El 23 de febrero de 1981, hace treinta y cuatro años, las
fuerzas antidemocráticas, altos mandos de las fuerzas armadas, fieles al
«testamento» de Franco, con la ayuda de otros afines al régimen, también quienes
querían reconducir la situación política del momento y fortalecer al rey y la
monarquía, se confabularon y dieron un golpe de Estado; que fracasó, pero que
tuvo consecuencias políticas, algunas de ellas siguen aquejándonos.
El golpe estaba previsto para marzo. La dimisión de Suárez y
el pleno de investidura de Calvo-Sotelo lo aceleraron todo. Lo tengo grabado en mi memoria. Vi entrar al teniente
coronel Tejero, que con tricornio y pistola en mano tomó el Congreso: «¡Quieto
todo el mundo!», dio la orden de «¡todos al suelo!» y efectuó un disparo al
aire, seguido por ráfagas de ametralladora de los guardias asaltantes. Todos
presentimos lo peor. Todavía me estremezco. El gobierno y el parlamento
quedaban secuestrados, produciéndose el «Supuesto Anticonstitucional Máximo»,
que permitiría otra acción antidemocrática, para volver a la normalidad
democrática, que no hubiera podido serlo nunca.
Desde el mes de diciembre, distintos militares venían
manteniendo reuniones, tiempo en el que suceden distintos acontecimientos
políticos y militares. El diario El Alcázar publicó una serie de artículos
firmados por el colectivo Almendros, bajo el que se ocultaban un grupo de
civiles y militares de extrema derecha. El primero de los artículos (17 de diciembre), titulado «Análisis
político del momento militar», hacía alusión a un «vino español» que anualmente
ofrecía el director de la Escuela de Estado Mayor, acto que había permitido reunir
a más de seiscientos generales, jefes y oficiales «Los más de seiscientos
asistentes habituales menguaron hasta menos del centenar, y aun éstos, en su
mayor parte, permanecieron poco tiempo. Tal vez el imprescindible para advertir
las razones auténticas de la excepcionalidad y desangelada situación».
El día 22 de enero Almendros publica su segundo artículo
bajo el título «la hora de las otras instituciones». El presidente Suárez, días
después, presentó al rey su dimisión. El último de la serie se publicó el 1 de
febrero con el título «La decisión del mando supremo», en el que se señalaba:
«Estamos en el punto crítico, se inicia la cuenta atrás». Días más tarde, el
general De Santiago, muy próximo a los golpistas, publicó en El Alcázar un
artículo claramente provocador: Situación límite. UCD celebraba su Congreso en
Mallorca. Durante todo este tiempo, el grupo de oficiales golpistas próximos a
Milans del Bosch ultima los preparativos. La contraseña establecida era «Duque
de Ahumada» (fundador de la Guardia Civil), y el día escogido el 23 de febrero;
antes de que se eligiera un nuevo presidente del gobierno.
Franco en su testamento político, dejaba todo «atado y bien
atado» en manos del rey, la banca, la alta burguesía, los altos mandos de la
administración, el ejército y la Iglesia. Pedía perseverancia en la unidad y en
«la paz», así como lealtad al futuro rey de España, que él mismo había elegido.
Seis años después de su desaparición, su espíritu seguía vivo y el aparato de
la dictadura intacto. Los fieles al «régimen» no podían consentir que se
otorgase la soberanía al pueblo, se legalizaran los partidos políticos,
especialmente el PCE, se desmontara el estado totalitario y se reconociese el
derecho al autogobierno de nacionalidades y regiones. Había otros intereses de
poder que pretendían reconducir la situación, ante la política de Suárez que
llevaba al abismo.
Las elecciones generales de 1979, dieron la mayoría a la UCD
de Suárez. Sus políticas, agravadas por la situación internacional, provocaron
una gravísima crisis social, económica y política; la inflación se disparó, se
elevaron los precios y el desempleo aumentó vertiginosamente. Junto a esto, el
terrorismo más cruento. Con cada atentado, la democracia se debilitaba, el
Sistema perdía credibilidad y cundió el «desencanto». La democracia tan
anhelada, había dejado de ser la panacea de toda solución política, económica y
social. Para el rey, Suárez había dejado de ser útil. Un mes antes de aquel 23-F,
El Alcázar anunciaba que «los almendros florecen en primavera», clave de alerta
a las fuerzas golpistas que estaban en el conocimiento.
