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Los Mártires de Carral, 26 de abril de 1846

Miguel Solís y Cuetos
En abril de 1846, se inicia en Lugo un levantamiento militar contra la dictadura de Narváez con el fin de reivindicar la libertad de Galicia.






La Revolución Gallega de 1846

Corría el año de 1846, durante el reinado de Isabel II y bajo el yugo, la tiranía y el absolutismo del general Ramón María Narváez. Galicia atravesaba unos momentos extremadamente críticos y alarmantes en todos los conceptos. En toda la región se escuchaban protestas y exclamaciones de reproche sobre el régimen que asolaba Galicia con su administración centralista, cuyos elevados impuestos constituían la ruina para la región. 

El descontento y la indignación fue cundiendo por todos los lugares. Pero nadie se atrevía a formular una protesta concreta ante los desmanees del tirano. Y las cosas iban de mal en peor. Las contribuciones e impuestos ascendían a sumas fabulosas. Poco importaba que, amistosamente, se le hiciese comprender la inconveniencia de mantener aquel estado de cosas, Narváez, abusando de sus derechos y del puesto que ocupaba, mostrábase insensible a todo, no cediendo a las reiteradas demandas y súplicas del pueblo.

Pero sucedió que los ánimos se iban templando. Y un buen día, el 2 de abril de 1846, alguien que, no pudiendo soportar más los desmanes, el despotismo y la caprichosa voluntad de aquel absolutista, lanza el precioso grito de "¡Libertad!", declarándose en rebeldía. El que esto hacía era Miguel Solís y Cuetos, comandante del Estado Mayor de la Capitanía general del distrito, en ocasión de hallarse en Lugo al frente del segundo batallón del regimiento de Zamora. El grito de rebeldía, pronunciado por Miguel Solís en aquella memorable fecha, fue secundado seguidamente por las guarniciones. La intención de la revuelta se ve claramente expresada en el discurso de Solís en la Plaza Mayor de Lugo: 

«Españoles: El honor, la gloria, la salvación de una reina inocente, el afianzamiento de las instituciones, la paz y ventura del país os llaman. Los momentos son preciosos, la menor dilación os sume en el oprobio.

Treinta y ocho años ha que disteis a la Europa el ejemplo de vuestra heroicidad. Continuamente habéis derramado la sangre de tantos hijos por conservar los laureles del Dos de Mayo; pero todo seria perdido si hoy no corréis presurosos a salvar aquellos mismos objetos.

La reina y la patria esperan su libertad de vosotros. Unidos bajo una bandera, huyan para siempre los hijos espúreos que con mengua de la nación os humillan y venden a vuestros enemigos.

Viva la reina libre. Esclava de un poder que atrincherado en el mismo alcázar dicta por ella leyes a la sombra de una pandilla tan cobarde como ominosa, llevando con la adulación, la hipocresía y la vileza tan pérfidos amaños al punto de disponer de la mano de su reina como de su voluntad. Salvarla, y se arrojará en vuestros brazos.

Fuera extranjeros: El tálamo regio no debe consentirse sea profanado. Hable la reina libre y su elección será tan digna como a su decoro y orgullo español conviene.

Rodeado el trono de españoles puros no sujetarán su cerviz; y para labrar su estabilidad y asegurar la felicidad de la patria, sus talentos y abundantes medios de buen gobierno harán ver a la Europa que, sin despreciar las buenas relaciones con los demás estados, no sufrirá ya la España por más tiempo la política trazada hasta en lo más interior por gabinetes extraños.

Fuera dictaduras. El trono y la patria, los poderes únicos marcados en la Constitución de la monarquía bastan para salvarlos; entre el trono y la patria no cabe poder alguno extraño que amenace hora esta, luego a aquel.

La observancia fiel de la Constitución de la monarquía, el cumplimiento exacto de la ley, su aplicación con dignidad, la responsabilidad más severa, os darán la garantía necesaria y se conseguirá la paz.

¡Españoles todos! Bajo tan noble enseña conseguiréis el fruto de tantos sacrificios; haced este último esfuerzo y basta.

No haya banderías, no haya división, ábranse las puertas de la patria a tantos hijo que como vosotros derramaron su sangre en la defensa de su reina y de las instituciones, y fuera hoy de ella lloran su emigración. Acójanse a esta bandera, concurran a la grande obra de nuestra salvación para siempre. Olvido de lo pasado. Entusiasmo en el aplazamiento tan digno como grande que se presenta, esperanza de reconciliación, paz, felicidad y ventura.

