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¿Es la república de izquierdas? Una reflexión necesaria

Pedro A. García Bilbao
El republicanismo no es liberal, el republicanismo es enemigo del liberalismo. Lo que ocurre es que en un país como España, con el peso de la iglesia católica que arrastra, el concepto histórico del liberalismo goza de una cierta carga positiva dado su papel en las luchas anticlericales de inicios del siglo XIX, pero no nos engañemos: muchos supuestos liberales no dudarían en volver a ejecutar a Riego. De hecho, en la reciente mascarada de Cádiz con ocasión del bicentenario de la Constitución, el recuerdo y homenaje a los diputados liberales asesinados por Fernando VII estuvo ausente, como lo estuvo el «Himno de Riego».

Son las contradicciones propias de un país que no tiene himno propio, sino el toque que señala la llegada del dueño de la finca, ni de bandera, pues la actualmente en vigor nació para identificar las propiedades de una rama de la familia Borbón en el Mediterráneo. En estas circunstancias para muchos es difícil, se comprenderá, orientarse. Las relaciones entre República e izquierda, entre republicanismo y liberalismo, y si tiene algún papel que jugar la lucha por la República para vencer a la dictadura de los mercados, son cuestiones que conviene tratar de alguna forma.

Por republicanismo en el sentido clásico, entendemos el corpus de conductas, instituciones, políticas y obras —de las que se hacen y de las que se escriben— surgidas en el calor de la Revolución francesa y que fructifican en la caída del Rey y el triunfo de la República de 1793, es decir, el republicanismo jacobino. Ese republicanismo no admitió la esclavitud —como si hizo la revolución americana y la «totalidad» de sus «padres fundadores»—, y tomó como bandera la fraternidad, unida a los otros dos elementos, la libertad, cuya defensa es colectiva y necesita de la igualdad, que es la anulación de los privilegios nacidos de la cuna, de la tribu, la religión, el dinero o la propiedad. La combinación de los tres elementos es la República —el estado nacido para su defensa—, sin los tres no hay República que valga; la defensa real de los tres exige una perspectiva de clase. Cuando los girondinos quisieron que para ser miembro de la milicia nacional se contase con un cierto nivel de ingresos, los jacobinos dijeron que no, que la milicia debía ser popular, pues sólo los trabajadores y el pueblo llano son la garantía de la revolución.

Pensemos que el liberalismo —que acabó imponiéndose con el golpe de Thermidor— se basaba en que la garantía de la libertad era el dinero y la propiedad, siendo el estado el instrumento de los propietarios y los ricos para defender su «libertad». El concepto de libertades y república burguesa viene de aquí, de una situación en la que sólo se tienen derechos y acceso a la salud, la educación, la promoción social, la condición de elector y de elegible según tu condición burguesa, si tienes dinero o propiedades, pasas a ser «ciudadano», si no lo tienes, si eras «la canalla», no tenías derecho a nada. El republicanismo jacobino combatió eso con la fuerza de las armas. Robespierre dejó claro lo que era un gobierno revolucionario, aquel que construye la República y defiende la libertad ante sus enemigos a cualquier precio. Robespierre expuso que el arma fundamental de la República es el ejército nacido del pueblo llano y trabajador y sus estructuras ciudadanas, sociales y políticas comprometidas expresamente con la revolución democrática.

La República, para ser una verdadera república debe garantizar el bien común, que no es ninguna entelequia ideológica, sino algo claro y meridiano, la defensa del derecho del pueblo a sobrevivir, objetivo ante el que debe sacrificarse todo interés privado. El carácter universal de los derechos del hombre es la clave del pensamiento republicano, y no se detienen ante el color, el género o la desigualdad económica. Fueron los revolucionarios jacobinos los que acuñaron el término derechos humanos, concepto proscrito y odiado por el liberalismo hasta que en el inicio de la Guerra Fría fueron vaciados de contenido y prostituidos por los países occidentales opuestos a la Unión Soviética, desdoblándolos absurdamente en derechos políticos y sociales. Para el liberalismo sólo existen los derechos politicos, admitiendo que la desigualdad económica que ellos ven como natural pueda dar origen a la imposibilidad de la igualdad política; el liberalismo se fundamenta en la pseudociencia racista del XIX más que en otros autores clásicos más presentables, comparte con los nazis la visión conductista, el determinismo y prejuicio genético acientífico y la visión de la humanidad como una entelequía en la que los perdedores son inferiores y por tanto sacrificables. El republicanismo y toda la tradición ideológica de la izquierda posterior, desde el marxismo al anarquismo, en todas sus variaciones, es frontalmente enemiga de esa concepción aberrante y potencialmente genocida, pues se basan en la fraternidad —la solidaridad elevada a categoría social y política— y en la igualdad fundamental de los seres humanos y la universalidad de sus derechos, por encima, como decía antes de diferencias y origen.

