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Largo Caballero: Posibilismo socialista en la democracia (1933)

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En la Escuela Socialista de Verano, el día 12 de agosto de 1933, el presidente del Partido Socialista Francisco Largo Caballero pronunciada una conferencia con el título «Posibilismo socialista en la democracia». El discurso fue editado como folleto por la Juventud Socialista Madrileña. A continuación reproducimos un extracto de la misma.

Largo Caballero comenzó diciendo que la primera noticia de que debía tomar parte en este acto llegó a él con la lectura de El Socialista del pasado jueves. Le sorprendió el tema que se le había fijado: «Posibilismo socialista en la democracia».

Si yo hubiera tenido que fijarlo, no hubiese escogido de ninguna manera éste. Yo, antes de la República, creí que no era posible realizar una obra socialista en la democracia burguesa, y después de veintitantos meses en el Gobierno de la República, si tenía alguna duda sobre ello, ha desaparecido. Hoy estoy convencido de que realizar una obra socialista dentro de una democracia burguesa es imposible. (Muy bien.)

Una cosa son las reformas sociales dentro de la democracia burguesa y otra la obra socialista. Para discurrir sobre ese tema primero tendríamos que analizar qué entendemos por posibilidad socialista: porque supongo yo que no será hacer una ley de Accidentes del trabajo, o de la jornada de ocho horas. No se empieza a hacer Socialismo hasta que se comienza a socializar la propiedad. ¿Y hay alguien que tenga la esperanza de poder socializar la propiedad, ni poco ni mucho, en una democracia burguesa?

Pero no creo que haya inconveniente en que, no obstante el tema fijado, hable aquí de algunas otras cosas. Vengo como un compañero a charlar con vosotros un rato íntimamente. Y únicamente deseo, camaradas, que lo que diga no se interprete torcidamente por nadie, que nadie crea que al venir yo aquí, o al ir a hablar a otro sitio, me mueven tales o cuáles propósitos. Yo ruego a la juventud que no saque consecuencias personales de lo que se diga ni por mí ni por nadie. Debemos acostumbrarnos a oír, a reflexionar sobre lo que se diga, pero no a hacer cuestiones personales, para que no ocurra lo que hoy sucede con algunos camaradas, que dicen: "Yo pienso como Fulano, yo pienso como Mengano". Eso es absurdo. Entre nosotros no hay más que lo siguiente: o se interpreta el pensamiento del Partido, o no se interpreta. Y el que crea que interpreta el pensamiento del Partido, está con el Partido. Y el que crea que no es ése el pensamiento del Partido, no diré yo que no esté con el Partido, pero no lo interpreta. Y esto es lo que hay que ver: estamos con el Partido o no estamos con él; pero no con Fulano o con Mengano.

El líder socialista relató cómo ingresó en la organización obrera y cómo, en aquellos años de su ingreso, los afiliados entusiastas se veían obligados a desempeñar numerosos cargos, todos ellos gratuitamente, para llevar adelante la organización.

Yo he sido tres veces concejal; diputado provincial, una vez; diputado a Cortes, dos veces. He sido vocal del Consejo de Estado, nombrado por la Unión General de Trabajadores, y autorizado por el Partido, ministro. En el Instituto de Reformas Sociales entré el año 1904 y ya no salí nunca de él. Toda la legislación social española ha pasado por mi mano y en toda ella he intervenido yo. He acudido a todas las Conferencias internacionales del Trabajo. A pesar de esta historia mía, que todos seguramente conocéis, no me he sentido nunca influido por la vanidad ni por el deseo del aplauso. Al contrario, he sido un hombre que siempre ha procurado, si había motivo, contradecir la opinión de los demás camaradas.

Viene esto a cuento de que, como antes os decía, ningún problema nuestro debe ser convertido en cuestión personal. Os lo digo a vosotros y a los que no están aquí. No hagáis cuestiones personales de las polémicas que se susciten en nuestro Partido. Aquí no hay más que opiniones que se exponen, y el que acierta, acierta. Los demás, la acatarán o no, participarán en ella o no; pero esto no nos debe conducir a algo que sería verdaderamente grave y peligroso. Declaro que no soy hombre que plantee jamás, ni he planteado nunca en mi vida, ninguna cuestión; pero soy hombre que no se deja vencer fácilmente. A mí el que me acometa, por muy fuerte enemigo que sea, me tiene que vencer. Lo que es someterme, yo no me someto. Por consiguiente, mantengámonos todos con la serenidad debida y en el terreno que nos corresponde.