Para llevar a cabo cumplidamente tan noble objeto oíd sumisos los consejos de la Junta Central, que en tanto pueda verificarse la reunión de Cortes constituyentes, os dirigirá su voz en nombre de Isabel II constitucional, hasta que tan luego llegue el día, que no está lejos, en que S.M. libre pueda, en unión con las mismas Cortes, consolidar de una vez su trono y los derechos e independencia de la nación.

Gallegos: españoles todos: viva la reina libre, viva la Constitución, fuera extranjeros, abajo el dictador Narváez, abajo el sistema tributario»

Lugo, 2 de abril de 1846

El comandante general interino.
Miguel Solís Cuetos


Lo que se dice un pronunciamiento liberal y constitucionalista en toda regla. El 7 de abril, la Junta de Santiago nombró a Miguel Solís mariscal de campo. Posteriormente el día 15 ascendió a Leoncio de Rubín de Celís y Oroña como mariscal de campo. De este modo, quedaban iguales en categoría y desaparecían los temores de una escisión, creándose dos divisiones expedicionarias. Ese mismo día, Miguel Solís arenga a sus partidarios en Lugo antes de partir a Santiago: 

«Soldados, tres años han pasado por nosotros del mas inicuo despotismo; y en estos tres años un poder bastardo quiso nivelarnos con los genizares de Constantinopla, quiso aislaros del pueblo de que sois hijos; quiso aun más, pues intentó rasgar las entrañas de la querida patria con vuestras bayonetas, afiladas ahora para defender la nación y sus sagrados derechos... Sólo para guiaros a la victoria, he aceptado el nombramiento de mariscal de campo con que se ha dignado a honrarme la benemérita Junta de Santiago... Sólo para defender el pueblo y las leyes, me he puesto a vuestro frente; solo por mandar soldados como vosotros, he jurado a la faz de la Europa entera restaurar la nacionalidad de España y la independencia de sus hijos. ¿No es verdad que en vuestro corazón no hay más que un pensamiento solo? ¿No es verdad que en vuestros labios no hay más que un solo grito? ¡¡Sí, el de la libertad o muerte. Compañeros!!»


En esas fechas solo A Coruña, Ourense y Ferrol se encontraban bajo la autoridad del Gobierno de Narváez, faltando de una manera inexplicable, según juicio de los directores del alzamiento, a sagrados e imprescindibles compromisos.

La Revolución Gallega había dado comienzo. Los sublevados lucharon como leones. El día 9 de abril el comandante Manuel Buceta proclamó el pronunciamiento en Pontevedra, el 10 se pronunció en Vigo el Brigadier Leoncio Rubín. El levantamiento se extendió a Muros, Noya, Puebla del Caramiñal, Ortigueira, Riveira, Rianxo, Padrón, Caldas de Reyes, la Guardia, Tuy y Betanzos.

Miguel Solís y Leoncio Rubín, conocedores de que el general Narváez envió tropas represoras bajo el mando del general Manuel Gutierrez de la Concha para sofocar la rebelión, decidieron dividir las fuerzas. De esta forma, Solís debía aproximarse A Coruña y Ferrol, mientras que Rubín debía ocupar Lugo y Ourense. La intención era dominar las cuatro provincias gallegas y ocupar sus fronteras posicionando soldados para su defensa. Sin embargo, la división de tropas fue un error y no consiguieron extender la insurrección. Rubín se desplazó de una forma imprecisa, fracasando en la toma de Ourense y en la retirada terminó exiliándose a Portugal, por lo que fue tachado de traidor por los suyos. Por su parte, el comandante de la Guardia Civil, Manuel Buceta, también logró huir a Portugal disfrazado de mujer.

De esta forma, en la mañana del 23 de abril, las huestes de Solís fueron derrotadas a diez kilómetros de Santiago. Sin los refuerzos de Lubín, Miguel Solís al final quedó totalmente solo. En la batalla de Cacheiras, se enfrentaron las tropas de Concha y Solís con descargas de artillería y fusilería. El grito de unos ¡Viva la Reina! ¡mueran los traidores!, siendo contestado ¡Viva la Reina libre! ¡abajo el dictador!.

