Finalizada su etapa en el seminario, a los diecisiete años accedió a la Universidad de Barcelona, donde cursó Filosofía, y posteriormente se graduó en Derecho a los veinticuatro. Su formación fue excepcionalmente amplia: además del Derecho, dominaba materias tan diversas como la lógica, la astronomía, la filosofía, la física y las matemáticas. A esta base intelectual se sumaban sus conocimientos lingüísticos: dominaba el latín y el griego, y leía directamente en francés, inglés, italiano, y más adelante también en alemán. Para costear sus estudios y ayudar a su familia, daba clases particulares durante su juventud.
Ya en su adolescencia comenzó a escribir poesía y teatro. En 1841, con solo 17 años, publicó su primera obra impresa: el primer tomo —el único que llegó a editarse— de La España Pintoresca, centrado en Cataluña. Durante esa década turbulenta, también fue testigo directo de las revueltas que sacudieron Barcelona entre 1842 y 1843, momentos en los que la ciudad sufrió fuertes bombardeos desde Montjuïc y una dura represión posterior.
En 1847 se trasladó a Madrid, movido por el deseo de desarrollarse en el ámbito cultural y artístico. Comenzó colaborando en el periódico El Renacimiento, de temática artística, y más adelante se incorporó al diario político El Correo, donde se encargó de la crítica teatral. Este trabajo le otorgó cierta notoriedad en los círculos literarios madrileños, aunque la publicación cerró poco después, aparentemente por un artículo político firmado por Pi, en un contexto dominado por el autoritarismo de Narváez.
Tras este revés, logró empleo en la sede madrileña de una entidad financiera catalana. Allí profundizó en el funcionamiento del sistema económico y bursátil, campos en los que acabaría destacando. Su honestidad en este puesto fue una de las cualidades más destacadas por quienes lo conocieron. Posteriormente, se le propuso retomar la obra Recuerdos y Bellezas de España, que había quedado incompleta tras la muerte de Pablo Piferrer. Pi finalizó el segundo tomo dedicado a Cataluña y, entre 1849 y 1851, recorrió Andalucía para documentar su patrimonio artístico, trabajo que dio lugar a volúmenes sobre Granada y Sevilla.
Su interés por la política le llevó, en 1849, a ingresar en el Partido Democrático, recientemente creado por una escisión del progresismo esparterista. En él coincidieron republicanos, radicales y socialistas utópicos. Pi se unió a figuras como Nicolás María Rivero, José María Orense, Fernando Garrido, Sixto Cámara y Ordax Avecilla, entre otros, con quienes compartía la lucha por una España más justa y democrática.
En 1851, Francisco Pi y Margall publicó Historia de la Pintura, obra ambiciosa que le causaría serios problemas. En su análisis del arte medieval, incluyó reflexiones críticas sobre el cristianismo y la religión en general. Esto desató una fuerte reacción por parte de los sectores eclesiásticos, especialmente porque el libro, editado con gran lujo, había sido promovido entre las clases altas, incluyendo al alto clero. Las críticas no tardaron en llegar, y la presión fue tan intensa que el gobierno de Bravo Murillo ordenó la retirada del tomo, pese a que ya se había distribuido parte de la edición. Afortunadamente para Pi y el editor, una denuncia judicial no prosperó por motivos de forma. Aun así, Pi y Margall se vio obligado a abandonar su participación en la colección Recuerdos y Bellezas de España y a suspender la publicación del material que tenía preparado. A partir de entonces, tuvo que firmar sus colaboraciones en la prensa bajo seudónimo.
Ese mismo año, publicó Estudios sobre la Edad Media, obra que también fue vetada por la jerarquía católica, lo que confirmó su enfrentamiento con los sectores más conservadores. En paralelo, comenzó a colaborar en la Enciclopedia de Legislación y Jurisprudencia, aportando artículos especializados. Además, escribió el prólogo a la obra de Juan P. de Mairena para la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra. En 1852 emprendió la redacción de una obra teórica sobre economía titulada ¿Qué es la economía política? ¿Qué debe ser?, pero el proyecto fue interrumpido cuando la primera entrega fue requisada por orden del fiscal.
