No soy partidario de los ejércitos; de ninguno. Como será la
cosa, que una de las mayores satisfacciones de mi vida fue, cuando el ejército
de Franco me declaró «inútil total» para las armas; hoy lo sigo siendo. Contra
el ejército y contra cualquier organización militar o paramilitar.
Recuerdo aquel referéndum «OTAN de entrada no», que luego
fue «Así, sí», cuando recorrí los colegios electorales de mi distrito, como
apoderado del PSOE, con la papeleta del NO en mi bolsillo, que introduje
coherentemente en la urna. Nunca lo había contado, ahora lo recuerdo.
No soy partidario del ejército, por lo que ha representado y
por lo que es. Pero respeto la libertad de expresión y a las personas como el
teniente Luis Gonzalo Segura de Oro-Pulido, que da «Un paso al frente»,
contando su experiencia en el «desbarajuste» del Ejército de Tierra,
descifrando ese oscuro, corrupto e «ignoto mundo de la milicia» sin derechos.
Segura ha interpuesto diversas denuncias por corrupción, falsedades y malversación,
contra generales y coroneles del ejército; ese ejército que «nadie ha tenido el
valor de reformarlo». Cuando todavía existía el servicio miliar obligatorio,
los soldados ejercían de niñeras, jardineros, pintores, obreros, como auténticos
esclavos. Al producirse su profesionalización, los altos mandos no adaptaron su
mentalidad a los nuevos tiempos ni prescindir de sus privilegios como señores
feudales.
Las armas han acompañado al poder y a los gobiernos a lo
largo de la historia. La legitimidad de la Constitución española, le viene dada
por el golpe de estado militar que dieron contra la República y por la
dictadura franquista sustentada por el ejército. Podríamos decir que España es
una monarquía militar. Desde que terminó la guerra, dos han sido los militares
jefes de estado. El rey, jefe del estado español, es el jefe supremo de las
fuerzas armadas y capitán general de los ejércitos. Con la coronación de Felipe
como rey —con uniforme militar y militar por supuesto—, quedará consolidado el
«atado y bien atado» del general Franco. Hoy el ejército sigue acompañando al poder
y para algunos civiles y generales, debería estar más presente. El ministro del
ramo Morenés —ex directivo de venta de armas—, pretende que el ejército, uniformado,
vuelva a tener más presencia en la calle; no sabemos bien si para dar color con
sus uniformes y marchas militares o para volver a intimidar al pueblo que
protesta contra la política antisocial del gobierno nacional-católico que
representa.
Sobre el teniente Segura, algunos dicen que pretende
destrozar la «sagrada institución» y otros que todavía puede «reinsertarse como
español de bien». No tiene una mancha en su expediente tras 12 años de servicio.
En su novela «Un paso al frente», denuncia abusos, corrupción, privilegios e
impunidad en el seno de las fuerzas armadas; un testimonio literario de los
problemas que mantiene el ejército español. Una novela, por la que le van a
meter un puro, por dos faltas graves a la disciplina «Una por escribir el libro
y las declaraciones a la prensa y otra por hablar del libro en horario de café»,
con sus compañeros que le preguntan. Posiblemente le condenarán a cárcel o
expulsado del ejército por decir la verdad sobre las cloacas del Sistema, quedando
los corruptos impunes. Será juzgado por la justicia militar, en «un
procedimiento sin garantías jurídicas» y de forma arbitraria, «ni los jueces ni
los auditores militares, están para perseguir a patriotas». Sin rendirse, lucha
en una guerra sin campo de batalla, contra un ejército, en el que el silencio y
la sumisión son las leyes válidas. «Solo puedes dormir tranquilo si eres teniente
coronel y llamas "bastarda" a la Constitución»; nada les pasa.
No me extraña lo que Segura dice: «Cuando entro por la
puerta del cuartel vuelvo al siglo XX»; al XIX, diría yo, cuando veo en las
garitas a los soldados profesionales de tropa custodiando cuarteles o
desfilado, con paso firme del ayer y del hoy, cuadrándose, con «mirada alta y
perdida», gritando ¡señor, si, señor!, mientras las condecoraciones, cuan
lotería, se reparten entre aquellos que no hacen «demasiado ruido, aunque nunca
hayan pisado un escenario de guerra»; o las indemnizaciones de 60.000 euros que
reciben los tenientes coroneles por no ascender a coronel, al estar sobrepasado
el cupo, junto con las dietas y comisiones de servicio que reciben, mientras «a
la tropa se le reduce el salario», incluso la comida. En cada recinto militar
hay un pequeño reino de taifas compuesto por el jefe de obras y el de cocina,
que se encargan de los desvíos presupuestarios y las facturas falsas, para
fines muy particulares. De edificios austeros regulares y uniformes por fuera,
por dentro son clasistas, jerarquizados y heterogéneos, donde el tamaño y el
mobiliario, dejan patente el status del jerarca que los ocupa.
