Víctor Arrogante | Eco Republicano
Lo que aprendí de economía en dos semanas. Economía Capitalista (I)
Conocida es la anécdota, cuando en un acto público y en un
descuido, se escuchó el comentario del Presidente Zapatero a su ministro, la
economía «es complicada», y el ministro, que era Jordi Sevilla, dijo: «lo que
tú necesitas saber se aprende en dos tardes». No se si fueron dos tardes las
que necesitó, pero después de ocho años de gobierno, Zapatero parece que no se
enteró de que lo que ocurría: estábamos inmersos en la crisis económica más
devastadora de la historia.
He leído con interés algunos libros sobre economía, con la
intención de entender mejor, lo que está ocurriendo y con mi mejor intención
explicarlo a los amables lectores, como si una de mis clases, de aproximación
al tema, se tratara. Jordi Sevilla en su libro «La economía en dos tardes», entiende que la economía es el
análisis del comportamiento de las sociedades ante el problema básico de la
subsistencia, desde el punto de vista de la producción, reproducción de bienes
y servicios, relacionando estos elementos, con los recursos naturales escasos.
La definición clásica de la corriente objetiva o marxista
señala que: «La economía política es la ciencia que estudia las leyes que rigen
la producción, la distribución, la circulación y el consumo de los bienes
materiales que satisfacen necesidades humanas» (FriedrichEngels). Karl Marx a su vez señala que la economía es «la ciencia
que estudia las relaciones sociales de producción». La filosofía marxista, que
se basa en el materialismo histórico, entra a teorizar sobre el concepto del
«valor-trabajo», donde el valor tiene su origen objetivo, en la cantidad de
trabajo que se requiere para producir los bienes. Desde el materialismo
histórico, se concibe el «capitalismo», como una forma de organización social
en un momento dado de la historia.
Para algunos, la economía política, nace con Adam Smith; y su pensamiento económico se entiende tras
responder a la pregunta ¿Por qué funcionan las relaciones económicas de forma
equilibrada, en una sociedad en la que los individuos, solo se preocupan de sus
propios intereses?: gracias a una «mano invisible», que de forma espontánea,
coordina los mercados y sus intereses. La importancia de la «mano invisible»
aumenta, en la medida en que la sociedad se desarrolla y la división del
trabajo se perfecciona. En este orden natural los gobiernos no deben
intervenir, limitándose su actuación a la seguridad, defender la propiedad
privada, administrar justicia y facilitar bienes públicos (como hacer caminos,
por ejemplo). Keynes, por el contrario, defiende que en momentos de
crisis es necesaria la intervención del Estado, para corregir los
desequilibrios que el mercado origina, mediante las políticas fiscales.
Lo cierto es que la economía estudia, analiza y propone: la
forma en que se fijan precios de bienes y de factores de la producción, como
trabajo y capital; comportamiento de los mercados financieros; consecuencias de
la intervención del estado y su influencia en el mercado; distribución de la
renta, así como proponer métodos de ayuda a la pobreza sin alterar resultados
económicos; influencia del gasto, impuestos y déficit público en el
crecimiento. También estudia el desarrollo de los ciclos económicos, causas,
oscilaciones del desempleo y producción y cuales son las medidas necesarias
para el crecimiento; funcionamiento del comercio internacional; o el
crecimiento de los países en vías de desarrollo.
El término científico del sistema económico actual, cuyo objetivo
es ganar dinero, es «capitalismo», que es el utilizado por los teóricos
marxistas. Sus antagonistas, neoliberales o neoconservadores prefieren
denominarlo «libre mercado» o «economía de mercado». Palabras que surgen tras
una operación de desdramatización lingüística que, como ha ocurrido con otros
términos −burguesía, proletariado, imperialismo, clases sociales, lucha de
clases−, van cargados de gravedad y memoria histórica y portadoras de ruido
innecesario para lo que el establishment
precisa.
Tras el fracaso de los países comunistas, el modelo
económico que querían representar, la «economía planificada», dejó de ser
alternativa al «capitalismo». Las posiciones fundamentalistas defensoras del
«mercado», se hacen más fuertes y el «pensamiento único» implantado
globalmente. En su sistema todo tiene que ser libre, menos la conciencia
social; todo a disposición de la libre economía, incluso la dignidad de los
trabajadores; todo sometido al libre mercado, sin normas, ni leyes, salvo
cuando sean para su beneficio. ¡Qué el estado no intervenga!; luego piden inversión,
capital o rescate cuando se reducen las ganancias. Tras la aplicación salvaje
de sus teorías, se observa su insolidaria perfección, chocando con otros
valores sociales tales como democracia o justicia social. Frente al clásico
dilema entre «eficiencia y equidad o seguridad y libertad», escogerán en cada
momento lo que más beneficio les ofrezca.
En este sistema económico, si alguien no compra, alguien no
vende, no obtiene beneficios, por lo que no tiene sentido seguir produciendo y
tampoco mantener el empleo. El objetivo es ganar dinero a costa de lo que sea y
es secundario lo que se venda: si existe demanda (incluso prostitución, armas o
drogas), si crea beneficio y posibilidad de acumulación de riqueza, todo vale.
