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Crisis

Rajoy y sus palmeros nos dicen que la crisis se ha acabado y tienen razón. Una crisis, sea de la naturaleza que sea, tarde o temprano deja de serlo, bien por que se consiga volver a la normalidad, al estado de cosas que existía antes de producirse o bien por que la crisis se transforma en la normalidad. En nuestro caso la crisis ha desaparecido al convertirse en un estado de cosas que ha venido para quedarse, se ha cronificado. Ya no hay esperanzas de recuperación y por tanto la crisis como cambio traumático ha desaparecido.

Poco a poco vamos viendo como normal y hasta aceptable que los salarios sean poco más que una dádiva, que los derechos adquiridos hayan desaparecido y que nuestras aspiraciones se limiten a una supervivencia más o menos digna. Viendo a indigentes morir en la calle hacemos bueno aquello de que podríamos estar peor y nos resignamos a permanecer al pairo de una corriente de aire envenenado que también poco a poco nos ira despojando de nuestra capacidad de reacción. El animal salvaje sufre la crisis mientras dura su domesticación, una vez concluida ésta, una vez amansado, ya no la percibe y se muestra totalmente dispuesto a ser mantenido preso, a ser esclavizado a cambio de lo mínimo necesario para su supervivencia, renunciando a todo aquello que en el momento de su captura le era propio. Cuando Rajoy dice que la crisis ha terminado lo que quiere decir, simple y llanamente, es: "Esto es lo que hay y punto, iros haciendo a la idea".

De poco valen los millones de comentarios que cada día se dejan ver por las redes sociales sin que finalmente se traduzcan en una respuesta efectiva y decidida en las calles. En lugar de manifestar nuestra indignación de forma contundente optamos por refugiarnos en el resultado de unas elecciones para las que aún falta más de un año y un año es mucho tiempo sobre todo para aquellos que más están sufriendo las acciones del gobierno y las inacciones del principal partido de la oposición. Un año es mucho tiempo, el suficiente para que el aparato politico ponga en marcha sus órganos de propaganda y por medio de datos manipulados y promesas que no cumplirán haga ver a muchos votantes la conveniencia de que nada cambie.

Es mucho lo que está en juego para la clase política tradicional, si una izquierda sin complejos llega al poder el proceso constituyente que tanto tiempo llevamos esperando ( desde 1939) deberá hacerse realidad para que las cosas vuelvan a su sitio, a ocupar ese lugar que les fue arrebatado por la fuerza de unas armas que los capitalistas de entonces y de hoy compraban y compran para garantizarse sus extraordinarios privilegios.

Afirman desde la derecha que los ciudadanos nos dejamos embaucar por las soflamas de la izquierda, que nuestro apoyo a determinados partidos traerá el caos, y lo hacen sin darse cuenta de que la izquierda española no son los partidos que a ella dicen pertenecer, sin darse cuenta de que la izquierda natural está compuesta por la clase trabajadora aunque muchos trabajadores no quieran verlo y se suban al carro del conformismo mientras miran hacia otro lado para no percibir las injusticias que asolan las vidas de la mayoría, y este conformismo es sin duda la sangre que riega las venas del capitalismo, como comprender si no que un partido politico nacido a la sombra protectora del franquismo consiga diez millones de votos.

Nuestra democracia aparte de mutilada esta podrida, ya no sirven podas por muy extensivas que estás puedan ser. Lejos de ser la garantía de los derechos ciudadanos la Constitución de 1978 se ha convertido en el manual  perfecto para la impunidad de la monarquía, de la clase política y del capital, y por tanto la mal denominada Carta Magna debe ser reescrita desde su primer artículo, solo así podremos recuperar la esperanza en un futuro prospero, justo y por tanto digno para nosotros y para nuestros descendientes. Debemos actuar y debemos hacerlo con contundencia.

Desgraciadamente hoy no disponemos de ilustres intelectuales que defiendan la lucha contra el orden establecido mediante la unión de la izquierda, tal y como Rafael Alberti y su compañera María Teresa León junto a nombres como los de José Bergamín, Miguel Altolaguirre, Miguel Hernández, Buero Vallejo, Luis Cernuda, León Felipe, Antonio Machado, o Buñuel que apoyaron decididamente al Frente Popular de 1936, apoyo que quedó físicamente para la historia gracias al Manifiesto de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura del 30 de julio de 1936 en el que afirman:
“declaramos  nuestra identificación plena y activa con el pueblo que ahora lucha gloriosamente al lado del Gobierno del Frente Popular”
y estas ausencias son a mi modo de ver la demostración palpable de otra crisis, de una crisis de valores por parte de los abanderados de la cultura que se dicen de izquierdas, mientras que a la derecha no le faltan sus pemanes, los tiene a cientos.

Puede que finalmente la izquierda se reúna y será entonces cuando, al igual que sucedió en 1936,  los poderes de la derecha y el clero ataquen de nuevo, pero me temo que hoy no podremos volver a leer ni oir lo que el Manifiesto Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura declaró en su acta de constitución:
Se ha producido en toda España una explosión de barbarie... Este levantamiento criminal de militarismo, clericalismo y aristocratismo de casta contra la República democrática, contra el pueblo, representado por su Gobierno del Frente Popular, ha encontrado en los procedimientos fascistas la novedad de fortalecer todos aquellos elementos mortales de nuestra historia... Contra este monstruoso estallido del fascismo... nosotros, escritores, artistas, investigadores científicos, hombres de actividad intelectual... declaramos nuestra identificación plena y activa con el pueblo, que ahora lucha gloriosamente al lado del Gobierno del Frente Popular...
Quizás sea este el fin de la crisis a la que Rajoy alude, ha conseguido aborregar hasta aquellos que siempre han sido sus detractores, aunque también quizás el revoloteo de las palomas de Alberti o Picasso consiga hacerles despertar.

Benito Sacaluga

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