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Fascismo

Felipe Alcaraz Masats
Cuando el capitalismo hace aguas o está a punto de perder el poder, siempre echa mano del fascismo.

Felipe Alcaraz Masats | Mundo Obrero

Ni los muertos estarán seguros ante el enemigo si este vence. Y es ese enemigo que no ha cesado de vencer”, nos dejó dicho Walter Benjamin, que nunca pudo trascender aquella frontera que separaba el avance del fascismo del espacio de la libertad.

De nuevo es posible decir esto en la vieja Europa, donde avanza, y no a poca velocidad, una nueva epidemia de capitalismo rabioso. Porque el fascismo no es algo distinto del capitalismo. Cuando el capitalismo hace aguas o está a punto de perder el poder, siempre echa mano del fascismo. Aunque esta vez se trate de un fascismo sonriente, que, a veces, en función de oscuros designios judiciales, ni siquiera tiene que apelar a los golpes de estado sangrientos. Se trata pues (perdóneseme el oxímoron) de un fascismo “prudente”, que ahoga pero no aprieta. Es ese fascismo, que a través de las bolsas y las estructuras financieras, desde el sacrosanto concepto de estabilidad, te da a elegir entre fascismo y capitalismo; te da a elegir entre neoliberalismo de derechas y neoliberalismo de rostro humano.

Solo existe lo que se nombra y que, por razones de rigor, nos exige denunciar al fascismo y a su matriz, el capitalismo. Ya está bien de cal; demasiada cal, demasiado blanqueo. Poco a poco es preciso comprender, y ahora con cierta urgencia, que no solo hay que nombrarlos, sino que incluso es preciso señalarlos con el dedo. Y es preciso comprender que no se combate el fascismo bajando la guardia, disfrazando el lenguaje, obviando el señalamiento; no se combate el fascismo desde ese pensamiento débil que, de alguna forma, hace que nos parezcamos a él en la vida cotidiana o que, en todo caso, podamos ser cómplices por silencio.

Todo lo contrario. Al fascismo se le combate desde la otra orilla, con contundencia y con alternativas. Al fascismo no se le combate negociando con el neoliberalismo de rostro humano en el callejón de las migajas, donde se modulan los recortes y las privatizaciones, donde se disfrazan de prudencia las derrotas. Al fascismo se le combate con unidad. Al fascismo se le combate sabiendo que no se puede ser demócrata sin ser antifascista. Al fascismo se le combate con una movilización permanente que construya sin descanso el nuevo sujeto histórico de cambio.

Al final la UE oficial, esa Europa de los mercaderes, no ha servido para ahuyentar ese enemigo que vence siempre. La absorción de las soberanías populares de cada nación, se ha trocado en política neoliberal pura y dura, en debilidad social y en beneficio empresarial. Y ahora, los golpeados por la globalización, ante la marcha errática de la izquierda (que desaparece en muchos países), empieza a decantarse por la derecha extrema y fascistoide. Combatir el fascismo supone también recuperar las soberanías y montar sobre la colaboración con otros países una alternativa a la actual Europa. Una alternativa antineoliberal, anticapitalista y, por ende, antifascista.


Publicado en el Nº 320 de la edición impresa de Mundo Obrero octubre 2018

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