Los Mártires de Carral

El mariscal de campo, Miguel Solís, pudo salvarse ya que la huida no le era difícil. Inicialmente se cobijó en el Monasterio de San Martiño Pinario, pero prefirió afrontar la situación y entregarse esa misma tarde. Tres días después, un juicio sumarísimo lo condenaría a muerte en Carral. Este juicio no se celebró en Santiago de Compostela ni en A Coruña por miedo a los simpatizantes que el militar tenía en estas ciudades. Al amanecer del 26 de abril de 1846, Miguel Solís fue llevado al atrio de la iglesia de la parroquia de Paleo, en la villa coruñesa de Carral, donde fue fusilado junto a once de sus compañeros. Estos militares ejecutados serían conocidos como Los Mártires de Carral. El cura que presenció el fusilamiento, en el acta de defunción puso: "Espectáculo horroroso. Triste Memoria".

Al comparecer ante el Consejo de guerra que se le formó Solís manifestó: "Que sus principios eran de firme adhesión a la reina, y sólo la gestión perniciosa del Gobierno era lo que trataba de combatir, por infracción a las leyes, vejámenes de los pueblos y más atropellos, que se desprendían de la historia de los últimos años".

Y aún añadió: "No soy traidor a mis juramentos ni jamás claudicaré de ellos; antes al contrario, los acato con aquel respeto en que se cimenta el honor del caballero; por eso no quise pronunciarme en 1843, valiéndome de esta actitud sufrir tal cúmulo de persecuciones que hasta se me postergó en mi carrera. Si, a pesar de todo, se me reputa traidor, con doble carácter lo son todos los militares de España, desde el primer general hasta el último corneta, pues muy pocos de ellos podrán contarse que no hubiesen servido a todos los Gobiernos , defendiendo todas las banderas y quebrantando todos sus compromisos". 

A otra pregunta del presidente repuso: "Sé la suerte que me espera, más moriré como un caballero y militar leal, llevando al sepulcro la consoladora idea de perecer por la causa de los pueblos víctimas del encono y desencadenamiento de un Poder feroz y reaccionario". 

De los martirios a que se le sometió da cuenta el siguiente párrafo, que leemos en el acta de defunción levantada por el párroco de Paleo: "...y fueron sacrificados inhumanamente a la voluntad sangrienta de sus verdugos, especialmente del coronel Cachafeiro, que más inhumanidades hubiera cometido después de muertos a no presentarme yo mismo representando la justicia divina".


Reconocimiento y memoria

Años más tarde, el 22 de mayo de 1904, la Liga Gallega en A Coruña levantó en el inmediato pueblecito de Carral un severo monumento a la memoria de los mártires del liberalismo gallego.

Con la llegada de la II República española, junto al monumento se colocó una placa con los nombres de los jefes Miguel Solís y Víctor Velasco; los capitanes Manuel Ferrer, Jacinto Dabán, Fermín Mariné, Ramón José Llorens, Juan Sánchez, Ignacio de la Infanta, Santiago la Llave, Francisco Márquez, José Martínez y Felipe Valero, dejando así patente su fe y su espíritu de independencia.

Los Mártires de Carral




El libertador de Galicia

Miguel Solís y Cuetos, nació en San Fernando Cádiz, el 27 de marzo de 1816. Fue educado en una escuela dirigida por el prebístero Feliú, un hombre ilustrado y de ideas liberales, lo que motivó el cierre de la escuela por orden del gobierno absolutista de Fernando VII.

En 1829 ingresó en la marina ocupando una plaza de guarda en la real Armada, tras superar con brillantez todos los exámenes de ingreso, permaneciendo en ella hasta 1836. Participó en las guerras Carlistas en Aragón, donde alcanzó el grado de capitán y teniente coronel, por su actuación en Molina de Aragón en 1840. También participó en los levantamientos esparteristas de 1840 y 1842.

En 1842 ingresó en el cuerpo del Estado Mayor siendo destinado a San Sebastian. En 1845 es destinado a A Coruña como primer comandante y accediendo al Estado Mayor de la Capitanía General de Galicia. El 2 de abril de 1846 encabezó el levantamiento progresista en el cuartel de San Fernando (Lugo), al mando del Segundo Regimiento de Zamora, durante esos días será conocido como "El libertador de Galicia". El 23 de abril, en la batalla de Cacheiras es derrotado. Juzgado en Carral, fue fusilado con once de sus oficiales. El 27 de abril se ponía fin a la sublevación.


Fuentes Consultadas:

Revista Mundo Gráfico, Los mártires de la libertad Gallega, por L. Conde de Rivera

Reseña Histórica de los últimos acontecimientos políticos de Galicia, por Don Juan Do-Porto (1846)



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