Entre la noche del 14 y la mañana del 15 de agosto de 1936, al menos 4.000 personas fueron masacradas por las tropas franquistas en la capital pacense.
Tras el golpe de Estado fascista contra la II República iniciado el 17 y 18 de julio de 1936, el ejército faccioso avanzó desde el sur de España hasta Extremadura. La llamada «Columna de la Muerte» al mando del teniente coronel, Juan Yagüe, estaba formada por legionarios y tropas marroquíes que sembraron el terror de la población allí por donde pasaban. Provocaron la huida de miles de refugiados, según relata el historiador Francisco Espinosa Maestre.
Floren Dimas
El día 14 de agosto de 1936 las tropas de Yagüe tomaron Badajoz sin apenas resistencia. El mito de la oposición encarnizada por parte de los republicanos en las murallas de esta ciudad es una mentira franquista justificativa.
Al generalizarse el ataque de las tropas moras, legionarios y falangistas, y tras las primeras escaramuzas, se produjo una enorme desbandada de milicianos, y de una agrupación de Guardia de Asalto y militares de diferentes unidades dispersas.
Solo quedaron 150 defensores en las murallas al mando del coronel Ildefonso Puigdengolas, quien para evitar el exterminio de sus hombres, y ante la imposibilidad de mantener la resistencia, ordenó una rápida retirada.
Las tropas franquistas entraron en la ciudad sin pegar un tiro. La matanza posterior de republicanos, no obedeció a ninguna represalia por los hombres caídos, que apenas los hubo, sino a una orden de exterminio para implantar y extender una ola de terror, en todo el territorio republicano que Yagüe tenía por delante. Las tropas moras, al parecer, no tomaron parte en la matanza, porque tomada la ciudad se incorporaron a la vanguardia en su marcha hacia Cáceres.
Fueron legionarios, tropas regulares y falangistas los que llevaron a cabo las ejecuciones, en grupos de 20 y usando preferentemente ametralladoras. No hubo, como se dijo, masacres masivas en el interior de la plaza de toros, ni se lidiaron a republicanos clavándoles banderillas, esto forma parte de la mitología republicana de la época. La plaza de toros se convirtió únicamente en lugar de concentración de detenidos, desde dónde eran sacado para ser fusilados.
Lo que sí trascendió fueron los testimonios del periodista Mario Neves, corresponsal de guerra del Diario de Lisboa, el único periodista que denunció lo allí sucedido como testigo directo de los hechos.
Las víctimas fueron prácticamente todas civiles. Elegidas en unos casos al azar, y en otros usando listas confeccionados por falangistas locales. Su número varía según las estimaciones muy dispares, entre los 1500 y los 4000 extremeños. En su libro La columna de la muerte, el historiador Francisco Espinosa, documenta la muerte de casi 4.000 personas.
La magnitud de la matanza se trasluce, en mayores proporciones, en la respuesta que Yagüe le dio al periodista John T. Whitaker, del New York Herald Tribune, cuando éste le interrogó sobre lo sucedido: «Por supuesto que los matamos. ¿Qué esperaba usted? ¿Qué iba a llevar cuatro mil prisioneros rojos conmigo, teniendo mi columna que avanzar contra reloj? ¿O iba a soltarlos en la retaguardia y dejar que Badajoz fuera roja otra vez?».