En el contexto revolucionario de 1854, Pi y Margall se había convertido ya en uno de los referentes más activos del sector democrático más avanzado, alineado con figuras como Sixto Cámara y Fernando Garrido, en oposición al ala moderada representada por Orense y Rivero. Durante los levantamientos de ese año, que reflejaban las tensiones internas del régimen isabelino, Pi participó activamente en la organización popular en las calles de Madrid. Publicó un panfleto titulado El eco de la Revolución, donde reclamaba el armamento del pueblo, elecciones a Cortes Constituyentes mediante sufragio universal y la proclamación de libertades fundamentales como la de prensa, conciencia, enseñanza, reunión y asociación. Por su activismo, fue arrestado y pasó un tiempo en prisión.
Durante el Bienio Progresista, Pi fue propuesto como candidato a las Cortes por su ciudad natal, pero no logró ser elegido. En la segunda vuelta de los comicios de 1854 fue derrotado por el general Prim, quien contaba con el respaldo del Partido Progresista.
En 1855 publicó la que sería una de sus obras más influyentes, La reacción y la revolución. Sólo pudo ver la luz el primer volumen; el segundo, centrado en el papel de la religión, fue bloqueado por la censura, al exigir la fiscalía su revisión por parte de autoridades eclesiásticas. Pi se negó a someterse a esa imposición, por lo que la obra quedó incompleta. Ese mismo año lanzó la revista La Razón, de carácter político y literario, en la que colaboraron importantes intelectuales, entre ellos un joven Canalejas. Sin embargo, el golpe militar de O'Donnell en 1856 forzó el cierre de la revista y el exilio temporal de Pi a Vergara, localidad natal de su esposa, Petra Arsuaga.
Antes de su retirada a Vergara, Pi había comenzado a impartir clases informales de política y economía en una modesta sala de la calle Desengaño, en Madrid. Estas charlas atrajeron a estudiantes, obreros y pensadores, hasta tal punto que el lugar quedó pequeño ante la afluencia. Fue allí donde comenzó a gestarse el núcleo inicial del republicanismo moderno en España, aunque las autoridades pronto prohibieron estos encuentros.
Durante su estancia de casi un año en Vergara, alejado de la vida pública, Pi y Margall mantuvo su actividad intelectual enviando artículos al periódico El Museo Universal, aunque, debido al clima de censura, todos fueron firmados con seudónimo.
En julio de 1857, Rivero lo llamó desde Madrid. Pi regresó entonces a la capital, donde comenzó a colaborar como redactor en La Discusión. Desde sus columnas, impulsó debates intensos que no solo ampliaron su proyección pública, sino que también ejercieron una influencia considerable sobre la evolución del Partido Democrático. La postura crítica del periódico lo convirtió en blanco de una intensa represión por parte del poder establecido. El marcado radicalismo de Pi, unido a su firme respaldo a los derechos de los trabajadores y a sus nacientes organizaciones de defensa, lo llevó a enfrentarse con figuras relevantes de su propia formación, especialmente con el sector más moderado, conocido como el ala individualista. Estas tensiones lo llevaron finalmente a dejar la redacción de La Discusión, aunque continuó escribiendo en otros medios como La América y la Revue des deux mondes, al tiempo que difundía sus ideas a través de conferencias en centros culturales y círculos sociales.
Durante ese tiempo, aprovechó para doctorarse, abrir su propio despacho jurídico y ejercer la abogacía en Madrid. Su implicación profesional fue tal que su bufete pronto ganó prestigio, atrayendo una clientela que le garantizó estabilidad económica.
En 1864 regresó a La Discusión, esta vez como director. Desde ese cargo, intervino directamente en un nuevo debate que dividía al Partido Democrático: la posible compatibilidad entre los principios democráticos y las ideas socialistas. Mientras que José María Orense rechazaba considerar demócratas a los socialistas, Pi impulsó lo que se conocería como la "Declaración de los Treinta", un manifiesto firmado por treinta dirigentes del partido en el que se defendía que todo aquel que apoyara las libertades individuales, el sufragio universal y los principios esenciales del programa democrático debía ser reconocido como demócrata, sin importar sus opiniones filosóficas, sociales o económicas. Medio año después, Pi dejó la dirección del periódico.
