La República. Elecciones municipales que derrocaron la monarquía (I)
Desde hoy y hasta el 14 de abril, voy a dedicar mis reflexiones a «La República»: lo que significó política y socialmente, su Constitución, lo qué hoy representa, y lo que puede llegar a ser en el próximo futuro; sus valores y los principios que identifican al republicanismo.
El 12 de abril de 1931, hace ahora 82 años, se celebraron en España elecciones municipales, que, pese a los resultados globales, provocaron la caída de la monarquía y la proclamación de la Segunda República española.
Las elecciones municipales que se convocaron, con el objetivo de consolidar el sistema y conseguir mayor apoyo popular, resultaron ser la perdición real. Se eligieron cerca de ochenta mil concejales, estos eligieron a los alcaldes en 8.943 distritos. La monarquía era un símbolo de decadencia, y republicanos y socialistas, decidieron convertir las elecciones municipales, en un verdadero plebiscito, sobre la continuidad de la monarquía en España.
Previamente el 17 de agosto de 1930, con el «El Pacto de San Sebastián», se había acordado la estrategia de poner fin a la Monarquía representada por Alfonso XIII y proclamar la Segunda República. En la reunión de San Sebastián estuvieron presentes las siguientes organizaciones: Alianza Republicana, Partido Radical Socialista, Derecha Liberal Republicana, Acción Catalana, Acción Republicana de Cataluña, Estat Catalá, y la Federación Republicana Gallega. Meses después el Partido Socialista Obrero Español y la Unión General de Trabajadores, se sumaron al Pacto, con el propósito de organizar una huelga general, que fuera acompañada de una insurrección militar, que metiera a «la monarquía en los archivos de la historia» y establecer «la República sobre la base de la soberanía nacional representada en una Asamblea Constituyente».
La huelga general no llegó a declararse y el pronunciamiento militar, la «Sublevación de Jaca», fracasó; siendo fusilados los capitanes sublevados: Galán y García Hernández. Buena parte de los miembros del «Comité Revolucionario» fueron encarcelados y otros huyeron del país. Pese a la represión ejercida, el general Berenguer, para suavizar la situación y fortalecer la soberanía que recaía conjuntamente en el rey y las Cortes, aplicó la Constitución de 1876 que reconocía las libertades de expresión, reunión y asociación. Además pretendió convocar elecciones generales para el 1 de marzo de 1931. Este plan no contó con el apoyo de los monárquicos del Partido Liberal y Partido Conservador, partidos que se habían turnado en el poder durante los últimos años.
El rey Alfonso XIII, cesa al general Berenguer, al no contar con el mínimo apoyo y nombra nuevo presidente del consejo de ministros al almirante Juan Bautista Aznar-Cabañas, quién forma gobierno con viejos liberales y conservadores. Una de sus primeras decisiones fue proponer un nuevo calendario electoral: elecciones municipales el 12 de abril y posteriormente elecciones a Cortes Constituyentes. Las elecciones del 12 de abril, suponían para la monarquía, volver a la normalidad de antes de la dictadura de Primo de Rivera. Para las fuerzas republicanas, significó una prueba de fuerza, una consulta sobre la forma de Estado. Los resultados fueron un mazazo para los monárquicos, que poco hicieron para evitar que Alfonso XIII perdiera el trono.
Las candidaturas «republicano-socialistas» obtuvieron el triunfo en 41 de las 50 capitales de provincia. Los partidos monárquicos ganaron en 9: Cádiz, Palma de Mallorca, Las Palmas, Burgos, Ávila, Soria, Lugo y Orense. La participación ciudadana representó el 70% del electorado. Los monárquicos consiguieron 40.324 concejales, frente a los 36.282 que obtuvieron los republicanos y socialistas. Los comunistas consiguieron 67 concejales; los diferentes partidos nacionalistas catalanes más de 4.000 y los nacionalistas vascos 267.
Los partidos monárquicos habían sido derrotados en los núcleos urbanos, y conseguido una victoria clara en las zonas rurales. Pero todo fue en su contra. En definitiva, las elecciones municipales, que se habían convocado para conocer el apoyo que podría recibir la monarquía, resultaron ser un amplio plebiscito contra la propia monarquía que las había convocado.
La ciudad de Éibar, el día 13, izó la bandera tricolor y al día siguiente en las principales capitales españolas, donde las candidaturas republicanas habían conseguido la mayoría. El 14 de abril, en la Puerta del Sol de Madrid, se proclamó la Segunda República española. Desde ese mismo día, la derecha monárquica, católica, cacique y terrateniente, se confabularon para derrocarla y no pararon hasta que lo consiguieron; llevando a España a una de las mayores tragedias de su historia.
Se adoptó como bandera la tricolor; el Himno de Riego como himno oficial y como Presidente Niceto Alcalá Zamora. Antonio Machado, poéticamente, daba así la bienvenida: «Con las primeras hojas de los chopos y las últimas flores de los almendros, la primavera traía a nuestra República de la mano. La naturaleza y la historia parecen fundirse en una clara leyenda anticipada o en un romance infantil». Un proceso rápido, limpio, incruento e imprevisto, puso fin a la llamada «Restauración Borbónica».
El diario monárquico ABC publicó en su portada del día 17 de abril la declaración del rey: «Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo... Espero a conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva, y mientras habla la nación, suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real y me aparto de España, reconociéndola así como única señora de sus destinos…».
Con los resultados municipales, vino el desconcierto para la clase política dirigente. El almirante Aznar, entonces jefe del gobierno, declaraba ante la prensa: «Qué quieren que les diga de un país que se acuesta monárquico y se levanta republicano», mientras el ministro Romanones, proponían la renuncia del rey y la calle vitoreaba a la República. Por su parte, el comité revolucionario republicano, reunido en casa de Miguel Maura, instaba al Gobierno a someterse a la «voluntad nacional» y convocar unas elecciones a Cortes Constituyentes. Pero, como dijo el propio Maura: «fue la calle la que se encargó, por si sola, de aclarar las cosas, marcando el rumbo a los acontecimientos», y con ellos llegó la República.
Tras la renuncia del gobierno, los miembros del Comité Revolucionario redactaron las actas del nacimiento de la Segunda República, eligiendo a Niceto Alcalá Zamora como Presidente del Gobierno provisional. En el Preámbulo del decreto de nombramiento del presidente se dice: «El Gobierno provisional de la República ha tomado el poder, sin tramitación y sin resistencia, ni oposición protocolaria alguna; es el pueblo quien le ha elevado a la posición en que se halla y es él quien en toda España rinde acatamiento e inviste de autoridad». En virtud de este primer decreto, el presidente del Gobierno asume la Jefatura del Estado «con el asentimiento expreso de que las fuerzas políticas triunfantes y de la voluntad popular, conocedora, antes de emitir su voto en las urnas, de la composición del Gobierno provisional».
Los resultados habían supuesto una estocada de muerte en todo lo alto de la monarquía y la puntilla se la dio la guardia civil, al adherirse a la República su director, el general Sanjurjo. Después todo se resolvió en un cuarto de hora: el rey, en Cartagena, sale de España hacia el exilio (sin haber abdicado formalmente) y en la Puerta del Sol, Alcalá Zamora, Lerroux, Fernando de los Ríos, Manuel Azaña, Casares Quiroga, Miguel Maura, Álvaro de Albornoz y Francisco Largo Caballero (algunos habían salido de la cárcel ese mismo día), entran en el ministerio de la Gobernación y asumen el poder, como nuevos ministros del gobierno provisional. Había nacido la Segunda República.
Víctor Arrogante