El 17 de marzo de 1981, el Congreso de los Diputados celebró
un pleno monográfico sobre el 23-F a puerta cerrada —algo sin precedentes—, sin
cámaras de televisión, fotógrafos ni invitados. El ministro de Defensa, Alberto
Oliart, presentó la primera explicación oficial. El informe Oliart, según la revista Tiempo, precisaba que el golpe, sufrió un
adelanto forzado, ante la inesperada dimisión de Adolfo Suárez y cogió a los
golpistas con el pie cambiado. Como los autores del golpe primaron la seguridad,
la conjura «no fue detectada a tiempo por los servicios de información». No
obstante se percibieron indicios de una conspiración, «por los artículos
publicados en el diario ultraderechista El Alcázar bajo el nombre en clave de Almendros».
Blanco y en botella.
El ministro de Defensa hizo hincapié, según la revista, en
que los responsables de la sublevación «partieron de la convicción gratuita» de
que se produciría una «reacción en cadena» en las Fuerzas Armadas y los Cuerpos
de Seguridad del Estado. En la tesis del ministro estaba presente la defensa
del rey, cuando dice que los golpistas no contaron con la «enérgica e
inequívoca» actitud del rey, quien «destruyó» el efecto causado en un primer
momento por los golpistas por la utilización del nombre del monarca. Hay otras
tesis más actuales que implican al rey directamente, como conocedor de los
sucesos. Iñaqui Anasagasti recuerda una conversación con Sabino
Fernández Campo —entonces secretario general de la Casa del Rey—, sobre los
primeros momentos transcurridos en la Zarzuela y lo que el secretario escuchó
decir al rey, en su conversación con el general Armada, después del tiroteo en
el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo: «¡Qué coño es eso de intimidación!
¡Eso no estaba previsto! ¡Quiero saber urgentemente lo que está pasando ahora
mismo allí».
Según Iñaqui Anasagasti, Sabino Fernández Campo le contó: «Al
quedarme sólo me di cuenta que mi cabeza era un volcán y cien preguntas me
surgieron como centellas. ¿Qué significaba lo de «no estaba previsto»? ¿Por qué
el Rey aparentaba estar tranquilo conmigo y no con Armada?», se preguntaba
Fernández Campo, Secretario General de la Casa del Rey (Iñaki
Anasagasti id.). «¿Era la acción individual del loco Tejero? ¿Era un golpe
de Estado? ¿Era la cabeza de puente de otra cosa mucho más seria? ¡Y las dudas
inundaron mi cabeza! Así que cogí el teléfono y llamé a mi hombre de confianza
destacado en el Congreso y me confirmó que Tejero había dicho que aquello lo
hacía ¡¡en nombre del Rey!! Eso me nubló hasta la vista y hasta mi corazón
empezó a latir peligrosamente. ¿En nombre del Rey? ¿Qué está pasando aquí? Entonces
llamé a mi amigo Lacaci, el Capitán General de Madrid, y comprobé que estaba
tan desorientado y desconcertado como yo, intentando saber con exactitud lo que
estaba pasando en la Brunete, era fundamental saber lo que iba a hacer la
Acorazada».
Sabino volvió al despacho del rey, que hablaba por teléfono
con el general Armada:
«Alfonso, si es verdad que ese loco ha entrado en el
Congreso en nombre del Rey hay que desmentirlo urgentemente y quiero saber con
urgencia por qué ha dicho Tejero semejante cosa. Y sin más colgó el teléfono.
Yo me acerqué y sin sentarme, de pie (allí sentada seguía la Reina) le dije: Señor,
veo que ya lo sabe. Eso es muy grave.
—Sí, Sabino, la cosa es grave. Creo que debemos autorizar a
Armada a que venga a la Zarzuela y nos explique detalladamente lo que está
pasando, porque creo que aquí están pasando cosas que no estaban previstas— ¿Cosas
que no estaban previstas? ¿A qué se refiere Su Majestad? —Bueno, es un decir
(pero, por primera vez noté cierto nerviosismo en el Rey, como si quisiera
ocultarme algo)».
El rey apareció en televisión, después de conocer que todos
los capitanes generales cumplirían la orden de interrumpir la operación, y
anunció la continuidad democrática. Javier Cercas en Anatomía de un instante,
dice que todo implica al rey, en una operación para fortalecer a la monarquía,
restaurar el prestigio de España, consolidar la democracia y retirar a Suárez
de la presidencia del gobierno, con el apoyo de ciertos renombres de la
política en el gobierno y la oposición. La conducta del rey antes del golpe no
fue en absoluto ejemplar, cometió errores, frivolidades e irresponsabilidades.
El rey, dice la periodista Pilar Urbano, no nos salvó del
golpe; «el rey nos salvó in
extremis de un golpe que él mismo había puesto en marcha», que el había
alentado.
Armada, segundo jefe del Estado Mayor del Ejército, secretario
general de la Casa del Rey durante 17 años, estuvo en el Congreso, pero
Tejero no le permitió dirigirse a los diputados, para proponer un gobierno de salvación
dirigido por él y con representantes de todos los partidos políticos. Tejero,
que quería una junta militar presidida por Milans, se sintió traicionado e
impidió que Armada asumiera la presidencia del gobierno a las «órdenes del rey».