En 1866, ya con unos cuarenta y dos años, Pi y Margall se vio obligado a exiliarse por causas políticas. Los reiterados intentos de insurrección promovidos por Prim, destinados a forzar a Isabel II a incorporar a los progresistas en el gobierno, terminaron en el fallido levantamiento del cuartel de San Gil y el fusilamiento de numerosos sargentos. Narváez, al frente del Ejecutivo, emprendió una represión sistemática. Muchos demócratas y progresistas huyeron a Francia para evitar represalias. La noche del 2 de agosto, la policía irrumpió en la vivienda de Pi y Margall. Por fortuna, fue advertido con antelación y logró escapar antes de ser arrestado. Se mantuvo oculto durante varios días hasta que pudo cruzar la frontera y refugiarse en París.
En París, ciudad que acogió a la mayoría de los exiliados españoles tras la represión de 1866, Francisco Pi y Margall logró mantenerse gracias a sus colaboraciones literarias en periódicos de América Latina. Aprovechó su estancia para ampliar su formación asistiendo a cursos en la Universidad de La Sorbona y se sumergió en el estudio sistemático de las principales obras de Pierre-Joseph Proudhon, a quien también tradujo al castellano. Es habitual considerar que fue en El principio federativo, una de las obras más influyentes del pensador francés fallecido en 1865, donde Pi encontró el marco teórico que le permitió formular su propuesta federal para España. No obstante, hay quienes sostienen que los fundamentos de su pensamiento federal ya estaban presentes en escritos previos, lo que indicaría una elaboración propia más temprana. En todo caso, fue en la capital francesa donde logró convencer a otros líderes republicanos del exilio —como Emilio Castelar, Nicolás María Rivero, Fernando Garrido o José María Orense— para que aceptaran los postulados del republicanismo federal. Cabe recordar que, por entonces, Castelar había sido condenado en ausencia a la pena capital mediante garrote.
En septiembre de 1868 estalló la llamada "Revolución Gloriosa". El almirante Topete se sublevó en Cádiz y fue seguido por el general Prim, que se sumó desde Gibraltar, así como por otros militares que se encontraban en Canarias. Las guarniciones comenzaron a sumarse al movimiento revolucionario, y Prim, desde la fragata Zaragoza, logró que casi todas las ciudades costeras del Mediterráneo se unieran a la causa. Tras la dimisión de González Bravo, Isabel II confió el gobierno al general Gutiérrez de la Concha. Sin embargo, las tropas monárquicas, dirigidas por el general Pavía, fueron derrotadas en el puente de Alcolea por las fuerzas encabezadas por el general Serrano. El 30 de septiembre, la reina y su séquito abandonaron San Sebastián y cruzaron la frontera hacia Francia.
A pesar del éxito de la revolución, Pi y Margall decidió no regresar inmediatamente a España. Su escepticismo hacia los militares sublevados y la falta de confianza en que el nuevo régimen emprendiera reformas estructurales lo llevaron a prolongar su estancia en París. Sabía que muchos de los generales victoriosos no aspiraban a instaurar una república, sino a sustituir a Isabel II por su hermana, Luisa Fernanda. La negativa constante de Pi a colaborar con opciones monárquicas fue una seña de identidad a lo largo de toda su trayectoria política.
Con la instauración del Gobierno Provisional se reconocieron derechos fundamentales, y el 18 de diciembre se celebraron por primera vez elecciones municipales mediante sufragio universal masculino. En enero del año siguiente se llevaron a cabo los comicios generales.
En este nuevo contexto, el Partido Democrático se dividió en dos tendencias: una liderada por Rivero, Martos y Becerra, favorable a una monarquía parlamentaria; y otra, con figuras como Orense, Castelar, García López, Pierrard y el propio Pi, que apostaban por una república federal. Aunque no participó activamente en la campaña electoral, Francisco Pi y Margall fue elegido diputado, junto a otros 84 republicanos.
