Luis Alberto Egea | Eco Republicano
Francisco Largo Caballero nació el 15 de octubre de 1869, a las siete y media de la tarde, en una modesta buhardilla de la Plaza Vieja de Chamberí, en Madrid. Era un niño de cabello rubio y ojos verdes. Pertenecía a una familia humilde: su padre, Ciriaco Largo, oriundo de Toledo, trabajaba como carpintero y su madre, Antonia Caballero Torija, natural de Brihuega (Guadalajara), se ganaba la vida como empleada del servicio doméstico.
A comienzos de 1871, la familia quedó rota por la separación de sus padres, lo que contribuyó a que su infancia fuera bastante dura. Francisco tenía cuatro años cuando se fue a vivir a Granada con su madre, quien había encontrado un empleo en una fonda. Allí, durante un breve periodo de tiempo, estudió en el Colegio de los Escolapios. Más tarde, ambos regresaron a Madrid y Francisco retomó sus estudios en las Escuelas Pías de San Antón, en la calle de Hortaleza, hasta cumplir los siete años. Al llegar a esa edad, los propios frailes aconsejaron a su madre que se pusiera a trabajar. A partir de entonces probó suerte en varios oficios, comenzando a trabajar en una fábrica de cajas de cartón, donde manejaba un bote de cola de olor desagradable y, con una brocha, pegaba cajas por un sueldo de un real por día de trabajo, además de repartirlas a los establecimientos que las solicitaban.
Con apenas ocho años, comenzó a trabajar en un taller de encuadernación. No le enseñaron el oficio por su corta edad, de modo que fue empleado como mozo repartidor. Pasaba más de ocho horas diarias recorriendo Madrid, subiendo escaleras con paquetes llenos de libros que debía entregar en distintas casas, por un salario de dos reales a la semana. El propio Largo Caballero recordaría más tarde que terminaba las jornadas con los pies doloridos y las alpargatas rotas, casi siempre llenas de agujeros. Posteriormente, trabajó en una cordelería, donde su tarea consistía en torcer cabos de hilo de cárcamo y dejarlos bien apretados.
Su jornal era miserable y, al cumplir los nueve años, comprendió que había llegado el momento de aprender un oficio más serio, donde ganara un mejor sueldo. De esta forma comenzó a trabajar como peón de estuquista y muy pronto pasó a ayudante y después a oficial.
El oficio de estuquista gozaba entonces de gran demanda, impulsado por la expansión urbana de Madrid. Los ayudantes cobraban un jornal de dos pesetas, mientras que los oficiales ganaban entre tres y tres cincuenta. Para alcanzar la categoría de maestro —el grado más alto del gremio— era necesario acumular años de experiencia y destreza en el trabajo. La jornada laboral comenzaba a las seis de la mañana. A las ocho, la mayoría de los obreros hacía una breve pausa de media hora para almorzar, reanudando la faena hasta el mediodía. Tras una hora para comer, volvían al tajo hasta el anochecer. Los estuquistas, sin embargo, iniciaban su labor media hora más tarde, a las seis y media, pero carecían de ese descanso para el almuerzo: debían salir de casa ya alimentados. Tampoco disponían de una hora completa para la comida, sino solo de media, pues el suyo era un trabajo que convenía realizar de forma continuada.
En los meses de verano había días que se trabajaban doce y trece horas; en cambio, en invierno no había nada que estucar en Madrid. Francisco se quedaba sin jornal y tenía que ir buscando a donde lo hubiese, sin reparar en el trabajo que se terciara. De esta forma, trabajó ocasionalmente vendiendo verduras y como obrero en la construcción. En los días de mayor necesidad, hacía cola ante el Ayuntamiento para obtener el jornal de seis reales con que se pagaban las faenas de adoquinado y las obras municipales.
Su vida dio un giro decisivo en mayo de 1890, con motivo de la conmemoración del Primero de Mayo, organizada por la Unión General de Trabajadores (UGT) y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). A raíz de aquel acontecimiento, y con apenas 21 años, se afilió a El Trabajo, sociedad de albañiles vinculada a la UGT.
Ante la ausencia de una agrupación específica de estuquistas, Largo Caballero impulsó la creación de La Solidaridad, también integrada en la organización socialista. Fue en el acto fundacional de esta sociedad obrera cuando escuchó por primera vez a Pablo Iglesias, cuya figura le causó una profunda impresión. Según recordaría años más tarde el propio Largo Caballero, «produjeron en mi inteligencia el mismo efecto que la luz en las tinieblas».
A partir de aquel encuentro, comenzó su trayectoria como dirigente obrero, siendo elegido presidente de La Solidaridad y afiliándose al Partido Socialista el 9 de marzo de 1893. Desde entonces, consagró su vida a la causa socialista, guiado por los ideales de Pablo Iglesias, a quien admiraba profundamente y consideraba su maestro y modelo. Con Iglesias fue concejal en Madrid en 1905; diputado provincial en 1911; diputado a Cortes en 1918; ministro de Trabajo en 1931 y Presidente del Consejo en 1936.
Los aspectos relativos a la vida familiar de Largo Caballero siguen siendo poco conocidos. Según señala el historiador Julio Aróstegui, en 1885 falleció su padre, Ciriaco Largo, quien había formado parte de la junta republicana federal del barrio de Chamberí, primero como secretario interino y posteriormente como vicepresidente. Por entonces, Francisco contaba con dieciséis años y había asumido plenamente la responsabilidad de contribuir al sustento de su madre, intensificando su labor como oficial estuquista y forjando el espíritu de esfuerzo y sacrificio que lo acompañaría toda su vida. Años más tarde, en 1896, cuando tenía veinticinco años, murió su madre, Antonia Caballero Torija.
Largo Caballero contrajo matrimonio en dos ocasiones. La primera, en 1890, con Isabel Álvarez Fernández, con quien tuvo un hijo, Ricardo. Se sabe que la familia residió hasta 1905 en el número 10 de la calle Eloy Gonzalo; por entonces, Isabel tenía 35 años y Ricardo 14. A partir de esa fecha se pierde el rastro de la relación, aunque se conoce que años más tarde Ricardo, de profesión ferroviario, se trasladó a vivir a Monforte de Lemos.
En 1909, Largo Caballero volvió a casarse, esta vez con la maestra Concepción Calvo, con quien estableció su residencia en el número 18 de la calle José Abascal. El matrimonio tuvo cuatro hijos: Concepción, Carmen, Isabel y Francisco, nacidos entre 1912 y 1919. Concepción Calvo falleció en octubre de 1935, tras una larga enfermedad, en el Sanatorio de la Mutualidad Obrera de Madrid, institución creada por su propio esposo.
Francisco Largo Caballero fue, en gran medida, hijo de sus circunstancias: aquellas que, desde una infancia marcada por la necesidad, despertaron en él una profunda conciencia de clase y lo llevaron a convertirse en uno de los dirigentes socialistas más influyentes de la historia de España. Y hasta aquí esta breve semblanza de un hombre que, forjado en la adversidad, supo transformar su origen humilde en una lección de compromiso y dignidad obrera.
Luis Alberto Egea, biógrafo e investigador, colabora en Eco Republicano desde 2010
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