Eduardo Montagut
Las
relaciones entre el socialismo español y el republicanismo constituyen uno de
los temas que más nos interesan, desde el inicial y frontal rechazo de los
primeros hacia el segundo de las primeras etapas del PSOE al considerar que por
muy avanzados que fueran los partidos republicanos, burgueses eran, a fin de
cuentas, y, por lo tanto, no preocupados de la emancipación obrera, a la
colaboración a raíz del terremoto político que supuso la Semana Trágica y la
represión maurista, que llevó a la creación de la Conjunción
Republicano-Socialista, una coalición electoral que no funcionó del todo bien
por las desconfianzas mutuas y por objetivos, no siempre coincidentes. El fin
de la Dictadura de Primo de Rivera supuso otro momento de posible acercamiento
que, al final, se produjo en el proceso de llegada de la Segunda República,
pero no sin grandes debates y reticencias en el ámbito socialista. No sería el
último capítulo de estas complejas relaciones porque luego llegaría la época
del Frente Popular y, más tarde, el capítulo de las relaciones en el exilio,
nuevamente harto complejas.
En
el contexto del final de la Dictadura de Primo rescatamos el análisis que
hizo El Socialista en el otoño de 1930, una vez que se había
producido el Pacto de San Sebastián en el verano que acababa de terminar.
El
periódico se definía como el órgano de una corriente de opinión claramente
definida como de izquierda, lo más de izquierda posible al ser representante
del movimiento obrero, y por eso le inquietaba el porvenir de la “política
general del izquierdismo burgués”.
El
artículo insistía mucho en que en política nada había definitivo, y por eso
todas las fuerzas interesadas en que la vida nacional se desarrollase en un
ambiente de libertad y democracia, justamente en ese tiempo de transición de
una dictadura a una forma constituyente nueva, debían estar interesadas en que
esa corriente de espíritu liberal se manifestase claramente.
Era
aventurado vaticinar lo que iba a ocurrir, pero aprovecharían ese futuro mejor
los que estuvieran más preparados cuando las circunstancias llegasen. Así, se
veía que las derechas no descansaban para presentarse como los únicos
intérpretes de los acontecimientos políticos del futuro, mientras que los
socialistas no se resignaban. La cuestión era qué hacían las fuerzas liberales
y republicanas.
El
artículo explicaba que sí existía un amplio espíritu liberal en las clases
medias, pero también parecía evidente que se había desarrollado de forma
caótica, como entregado a una suerte de “sesteo”, e interpretado por políticos
que no sentían realmente dichos principios y que solamente les servían para el
medro personal. Y, por eso, nunca se había hecho en España una política
liberal. Los denominados liberales históricos no habrían sido más que
“auxiliares lacayunos” de la reacción. Iban del poder a la oposición, y de ésta
al poder, en una interpretación, como vemos, del turnismo de la Restauración. Y
todo esto habría sido perjudicial para el país en todos los aspectos, pero que
en el momento presente se podría remediar si se producía una reacción de las
energías del liberalismo.
Los
partidos políticos del pasado no volverían, y si lo hacían sería una gran
vergüenza porque lo que pretenderían sería continuar con la vieja política. Sus
protagonistas no podían volver a ocupar el Gobierno. La sustitución de aquella
política y de aquellos políticos tenía que realizarse de forma democrática,
organizando fuerzas sociales alrededor de ideas concretas y prácticas. Los
socialistas consideraban que el país necesitaba más ideales que figuras de
relumbrón. Y por ahí iba la gran crítica a los republicanos, porque los
socialistas consideraban que había adolecido de un excesivo caudillismo en sus
formaciones políticas. Los seguidores, la masa, “era creyente pero no
consciente”, por lo que cuando los caudillos iban desapareciendo el
republicanismo se descomponía a su vez. Existía en el presente, pero el
periódico obrero consideraba que de una manera difusa, inorgánica y nada
eficaz.
Pero
eso no provocaba a los socialistas ninguna satisfacción. El Socialista
afirmaba que los socialistas tenían su papel en la política nacional, pero
parecía necesario el concurso de las “fuerzas burguesas liberales” porque
facilitaría el trabajo socialista, una afirmación muy distinta a la que se
había hecho en los primeros decenios de existencia del PSOE. El final del
artículo vendría a ser una especie de toque de atención a esas fuerzas, a la
responsabilidad que adquirían con su abstención mientras las derechas se
organizaban. No valía después que esos sectores liberales y republicanos
vinieran con críticas hacia la actuación de los socialistas.
El
artículo se publicó en el número del 6 de octubre de 1930 de El
Socialista.
Eduardo Montagut Contreras es Doctor en Historia Moderna y Contemporánea, colabora con Eco Republicano desde 2014.