Algunos camaradas han pensado que las palabras que dije en Pardiñas eran dichas con el propósito de causar un efecto exterior, un efecto político, para tonificar un poco los espíritus; pero que no estaba yo muy convencido de lo que decía y que era más bien una cosa de habilidad. Yo vengo aquí a declarar que me ratifico desde la primera letra a la última en lo que dije en Pardiñas. (Aplausos.)

Yo estuve más de dos años sin hablar y cuando lo hice no fue para decir todo lo que hubiera querido. Ahora que lo que yo dije no era para rectificarlo inmediatamente. Eso, no. Dije en Pardiñas que habíamos contribuido a la proclamación de la República porque así nos lo exigieron. Nosotros no habíamos pedido nada; pero nosotros adquirimos el convencimiento de que, efectivamente, era necesaria la cooperación nuestra, la del Partido y la de la Unión General de Trabajadores para la proclamación de la República. Tengo que manifestaros aquí que mi convencimiento de que una de las mayores glorias del Partido Socialista es haber contribuido a la proclamación de la República en España. A mí me horroriza pensar en las consecuencias que hubiera tenido para nosotros el que, por habernos negado a colaborar en su proclamación, no hubiera podido ésta implantarse. Eso, para la historia de nuestro Partido, hubiese sido el bochorno más grande. Y nos hubiera inhabilitado políticamente para muchísimos años; hubiéramos tenido que estar muchos años manejando el argumento de nuestra desconfianza hacia todos los republicanos para podernos justificar. Yo creo que hicimos bien. Pero, ¿y si se hubiera proclamado la República sin nuestra ayuda? Malo hubiese sido no poder proclamarla por culpa nuestra si por cualquier circunstancia la República se implanta sin la ayuda de los socialistas, ¿qué situación hubiera sido la nuestra? Además, nosotros, ¿qué motivos podíamos alegar para negarnos a colaborar a la instauración de la República? ¿Es que ello está en pugna con nuestros ideales?.

Habréis visto ya algunos de vosotros un libro que acaba de publicarse, titulado El programa de Erfurt, de Kautsky. Pues bien, en ese libro he notado la falta de un documento que me parece muy interesante. Cuando en Alemania, después de las leyes excepcionales de Bismarck, se reunió el Congreso de Erfurt, el programa se hizo bajo la coacción de las consecuencias que para el Partido Socialista alemán tuvieron estas leyes. Y Engels dirigió una carta a Kautsky, en la cual hacía la crítica del programa de Erfurt, llamándole oportunista y diciéndole que no le parecía bien que en el Congreso de Erfurt se estuviera haciendo el programa bajo la presión de aquellas consecuencias a que he aludido. Hubiera sido conveniente que figurase en el libro de referencia esa carta dirigida a Kautsky, publicada diez años después, y en la cual se hacía una afirmación tan interesante sobre el régimen político. En el Congreso de Erfurt toda la preocupación de los compañeros alemanes, incluso de Kautsky, era hacer un programa que pudiera encajar perfectamente en el derecho constituido dentro de Alemania. Es decir, dentro del imperialismo alemán. Y ni por asomo se hacía la menor indicación de que el Socialismo aspiraba, no ya al socialismo sólo, sino ni siquiera a una República. Engels se molestó y escribió a Kautsky diciéndole, entre otras cosas, que le parecía mal que se hiciese ese programa tan oportunista sin orientar a la clase trabajadora sobre las aspiraciones del Partido y sin aludir siquiera a la instauración de una República. En esa carta manifestaba: «Si hay algo respecto de lo cual no puede caber duda, es que nuestro Partido y la clase obrera sólo pueden obtener la supremacía bajo un régimen político tal como la República democrática. Esta es, en absoluto, la forma específica para la dictadura del proletariado, según lo demostró la gran revolución francesa».

