones con los republicanos, que le nombraron su comisionado en Madrid en 1848 para organizar el movimiento intentado por el partido liberal en aquella época.

Habiendo fracasado la revolución por dos veces intentada y las dos vencida, pasó Figueras a Tarragona, donde se estableció de abogado en 1849. Fue elegido la primera vez diputado en 1851, por el primer distrito de Barcelona. En aquellas Cortes formó un núcleo republicano con Orense, Lozano y Jaén, el núcleo republicano, pequeño, por su número, pero grande por el entusiasmo y tenacidad que mostraba en los combates parlamentarios.

En 1854 fue nombrado individuo do la Junta revolucionaria de Tarragona y diputado a Cortes por la misma provincia. Entonces hizo el partido republicano una de sus más brillantes campañas, demostrando su forma de gobierno y defendiendo con maravilloso tesón las nuevas doctrinas. De la gloria de aquella campaña correspondió no pequeña parte al hombre insigne de estos apuntes, quien, con su fácil palabra, su inflexible dialéctica y su profundo conocimiento de los usos y costumbres parlamentarias, ganó notable fama de entusiasta tribuno, siendo uno de los 21 diputados que el 30 de noviembre de 1854 votaron contra la monarquía

Desde entonces residió en Madrid ejerciendo la profesión de abogado, en la cual fue adquiriendo fama envidiable, siendo uno de los jurisconsultos más bien reputados de Madrid.

En 1862 volvió á ser elegido Diputado por el primer distrito de Barcelona, y combatió al lado de su amigo, y entonces correligionario, D. Nicolás María Rivero, las administraciones de la unión liberal.

Acordado el retraimiento de los dos partidos progresista y democrático, y habiendo fracasado el movimiento del 3 de enero de 1866, Figueras se apartó un tanto de la política activa, aunque sostuvo siempre relaciones con los hombres más importantes de su partido, y no dejó de trabajar, si bien indirectamente, por el triunfo de la segunda tentativa revolucionaria, verificada en junio de aquel año.

Después de aquella malograda insurrección, cuyas consecuencias fueron tan funestas para el partido liberal, se lanzó resueltamente en los trabajos de conspiración que, de acuerdo con los principales emigrados, seguían algunos en Madrid.

Como resultado de aquellas luchas políticas fue preso y conducido a la cárcel del Saladero, por orden de Narváez, en 12 de mayo de 1867, en compañía de Nicolás Rivero. Allí permaneció dos días, al cabo de los cuales, un comisario de policía y dos guardias civiles le condujeron a Pamplona. Desde allí, fue desterrado a Avis; hasta que vencida la sublevación de Aragón y Cataluña, se le levantó el destierro.

Al triunfar la Revolución de 1868 y producirse el destronamiento de Isabel II, se consagró a luchar por la instauración de la República. Triunfante el movimiento revolucionario, fue nombrado individuo de la Junta revolucionaria, alcalde popular del distrito del Congreso, y en las elecciones municipales concejal del distrito del Hospital. En noviembre de 1868 fundó y dirigió el periódico La Igualdad, que llegó a ser el principal diario republicano y desde cuyas páginas mantuvo apasionadas campañas a favor de la República federal. En las elecciones para las Constituyentes, Barcelona, Tortosa, Vich y Madrid le presentaron candidato, siendo elegido en los dos primeros puntos y tomando en tal concepto el asiento en aquellas Cortes, unas de las más ilustres que se han reunido en nuestra patria, por el número y elocuencia de sus oradores, por la elevación de miras y la majestad y mesura de formas con las que trataron las más arduas y transcendentales cuestiones políticas y sociales.

Desde aquel punto, se acrecentó de una manera extraordinaria la importancia de don Estanislao Figueras. El cambio político de don Nicolás María Rivero, que acababa de pasarse al campo de la monarquía, dejó vacante la jefatura del partido republicano, la cual pasó, si no personalmente a nuestro biografiado, a compartirse entre él, don Emilio Castelar y don Francisco Pi y Margall.