La República jacobina y el republicanismo son el origen histórico de la izquierda y el socialismo. La República de 1793-94 es la república democrática y popular por excelencia, la República en su etapa revolucionaria pues hubo de combatir contra la reacción absolutista y los clericales, contra los liberales ingleses —que eran, no se olvide, monárquicos— , contra los girondinos que defendía la esclavitud de los negros en las colonias pero, también, contra los especuladores y burgueses enemigos de la nación que se querían enriquecer con el hambre del pueblo y robando el pan y las armas al ejército revolucionario.

La República del 93 fue derrotada por la reacción con un golpe sangriento y una cruel represión. Triunfaron las repúblicas burguesas durante los dos siglos siguiente, aliándose si era preciso la vieja reacción monárquica con los nuevos burgueses para frenar o aniquilar las luchas de los trabajadores, los republicanos revolucionarios y los derechos humanos fueron asimilados al Terror —que no fue más que la defensa de la República frente a sus enemigos— y proscritos. Toda la izquierda nació de ahí y en estos dos siglos ha combatido por superar la contradicción de clase que destruyó la república del 93.

La República, en pleno siglo XXI, sigue perseguida, sus conceptos básicos son negados —la igualdad—, vaciados y prostituidos —la libertad—, o directamente borrados del mapa —la fraternidad—. La lucha del actual capitalismo y su sistema ideológico hegemónico —el neoliberalismo— por dominar a los pueblos y garantizar los beneficios y privilegios de las oligarquías, exigen no solamente destruir a la izquierda, sino aniquilar todo vestigio del pensamiento democrático republicano y sus avances. Quieren destruir todo lo público, hasta la idea misma de ciudadano, despojándola de su contenido histórico, 1793 es tan odiado como 1917.

La República es fundamental en los combates actuales o de lo contrario se puede caer en la confusión; pues el pensamiento postmoderno, los populismos reaccionarios de variado pelaje, los experimentos naranja, prosperan generosamente auspiciados por los arquitectos de la nueva gobernanza corporativa. Vayan a la estación de Santa Justa en Sevilla, miren a las grandes paredes en los laterales del fondo y podrán ver de que hablo, gigantescos paneles que señalan en el más puro estilo orwelliano los designios para el futuro que nos han sido decretados por los que defienden la marca España. En sociedades inermes y atomizadas por el postfordismo y los procesos de disolución de los lazos de identidad colectiva nacidos del trabajo como clase o del sufrimiento como pueblo trabajador, los hijos de la clase media de origen obrero del mundo occidental se rebelan a su destino de consumidores fallidos bajo las banderas aurinegras de sus verdugos. Surgen acampadas, manitas al viento, gritos mudos y ataques psiquicos con los que las técnicas de dinámica de grupos y las terapias de adoctrinamiento sectario han dotado a una generación deseosa de protestar. En medio de la confusión así generada, sin embargo, la dura realidad se impone y las contradicciones avanzan y como después de todo, la clase obrera sigue existiendo y sus tradiciones de lucha siguen en el incosciente colectivo de amplias capas de la población, las movilizaciones combativas y con sentido de clase están extendiéndose y el ejemplo que propalan se está develando como un buen antídoto a los 15m, drys y otros avatares del poder corporativo. Para quienes luchan de verdad, sus compañeros son los que están a su lado, y cuando los mineros asturianos llegaron a Madrid, se vieron todas las banderas históricas de la resistencia ondeando juntas, todos unidos en grito fraternal, llenos de emoción en un día que no será olvidado por los miles y miles de jóvenes que participaron. Los clásicos vencen a las rebeldías de diseño. En cualquier caso, el hecho es que las dificultades nacidas de la confusión y la disolución ideológicas van más allá de la falsa bandera del 15m.

