Joan Llopis Torres
Si fuera España una república, el ‘Procés’ catalán se hubiera conducido por otras vías, sin plantear la Independencia, no al menos como se ha conducido hasta ahora el ‘hecho catalán’ (el ‘hecho’, en remembranza de ‘els fets d’octubre’: ‘los hechos de octubre’) Pero, claro, nada hubiera transcurrido de la misma manera. Tampoco los paralelismos históricos deben observarse como determinantes. Basta con asociarlos y guardarlos en la memoria. Ni la proclamación del ‘Estat Catalá’ desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona el 6 de Octubre del 34, debe considerarse el padre de nuestras esperanzas. Aunque sea hoy el de la Generalitat el que está abierto a los anhelos del pueblo catalán, no fue ayer la proclamación de la huelga general revolucionaria (aquél 5 de octubre) ni ayer la revolución de Asturias.
El conocimiento o desconocimiento de la Historia no es relevante, bien que sea causa o, sin más, el pretérito del presente, que es lo que importa sin duda, aun con toda su dignidad aquellos días graves e imperfectos; y hoy, por haberse cerrado en falso el franquismo y sido aceptado sin ruptura, de facto, aun sin ninguna democracia y heredada de la Dictadura, se nos sigue imponiendo la monarquía, ocultándose que en aquellos días convulsos, las páginas 75 a la 78 de la historia se escribieron con pistolas encima de la mesa y los sables desenvainando (amenaza de golpe de Estado militar que en España siempre ha estado presente). De ahí, eso sí, estos lodos. Nadie sabrá, salvo en una ficción histórica, qué hubiera sido lo que Dios hubiera querido, o lo que hubiera querido el destino, para, de todas maneras, cual hubiera sido cualquier otro camino, llegar sin duda hasta hoy, al mismo sitio donde estamos y en presente, fracasados. Siempre perdemos los mismos. Pero, aun con el acuerdo del 78, aunque la justicia jamás fue más ciega salvo otras mil veces, quedaron en uno culpables e inocentes confundidos, pero sólo en el papel de la Constitución, no vayamos a confundirnos, que están con las maneras de Fernando VII unos, reprimidos los otros y avisados, en ese triste camino. De hecho -eso es lo curioso- la Constitución del 78 se la cargó el mismo Tribunal Constitucional. Eso tiene bemoles para la Historia de España. Esperpento y chirigota. Para unos, un fraude de ley y, para todos, un cachondeo. Y ya es chocante que los que tenían el control del Estado (siempre lo han creído de su propiedad, siquiera en usufructo), rompieran el status quo. Quizás no supieran de otra salida para ocultar sus vergüenzas, agotada la impunidad de robar a mansalva o agotada la opción de negación y disimulo. Un equilibrio inestable que se había mantenido a pesar de las tensiones en Cataluña, País Vasco y, en menor medida, en Galicia, hoy arrasada con el beneplácito mayoritario de los gallegos (nada que decir, pues, ahí, aun las admirables excepciones, las de la Galicia ilustrada y culta) Con los fuegos de este carnaval, han saltado por los aires las caretas venecianas. Para resultar que el Tribunal Constitucional ha provocado la Ruptura. Mira tú por dónde ha aparecido la Ruptura y quién el protagonista! Salvo que en contra de la lógica, los inocentes somos ahora los culpables. "Y no pido perdón" dice con arrogancia una irrisoria letra fascista que se postula para el Himno Nacional. La Transición que querían vendernos y a tantos convencieron como modélica, ha estallado como una pompa de jabón, de aire y de nada. La alternancia de partidos se ha trastocado en que -como todos son lo mismo y la ciudadanía es masa-, para ti la sota, para mí el caballo y ya veremos, sigamos adelante, que la que ha salido ligera es Cristina. En el 2010, a esos señores no se les ocurrió otra cosa que cargarse la soberanía nacional (expresión también confusa), pues se cargó el Estatuto aprobado por los dos Parlamentos, el Catalán y las Cortes Generales (pasándose por la entrepierna lo aceptado mayoritariamente en los consiguientes referéndums. No siendo un Estatuto otra cosa que un acuerdo) Pérez Royo habla de Constitución material, no sólo la que resulta de su contenido textual (el legal). Lo que queda es una Ley, cuando la Constitución no es una ley en sentido estricto, no como entendemos las leyes de tráfico, o las leyes que regulan la pesca... Ésa es una Ley que está sometida a la soberanía de los ciudadanos (la única soberanía) También se cargó el Constitucional, en funciones de Real Academia de la Lengua, el concepto ‘nacionalidad’, desligándolo en sus equilibrios políticos, que no fundamentados en estricta ley, del concepto ‘nación’, como si eso fuera posible.
