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Eduardo Calvo García: Otra España es posible

Eduardo Calvo García: Otra España es posible
OTRA ESPAÑA ES POSIBLE

Eduardo Calvo García

La Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano inspirada en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América de 1776 y en el espíritu filosófico del siglo XVIII que sirvió de preámbulo a la primera Constitución de la Revolución Francesa, pretendió convertir una sociedad de desiguales, en una sociedad de iguales. Pero, sólo lo hizo en apariencia. Pretendió que, toda una sociedad se arrancase de cuajo sus ataduras feudales, pero, manteniendo la de la propiedad y, haciendo caso omiso, a todo lo que tuviera que ver con la educación. En su artículo nº 2 habla del “derecho a la libertad, a la propiedad y la seguridad” y, en su artículo 17 y último, dice textualmente que, la propiedad, es un derecho “inviolable y sagrado” pero, repito, nada dice a cerca de la educación y, por consiguiente, de la igualdad.

La Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano fue el primer documento capitalista y, por consiguiente, la simiente del capitalismo rampante que nos ha invadido hasta nuestros días. Propiedad y educación, han sido desde su publicación, los bienes más queridos por todos los grupos de presión. La propiedad de la tierra y la apropiación de las mentes infantiles, se diga lo que se diga, es el mejor negocio de los grupos de presión y, por supuesto, de la Iglesia Católica.

Referente a la propiedad, la Asamblea General de las Naciones Unidas no enmendó el cuadro a la hora de aprobar y proclamar el 10 de diciembre de 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la que en su artículo 17, muy ambiguamente, habla del “derecho a la propiedad” sin mencionar nada al respecto, de la obligación de los propietarios. En lo que concierne a la propiedad tengo publicado en mi blog (2009) materia suficiente para quien la quiera consultar.

Tocante a la educación, la DUDH es más ambigua todavía: en su artículo 26.1 y 26.2, dice taxativamente, cómo ha de ser la educación, hasta dice que ha de ser “obligatoria y gratuita” y que “tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana”. Menos mal. Pero, nada dice, de si ha de ser laica o confesional. En su artículo 26.3 se pronuncia en el sentido de que “los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos”. No cabe mayor ambigüedad, al no ser, que se quisiera contentar a la Iglesia Católica u otras confesiones religiosas. O, que los que la aprobaron y proclamaron, pensaran en una educación a la carta para que la escogieran a su gusto cada uno de los padres de la Tierra.

Pero como cada aseveración merece una argumentación explicativa, hela aquí: la Igualdad sólo es posible, si se parte del hecho, (siempre contrastable) de que a todos los seres humanos les sean proporcionados los mismos (los mismos) medios para poder desarrollarse, ser ellos mismos, responsables de sus actos, y dueños de su futuro. Es evidente que, eso sólo se consigue, con una educación pública laica y libre de cualquier influencia política, confesional o, económica aunque esta vaya disfrazada de cultural.

El hecho de que los “padres tengan el derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos” no es posible, porque el Estado no puede invertir en tantas educaciones, como padres haya. Y luego está lo de la Iglesia católica. ¿Cómo va a permitir un Estado democrático que, porque le guste a un padre, éste pueda entregar a sus hijos para que se los eduquen unas individuos (hombres y mujeres) que han perdido su dignidad de personas al haber jurado voluntariamente los cánones de obediencia, pobreza y castidad? 

Hasta que no se cuestione seriamente el mito de la propiedad y el hecho de la enseñanza en tanto que método para alcanzar la igualdad entre los seres humanos, nada tendrá solución.

Europa necesita una nueva Revolución. Europa tiene que parar el reloj de arena que empezó a malfuncionar con la Revolución Francesa. Pero, es España, la que está obligada a dar la vuelta a ese reloj para que la arena empiece a caer más igualitariamente.

Eduardo Calvo García. Artículo publicado el 16 de junio de 2011

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