Eduardo Montagut | Eco Republicano
El federalismo surgió en el seno de la izquierda del progresismo en los años cuarenta del siglo XIX como una alternativa al centralismo del Estado liberal. En la década siguiente, Francisco Pi i Margall expuso la primera formulación federalista en su ensayo La revolución y la reacción, publicado en 1854. El autor se enfrentaba al autoritarismo imperante en las relaciones humanas y planteaba la necesidad de un pacto entre hombres iguales y libres. Ese sería el primer paso, ya que, en un segundo escalón se produciría ese pacto en los municipios, después en la región y, por fin, en la federación. Pi i Margall pudo perfeccionar sus primeras formulaciones, un tanto abstractas, incorporando las aportaciones de Proudhon cuando tuvo que marchar al exilio en 1866.
El federalismo adquirió un gran protagonismo en la Revolución de 1868 que derribó a Isabel II. Los defensores del federalismo se organizaron a través del Partido Republicano Democrático Federal, frente a la otra corriente del Partido Demócrata que aceptó el principio monárquico de la Constitución de 1869 en una suerte de accidentalismo político. La república era contemplada como una propuesta igualitaria pero el partido no tuvo un programa concreto ni una dirección política clara, generando no pocos conflictos en su seno. Existían dos grandes tendencias. Un sector era conocido por el sobrenombre de los intransigentes –uno de cuyos principales líderes fue José María Orense- y eran partidarios de aplicar el programa radical de las juntas revolucionarias, es decir, la supresión de las quintas, la abolición del impuesto de los consumos y otras medidas de carácter social. La república federal, según este grupo, debía formularse de abajo a hacia arriba. Este sector era fuerte en Andalucía y en toda la zona mediterránea y protagonizaron diversas insurrecciones hasta marzo de 1870. Frente a este sector a la izquierda, otros federalistas eran más moderados, los llamados benévolos, siendo Pi i Margall su principal líder. Los benévolos no compartían la urgencia de los intransigentes y pretendían llegar a la república federal a través de un proceso progresivo, garantista y legalista. La federación se construiría desde el poder central sin una separación o independencia previa que supusiera la destrucción del Estado como pretendía la tendencia más radical.
En esta época el federalismo tuvo una clara vinculación con el movimiento obrero. Las sociedades obreras de Cataluña adoptaron el programa y el calificativo de “federal” y la presencia obrera en el partido y en sus candidaturas fue notable, al menos hasta 1870. Pero la relación con los sectores obreros se fue diluyendo debido a la creciente influencia anarquista y por el desengaño que el movimiento obrero terminó por sentir hacia el republicanismo. Este hecho nos permite comprobar que el republicanismo federal fue, en realidad, un proyecto radical de ciertos sectores de la clase media que unía la necesidad federal con ciertas políticas reformistas y con un acusado laicismo, pero sin llegar a presentar un programa de cambios sociales profundos. El Partido Federal no articuló un programa que intentara cambiar la estructura social española, algo que, entre otros factores, tiene que ver con su fracaso en el Sexenio. Otro factor que explicaría que no cuajara la solución federal tuvo que ver con la desunión interna, ya estudiada, y que estalló cuando el Partido consiguió el poder al proclamarse la I República. Pi i Margall y los benévolos en el gobierno no pudieron frenar a la tendencia intransigente. Se presentó un proyecto de Constitución Federal, que organizaba a España en quince estados federales más Cuba y Puerto Rico. Aunque nunca entró en vigor, este texto constitucional merece atención porque es, sin lugar a dudas, el más renovador de todo el siglo XIX y no solamente en relación con la estructura de España. Pero la presión del movimiento cantonalista, de los intransigentes, así como la de los republicanos moderados centralistas derribaron en julio de 1873 a Pi i Margall. Terminaba, de ese modo, el intento de vertebrar federalmente a España.
Cuando Pavía se pronunció los defensores más radicales del federalismo fueron perseguidos. Pero el federalismo había calado en la sociedad española y no desapareció. Pi i Margall siguió siendo la gran cabeza del federalismo. De esta época es su obra más conocida e influyente, Las Nacionalidades (1876), donde defiende un proyecto de pacto federal, pero Estanislao Figueras no estaba de acuerdo con la idea del pacto y decidió fundar el Partido Federal Orgánico, aunque sin mucho éxito. Hacia 1880 el federalismo consiguió reorganizarse. En 1883 el Partido Federal aprobó un proyecto de Constitución Federal Española, pero continuaron existiendo las divisiones entre los más radicales y los más pragmáticos o posibilistas, que defendían la necesidad de participar en las elecciones. Esta división y ciertas ambigüedades del propio Pi sobre la oportunidad o no de participar en el sistema político de la Restauración fueron determinantes a la hora de que el federalismo perdiera fuerza en las últimas dos décadas del siglo XIX. Muchos federalistas terminaron por recalar en otras formaciones o tendencias: los regionalismos catalán y gallego o en las organizaciones obreras, especialmente en el seno del anarquismo más que en el universo socialista.
En 1901 muere Pi i Margall y el Partido entra en franca bancarrota. Por el contrario, las ideas federalistas no se marchitaron como ocurrió con la organización política que las había defendido. El federalismo se coló en parte de los programas de las distintas formaciones políticas republicanas catalanistas. En 1910 los federalistas catalanes impulsaron la creación de la Unión Federal Nacionalista Republicana. El federalismo reverdece al proclamarse la II República, especialmente gracias al espíritu que inspiró los proyectos autonomistas catalán y gallego. Pero el Estado español se constituyó en integral, según expresaba la Constitución de 1931, porque, aunque se reconocía la autonomía de los municipios y de las regiones, así como el derecho a la organización de regiones autónomas, no se admitía la federación de regiones autónomas y el proyecto autonomista catalán fue rebajado sustancialmente en las Cortes.
Eduardo Montagut Contreras, Doctor en Historia Moderna y Contemporánea (UAM)