Como veis, la carta de Engels a Kautsky hace una declaración que, aplicada a los españoles en el año 1931, encajaba perfectamente. Nosotros no dejábamos de cumplir con nuestras ideas cooperando a la proclamación de la República. Es más –ya lo dije yo en Pardiñas–: el primer punto que en el programa mínimo tenemos nosotros es la proclamación de la República democrática.

Yo no tengo gran fe, y ahora menos que antes, en que dentro de una democracia burguesa se pueda hacer Socialismo; pero hay que reconocer que dentro de una República, en el orden político, se pueden conseguir muchas cosas, como ha hecho la República española.

Mas hay algo que nos interesa sobre todo, a saber: que, colaborando en el Gobierno de la República, podíamos evitar el triunfo de una reacción. Yo os digo con entera franqueza que, de no estar los socialistas colaborando en la República, no existiría ninguna garantía que permitiese suponer que hubieran podido ser contenidas algunas reacciones monárquicas o no monárquicas. Estimo que la cooperación del Partido Socialista ha impedido que los intentos reaccionarios hayan logrado plasmar. Y la presencia de los socialistas ha permitido que no ocurra con esta República lo que aconteció con la primera. Esto ya me parece bastante.

Otra de las cosas que se han demostrado con nuestra participación en el Poder es que la clase trabajadora no es tan incapaz para gobernar como se afirma corrientemente. Lo que a nosotros nos ocurre es que somos muy exigentes y pedimos a los nuestros mucho más que a los ajenos. En el Gobierno habéis visto que ha habido compañero que ha estado en tres ministerios, y los tres los ha desempeñado satisfactoriamente. Y otro compañero ha estado en dos ministerios, y también los ha desempeñado a la perfección. Y hemos tenido compañeros en Subsecretarías y Direcciones generales, a los cuales ha sido difícil hallar sustitutos con parejas condiciones en el campo republicano.

Alude después a las masas obreras enroladas en el Partido Socialista y en la Unión General de Trabajadores. No estima justificado que se afirme que se hallan faltas de preparación para la actuación política y social, lo cual constituye un peligro para la buena marcha de nuestras organizaciones. 

Nunca se exigió a los que pidieron ingreso en ellas que viniesen ya con la preparación conveniente para actuar en la lucha, pues eso es una cosa que se va adquiriendo después, progresivamente. La participación ministerial de los socialistas no ha rebajado el ardor revolucionario de las masas, pues constantemente están dando pruebas de todo lo contrario. Y cuando las organizaciones han tenido que actuar, no ha sido precisamente para enardecerlas, sino para aconsejarlas serenidad. 

Yo mismo he tenido siempre fama de hombre conservador y reformista. Han confundido las cosas. El ser intervencionista en un régimen capitalista no quiere decir que se sea conservador y reformista. No. Intervencionista he sido yo toda mi vida; pero eso no invalida lo otro. Yo os digo que, desde que estoy en el Gobierno, con la observación que he hecho de lo que representa la política burguesa, he salido, si cabe, mucho más rojo que entré; ¡pero mucho más! Y creo que no soy yo solo. (Rumores.)

Claro es que si nosotros no hubiéramos colaborado en el Gobierno de la República, nuestra vida sería mucho más tranquila. Vosotros no os podéis figurar lo que significa para unos hombres que tienen ideas socialistas estar en un Gobierno que no tiene ese carácter, y que se ha hecho el propósito, cumpliendo el compromiso del Partido, de sostener esta República por encima de todo, para que cuando nosotros salgamos del Gobierno tengamos derecho a exigir de la República lo que debemos exigirla. ¡Lo que hemos tenido que aguantar y sufrir dentro del Gobierno! Ya lo habéis visto. De la extrema izquierda, acometidas contra el régimen. Acometidas que ha habido que contener. Y lo mismo por la derecha. Obstrucciones constantes en el Parlamento; la Prensa toda, en contra del Gobierno, de la República y de los socialistas.