El 8 de febrero de 1869, Francisco Pi y Margall tomó un tren en París para regresar a España. Una vez de vuelta, participó intensamente en los debates parlamentarios, convirtiéndose rápidamente en una de las voces más influyentes dentro del reducido grupo de diputados republicanos.
Tan solo cuatro meses después, el 1 de junio, se aprobó una nueva Constitución que, si bien incorporaba elementos democráticos, mantenía la forma monárquica. Fue aprobada por 214 votos a favor y 55 en contra, lo que dejaba claro el respaldo mayoritario a la monarquía. A partir de ese momento, el Parlamento se dispuso a buscar un nuevo monarca que ocupara el trono vacante.
En respuesta, los líderes republicanos —entre ellos Pi y Margall— iniciaron una intensa campaña en defensa del modelo federal y contrario a la restauración monárquica. Recorrieron diversos puntos del país pronunciando discursos y promoviendo alianzas. Durante la primavera de 1869, se firmaron pactos entre comités federales de distintas provincias, y a finales de junio, Pi convocó en Madrid a los representantes de esos pactos a la firma del gran pacto nacional, firma que tuvo lugar el 30 de Junio. El general Prim intentó sin éxito atraer a los republicanos al gobierno, llegando incluso a ofrecer ministerios a figuras como Castelar y el propio Pi, quienes rechazaron cualquier colaboración con el proyecto monárquico.
Para el gobierno, los republicanos empezaban a ser vistos como un foco de insurrección permanente. Al comenzar el nuevo periodo parlamentario, el 1 de octubre, Pi, junto con Castelar, Orense y Figueras, intervino en las Cortes. No solo se negaron a condenar las revueltas protagonizadas por sus simpatizantes en diversas provincias, sino que acusaron al Ejecutivo de estar evolucionando hacia un régimen autoritario. Tras sus intervenciones, abandonaron el hemiciclo. Pocos días después, el gobierno suspendía las garantías constitucionales, y bandas organizadas, como la conocida “Partida de la Porra”, comenzaron a actuar violentamente contra opositores, atacando mítines y redacciones de periódicos críticos con el régimen.
En ese contexto hostil, Pi asumió la dirección del Partido Republicano, formando un comité ejecutivo en condiciones adversas. Tuvo que lidiar con la escisión de los republicanos unitarios, liderados por García Ruiz, así como la oposición e izquierdas, mayoritaria en las provincias. En este año de 1870, el gobierno de Prim seguía buscando una solución monárquica y llegó a ofrecer la Corona española a una larga lista de candidatos: Fernando de Portugal, Amadeo de Saboya, el duque de Génova, varios príncipes nórdicos y rusos, a un príncipe de la casa Hohenzollern, e incluso el general Espartero. Por su parte, otras facciones defendían candidaturas como la de Carlos VII, Alfonso de Borbón o los duques de Montpensier.
Finalmente, el 16 de noviembre de 1870, el Congreso votó. Amadeo de Saboya recibió 191 votos, seguido por 60 sufragios a favor de la República Federal. El resto de votos se repartió entre otros pretendientes y candidaturas simbólicas: 27 por el duque de Montpensier, 8 por el general Espartero, 2 por la República unitaria, 2 por Alfonso de Borbón, 1 por la República y 1 por la duquesa de Montpensier; hubo 19 papeletas en blanco. El 27 de diciembre, el general Prim fue víctima de un atentado que le causó la muerte. Amadeo llegó poco después a Cartagena, aunque su proclamación como rey se retrasó para no coincidir con el funeral de su principal valedor. En esos días, una obra satírica titulada Macarroni I se estrenaba en un teatro madrileño, reflejando el escepticismo popular ante la nueva monarquía.
El reinado de Amadeo I estuvo marcado por el conflicto permanente entre los grupos políticos que lo habían llevado al trono. La corrupción, las crisis en provincias, escándalos personales encubiertos con fondos públicos y el descontento en el ejército culminaron en una grave crisis cuando los artilleros se negaron a obedecer órdenes del gobierno. Esta situación precipitó la renuncia de Amadeo en febrero de 1873.
