Aprovechando las declaraciones del obispo de Alcalá, voy a
dar un repaso a la institución que representa, una de las más nocivas que ha
tenido la humanidad en su historia, por sus crímenes, villanías y «pecados». Este
caballero (como así trata la policía a quienes detiene), muestra la catadura de
su inteligencia. Si la cara es el espejo del alma, ésta es de mala gente. Lo
grave no es lo que dice, sino cómo, por qué y a quiénes se dirige. Quieren
seguir controlando las conciencias.
Caras reflejo de lo que esconden; de todas, miedo; la
satanífica de Rouco y la de Cañizares beática,
que parece dejar ver su deleite por la belleza de los querubines. La del obispo
Juan Antonio Reig Pla, de reaccionario, sectario y de odio, que equipara el «tren
de la libertad» (multitudinaria protesta del pasado 1 de febrero contra la ley
del aborto Gallardón), con el «tren de la muerte» de Auschwitz. «Los partidos
mayoritarios se han constituido en verdaderas estructuras de pecado», califica
la situación actual en España de «dictadura que aplasta a los más débiles», los
todavía no nacidos. No dice nada sobre la dictadura que la iglesia defendió, avalando
la represión franquista bajo palio. El obispo, representante de una «secta»
antidemocrática, sigue entrometiéndose en los asuntos públicos y en los derechos
de las mujeres.
Los trenes de la muerte fueron parte de la «Solución Final».
Estos trenes formados por vagones de ganado, partían desde todos los países
ocupados por la Alemania nazi, con destino a los «campos de exterminio». Después
de varios días de viaje en condiciones infrahumanas, los presos eran
seleccionados: a un lado los aptos para ser esclavizados, el resto a
las cámaras de gas. En el libro de Fernando Vallejo, La Puta de Babilonia
(2007) menciona la visita del papa Ratzinger a Auschwitz para «increpar a Dios»
por el holocausto judío y los crímenes del nazismo: «¿Por qué permitiste esto,
Señor?», preguntaba, retóricamente. Mejor «le hubiera preguntado a la momia
putrefacta de Pacelli o Pío Doce o Impío Doce, por qué no levantó su voz cuando
podía contra Hitler». Cuento esto para destacar el pensamiento del que desde ahora
puede ser «el canalla de Alcalá», que compara el exterminio nazi, con el
derecho a decidir de las mujeres, sobre la interrupción voluntaria del embarazo.
Defienden lo inexistente, cuando no defendieron ni la vida ni la dignidad de
los asesinados y perseguidos por la dictadura, ni hoy a la infancia española desnutrida
ni a la castigada por las guerras.
Vaya por delante mi ateísmo. No creo en ningún ser
sobrehumano, ni sobrenatural, que controle los destinos de los seres vivos aquí
en la Tierra; que imparta castigo y justicia divina, ni nada por el estilo. No
creo en dios, ni en sus actos, ni en sus obras, ni en su historia, ni en su
hijo, ni en su madre, ni en todos los santos, ni en ninguna paloma blanca
santa. (Elogio del ateismo, Diario Progresista, 18 de febrero de 2013)
Mucho menos creo en los hombres que dicen representar a ese dios, inexistente,
en la Tierra, y que para mostrar su poder, han amparado y cometido los mayores
crímenes contra la humanidad. Hubo un tiempo que si creí, pero como dice
Stephen Hawking: «No hay ningún Dios y los milagros no son compatibles con la
ciencia», ni con la razón digo yo, de la que entonces parece que carecía,
máximo atributo del ser humano.