El caso de los profesores y maestros que tan digna y valientemente han combatido por la enseñanza pública y sus puestos de trabajo es muy significativo: sin el apoyo coordinado de otros sectores, sin una coordinación sindical y política, y sin asumir como grupo en lucha cuál era el origen verdadero de la destrucción de la escuela y de sus puestos de trabajo era dificil vencer. Los maestros emplearon colores ajenos a las tradiciones de lucha, metabolizaron el libro de estilo del 15m y desideologizaron su lucha, sus colores, sus gestos, sus símbolos, su rebeldía: la marea verde fue fácilmente contenida por el poder. Los que consideraron que las banderas rojas o tricolores era contraproducentes a su causa y que politizar eran quitarse razones se equivocaron, Quienes están destruyendo la escuela pública y a los maestros sabe porqué lo hacen y, desde luego, está ferozmente ideologizado. Separar la causa de la Escuela Pública y de sus maestros, de los valores republicanos y su defensa en la calle, es igual a renunciar a vencer en la batalla de aniquilación ideológica emprendida por el PP. Los maestros que defienden la escuela pública pueden no ser republicanos, pero desde luego que los que quieren destruirla son antirrepublicanos.

Defender la Escuela Pública no es ser neutral, es tomar partido, renunciar a hacerlo es admitir la derrota. Este comnbate es una prueba más de que necesitamos la República del pueblo, la República democrática, la República de los trabajadores, libre, fraterna, solidaria, basada en la libertad, la igualdad y la fraternidad en tríada indisoluble,

la República que necesitamos sólo se puede construir y defender desde una perspectiva de clase, desde la experiencia de doscientos años de luchas del movimiento obrero y popular, de la aportación fundamental del marxismo que complementó el republicanismo historico con las herramientas precisas para orientar la lucha y vencer las contradicciones; todas las aportaciones teóricas y practicas de resistencia y lucha antioligárquica y antiautoritaria forman parte también del pensamiento republicano, cuyo objetivo ideal es lograr armonizar todos los derechos humanos —los sociales y los políticos— con el objetivo claro de defender la dignidad humana. Decir República y socialismo es redundante, sin una no hay el otro y al revés. Decir «república burguesa» es un contrasentido, pues en ella sólo el burgués —el que tiene dinero y propiedades que garantizan su supervivencia y que le convierten en ciudadano a él unicamente—, tiene derechos políticos.

Los estados sociales y democráticos de derecho surgidos en entreguerras y tras 1945, fueron sistemas mixtos, híbridos resultado de la Guerra Fría, una concesión de las oligarquías a los trabajadores en el marco del enfrentamiento con la URSS. Aniquilada esta, los estados sociales y democráticos de derecho están siendo borrados del mapa y las «repúblicas» actuales se están transformando cada día en dictaduras de clase de la oligarquía —que es cada día más corporativa y globalizada que nacional—, que se muestra dispuesta a dejar caer a millones y millones de personas en la miseria, el paro y la extinción.

La república del siglo XXI sólo puede ser anticapitalista, pues el capitalismo es, esencialmente, antirrepublicano.

Los «republicanismos» que no incluyen la perspectiva de clase pueden estar todo lo bientencionados que se quiera, pero están condenados a ser barridos por la reacción neoliberal; el capitalismo no necesita de la democracia y su expresión ideológica hegemónica, el «pensamiento» neocon es enemigo jurado de todo lo público. O se asume el elemental hecho de la existencia de la lucha de clases o la República no será tal; es más, en el momento actual, son hasta los propios estados nación clásicos los que quieren destruir para ser sustituidos por una tiránica y genocida gobernanza global, donde los conceptos de ciudadanía, justicia, derechos humanos, servicios públicos y estado sean inexistentes. Obstinarse en no ver este designio implacable es suicida. La República no es, por tanto, un concepto