Al no estar nosotros dentro del Gobierno, esa campaña se hubiera hecho igualmente, porque aunque apuntan hacia nosotros y hacia los radicales socialistas, a lo que quieren herir es a la República. Yo os aseguro que, a no ser por la presencia de los socialistas en el Poder, los republicanos hubiéranse encontrado con grandes dificultades para hacer frente a los conflictos que se han planteado al nuevo régimen. Y nosotros, muchas veces contra nuestro criterio y contra nuestra voluntad, hemos tenido que soportar ciertos hechos por interés de la República, porque atalayamos un porvenir y porque por encima de todo está el porvenir de nuestro Partido.

Nosotros teníamos que lograr que se reconociese la gran personalidad del Partido y de la Unión. En la política española, el Partido Socialista no puede ser desdeñado. El Partido Socialista y la Unión General de Trabajadores tienen que ser en la política de nuestro país uno de los factores principales. Nos convenía afirmar esa personalidad, y esa personalidad está ya afirmada.

Decid a todo el mundo, republicanos y no republicanos: nosotros, los socialistas, tenemos que desenvolvernos dentro de la República; queremos hacerlo dignamente, como tal partido; pero no queremos ser dentro del régimen como unos subalternos a quienes se tenga simplemente para prestar un servicio cuando sea necesario. Lo que no se puede tolerar de ninguna manera es que haya quien crea que se nos puede tratar como a unos criados: «¡Ya se pueden ustedes marchar!» Eso, no. Eso de ninguna forma. El Partido Socialista se marchará cuando él crea que deba marcharse, cuando él lo acuerde. Y ya pueden los demás tener cuidado con las formas que emplean para desahuciar a nuestro Partido de la gobernación del Estado. No por ambiciones, no por el afán de tener ministros, ni directores, ni subsecretarios, que ya hemos demostrado con la ley de Incompatibilidades que eso no nos importa, sino porque el Partido Socialista tiene su dignidad, y ella no le permitiría que se le echase de cualquier manera del Poder público.

Una de las ventajas que se han obtenido con la proclamación de la República es que la clase obrera se convencerá de que no son suficientes los derechos políticos, que hay que ir mucho más allá: a la emancipación económica.

El Partido Socialista no puede actuar bajo el temor de que un crecimiento rápido le coloque en situación de hacerse cargo de la responsabilidad del Poder. Por el contrario, su aspiración fundamental debe ser la de conquistar el número más elevado de puestos, tanto en los Municipios como en el Parlamento, pues, de no proceder así, se daría la sensación a las masas de que se teme enfrentarse con los problemas, y se produciría un decaimiento en el fervor revolucionario de éstas, lo que equivaldría a nuestro fracaso como partido.

Hay que triunfar, llevando concejales a los Municipios y diputados al Parlamento. Lo demás, ya vendrá por añadidura. Nuestra obligación es preparar los espíritus y las voluntades de todos los trabajadores para que se hallen dispuestos en el momento en que las circunstancias permitan implantar el régimen a que aspiramos, y hacerles ver que, a pesar de todas las dificultades que se ofrezcan, hay que ir a la consecución de nuestra aspiración fundamental.

Vamos a suponer que llega el momento de intentar la instauración de nuestro régimen. No sólo fuera de nuestras filas, sino en ellas mismas, hay quien teme que fuera preciso implantar una dictadura. Si esto ocurre, ¿cuál sería nuestra situación? Porque nosotros no podemos renunciar ni podemos realizar acto alguno que tienda a impedir el logro de esta aspiración.

Si un día llegamos a tener mayoría en el Parlamento tienen que gobernar los socialistas. ¿Y entonces se le exigirá al Gobierno que gobierne en socialista? Eso no lo ha dicho ningún maestro nuestro.

Todos los maestros han pensado que después de un triunfo, ya sea legal o revolucionario de la clase trabajadora, hay un período de transición; porque nadie puede soñar que porque mañana fuese al banco azul un Gobierno compuesto íntegramente por socialistas, iba a comenzar al día siguiente a dictar decretos disponiendo la socialización de esto o lo otro. Esto no es posible. Tampoco se iba a limitar el Gobierno a promulgar la ley de Términos municipales, la ley del Descanso dominical y otras cosas por el estilo. Habría que hacer algo más eficaz. Pero al llegar a esa situación, ¿Qué ocurriría? Lo siguiente: Que nos encontraríamos con una burocracia que tiene sus raíces en la monarquía. Ya podéis comprender lo que será si adviene un Gobierno socialista. ¿Se va a conformar con una burocracia enemiga del socialismo?.

