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Plagas de España: Los caciques

Rafael Sánchez Guerra


A continuación, publicamos el artículo "Plagas de España: Los caciques", de Rafael Sánchez Guerra, publicado el 14 de septiembre de 1930 y recogido en su libro: "Dictadura, Indiferencia y República"; editado por la Compañía Ibero-americana de Publicaciones (CIAP) en 1931.






A la memoria de los capitanes Galán y García Hernández. Con sincerísima 
emoción admirativa, con profundo respeto ciudadano, con verdadera envidia,
con gratitud inmensa al pensar en la causa republicana.

Rafael Sánchez Guerra*

Plagas de España: Los caciques



El cacique vuelve. Trae su misma indumentaria anterior al golpe de Estado. Durante cerca de siete años cambió la americana por el uniforme militar , y estaba desconocido. Mientras usurpó el Poder de la Dictadura, "Juan" dejó de ser cacique, aparentemente, y lo fue "Pedro". Pedro ahora, ha cesado en su upetismo para hacerse de la Unión Monárquica -una unión entre Guadalhorce y Calvo Sotelo-, y anda recorriendo las poblaciones en "viaje triunfal" de propaganda política. En las ciudades adonde llegan Pedro y sus acompañantes para "dar un mitin", automáticamente se elevan los precios de las patatas y de las hortalizas. Juan, en cambio, ha vuelto rejuvenecido; más sedentario, sin salir todavía de su feudo; sueña otra vez con su antiguo caciquismo. "La opinión está con nosotros", decía Pedro. "Toda España es monárquica", exclama Juan... Y la opinión y España sonríen, se guiñan un ojo, coquetean burlándose de sus conquistadores tenoriescos.

Una vez, en el tren, hace ya tiempo, camino de Francia, no sé cómo salió la conversación entre un viajero alemán y yo, de la agricultura en España. El alemán acababa de recorrer la Península y le había entusiasmado la fertilidad de nuestro suelo. En Cádiz presenció una plaga de langosta. "La langosta -me preguntó- ¿es la plaga mayor de España?". Yo le contesté que no. Le dije que la plaga más grande y más tremenda que padecíamos en España era la del "cacique". Se rió mucho cuando yo le expliqué lo que quería decir "cacique" y me dijo que los españoles teníamos muy buen humor. 

En efecto, los españoles tenemos muy buen humor. Tan bueno, tan excelente, que todavía no sabemos que se haya arrastrado por las calles de cualquier ciudad o de cualquier pueblo a ningún cacique.

El caciquismo, mal endémico de España, ante el solo anuncio de unas elecciones, vuelve amenazador, extiende sus tentáculos por todo el país y se prepara para seguir reinando. Hay que estar alerta, y, por lo menos, imitar el ejemplo ciudadano que nos acaba dar Galicia. Allí los caciques dictatoriales, los hombres "nuevos", militarizados, que vinieron en 1923 a terminar con el caciquismo "tipo antiguo régimen", han tenido que abandonar, de mala manera, sus prédicas y monsergas. El pueblo gallego, con un gesto viril y enérgico, se tomó la revancha de los ultrajes recibidos a su sagrada libertad. En Galicia se preparó oficialmente, en pleno período dictatorial, un apoteósico recibimiento al general Primo de Rivera, pretendiendo hacernos creer a todos, desde las altas esferas gubernamentales, que hasta el Apóstol Santiago se había hecho de la Unión Patriótica, y Galicia necesitaba demostrar a toda España que aquello fue sólo una mascarada indigna, en la que el verdadero pueblo no tomó parte. Ya estamos todos convencidos de ello. Ahora, los demás, no debemos olvidar el ejemplo.

Libertad de propaganda amplia y liberal para todos y máximo respeto para las opiniones ajenas nos parece principio esencialísimo de buena democracia; pero esto no puede rezar con los ex dictadores. Ellos no tienen derecho ni a eso ni a nada. Los que amordazaron a la Nación durante siete años no pueden aspirar a que ahora se les deje hablar libremente; lo que se mofaron de la Constitución; escarneciéndola y burlándola, es grotesco que ahora invoquen principios constitucionales; los que tuvieron el Parlamento cerrado consintiendo que se le denigrase en notas oficiosas, no es lícito que ahora quieran ser diputados a Cortes. Si ellos se han olvidado de todas sus injurias y violencias, los españoles las recordamos y las recordaremos siempre.

Bien está lo sucedido en Galicia. Supongo que la lección les habrá sido provechosa a los caciques de la Unión Monárquica; pero ahora es preciso que el otro cacique, el del antiguo régimen, el que empieza a retoñar en Galicia con el bugallalismo y en todas partes con otros "ismos", sea perseguido también a mansalva, sin descanso, sin tregua, sin piedad, hasta arrancar de cuajo las raíces infectas.

España no podrá salvarse mientras al cacique se le dé trato de favor por los Gobiernos. España necesita gobernarse a sí misma libremente, y el primer paso para ello es que los pueblos elijan a sus hombres sin temor a las represalias del personaje influyente. El respeto al voto por parte de todos es signo de civilidad. Los votos deben lograrse con una buena propaganda en la que el elector vea seriedad, honradez, garantía de orden y de vida próspera, pero nunca a fuerza de salarios o de imponerse por el terror. El amo de la tierra o de una fábrica que exclama, jactancioso: "Tantos jornales pago y tantos votos tengo", es indigno de vivir en una país libre. Tiene espíritu de negrero y debería ser expulsado de España.

El que compra un voto es tan vil como el que lo vende. El comprador demuestra con la oferta su calidad moral, y el vendedor capaz de poner precio a sus ideas, su falta absoluta de epidermis. Para evitar la compra del voto, volvemos a lo mismo, hay que perseguir con verdadero ensañamiento al cacique. El cacique es siempre el culpable de todo.

Conviene ir deslindando los campos porque el problema comienza a ser, fundamentalmente, un problema de decencia pública. De un lado los que se venden, los que se resignan, los que se dejan poner una librea de lacayo, los que admiten al cacique; y del otro los ciudadanos dignos, de ideas libres, de cutis más sensible, de espinazo menos dobladizo, los enemigos de arbitrariedades y de feudalismo.

Rafael Sánchez Guerra, 14 de septiembre de 1930



*Rafael Sánchez Guerra, político, periodista y presidente del Madrid Club de Fútbol republicano entre 1935 a 1936. Al proclamarse la II República fue nombrado subsecretario del gobierno provisional y más tarde ocupó el puesto de secretario general de la Presidencia de la República, cargo que abandonó el 7 de abril de 1936. Fue Concejal del Ayuntamiento de Madrid, desde 14 de abril de 1931-28 de marzo de 1939. Al término de la guerra, el 27 de marzo de 1939, se negó a abandonar la capital madrileña, por lo que fue detenido y encarcelado durante 26 meses por el franquismo. En 1946 paso a Francia clandestinamente y fue nombrado ministro sin cartera del gobierno en el exilio presidido por José Giral. 




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