La Puta de Babilonia, aparece en el libro Apocalipsis, como
un personaje asociado con el Anticristo y la Bestia del Apocalipsis, relacionados
con el reino de las siete cabezas y diez cuernos. «Entonces vino uno de los siete
Ángeles que llevaban las siete copas y me habló: Ven, que te voy a mostrar el
juicio de la célebre Ramera, que se sienta sobre grandes aguas. Con ella
fornicaron los reyes de la tierra y sus habitantes se embriagaron con el vino
de su fornicación» (Apocalipsis 17:1-2). En el siglo XVI, en la época de la
Reforma de Lutero, se consideraba a la iglesia católica como la ramera de
Babilonia; lo mismo que antes ya lo hicieran Girolamo Savonarola, predicado
contra el lujo, el lucro, la depravación de los poderosos y la corrupción de la
iglesia católica. También Dante utiliza la imagen de la Puta en su Infierno, en
su crítica a la guía oficial de Roma.
La Puta de Babilonia, de Fernando Vallejo, no ahorra
críticas ni adjetivos a las tres religiones del libro, «los tres fanatismos
semíticos»: el cristianismo, el judaísmo y el islam, que albergan en su seno a
fundamentalistas, que no dudan en asesinar a los contrarios a sus creencias.
Vallejo hace la semblanza de algunos personajes que estuvieron en el entierro
del papa Wojtila «papa de la paridera», contrario a preservativos,
anticonceptivos y aborto. «Veíamos entre la más alta granujería del planeta, a Bush,
a Clinton, a Blair, a Chirac y Kofi Annan, truhanes archiconocidos que no
necesitan presentación». Si cambiáramos estos nombres, por los actuales que
ocupan los mismos cargos, tendríamos el mismo panorama.
No nos alejemos mucho ni en el tiempo ni en el espacio. La
Inquisición se fundó en 1478 por los Reyes Católicos, para mantener la
ortodoxia católica en sus reinos y no se abolió hasta 1834, hace unos
días como aquel que dice. Estuvo bajo el control directo de la monarquía —entre
otros por Fernando VII, tatarabuelo del actual rey de España—. Actuaba, «no
tanto por celo de la fe y salvación de las almas, sino por la codicia de la
riqueza», decía el papa Sixto IV. Lo cierto es que las razones de su creación,
fueron: establecer la unidad religiosa; debilitar la oposición política; acabar
con la poderosa minoría judeoconversa; y conseguir financiación para sus
proyectos. Se estableció una férrea organización para la persecución y
expulsión de los judíos; represión del protestantismo; la censura; luchar contra
los moriscos, la superstición y la brujería. También se persiguió la homosexualidad
y bestialismo, considerados por el derecho canónico contra naturam. Es deleznable, como la iglesia persigue estos supuestos
«delitos», cuando en su seno hay tantos delincuentes pedófilos. El último caso
conocido el del ex nuncio Wesolowski detenido por abusos sexuales a menores. En
esto y en otras cosas, relacionadas con la libertad de los individuos, poco han
cambiado.
Muchos verdaderos fieles cristianos, fueron encerrados,
torturados y condenados como herejes, para ser privados de sus bienes y
propiedades por la Inquisición. Su método represor, se basaba en el principio
de presunción de culpabilidad, no de inocencia. La detención implicaba la confiscación
de sus bienes, llevándose la instrucción en el máximo secreto. El tormento se
aplicaba, no como medio de conocer la verdad, sino para reconfortar al preso en
su fe. Ningún papa ha condenado a la Inquisición de manera clara. Hoy sigue
existiendo, con el sobrenombre de Congregación para la Doctrina de la Fe, desde
donde saltó al papado su prefecto, Joseph Ratzinger («Benedicta»), como prueba
de la existencia de dios, cuyos designios son turbios como su propia esencia.
¿Cuál es el papa más ruin? se pregunta Vallejo: «es cosa
imposible de determinar, en tanto no inventemos el aparatico que mida la ruindad del alma» Del «innoble» Wojtyla, dice
«Seguido hasta el umbral de la eternidad por la prensa carroñera, este vejete
babeante, temblequeante, balbuciente, iba, venía, subía, bajaba, bendecía,
pontificaba, cagaba, parrandeándose su pontificado de pe a pa. ¡Que los que
mató la Inquisición, no habían sido tantos, como afirmaban los enemigos de la iglesia
sino muchos menos!, decía». ¿Cuántos menos? Se murió sin contarlos. Y la
oscuridad reinando.