Respeto a los miembros de las fuerzas armadas, a la gente
digna y honesta, que creen que los designios de España están en sus manos, sin
compartir esa condición. Recuerdo a los legendarios capitanes Daoíz y Velarde,
al teniente Ruiz o al general de Riego, a Miajas, Rojo o Modesto y a los
demócratas de la Unión Militar Democrática. Mi amigo Luis, con 37 años, que
estudió Geografía en la Autónoma de Madrid, que podría ser mi entrañable hijo,
cree que el autoritarismo y la corrupción, son dos caras de una misma moneda.
Creyó en la Justicia y ha puesto cuatro denuncias, con sus correspondientes pruebas,
sobre distintas irregularidades en los presupuestos militares; pero la
justicia, que es la del poder, se ha vuelto en su contra y le emplumarán, por denunciar
lo que yo denuncio aquí. En el ejército español, que tanto cuesta a las arcas
públicas, hay corrupción y negligencia y sometido a un autoritarismo que una
sociedad democrática no puede consentir. «Mando que no abusa pierde prestigio»,
máxima militar que los altos mandos siguen en la medida de lo posible.
En el interior de los cuarteles hay represión e impera la
ley del silencio, en un mundo jerarquizado, clasista, dividido en castas, sin
derechos, como un estado feudal, dice Segura. «No puedo hablar, no puedo
manifestarme, no puedo expresarme». Les aconsejo que lean «Un paso al frente».
Es un documento valioso para conocer más la institución desde dentro y ejemplo
para los militares con conciencia social. «La casta, que es endogámica, pasa de
padres a hijos, tiene una ideología homogénea y una forma de pensar de otro
tiempo». Es una organización sexista y racista, en la que los oficiales de la
escala superior son los blancos; los suboficiales son negros; los
oficiales que vienen de la antigua escala media son mestizos y la tropa la chusma.
En los cuarteles, el acoso laboral es una herramienta común, que los mandos
tienen a su alcance, para mantener el orden. Una de las mayores preocupaciones
de la oficialidad es disfrutar con la mayor intensidad posible del privilegio
del poder: todo por la patria.
Echemos cuentas. Este clan oscuro, en el que impera la ley
del silencio, jerarquizado y nada democrático, propio del estado feudal,
corrupto y de ideología ultramontana, que reprime la libertad de expresión, nos
cuesta: 6.776 millones de euros anuales, según el presupuesto para 2014. La OTAN
lo eleva a 13.600 millones; y el informe La cara oculta del gasto militar, del Centro
de Estudios para la Paz, lo cifra en 16.500 millones de euros; manteniendo una
deuda acumulada de, al menos, 26.000 millones de euros. Ni el Excel es capaz de
decirme cuantas pesetas de las de entonces son.
Las Fuerzas Armadas, mal equipadas y sobredimensionadas, cuentan
con 52.000 mandos para 78.000 militares de tropa; hay 270 generales para diez
brigadas y 1.050 coroneles para mandar cincuenta regimientos. Según el artículo
9 de la Constitución, «tienen como misión garantizar la soberanía e
independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento
constitucional». Este texto, que utilizaron los «padres» de la Constitución
para su redacción, fue sacado del artículo 37 de la franquista Ley Orgánica del
Estado (1967): «Las Fuerzas Armadas… garantizan la unidad e independencia de la
Patria, la integridad de sus territorios, la seguridad nacional y la defensa
del orden institucional». Se utilizó en el diseño de la operación Diana, que
establecía las acciones del ejército, en el caso de que se produjera un vacío
de poder, tras la muerte de Franco y la coronación del rey; y se puso en marcha
antes y durante la ejecución del golpe de estado del 23-F.
No es que el ejército me de seguridad, es que me da miedo. Segura,
en su novela, eleva una carta al ministro de defensa, sugiriéndole hasta 19
medidas, «que harían del ejército una institución más justa y honorable». El problema
de las fuerzas armadas, no es solo estructural, «están enfermas y necesitan ser
regeneradas», dice el teniente, o tienen que desaparecer, digo yo.
Víctor Arrogante
En Twitter @caval100