El suyo era un golpe duro, de involución, y desmanteló el golpe blando de
Armada. «El Rey nos ha engañado;
nosotros hemos avanzado y él se ha echado atrás» clamaba Milans (Iñaki
Anasagasti. Una monarquía protegida).
Mientras los diputados y el gobierno legítimo permanecían secuestrados
por las armas, el «gobierno de salvación nacional» que el general Armada
presentó a Tejero, lo formaban: Presidente,
general Alfonso Armada; Vicepresidente
Asuntos Políticos, Felipe González Márquez; Vicepresidente Asuntos Económicos, J. M. López de Letona (Banca). Ministros UCD: Hacienda, Pío Cabanillas;
Obras Públicas, José Luis Álvarez; Educación y Ciencia, Miguel Herrero de Miñón;
Industria, Agustín Rodríguez Sahagún. Ministros
PSOE: Justicia, Gregorio Peces-Barba; Transportes y Comunicaciones, Javier
Solana; y Sanidad, Enrique Múgica. Ministros
PCE: Trabajo, Jordi Solé Tura; y Economía, Ramón Tamames. Otros partidos e instancias: Asuntos
Exteriores, José María de Areilza (Coalición Democrática); Defensa, Manuel
Fraga (Alianza Popular); Comercio, Carlos Ferrer Salat (presidente CEOE); Cultura,
Antonio Garrigues Walker (empresario); Información, Luis María Anson
(presidente agencia Efe). Militares:
Interior, general Manuel Saavedra; y Autonomías y Regiones, general José A. Sáenz
de Santamaría. ¿Eran conocedores de lo que se proponía?
Cuando Armada llega al hotel Palace, conoció el contenido
del mensaje del monarca y se pone irremediablemente del lado de los golpistas: «el
Rey se ha equivocado» y con su alocución «ha comprometido a la Corona,
divorciándose de las Fuerzas Armadas». En otras palabras, venía a decir, que el
rey había traicionado a sus compañeros de armas y a la operación que conocía
desde el principio y sobre la que estaba de acuerdo. El ministro Oliart informó
de la investigación que se estaba siguiendo, veintiún días después del golpe: «114
personas aparecían citadas en conversaciones grabadas por Francisco Laína, a
las que se sumaban 127 miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad y 23
civiles». En el posterior juicio de Campamento solo se enjuició a 33 responsables.
Fue una «verdadera farsa de la Transición», dice Anasagasti en su nuevo libro
Una monarquía nada ejemplar; «por lo pronto no se investigó la trama civil».
En otro momento de la conversación de Anasagasti con
Fernández Campo, cuenta que después de hablar con el general Juste, que preguntaba
por Armada, al que le respondió «ni está ni se le espera», con la intuición a
flor de piel, «con todas las moscas detrás de la oreja», se dirigió de nuevo al
despacho del rey: «Cuando entré me llevé la sorpresa de mi vida. Allí se estaba
brindando. Y eso me nubló la mente y me enfureció. Así que, ya sin protocolos,
me dirigí a su majestad y sin pensarlo le dije mirándole de frente: ¡señor!
¿Está usted loco? Estamos al borde del precipicio y usted brindando con champán.
Y casi grité ¿no se da cuenta de que la monarquía está en peligro? ¿Qué puede
ser el final de su reinado? ¡Recuerde lo que le pasó a su abuelo! Entonces la
cara del rey cambió de color y vi como sus manos le empezaron a temblar y en
voz casi inaudible mandó salir a los allí presentes. Todos salieron menos la reina,
que tenía cara de póquer. Su majestad
se vino hacia mí y tembloroso, casi llorando, me tomó de las manos y en tono
suplicante me dijo: ¡Sabino, por favor sálvame! ¡Salva a la monarquía, ahora
mismo no sé lo que hago ni qué decir!». Se había dado cuenta de las
consecuencias de su borboneo.
La atmósfera en los meses anteriores al golpe era de
desestabilización: atentados, crisis económica, agitación social, intoxicación
desde los medios de la ultra derecha, división interna en la UCD y dura
confrontación política. El ex director de Seguridad del Estado, Francisco Laina,
jefe de la Comisión Permanente de secretarios de Estado y de subsecretarios —un
gobierno de facto que asumió las funciones del ejecutivo secuestrado en las
Cortes—, guarda en su memoria dos escenas relevantes. La primera
transcurre en el funeral por una de las víctimas de ETA, en el que también
estaba el teniente coronel Antonio Tejero —que ya había sido condenado a siete
meses de cárcel por la Operación Galaxia—, sin mando y en situación de
disponible, «Me quedé pensando que aunque no tuviera mando, disponía de 24
horas al día para conspirar. Dejarle en Madrid libre de vigilancia fue un error
de los servicios de información».
