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Eduardo Calvo García: Las dos Españas (II)

Eduardo Calvo García: Las dos Españas (II)
LAS DOS ESPAÑAS (II)

Eduardo Calvo García 

Si en España han existido y existen dos Españas es, sin lugar a dudas, porque una de ellas, la España de ese 35% de conservadores de condición fascista, pijo elitista, españolista-castellanista, militarista, guerra-civilista y nacional-catolicista lo decidió así en su día, y lo sigue decidiendo en la actualidad. ¿Por qué esa España tendría que compartir algo de lo que sus antepasados se habían apropiado para sí mismos y, sus herederos? Para qué, si esa España es consciente de tener todo el Estado a su servicio. Tiene a su Ejército, su Policía, su Guardia Civil, su Legión, su Iglesia católica, sus hagiógrafos, sus panegiristas, sus exégetas, a sus jueces, a sus bancos. Para qué, si ellos son dueños, amos y señores de todo lo privado y de lo que era público. Son amos, dueños y señores de su Sanidad privada pagada con dinero público. Son amos, dueños y señores de su Educación privada pagada con dinero público. Son dueños, amos y señores del Patrimonio Nacional con el que trafican a su antojo, son dueños, amos y señores de la Naturaleza, de la fauna, de los ríos, de los montes, de los llanos, de las costas, de los mares. Son dueños, amos y señores del agua potable, de la telefonía, de la electricidad, del gas, de la gasolina y todas las energías que consumen más de 100 millones de personas al año. Son dueños, amos y señores de las autovías de peaje. Son amos dueños y señores del servicio de Correos. Son amos, dueños y señores de los aeropuertos. Son amos, dueños y señores de todos los medios de persuasión privados y de casi todos los públicos. Y lo más importante: son amos, dueños y señores del pensamiento de la mayoría de españoles. ¿Qué más puede desear esa España?

Luego está la otra España, el otro 65% de españoles que dan forma a la España popular constituida mayoritariamente por la clase trabajadora y las clases medias de renta media baja. Una España, cuya influencia en los medios de comunicación de masas y en las Instituciones del Estado ha sido siempre muy escasa o, casi nula, lo que explica el secular subdesarrollo político, económico y social que padece. Es la España, de la que en ningún medio de comunicación se habla de sus verdaderos problemas. Es la España que contribuye puntualmente con sus impuestos. Es la España que lleva a sus hijos a la escuela pública. Es la España que cuando está enferma utiliza la sanidad pública. Es la España adormecida, es la España anestesiada por el futbol, las corridas de toros, las procesiones, las romerías, la TV basura. Es la España que no se echa a la calle, porque teme perder lo poco que le queda. Es la España domesticada por el látigo del miedo. Es la España genuflexa.

PARA INICIAR LA REVOLUCIÓN ES MENESTER VER CÓMO SE HAN HECHO LAS COSAS HASTA AHORA.

En la historia media y corta de la humanidad (menos en España) tuvieron lugar varios periodos revolucionarios que, sin duda alguna, mejoraron sustancialmente, las condiciones de la vida política, económica y social de los habitantes de la Tierra, especialmente, y hasta nuestros días, la de los de Europa (menos la de los españoles) y las de gran parte de los de América Norte: la Revolución Gloriosa (Inglaterra 1688) La Revolución Americana (1776) La Revolución Francesa (1789). Revoluciones, que no sólo fueron patrimonio de los países que las llevaron a cabo, sino que adquieron el sentido universal que, todavía hoy, mueve las conciencias de gran parte de los seres humanos (menos las de los españoles). El corte fue tan profundo que, aún hoy, hagiógrafos y fiscales de todo el orbe (menos los españoles) oponen sobre estos periodos revolucionarios juicios aparentemente irreconciliables. Y no sin razón.

