Rubén Hood
En estos últimos días de conflicto y crispación política
vividos en Catalunya, hemos visto como las vísceras y la irracionalidad se han
adueñado del panorama político. Esta situación es una muestra de que el modelo
de Estado del ´78 se cae a trozos.
Quizá también debamos reflexionar sobre cómo la izquierda
republicana, a pesar de tener un proyecto necesario para la mayoría, no termina
de convencer. Tal vez podamos entender por qué la idea de República no acaba de
seducir si nos planteamos algunas cuestiones.
¿Por qué un ciudadano acaba votando a un partido de derecha,
a pesar de que las propuestas ofrecidas son contrarias al propio interés de
este? En otras palabras, ¿qué lleva al ciudadano a votar en la práctica a su
verdugo?
La base de mi razonamiento gira en torno a la siguiente
frase: 'Hemos subestimado a la simbología' ¿Por qué hemos subestimado a la simbología?
Porque solo nos hemos centrado en la planificación de un
Estado republicano, nos hemos enfocado en el aspecto técnico y político, en el cómo
debe ser esa República y, en definitiva, en organizar el país para buscar la
justicia social y una democracia real.
Desde luego, esta es la parte más importante de cualquier
proyecto político, sin medidas y sin programa no podemos crear un país solidario
y eficiente. Ahora bien, bajo mi punto de vista, hemos cometido un error de
cálculo. Para dar a luz a la Tercera República, para proporcionar esa justicia social necesitamos el apoyo popular, y para obtener tal apoyo debemos
convencer al pueblo.
¿Cómo pretendemos convencer a una parte de la población de
las virtudes y ventajas de un Estado republicano si no somos capaces de
persuadir?
En el arduo camino de convencer a otros de que una República
puede ser más justa que el modelo de monarquía parlamentaria actual ¿Cuántas no
nos hemos sentido frustradas por no ser capaces de convencer a través de la
dialéctica a la otra persona? Quizás, alguna vez hemos logrado que se escuchara
a la razón, pero en la mayoría de los casos hemos fracasado, no porque la
argumentación fuera incorrecta, sino porque hemos subestimado a la simbología.
El individuo a través de su desarrollo dentro de una
sociedad va adquiriendo habilidades, aprendiendo normas, conductas, y roles a
seguir, pero también absorbe símbolos y representaciones de su entorno. La
simbología rodea al ser humano desde su nacimiento hasta su muerte, y si
echamos un vistazo a la historia desde las pinturas rupestres de la
prehistoria, hasta los modernos spots publicitarios.
Un símbolo es la representación sensorial de una idea, es
decir, simplifican una idea. Algunos caracteres del idioma chino, por
ejemplo, son pictogramas, es decir, representan gráficamente una idea o una
cosa. En los Estados nación, la bandera es el símbolo más significativo, y
representa al territorio, sus instituciones y a las personas que lo componen. Estos
símbolos conectan con el sentimiento de comunidad del sujeto, por lo tanto,
tiene un carácter emocional. La raíz ideológica de los nacionalismos reside en
esta idea.
Read Montague, director del Laboratorio de Neuroimágenes del
Baylor College of Medicine de Houston, en una investigación de 2003, las
personas que hacían una cata a ciegas de Coca-Cola y Pepsi, los
participantes al no saber de qué marca era lo que estaban bebiendo, se
decantaban en general por la Pepsi. En cambio, cuando la degustación se llevaba
a cabo con las marcas al descubierto, es decir, se mostraban los símbolos, entonces,
la mayoría se inclinaba Coca-Cola. Con resonancias magnéticas funcionales,
Montague llegó a registrar una mayor actividad en una zona neuronal distinta
según si probaban la bebida mostrando o tapando la etiqueta. En este experimento podemos ver el gran poder de los
símbolos.
Para un proyecto de Estado Moderno, como puede ser uno
republicano, necesitamos pedagogía, claro que sí, la República debe ponerse al
servicio de la gente, se debe educar a la persona desde valores cívicos y
democráticos, pero si queremos una República Española tenemos que dejar de
hablar de la Segunda República para empezar a hablar de la Tercera. La
bandera de la Segunda República se relaciona con la Guerra Civil y con el ala
izquierda del espectro político español, por lo tanto, convence solo a un
sector de la población. Si solo ofrecemos las mismas ideas, si seguimos utilizando
las mismas estrategias, tendremos que continuar la lucha como siempre, desde la
trinchera.
Gran parte de la gente en España quiere República, pero
hemos ofrecido un plato difícil de digerir, de entender, y con un aspecto poco
familiar. Hemos olvidado los símbolos, sin símbolos no podemos esparcir
de forma eficiente nuestra idea, no estamos simplificando esta, y, por lo
tanto, no conseguimos llegar a la masa.
Si un símbolo, una bandera en este caso, es la
representación perceptible de una idea, ¿Por qué no unimos el proyecto de
República, de medidas concretas, con una nueva bandera que alcance a una
masa mucho más amplia?
¿Por qué no aprovechamos los símbolos que se nos son
impuesto de ‘fábrica’ y los utilizamos para este proyecto? ¿Por qué no
adoptamos los colores de la bandera constitucional?
