Ignacio Huertas Buenadicha, «Rojo», ha cumplido 98 años.
Nada conocido tenía ni contra la izquierda ni contra la derecha. Un hombre
bueno, justo y cabal, sencillo. Rojillo
lo fue, porque de niño su padre comenzó a llamarle así por su pelo. Y la
costumbre se hizo ley en el pueblo. Ha vivido en dos siglos y tiene 98 años. Le
conocí en el setenta del siglo pasado. Es el abuelo de mis hijos y bisabuelo de
mis nietos, fue mi suegro.
Hombre serrano de Gredos. De la ribera del Tormes, donde el
río se junta con la garganta que baja de la Laguna Grande y Cinco Lagunas. Sus
ojos claros, todo lo tienen visto: la sierra plena, nieve y solano, el puente,
el río, Navajondonera, el Soto y Navasomera, su patria grande, porque la
chica es Navalperal de Tormes.
Se levantaba al alba si era invierno y si verano ni eso,
porque no se acostaba. Ha sido cabrero. De cabras nobles, ricas, recias, rojas, como su nombre, dieron para criar
a seis de familia, a costa de andar, deambular, subir, bajar y ordeñar; para el
cabrito asado y el queso blanco que Fidela manipulaba. En la dehesa de
Navalperal, a la ribera del Tormes y con vistas a Risco Redondo, Fidela quedó para
siempre, donde nació. En Navalperal querrá descansar «Rojo». Qué mejor sitio
para reposar una vida dedicada a lo suyo, sin más miras que vivir para vivir,
de andar tranquilo, sosegado, hacia adelante, encorvado. Sus sueños los
desconozco. Pero los tenía, seguro, eran suyos, son historias del tiempo.
Me contaba y me contó que en muchas ocasiones, con la nieve hasta
las rodillas, con frío y niebla, rescató a montañeros, que habían perdido el
respeto a la sierra. Un día fui yo el rescatado. Subiendo por unas peñas, cerca
del Almanzor, para conquistar la cima y otras cosas, un mal paso produjo
movimiento de piedras y el mal parado fue mi pie, el izquierdo. El calcáneo crujió;
sin agua para los labios, el ardiente, lo puso el sol en lo alto.
Mientras que la fiebre subía, llegó «Canario», el burro de siempre, con «Rojo»
tirando del cabezal. Después de tres
meses de muletas, conseguí lo que entonces había perdido: la cornamenta de un
montés, hoy en casa serrana, pero de Moralzarzal.
Mi recuerdo y mi cariño, por un hombre sencillo, buena
gente, querido y respetado por todos, por sus hijos, nietos que algunos son mis
hijos y biznietos que son mis nietos. ¡Felicidades por tu vida, abuelo!
Víctor Arrogante
En Twitter @caval100