Pero tened en cuenta que si no se conformase, toda la burocracia se pondría enfrente del Socialismo. Tendríamos que revisar el caso del ejército. ¿Es que creéis vosotros que porque hubiera una opinión electoral que nos diese una mayoría en el Parlamento, no diré yo los soldados, pero sí los jefes, iban a hacerse socialistas? Tendríamos la policía. ¿Creéis vosotros que la policía se iba a convertir en socialista? Tendríamos los Tribunales de justicia, que tampoco se iban a hacer socialistas. ¿Y la prensa, se iba a hacer socialista porque triunfase un Gobierno de nuestro Partido? ¿Y la clase patronal? La clase capitalista en seguida comenzaría a hacer lo que ha hecho con la República, pero con mayor intensidad: cerrar fábricas, parar minas, cerrar talleres y limitar al mínimo la producción para provocar un paro general en toda España, con objeto de que los parados fuesen enemigos del Socialismo. Y aquí se daría el caso curioso de que habiendo una opinión en el país de mayoría socialista, una minoría, representada por los patronos, que tienen en sus manos todos los medios de trabajo, con cerrar las fábricas, los talleres, las minas, los ferrocarriles o restringiendo la producción, podían dar al traste con toda nuestra fuerza. Eso es de lo más grave. ¿Y la Banca, se iba a hacer socialista?.

Esta es la cuestión. Si yo empiezo a analizar esto, y os asusto a todos, y nos encogemos, ni triunfamos en las elecciones ni podemos pensar en un movimiento revolucionario. Lo que hay que pensar es que si ese momento llega, con todos esos inconvenientes, hay que hacerle frente como se pueda, en la forma en que se pueda. ¿Legalmente en el Parlamento? Legalmente en el Parlamento. ¿Qué no lo consienten? ¡Ah!, entonces habría que buscar otros procedimientos. ¿Y es que esto sale de nuestro deseo, de nuestro afán de ir a favor de la corriente? No. Eso esta dicho por nuestros maestros. En la crítica que Marx hizo del programa de Ghota, decía entre otras cosas esto: «Entre la sociedad capitalista y la comunista hay un período de transición revolucionaria, de transformación de una a la otra. A este período corresponde una etapa de transición política, y el Estado, durante este período, no puede ser otra cosa que la dictadura del proletariado. (Muy bien.)

Se refiere a continuación a la revolución rusa, y dijo que él no era partidario de la política exterior que habían practicado los revolucionarios rusos, pero en cuanto a los procedimientos que usaron para desarrollar su política interna, eran acertados.

No es que nosotros vayamos a imitar a los rusos, como ellos no quisieron imitar a otros, porque cuando Lenin salió de Suiza, salía hecho un conservador, un oportunista. No hay más que leer el manifiesto que dirigió a los rusos, diciéndoles que era imposible el Socialismo en su país y que había que ir a la implantación de una República democrática; pero luego, los hechos le empujaron a la revolución social, porque se encontró con el siguiente dilema: o que se anulaba a los bolcheviques o éstos anulaban a sus enemigos. Las circunstancias son las que nos empujan muchas veces, independientemente de nuestra voluntad. No es que yo crea que debemos imitar a los rusos; pero las circunstancias nos van conduciendo a una situación muy parecida a la que se encontraron ellos cuando hicieron la revolución, porque aunque nosotros no tenemos una guerra como la que tuvieron ellos, y aunque no tenemos unos soldados con los fusiles que les entregó el Gobierno para ir a las trincheras, lo que es indudable es que en España se va creando una situación revolucionaria tal por el progreso del sentimiento político en las masas obreras y por la incomprensión de la clase capitalista, que no tendrá más remedio que estallar algún día. Ante esta posibilidad, nosotros debemos prevenimos.

Terminó exhortando a la juventud a prepararse para hacerse cargo de las responsabilidades que les deparará el porvenir. Y les pidió que, imitando a los primeros luchadores que formaron las filas de nuestro Partido, trabajen con desinterés, con firmeza de espíritu, de voluntad y de propósito.

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