La Revolución americana y, trece años más tarde, la Revolución francesa, no se hicieron para acabar con todos los abusos que se perpetraban en el Antiguo Régimen como debería haber sido el principal motivo de ambas Revoluciones. Y, el más importante era: el abuso de la propiedad. En tal sentido, dice Don Antonio García Trevijano en su magnífica obra “Teoría Pura de la República” lo siguiente: “El derrotero constitucional americano había equivocado su rumbo. Siguió la anticuada ruta de Montesquieu, balanceada por los aires liberales de Locke, en lugar de la moderna vía de Rousseau, impulsada por el viento apacible de la igualdad y no por el interés de la propiedad, que no era un derecho natural anterior al Estado y a la sociedad, como creía y defendía Locke, el filósofo del parlamento protestante, que inspiró a los constitucionalistas americanos”

Lo mismo se podría decir de la Revolución francesa puesto que también tomó el camino equivocado al no quere acabar con los abusos del Antiguo Régimen. Sobre todo, igual que los americanos, con los abusos de la propiedad. En Francia, la propiedad, lo único que hizo fue cambiar de titularidad: pasó de las manos de la Nobleza, a las manos de los nuevos ricos o, burguesía. La Constitución del año III, votada el 22 Fructidor durante la Convención decía defender la propiedad puesto que ése era el fin de las nuevas instituciones. El ponente, Boissy d`Aglas, lo anunció claramente a los diputados: “debéis garantizar por fin la propiedad del rico”. Se hizo pues tabla rasa del texto jacobino de 1793 y Daunou, Lanjuinais, La Révellière-Lépeaux inspiraron un nuevo texto, fundador de una República burguesa asentada sobre la propiedad y no sobre la igualdad. Esa Constitución comenzaba con una Declaración de derechos y deberes del hombre y el ciudadano. Los derechos descritos en ésta Constitución van en el sentido de 1791: “libertad”, “igualdad”, “seguridad”, “propiedad”. Pero los deberes iban en otro sentido: “nadie es un buen ciudadano si no es un buen hijo, buen padre, buen amigo, buen esposo” Un bello programa de moralidad cívica, pero, al mismo tiempo, la Constitución instituía el sufragio censitario, a través del cual, sólo podían votar los propietarios. Decía Boissy d´Aglas: “La igualdad absoluta es una quimera”, “en un país gobernado por los propietarios está el orden social” “aquellos que no pagan contribución están privados del derecho al voto”. Aquella Constitución estaba basada: en la soberanía nacional, la división de poderes y, el sufragio censitario. De igualdad, nada de nada, puesto que los únicos que iban a seguir privilegiados eran, los propietarios.

Es conveniente matizar que, la propiedad, es una de las fundamentales instituciones humanas. Matizar también, que no es mi intención, destruir dicha institución, sino el tópico de la propiedad y el privilegio que altera y desvirtúa las esencias mismas de la institución.

Pero también sería pertinente decir que, en el privilegio de la propiedad, es donde ha estado albergado el germen de todos los abusos que sufre la humanidad. La propiedad se encuentra en el fondo de las teorías comunista y capitalista. Nos enseñaba Proudhon: “los miembros de la comunidad, nada propio tienen, es cierto; pero la comunidad es propietaria no sólo de los bienes, sino también de las personas y de las voluntades”. “La comunidad es desigualdad, pero en sentido inverso que la propiedad”. “La propiedad es la explotación del débil por el fuerte; la comunidad es la explotación del fuerte por el débil”

DICHO LO ANTERIOR, SERÍA HORA DE INICIAR LA REVOLUCIÓN. LA CUESTIÓN ESTÁ, EN CÓMO HACERLA, SIN INCURRIR EN LOS DÉFICITS DEL PASADO. HAGÁMOSLA PUÉS.

Las Revoluciones que se hacen para privilegiar sólo a una minoría de la sociedad de un Estado, no son Revoluciones, sino un puro cuento. En éste sentido, ya conocemos los resultados del circo político, económico y social que los viejos y nuevos ricos o, burgueses tienen montado desde las Revoluciones francesa y americana. Ni la Revolución de los EEUU, ni la Revolución francesa, fueron unas Revoluciones ejemplares; más aun, fueron, en muchos casos, el inicio de la perversión política, económica y social que ha llegado hasta nuestros días. Perversión a la que se le tiene que poner fin por medio de una nueva Revolución que acabe con los mitos y abusos que han defendido, hasta nuestros días, éstas Revoluciones.



Eduardo Calvo García. Artículo publicado el 23 de mayo de 2011

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