Para Pi y Margall, fueron años de gran dificultad. Ocupaba una posición intermedia dentro de un partido cuya naturaleza descentralizada dificultaba una dirección efectiva. Aunque no apoyaba los levantamientos armados, entendía las causas que los motivaban. Defendía los derechos de las secciones de la Internacional Obrera, aunque estas, a menudo, desconfiaban de él. Mantenía tensiones con el sector más moderado, representado por Castelar y Orense, pero intentaba evitar que su deriva fuera aún más conservadora. Todo ello mientras continuaba su labor parlamentaria como opositor constante a los gobiernos de Amadeo I.
El 11 de febrero de 1873, tras oficializarse la renuncia de Amadeo de Saboya al trono, las Cortes proclamaron la República, saltándose en gran medida los procedimientos establecidos por la Constitución vigente. Al igual que ocurriría décadas después, puede decirse que la República no fue instaurada por la acción directa de los republicanos, sino como consecuencia de una crisis política general y de los movimientos de quienes previamente habían sostenido la monarquía amadeísta.
El Partido Republicano Federal se encontraba entonces en un estado de fragmentación interna y desmoralización. No gozaba de una imagen sólida ante la ciudadanía. Continuaban vigentes prácticas impopulares como el sistema de quintas (reclutamiento militar obligatorio), los impuestos sobre el consumo y el caciquismo electoral. Las condiciones de vida de obreros y jornaleros apenas habían mejorado.
El primer gobierno de la República estuvo presidido por Estanislao Figueras, también federal, e incluía en su gabinete a cuatro ministros de filiación radical que habían apoyado previamente al régimen de Amadeo. Pi y Margall asumió la cartera de Gobernación. Una de sus primeras iniciativas fue proponer elecciones inmediatas a municipios y diputaciones provinciales, aunque la propuesta no prosperó. En cambio, una de sus primeras órdenes fue enviar un telegrama a todos los gobernadores civiles solicitando la disolución de las juntas revolucionarias locales y la restitución de los ayuntamientos y diputaciones legalmente constituidos.
La situación política era extremadamente difícil. Los federales, además de estar divididos internamente, no contaban con aliados. Frente a ellos se alzaban las fuerzas conservadoras que habían promovido la revolución de septiembre de 1868, así como los radicales, que conspiraban por su cuenta. El ejército estaba desorganizado, las milicias populares carecían de estructura, los carlistas mantenían una guerra activa, y la situación económica era crítica.
El 22 de marzo de 1873, la Asamblea quedó disuelta conforme a lo previsto, quedando en funciones una comisión permanente hasta la celebración de las elecciones a Cortes Constituyentes, fijadas para el 15 de mayo. Sin embargo, dicha comisión comenzó a conspirar contra el propio gobierno, y el 23 de abril, se produjo un golpe de Estado liderado por militares de tendencia monárquica. Como en un intento anterior, el plan golpista fracasó gracias a la firme intervención de Francisco Pi y Margall, que actuaba como presidente interino del Ejecutivo debido a la ausencia de Figueras, afectado por la reciente muerte de su esposa. Pi disolvió la comisión permanente y destituyó al capitán general de Madrid, Pavía. Asimismo, el alcalde de Madrid, Juan Pablo Marina fue obligado a dimitir y sustituido por Pedro Bernardo Orcasitas, afín a la legalidad republicana.
Las elecciones del 15 de mayo se llevaron a cabo con una limpieza inédita hasta entonces, en gran parte gracias a la firme voluntad de Pi desde el Ministerio de Gobernación. Aun así, no se pudo evitar una elevada abstención —superior al 50 %— provocada por el boicot de las fuerzas conservadoras y el conflicto carlista. Los resultados arrojaron una amplia mayoría para los republicanos federales, que obtuvieron 343 escaños; los radicales consiguieron 20, los conservadores 7 y los alfonsinos 3.
