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Las sandalias de Tana

Tana


Ilka Oliva Corado

Observa las yemas de sus dedos agrietados por el uso de tanto químico, sus manos que trabajaron la tierra limpian desde hace 24 años restaurantes y centros comerciales, originaria de Camotán, Chiquimula, Guatemala, Tana dejó su indumentaria indígena, de la etnia maya ch’orti’ y se puso un pantalón de lona, una playera, unos zapatos tenis y emigró junto a otras 15 muchachas de su comunidad. Su pueblo, corredor seco, dejó de ser desde hace décadas la tierra fértil que alimentaba las raíces de los sembradíos; sin agua y sin comida tanto Tana como cientos de pobladores se han visto obligados a emigrar, unos hacia la capital, otros para Honduras y los más decididos agarran camino hacia Estados Unidos; unos con ayuda económica de familiares que ya están en el país y otros solamente con lo del pasaje para la capital y con la fe de que el Señor de Esquipulas les abrirá el camino.

Tana emigró así, como la mayoría con una mano adelante y otra atrás; la mayor de 11 hermanos, sus papás son campesinos que aran la sequía de la tierra que dejó de producir. Se fue de madrugada, a los 16, les dijo que se iba a la capital a trabajar de empleada doméstica pero el plan ya estaba hecho y fueron 55 de Camotán y Jocotán los que agarraron camino juntos, la mayoría menores de 18 años. Preguntando entre los cientos de migrantes que se encontraron en el lado de Tapachula lograron llegar a Naco, Sonora, en el lomo del Tren de las Moscas, que en el sur de México es conocido como La Bestia. Cuando cruzaron Veracruz comieron de las bolsas de comida que les lanzan Las Patronas a los migrantes que van en el lomo del tren, fue de las pocas veces que probaron bocado, de ahí el viaje lo hicieron con un galón de agua, unas naranjas y unos panes fríos que compraron en bolsa en Tapachula.

Los 55 que salieron de Camotán y Jocotán llegaron sin novedad al otro lado del desierto de Sonora, ya en Arizona los llegaron a recoger en carros, familiares y coyotes que los iban a transportar a los distintos estados del país. Tana se quedó ahí en Arizona con los familiares de uno de los conocidos de Jocotán, les dieron posada y les consiguieron trabajo. Desde entonces Tana vive en comunidad, con gente entrando y saliendo de la casa móvil donde rentan, a las que les llaman trailas; ha conocido gente de todo tipo de religión y de región de México y Centroamérica, aunque una vez también vivieron ahí dos hombres de India y uno de Mauritania con los que sólo se saludaban a señas porque ni ellos ni ella hablaban inglés, estuvieron dos meses y después agarraron para Chicago y Nueva York. De madrugada trabaja limpiando restaurantes de 2 a 5 y a las 7 entra al otro trabajo limpiando centros comerciales de ahí sale a las 6 de la tarde, cuando hay trabajo extra hay días que va a limpiar oficinas después del segundo trabajo, esos días duerme solamente 3 horas. A la 1:45 de la madrugada ya está parada en la oficina, esperando en la cola junto a los otros indocumentados de donde los llevan en carros tipo panel a los distintos lugares de trabajo, esos mismos carros los pasan recogiendo, Tana trabaja en cuadrilla, como los jornaleros que vio trabajando en las fincas de mango en Chiquimula. No tiene carro, se transporta en tren o en autobús.

Sin falta cada semana en día domingo va a poner su remesa al salir del primer trabajo, lleva 24 años haciendo el mismo ritual, con sus remesas sus padres lograron construir una casa de bloques, echarle terraza y están en la construcción de un segundo nivel; pusieron una tienda y construyeron un estanque para guardar agua cuando llega, inscribieron a sus hermanos en la escuela, ninguno se quedó sin estudiar porque Tana lo puso como condición cuando los llamó desde Estados Unidos dos meses después de haberse ido, sólo falta que se gradúen de diversificado 3 de ellos. Durante 24 años Tana no se ha comido un helado, disfrutado un día de descanso, trabaja de lunes a domingo. Su ropa la compra en una tienda de segunda mano para no desajustar lo de las remesas. A veces va a cumpleaños de sus compañeros de trabajo, pero sólo un ratito para no desvelarse. No conoce parques, museos, piscinas, cines y nunca ha salido de Phoenix, donde vive.

Pero ese día es su cumpleaños y quiere celebrarlo por primera vez, no tiene ganas de ir a trabajar, se pregunta qué se sentirá no ir a trabajar, quiere ponerse un vestido de los que usaba en su natal Camotán; entonces respira profundo, estira los brazos, se llena de valor y por primera vez en 24 años desajusta el dinero de las remesas. Come su desayuno y se va a comprar telas y una máquina de coser de las que venden para mesa, comienza a caminar por el centro comercial observando estanterías, jamás había visto tantas cosas en los años que llevaba limpiando, le dio la hora del almuerzo y se compró por primera vez un plato de comida china y después se le antojó un helado de pistacho, se lo compró. Siguió caminando y se topó con una zapatería, una de las tantas sucursales de la zapatería a la que le trapea el piso de enfrente en su trabajo; entró y comenzó a ver zapatos, nunca se ha comprado zapatos nuevos, también como la ropa los compra en tiendas de segunda mano, pero jamás se ha puesto sandalias porque las ha visto como un lujo al que no tiene derecho. Después de tres horas caminando en la tienda y peleando con la culpa de gastar el dinero en ella en lugar de enviarlo a Guatemala, compra dos pares de zapatos y uno de sandalias. A la salida del centro comercial, se encuentra con la tienda de bicicletas y dice por qué no y se compra una bicicleta, se sube y agarra camino para el parque cerca de su casa donde le da la noche dando vueltas.

Tana aprendió a manejar practicando en las madrugadas en la bicicleta estacionaria que tiene en su oficina el dueño de uno de los restaurantes que limpia, cuando la vio en la tienda pensó que no iba a ser tan difícil agarrar aviada, si fue capaz de cruzarse un desierto. Emocionada por su compra y su colazo en la bicicleta que le dio la sensación de libertad, Tana observa las yemas de sus dedos agrietados y piensa que sería bueno aprender a manejar, comprarse un carro y desajustar permanentemente el dinero de las remesas así podría aprovechar más su tiempo y movilizarse más; de pronto también para su próximo cumpleaños aprender a cocinar el pie de cerezas que ve en las pastelerías de los restaurantes, que sería el número 40, porque a partir de ese momento piensa celebrarlos todos.

Ilka Oliva Corado, es escritora y poetisa, colabora en Eco Republicano desde 2014

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