La lucha por la República es el gran frente de unidad que nace de la lucha de todas las corrientes de la izquierda y de todos los trabajadores organizados para defender su derecho a la supervivencia. La República es, sencillamente, el estado al servicio del pueblo, del bien común, de la defensa del derecho a vivir dignamente y el instrumento de poder para garantizar la libertad, la igualdad y la fraternidad frente a sus enemigos; el gobierno revolucionario es el que construye la República y la defiende a cualquier precio y el gobierno constitucional el que administra y garantiza la libertad de todos y articula la fraternidad. Por que sin fraternidad no hay futuro ¿es preciso repetirlo?

Construir la República no es fácil como puede imaginarse; transformar lo existente, en cada país, en lo que aquí expresamos, es algo complejo, difícil, arriesgado, pero es el único camino si queremos sobrevivir y defender la dignidad de los seres humanos.

En esta España asolada por los recortes, promovidos por esta combinación letal de neoliberales hijos de fascistas del PP, divididos entre ellos tan sólo en bárbaros neocón y sectas integristas religiosas —la hez del franquismo en última instancia—, sin ningún respeto, ni piedad por la suerte de la población, defender la República es particularmente difícil, dado el grado de desideologización al que 35 años de dictadura y otros 35 de impunidad del franquismo llevaron a este pueblo. Pero las contradicciones se imponen y las agresiones son de tal calibre que el miedo y la rabia crecen, extendiéndose entre quienes nunca creyeron que ciertas cosas pudieran suceder. Pues bien, están sucediendo y van a ir a peor.

El objetivo hoy es frenar los recortes y revertir la situación, lo que para un republicano es igual a combatir por la supervivencia del pueblo. No es la república el objetivo, la República nacerá del triunfo de esas luchas por derrotar a los mercados, porque o se les derrota o no habrá ni victoria, ni supervivencia.

En esta hora de España que vivimos es preciso trazar una raya clara, deslindar el campo. A un lado los partidarios de parar los recortes y sobrevivir todos dignamente, al otro lado los que los defienden a costa de sacrificar a la población. Esa es la contradicción principal hoy.

Necesitamos una gran Frente antirrecortes, un Frente Popular, o un Frente de Resistencia, la palabra puede ser cualquiera, pero el contenido es claro, la expresion social y politica de todos los dispuestos a resistir, vengan de donde vengan. Esa es nuestra tarea.

El grito necesario es de unidad, de coordinación, de lucha conjunta, por encima de siglas, de tendencias. O vencemos juntos, o seremos derrotados juntos. La República es, por su esencia, y por su tradición histórica en España, la gran agluitinante de todas las esperanzas e ilusiones , aunque algunos, desconectados de la memoria histórica, todavía no lo vean. La bandera triclor no es una bandera de partido, sino la de un pueblo que lucha por sus libertades y las de un estado que ha hecho de la defensa de los trabajadores, de la educación pública, de la salud pública, del laicismo, de la igualdad de género y de la soberanía nacional conciliada con los derechos de los pueblos, parte sustancial de su identidad. Eso es la República en España. Si cae el Borbón, deberá caer junto a él los que se sientan en el IBEX 35 o no habrá república verdadera. En el ERE que el pueblo va a tener que aplicar, todos estos deben despedidos y sin indemnización. Quizá sea doloroso para algunos, pero sin duda es necesario. No hay alternativa. Los Borbón, Botín, Marc deben recibir sus cartas de despido, les acompañaran sus empleados, los Marianos, Esperanzas, Olayas y ese sinfín de capataces. ¿Cómo lograrlo? Democráticamente, con la fuerza de la movilización, de la calle, la fábrica y el voto. Sin miedo alguno.

Los republicanos apoyamos nítidamente la coordinación de las luchas sindicales, políticas y sociales, la formación de una Frente de resistencia y antirrecortes sobre la base de un programa común. La República, la Tercera República española será la prueba inequívoca de la victoria de todos.

Pedro A. García Bilbao

Fuente: http://dedona.wordpress.com


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