El sistema de «capitalismo de casino», alejado del «capitalismo de rostro
humano», es capaz de alcanzar las mayores cuotas de creación de riqueza, a
costa de la injusticia social, ampliando exponencialmente la horquilla de las
desigualdades sociales.
Hay otro enfoque posible, en el que ni todo vale ni todo
consiste en ganar dinero. Con esta visión la producción adquiere una función
social. Este modelo, desde la base de la competencia, combina: la libre
iniciativa, con un progreso social, asegurado por la capacidad económica. Los
valores éticos en los cuales se fundamenta la economía social de mercado, se
centran en principios que guardan relación con la dignidad humana, el bien
común, la solidaridad y la subsidiaridad, a fin de lograr un sistema económico
equilibrado, al servicio de la calidad de vida de los seres humanos.
La «economía social de mercado» tiene sus propios principios
básicos: la intervención del estado en el libre mercado, que garantice la
justicia social; la propiedad privada, con función social; la propiedad privada
de los medios, subordinada al principio de destino universal de los bienes; la
plena responsabilidad, en la búsqueda libre del beneficio económico, guardando
valores éticos como el bien común, la moderación y la responsabilidad
ambiental; y el desarrollo de una política económica, que debe garantizar el
bienestar de todos los actores sociales.
La Constitución española permite este sistema y el
contrario. Proclama la voluntad de «Promover el progreso de la cultura y de la
economía para asegurar a todos una digna calidad de vida». Dice en su
articulado que «Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de
acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo
inspirado en los principios de igualdad y progresividad». Reconoce el derecho y
el deber de todos los españoles «al trabajo,… y a una remuneración suficiente
para satisfacer sus necesidades y las de su familia», quedando garantizado por
a ley «el derecho a la negociación colectiva laboral,… así como la fuerza
vinculante de los convenios».
Pese a declarar que España se constituye en un «Estado
social y democrático de Derecho» y garantizar en el Preámbulo un orden
económico y social justo, «Se reconoce la libertad de empresa en el marco de la
economía de mercado», en el que «Los poderes públicos garantizan y protegen su
ejercicio y la defensa de la productividad, de acuerdo con las exigencias de la
economía general y, en su caso, de la planificación». Como vemos, el modelo
teórico se desarrolla en un «Estado social», en el marco de la «economía de
mercado»; y en la realidad observamos como los gobiernos se acercan al mercado,
alejándose de lo social.
En el título VII «Economía y Hacienda» se dice que «Toda la riqueza del país
en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al
interés general». El Estado, mediante ley «podrá planificar la actividad
económica general para atender a las necesidades colectivas, equilibrar y
armonizar el desarrollo regional y sectorial y estimular el crecimiento de la
renta y de la riqueza y su más justa distribución». Escrito está; y habría que
blindar alguno de estos principios, para que ningún gobierno de turno, ataque
de forma obstinada, con sus reformas antisociales, los intereses de las
personas, frente a los de la banca. Como podemos entender, todo puede ser
diferente y otra política es posible, como defender una economía de oferta,
sustentada en la innovación tecnológica, la educación y la distribución de la
renta (Antonio Miguel Carmona).
En la historia, el «capitalismo» ha evolucionado a través de
tres fases: La comercial, en la que
el dinero desempeñaba el papel de mercancía para los intercambios de otras mercancías.
La financiera, el dinero cambia de
función, para ser una reserva de valor, que utiliza la producción y el
intercambio de mercancías, para crear más dinero. La fase de «capitalismo de casino», es el de la desregulación, los
derivados y la innovación financiera y tecnológica; y funciona según el esquema
de puro intercambio de dinero, desvinculado del comercio de mercancías y de la
producción; facilitando el crédito excesivo y creando burbujas especulativas.
Con el estallido de la última burbuja en 2008, se inició la crisis que todavía
padecemos, momento que utilizan para los ajustes necesarios, para la protección
del sistema capitalista globalizado del libre mercado.
Las teorías y relaciones en la economía mundial mucho han
cambiado, pero en el fondo está casi todo inventado. Son tres los pensadores
filósofos que hoy siguen marcando tendencia: Smith, Marx y Keynes. Pero el
desarrollo de sus teorías y las consecuencias económicas y políticas, será la
semana próxima.
Víctor Arrogante
En Twitter @caval100
Artículo publicado por el anterior Diario Progresista el 22 de
abril de 2013 y en el libro Reflexiones Republicanas
Nota:
Se considera a Adam
Smith el padre del liberalismo económico que propugna dejar las decisiones
al mercado, con poca intervención del Estado.
Karl Marx es el
padre del Socialismo. Los medios de producción pertenecen al Estado y éste es
el protagonista en las decisiones económicas.
John Maynard Keynes,
padre del keynesianismo, otorga un papel importante al Estado, aún cuando el
mercado sea el mecanismo base. "Cuando la iniciativa privada está
deprimida, es bueno que el Estado la sustituya con inversión pública".