La numerosa y brillante minoría republicana en las Cortes de 1869 no tuvo otro jefe que Figueras. Su práctica parlamentaria, su habilidad admirable para sacar partido de los más insignificantes detalles de las sesiones y las inspiraciones del momento, que tenía siempre a mano para desconcertar a sus adversarios, le hicieron uno de los más temidos adalides de la Cámara. Larga tarea sería la nuestra, si hubiéramos de recordar aquí las ocasiones en que, tanto en las Cortes Constituyentes como en las demás del periodo de la revolución, Figueras supo hacer con unas cuentas frases que apareciera fraccionada y revuelta la mayoría, o evitar con una oportuna cita un conflicto parlamentario, o una derrota de su partido.

Pero no siempre era la argucia el arma favorita del diputado catalán. A veces se dejaba arrastrar por la pasión, y entonces se escapaban de sus labios frases vehementísimas, impetuosos periodos, verdaderos arranques de alta y noble elocuencia, que conmovía al parlamento.

En febrero de 1873, tras la abdicación de Amadeo I, fue elegido primer presidente del Poder Ejecutivo de la República por la Asamblea Nacional. En aquellas sesiones, Figueras trabajó con habilidad y entusiasmo para que aquella transformación del organismo del Estado, fuese lo más legal y pacífica posible. Puesto por la Asamblea a la cabeza del primer Ministerio de la República, conservó aquel alto cargo al resolverse la crisis de marzo; y, cuando reunidas en junio las Cortes constituyentes federales, aquel Ministerio resignó el mando en manos de la Asamblea soberana, a Figueras le fue encomendada nuevamente la presidencia del Poder Ejecutivo.

En su corto mandato tuvo que afrontar numerosos problemas en lo económico, social y político que se habían enraizado durante los reinados de Isabel II y Amadeo de Saboya. El 7 de junio, cuando se votó casi por unanimidad -sólo dos votos en contra- la República federal, Figueras resignó sus poderes en manos de las Cortes que deberían nombrar un nuevo gabinete, como Figueras no deseaba ser un obstáculo para él ni para nadie y tomó la decisión de abandonar el país. Unos meses más tarde regresó para defender como diputado su ideal republicano: el federalismo. Resultando vanos sus intentos de última hora por unir las diversas tendencias republicanas.

La vigencia de la Primera República se prolongaría durante once meses hasta el golpe de Estado del general Manuel Pavía el 3 de enero de 1874. La caída de la República le hizo entrar por bastante tiempo en la oscuridad de la vida privada. Su primera esposa había muerto, cuando era jefe del Estado; y su segundo enlace, del cual dejó dos niños, unido a los cuidados de su bufete, parecían absorber su atención por completo.

Sin embargo, cuando el decaído espíritu de la democracia volvió a reanimarse, cuando se pensó en una reorganización de los dispersos elementos, Figueras hizo aun esfuerzos en pro de la Unión Republicana: «No desmayéis, -decía el eminente republicano-; la coalición que deseáis es una necesidad apremiante para nuestros intereses políticos; contad conmigo en cuanto valgo y en cuanto pueda para conseguir tan convenientes fines». Este era su pensamiento político, cuando una aguda enfermedad pulmonar le arrebató la vida a las tres de la madrugada del día 11 de noviembre de 1882.

La manifestación de afecto público que se le tributó al conducir sus restos queridos a la última morada, fue una prueba sobrada de que, si en su vida se encuentran errores, la democracia no olvidó nunca sus inmensos servicios, al mismo tiempo que la patria saludó en su memoria la de uno de nuestros grandes jurisconsultos y oradores parlamentarios. Sobre su féretro fue colocada una corona de flores con caídas tricolores con el lema «Nicolás Salmerón a Don Estanislao Figueras». Sus restos fueron enterrados en el Cementerio Civil del Este en Madrid, en un mausoleo erigido por suscripción popular.

Honrado hasta el heroísmo, falleció absolutamente en la pobreza, dejando en la mayor miseria a su viuda doña Matilde López y a sus dos hijos de ocho y siete años. Vivió en los últimos años, como antes, del fruto de su trabajo, sin haber siquiera pensado en reclamar la cesantía, que como ministro le correspondiera.

La elocuencia de nuestro personaje tiene un doble carácter, en que no le aventajaba ningún tribuno: la erudición jurídica y la réplica. Y aquí acaba para nuestros ilustrados lectores una biografía, que no acabará nunca para nosotros, puesto que se escribe día y noche en nuestros corazones. Estanislao Figueras, no solo fue una gloria del partido republicano, más también fue una gloria nacional.

Roque Barcia

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