La segunda escena que recuerda, fue cuando entregó al
presidente Adolfo Suárez un informe confidencial elaborado por los servicios de
información policiales, que indicaba que el rey no se recataba en criticar
duramente al presidente Suárez en conversaciones con personas y ambientes muy
diversos. Se añadía que el monarca expresaba abiertamente su disconformidad con
decisiones adoptadas por Suárez y planteaba la conveniencia de un posible
relevo del presidente. También se informaba de una comida que el general
Alfonso Armada —entonces gobernador militar de Lleida—, había mantenido con el
responsable de asuntos de defensa del PSOE Enrique Múgica, en la casa del
alcalde Antoni Siurana. Suárez, después de leer el citado informe, «guardó un
momento de silencio y luego me dijo: No me cuentas nada nuevo».
Los golpistas querían establecer un gobierno «militar por
supuesto», recuperar los principios del «movimiento nacional» y el espíritu del
18 de julio. Si nos atenemos a las palabras que el rey dedicó al embajador alemán
Lothar Lahn en marzo de1981, los sublevados sólo «habían querido lo mejor
para España». Para el rey «los cabecillas sólo pretendían lo que todos
deseábamos: el restablecimiento de la disciplina, el orden, la seguridad y la
tranquilidad»; la defensa de la unidad de España, la bandera y la corona. El
monarca entendía que el responsable último del pronunciamiento era Adolfo
Suárez, por no tener «en cuenta las peticiones de los militares». El rey estaba
al corriente de la trama golpista y conforme, antes, durante y después del
golpe que traicionó.
Fue un golpe de estado en toda regla: perpetrado por mandos
militares, guardias civiles y una trama ideológica de la derecha reaccionaria
sin identificar y que no fue investigada. Fue un golpe de estado promovido
desde las instancias del poder para reconducir la «situación política a la
deriva». Al menos dos conspiraciones coincidieron en el tiempo. La violenta de
Tejero, que con sus disparos, asustó al rey y el de Armada, en el que estaba el
CESID que recondujo acciones e indujo otras para llevarle a la presidencia del
gobierno, con la connivencia de algunos políticos y partidos en la oposición
que jugaron un papel determinante. El general Armada, no fue el mayor traidor,
sino el traicionado. Había sido el hombre leal y disciplinado, muy valorado por
todas las fuerzas políticas, que estuvo en todo momento a las órdenes del rey,
quien «ayudó a crear un ambiente golpista previo al 23-F» e hizo todo lo
posible para que Suárez dimitiera. La irrupción de Tejero estropea el plan a
Armada, «y el rey, con quien había conspirado, se hizo el loco». Armada era el
«elefante blanco» que se iba a hacer con el poder en nombre del rey»
(Anasagasti).
Se hizo todo en nombre del rey, aunque insistió «¡A mi
dádmelo hecho!» (El Rey y su secreto, Jesús Palacios). Estaba previsto que a la
llegada de Armada, varios diputados lo avalaran, entre ellos Fraga, Sánchez
Terán, Herrero de Miñón, Enrique Múgica, Peces Barba y José Luis Álvarez. En la
historia de España, la monarquía siempre se ha restaurado o instaurado mediante
golpe de Estado; la actual, por el de Franco. Ahora sin triunfar, se consiguió
lo que pretendía: el rey y la monarquía se consolidaron; la democracia se
fortaleció, aun sometida al miedo de la involución; el desarrollo del estado
autonómico se paralizó y ahí sigue; y la grave situación política e
institucional, achacada a la política de Suárez, se recondujo hasta hoy. Cayo
Lara ha exigido que se desclasifiquen todos los documentos del 23-F y a la Casa
Real «que desmienta, si se puede, con explicaciones claras y
concretas», el papel del rey en el golpe. Quedan pendientes algunas respuestas de otras tantas preguntas
posibles.. El tiempo las responderá o no.
El 23-F fue un episodio vergonzante, que se cerró con
rapidez, sin investigar y con desaparición de pruebas. Quienes participaron,
ocultaron y desvirtuaron la realidad; quienes algo conocían lo taparon por su
seguridad y lealtades mal entendidas. Demasiadas instituciones y representantes
públicos estuvieron implicados de espaldas al pueblo. Unos se han llevado su
secreto a la tumba, otros todavía viven de sus réditos. Termino con León Felipe
en Sé todos los cuentos: «Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo
que he visto...», lo que he oído, lo que he vivido y lo que pienso.
Víctor Arrogante
En Twitter @caval00