Vallejo mantiene dudas históricas sobre el nuevo testamento y
la existencia de Jesucristo. Trata de la opresión que ha ejercido la iglesia a
las ideas contrarias al catolicismo; y no deja de tratar la historia reciente
del papado, sus finanzas, apariciones de las vírgenes de Lourdes y Fátima, los
escándalos continuos y lavado de capitales de la Banca Vaticana. Pese a que
aparentemente Vallejo exagera, se queda corto, cuando habla de los escándalos
permanentes, protagonizados por los curas pederastas, que salen como setas en
otoño, y las indemnizaciones para encubrirlos. Ahora parece que el tráfico de
droga les cerca, después de ser detenido en Francia un coche con matrícula
diplomática del Vaticano con droga procedente de España, aunque el portavoz
Lombardi asegura que el caso no tiene relación con la Santa Sede. Veremos.
«LA PUTA, LA GRAN PUTA, la grandísima puta, la santurrona,
la simoníaca, la inquisidora, la torturadora, la falsificadora, la asesina, la
fea, la loca, la mala; la del Santo Oficio y el Índice de Libros Prohibidos; la
de las Cruzadas y la noche de San Bartolomé; la que saqueó a Constantinopla y
bañó de sangre a Jerusalén; la que exterminó a los albigenses y a los veinte
mil habitantes de Beziers; la que arrasó con las culturas indígenas de América;
la que quemó a Segarelli en Parma, a Juan Hus en Constanza y a Giordano Bruno
en Roma; la detractora de la ciencia, la enemiga de la verdad, la adulteradora
de la Historia; la perseguidora de judíos, la encendedora de hogueras, la
quemadora de herejes y brujas; la estafadora de viudas, la cazadora de
herencias, la vendedora de indulgencias; la que inventó a Cristo loco el
rabioso y a Pedro-piedra el estulto; la que promete el reino soso de los cielos
y amenaza con el fuego eterno del infierno; la que amordaza la palabra y
aherroja la libertad del alma; la que reprime a las demás religiones donde
manda y exige libertad de culto donde no manda; la que nunca ha querido a los
animales ni les ha tenido compasión; la oscurantista, la impostora, la
embaucadora, la difamadora, la calumniadora, la reprimida, la represora, la
mirona, la fisgona, la contumaz, la relapsa, la corrupta, la hipócrita, la
parásita, la zángana; la antisemita, la esclavista, la homofóbica, la misógina;
la carnívora, la carnicera, la limosnera, la tartufa, la mentirosa, la
insidiosa, la traidora, la despojadora, la ladrona, la manipuladora, la
depredadora, la opresora; la pérfida, la falaz, la rapaz, la felona; la
aberrante, la inconsecuente, la incoherente, la absurda; la cretina, la
estulta, la imbécil, la estúpida; la travestida, la mamarracha, la maricona; la
autocrática, la despótica, la uránica; la católica, la apostólica, la romana;
la jesuítica, la dominica, la del Opus Dei; la concubina de Constantino, de Justiniano,
de Carlomagno; la solapadora de Mussolini y de Hitler (y de Franco); la ramera
de las rameras, la meretriz de las meretrices, la puta de Babilonia». Ora pro nobis.
«¡Tú
la teóloga, la misteriosa, la profunda, la recóndita, la que se cree representante
de dios en la tierra y mata en su nombre». Poco más tengo yo que decir para
definirte. La «santa madre iglesia», universal, apostólica y romana, la cínica
protectora de tantos pederastas como hay en su seno, la antidemocrática, la del
odio y la agresión, la que va en contra de los Derechos Humanos; la que odia a
las mujeres y abusa de la infancia «dejad que los niños se acerquen a mi» y
aprovecha el poder que ejerce sobre ellos para introducir ideas retrógradas y
perniciosas contra la libertad, los derechos y otras indecencias. Requiescat
in pace.
Víctor Arrogante
En Twitter @caval100