Las nuevas Cortes se constituyeron el 11 de junio. Tras la huida de Figueras a Francia y tras intensos debates entre los propios diputados federales, Francisco Pi y Margall fue elegido presidente de la República, no sin dificultades y tensiones.
Su programa de gobierno apostaba por reformas profundas: restaurar la disciplina en el ejército, suspender temporalmente ciertas garantías constitucionales, establecer la separación entre Iglesia y Estado, implantar una educación gratuita y obligatoria, abolir la esclavitud en Cuba (tras haber sido ya abolida en Puerto Rico en el periodo anterior), extender los derechos civiles a las colonias, crear jurados mixtos de trabajadores y empresarios, prohibir el trabajo infantil por debajo de los doce años, reducir la jornada laboral a nueve horas y facilitar el acceso de los jornaleros a la propiedad de la tierra.
Un conjunto de reformas que, en buena parte, no pudieron aplicarse entonces y que volverían a formar parte del ideario republicano medio siglo más tarde.
En un contexto de creciente malestar social, con las arcas del Estado prácticamente vacías, dos guerras abiertas —una en el norte peninsular y otra en Cuba—, estallidos populares y sublevaciones en lugares como Vicálvaro, Aranjuez, Sagunto, Alcoy o la propia capital, Madrid; con una cascada de dimisiones ministeriales y una oposición intransigente que incluso llegó a abandonar el Parlamento; con regiones enteras proclamándose independientes de facto y las Cortes en su mayoría en contra del Ejecutivo, Francisco Pi y Margall decidió presentar su dimisión como jefe del gobierno el 18 de julio de 1873. Justo el día anterior, se había presentado en la Cámara el proyecto de Constitución federal.
Al someterse a votación la elección del nuevo presidente de la República, Pi obtuvo 93 apoyos frente a los 119 que recibió Nicolás Salmerón, quien asumió el cargo. Salmerón, jurista y catedrático de Filosofía en la Universidad Central, había sido ministro de Gracia y Justicia en el primer gabinete republicano. En su nuevo gobierno mantuvo en los ministerios clave —Guerra, Hacienda y Gobernación— a los mismos titulares que habían servido con Pi. El 19 de julio, ante un pleno con la izquierda nuevamente presente, presentó su plan de gobierno.
El paso de Pi y Margall por el Ejecutivo, tanto como ministro del Interior como presidente, dejó constancia de su honestidad. Apenas utilizó los fondos reservados del ministerio y, en coherencia con su ética política, se negó a recibir la indemnización que le correspondía por haber sido cesante.
Por su parte, Nicolás Salmerón presentó su dimisión el 5 de septiembre de 1873 al negarse a firmar la ejecución de ocho militares condenados a muerte, en coherencia con sus convicciones humanitarias. Le sucedió al frente del Ejecutivo Emilio Castelar, hasta entonces presidente de las Cortes, quien fue elegido con 133 votos frente a los 67 obtenidos por Francisco Pi y Margall. Salmerón pasó entonces a ocupar la presidencia del Parlamento.
Al asumir la presidencia del gobierno, Castelar decidió restituir a Pavía en su cargo para tratar de afrontar una etapa especialmente difícil, marcada por una intensa actividad militar: la insurrección cantonal, la tercera guerra carlista y el agravamiento del conflicto colonial en Cuba. Por estos motivos, el 2 de enero de 1874 solicitó un voto de confianza en las Cortes, con la intención de reorganizar el republicanismo en dos corrientes: una conservadora y otra progresista. Sin embargo, Nicolás Salmerón, entonces presidente de la Asamblea, encabezó la oposición a su propuesta. La votación se celebró a las cinco de la madrugada del 3 de enero, y Castelar fue derrotado por 120 votos frente a 100.
Ante su caída, se negociaba ya la formación de un nuevo gobierno presidido por Eduardo Palanca Asensi, un republicano federal de centro, antiguo ministro de Ultramar y firme defensor de la abolición de la esclavitud en Cuba. Esta posibilidad alarmó a los sectores esclavistas, agrupados en la Liga Nacional Negrera, que veían con preocupación el rumbo político que tomaban las Cortes. Además, se daba por hecho que Francisco Pi y Margall respaldaría activamente al nuevo gabinete, lo que reforzaba aún más la orientación federalista y abolicionista del futuro ejecutivo.