En una conferencia, Julio Anguita hizo un planteamiento
sopesado y muy afilado que traigo a colación. Él sugiere que, para ganar el
discurso a la derecha, para vencer a su retórica, debíamos hacer uso del Jiu
Jitsu. El Jiu Jitsu es un arte marcial oriental, que tiene como
principio básico utilizar la fuerza y la potencia del adversario en su propia
contra.
Anguita invita a utilizar la Constitución en nuestro favor
aplicando la filosofía de este arte. Según él, la derecha utiliza la legalidad
solo cuando es conveniente, esto es, para hablar del 155, o de los inmigrantes,
y sin embargo se olvida de la Constitución cuando hay que hablar de corrupción,
empleo o de vivienda digna.
"Cuando seamos capaces de coger la ley y devolvérsela, en
ese momento ya empezaremos a ganar’’. La idea de Anguita es darle un uso retórico a la legalidad
que ofrece la Constitución en contra de la derecha.
Jiu Jitsu, sí, pero no lo planteemos en ámbitos técnicos o
legales, ampliemos el argumento, porque la fuerza del adversario no reside en
el mal uso de la Constitución, ni reside en su programa electoral, reside en el
uso de los símbolos nacionales comunes, su fuerza se encuentra en el uso que
la derecha da a la bandera del Estado. Por supuesto, los símbolos no son la
única estrategia que utilizan, pero seguramente tener el monopolio de los
símbolos nacionales le proporciona un arma política de indiscutible dimensión.
‘Hemos sido educados para ser productores y consumidores,
nada más’, nos decía el gran José Luis Sampedro.
A la mayoría del pueblo no se nos ha permitido tener un
pensamiento crítico.
Nuestra educación es un pilar básico que sostiene al
edificio capitalista, por lo tanto, la técnica de Anguita podría funcionar si
el 90% entendiera de cuestiones legales, de Constitución, o de complejidades
políticas. De la misma forma que una sociedad anarquista quizá podría funcionar
si todos conocieran los valores del anarquismo.
Si nuestra estrategia consiste únicamente en hablar de las
ventajas de una sanidad pública, de las pensiones, de la educación, de una
vivienda digna, o de derechos sociales, habremos subestimado a la simbología
una vez más.
La gente vota a la derecha, al menos en su mayoría, no
porque entiendan qué es el liberalismo, cuáles son sus propuestas económicas,
sociales, o de cualquier otra índole.
Las estadísticas afirman que la mayoría de los votantes no
leen el programa del partido al que han votado, un porcentaje ínfimo lo hace, ni
que decir tiene el absentismo en las urnas.
La derecha convence a la gente porque alimenta esa parte
que la izquierda desatiende, es decir, conectan la simbología con la idea
de nación y patriotismo (aunque su discurso esté vacío). El ejemplo claro en España
es el uso de la bandera constitucional por el ala derecha de la política
española.
El adversario está utilizando el recurso de la simbología
para robar, para beneficiar a una élite, y para mantener el statu quo.
¿Por qué no utilizar este recurso para ayudar, para
beneficiar a la mayoría, con un proyecto sólido? ¿Por qué no hacerlo?
¿Estaríamos dispuestos a proclamar una III República con
una bandera roja y amarilla, como los colores de la bandera constitucional?
¿Por qué no aplicar la filosofía del Jiu Jitsu en el plano simbólico?
¿Por qué no estos colores compañeros y compañeras?
El proyecto o partido republicano que diera ese paso adelante
tendría la capacidad de captar voto no solo en un sector de la población, sino
a un conjunto de la sociedad bastante más considerable.
Sabemos que una bandera sea del color que sea, es un trozo
de tela que sin medidas políticas que la respalden no da de comer a nadie, pero
sí pensamos en convencer a un pueblo sin ningún tipo de simbología, sin una bandera
que recoja el ideal de la Tercera República, habremos vuelto a subestimar a
esta.
El modelo de bandera que propongo es simple y está conectada
con el proyecto de República más sólido y profundo hasta el momento en España,
y que nos presenta el catedrático y expolítico Julio Anguita González junto con
Carmen Reina en su libro, ‘Conversaciones sobre la
Tercera República’’, que os aconsejo leer.
He de añadir al discurso de Anguita anterior lo siguiente: "Cuando seamos capaces de coger la Constitución y LOS
SÍMBOLOS y devolvérselos, en ese momento ya empezaremos a ganar’’
No hay ni una sola propuesta en la izquierda española que
reclame tales colores para sí, estos colores han sido patrimonio de la derecha,
con ellos maltratan a la sociedad, a nuestras familias, enriquecen a las élites
y encima se hacen llamar patriotas.
Démosle un uso verdaderamente patriótico.
¡Viva la Tercera República! ¡Viva España republicana! ¡Vivan
sus pueblos y sus gentes!
Rubén Hood, Estudiante de Ciencia Política, colabora en Eco Republicano desde 2019. Puedes seguir el canal de Youtube de Robin Hood aquí: enlace
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