Los sucesivos gobiernos de España, con un parlamento resultado de ninguna democracia parlamentaria y una jefatura del Estado ilegítima más allá del desprestigio, se han quedado sin políticas, atrapados en la negación de los conceptos de Democracia y Soberanía. Quedados sin recorrido, su única supervivencia y amparo en esas urdimbres, no es otra que la aplicación de la ley a ultranza. Con todas las contradicciones de esa ley y su origen pantanoso. Ley entendida ahora como la entiende el cabo de la Guardia Civil en el cuartel de cualquier pueblo (Todo por la Patria) La supremacía de la ley y el orden por encima de los ciudadanos. Lo mismo que opina el generalato de la Guardia Civil y las instituciones del Estado que se han arrogado como propia la soberanía de los ciudadanos. En base a la unidad indisoluble de la Nación española, se pueden permitir todo tipo de barbaridades. La unidad de la Patria justifica todo. Les tapa la corrupción generalizada y el desastre nacional, el fracaso de la Constitución del 78 y el fracaso de la democracia en España. La unidad de la Patria les vale lo mismo para un roto que para un cosido.
Está claro que Cataluña está reclamando otra formulación de los derechos individuales y sociales, está reclamando ejercer el derecho de autodeterminación. Cataluña está en otra democracia. Expulsados de esa Constitución del 78 por el mismo Tribunal Constitucional y con escarnio, ya no sirve modificarla, no con aquellos mimbres ni con mimbres nuevos, que ya sabemos quien tiene la sota de bastos, el caballo de Espartero, al rey sometido a esa pobre historia que sustenta la monarquía, y qué tribunales el as en la manga (a la monarquía sólo la sustenta el franquismo sociológico y, en base al artículo 2º de la Constitución, el ejército), la que ya sabíamos contenía todo el franquismo fascista y el sociológico incorporados (este último más comprensible), para haberse resquebrajado el huevo de la serpiente que incubaba esa Constitución, no a gusto del consumidor, que resulta, ya en este presente, como siempre, el consumido.
Y la democracia vestida con esos ropajes hasta ayer: el franquismo revestido de democracia gestionada por cualquiera hasta hoy, con tal de que ni se le ocurra hablar de soberanía, democracia parlamentaria ni de memoria histórica, con huesos esparcidos, las familias desesperanzadas y nuestros mayores en la indigencia, ya el país en la ruina (sin susurro contra susurro voz en flor, ni aroma inusitado de la espada, ni darán esas ruinas, lugar a ninguna flor). Para postre -esto es sólo un correo al amigo Luís Egea-. A Juan Carlos, no se le ocurre otra cosa al abdicar que, por la mañana y en su casa, nombrar 'él' capitán general y jefe del ejército -así, por las buenas- a Felipe. De urgencia, la extremaunción resultó un bautismo, con el Parlamento ausente mirando el rutilante fulgor de las estrellas. La Transición pues ha ido a ninguna parte, porque no ha habido tal. Así, Cataluña ha dicho basta. Y de ahí se ha hecho manifiesta la verdadera cara de esa ficción que no ha transitado más que al franquismo autoritario (a ninguna parte y a sí mismo) con represión, exiliados y encarcelados. Con jueces practicando una interpretación ideológica de las leyes, la política vestida con toga, una vergüenza nacional e internacional... ¿Rebelión?, ¿Secesión?...
Junto al ruido interesado y el ruido a sueldo, algo que hay que aprender a escuchar son los muchos silencios, tan manifiestos como sonoros. El agua de la fuente es silenciosa si nadie la escucha. No ocurren esos silencios en ECO REPUBLICANO, con Europa de Tancredo y la España de medio pelo pidiendo el Auto en la plaza, y en la de toros, corrida. Una indignidad. Una pena, amigo Luís.
Joan Llopis Torres