Ante esta coyuntura, y mientras aún se realizaba el escrutinio de la votación parlamentaria —que favorecía a Palanca como nuevo Presidente del Poder Ejecutivo—, el capitán general de Madrid, Manuel Pavía, desplegó tropas por la ciudad. Poco después, él mismo irrumpió en el Congreso con la fuerza armada. Los soldados ocuparon el salón de plenos, efectuaron disparos intimidatorios y forzaron la disolución de la Cámara. En un primer momento, ofreció de nuevo el cargo a Castelar, quien lo rechazó sin vacilar. Pavía, próximo a los sectores republicanos unitarios, ya había propuesto a Castelar en diciembre que suspendiera indefinidamente el funcionamiento de las Cortes. Finalmente, fue el general Serrano quien asumió el mando, instaurando un régimen autoritario, comparable en su lógica a los modelos bonapartistas.
Tras el golpe de de Estado de Pavía, Pi y Margall se vio obligado a retirarse de la política activa. Se dedicó entonces a escribir una obra en la que plasmó tanto sus vivencias políticas como su ideario: La República de 1873, que fue prohibida por las autoridades de la Restauración. En mayo de ese mismo año, sufrió un atentado en su propio domicilio, del que salió ileso. El autor del ataque fue un sacerdote del municipio de Poblete (Ciudad Real), quien le disparó dos veces antes de quitarse la vida. Como parte de la represión posterior al golpe, Pi fue fue arrestado y encarcelado brevemente en una prisión del sur de España.
Durante los años posteriores a la proclamación de Alfonso XII, Pi retomó su profesión de abogado y volcó sus energías en la reflexión y el trabajo intelectual. Publicó Joyas literarias y, en 1876, su obra más influyente: Las Nacionalidades, en la que formuló su concepción del federalismo y el Estado federal. En 1878 comenzó a publicar los primeros capítulos de su Historia general de América. Otras publicaciones suyas incluyen: La Federación, Las luchas de nuestros días, Primeros diálogos, Amadeo de Saboya, Estudios sobre la Edad Media y Observaciones sobre el carácter de Don Juan Tenorio.
No fue hasta 1880 cuando intentó reorganizar las fuerzas republicanas fundando el Partido Republicano Federal Pactista, que se diferenciaba tanto del ala progresista como del sector más centralista. Su programa político y el proyecto de Constitución federal fueron aprobados en el congreso de Zaragoza de 1883.
Elegido diputado en 1886 por varias circunscripciones, Pi asistió pocas veces a las sesiones del Congreso y rara vez intervino. En 1891 fue nuevamente elegido por Barcelona y Valencia, optando por representar a la primera, y se convirtió en jefe de la minoría republicana en las Cortes. Redactó el programa del partido federal aprobado en 1894. Sus advertencias sobre el rumbo del régimen se confirmaron con el estallido del conflicto cubano y la posterior guerra con Estados Unidos. Fue el único que defendió primero la autonomía y después la independencia de Cuba, oponiéndose con firmeza al conflicto bélico con los estadounidenses.
En las elecciones de 1899 obtuvo actas por dos distritos y fue el candidato más votado, logrando renovar su escaño en las siguientes elecciones.
A pesar de su edad avanzada, Pi mantuvo una intensa actividad política y propagandística. En 1890 fundó y dirigió el periódico El Nuevo Régimen, órgano del partido federal, escribiendo él mismo muchos de sus artículos. Con lucidez y coherencia, defendió su ideal federal y republicano hasta el final. Fue una figura destacada no solo en la política, sino también como pensador, historiador, periodista, crítico de arte y economista. Vivió con discreción y murió con dignidad.
Francisco Pi y Margall falleció en su casa de Madrid, a las seis de la tarde del 29 de noviembre de 1901, a los 77 años de edad.
Luis Alberto Egea, biógrafo e investigador, colabora en Eco Republicano desde 2010
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