Felipe V «el Animoso» fue el primer monarca en España de la casa
francesa Borbón. La Guerra de Sucesión contra el archiduque Carlos de Austria,
emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, supuso la perdida de las
posesiones en Europa y Gibraltar entre otras. Se sometió al reino de Aragón y
con él Cataluña a la Monarquía Hispánica. Con los Decretos de Nueva Planta, se
derogaron fueros y derechos territoriales catalanes, considerados derechos de
conquista, como castigo por su «rebelión».
He leído en estos días sobre la «causa catalana»;
aprendiendo cosas que no sabía, recordando otras y entendido mejor todo. Lo que
hoy ocurre, lo vivo con más conocimiento de causa. Trescientos años han pasado
y se sigue hablando de Felipe, Catalunya y soberanismo. He querido conocer los
hechos como fueron y acercarme al contexto histórico para entender lo que sucedió.
Ha pasado el tiempo, pero no se ha solucionado la razón primera. Hay intereses
mutuos que defender y las normas siguen sin adaptarse para dar solución satisfactoria
a todas las partes. Todos son responsables, algunos más que otros. La fuerza se
ha utilizado más que la palabra y la violencia más que la razón. La buena fe
negociadora no ha estado presente y no se la espera.
Por encima de identidades ciertas y en ocasiones fabricadas,
las aspiraciones de la clase obrera y los marginados, se defienden mejor en el
amplio marco internacional que en el estrecho nacional. El poder económico
oprime, indistintamente del color de la piel y del lugar de nacimiento. «Sea
cual fuere el país en que recale un obrero consciente, fuese cual fuere el
lugar a que lo empuje el destino, sea cual fuere su sentimiento de ser un
extranjero, privado de idioma y de amigos, puede encontrar camaradas y amigos en
la Internacional» (V. I. Lenin, comentando el himno). No soy nacionalista ni
defiendo discursos nacionales; soy internacionalista y estoy Por el derecho a decidir. «En España, políticos,
intelectuales y voceros, pretenden demostrar que es más democrático no votar
que votar»; cosa que no entiendo, salvo que los que lo dicen, no sean
demócratas o no se expliquen suficientemente.
Mal empezaron los Borbones en España. No sabemos como
terminarán. Felipe V de Bourbon, duque de Anjou, utilizó la represión, contra
los austracistas, que habían apoyado al Archiduque Carlos en sus aspiraciones al
trono de la Monarquía Hispánica. Al finalizar la Guerra de Sucesión —que fue un
conflicto internacional más que civil—, La represión afectó a los Estados de la
Corona de Aragón y al Principado de Cataluña, que fue el territorio más
castigado, al ser el último bastión de resistencia que combatió después de la Paz
de Utrecht. La represión borbónica, comenzó tras la firma de las capitulaciones
de Barcelona en 1714. El duque de Berwick dirigió la represión siguiendo los
dictados de Felipe. Los resistentes «merecen ser sometidos al máximo rigor
según las leyes de la guerra, para que sirva de ejemplo para todos mis otros
súbditos que, a semejanza suya, persisten en la rebelión», decían las órdenes
del Animoso. Franco hizo algo parecido en el mismo territorio.
Felipe V, rey por la gracia de su abuelo el rey de Francia, escuchó
de Luis XIV al entregarle el trono: «pórtate bien en España, pero recuerda que
naciste en Francia, para mantener la unión entre nuestras dos naciones es la
manera de hacerlos felices y preservar la paz de Europa». Según el semblante
dibujado por el duque de Saint-Simon, poseía «un gran sentido de la rectitud,
un gran fondo de equidad, es muy religioso y tiene un gran miedo al diablo,
carece de vicios y no los permite en los que le rodean». Lo cierto es que al final
de su vida, llegó «a sumirse en una inercia total». Sólo la guerra lo sacó de
su apatía. Se cuenta que el príncipe Fernando, que reinaría como Fernando VI
«el Prudente», presenció las demencias de su padre recluido en El Pardo. Se
empeñaba en llevar una camisa usada por la reina, temiendo ser envenenado; andaba
desnudo por palacio y se pasaba días enteros en la cama en medio de la mayor
suciedad, haciendo muecas y mordiéndose a sí mismo (Pedro Voltes). Con todo
reinó «45 años y 3 días».
El rey, más depresivo que animoso, que modernizó la administración,
el ejército y la economía, siguiendo el modelo francés, dictó las normas de la
represión: Todos los rebeldes deben ser pasados a cuchillo, cuenta Berwick en
sus memorias; «quienes no han manifestado su repulsa contra el Archiduque deben
ser tenidos por enemigos». Se creó la Real Junta Superior de Justicia y
Gobierno que sustituyó a las históricas instituciones catalanas que fueron
suprimidas: las Cortes y los Tres Comunes de Cataluña: el Brazo militar, la Diputación
General y el Consell de Cent. De hecho, el Principat de Catalunya —término utilizado
desde el siglo XIV—desapareció.
Como parece que se conocía que los dineros dolían en
Cataluña, algunas de las medidas represivas estipulaban que «Que pagarán los
gastos de la guerra desde el momento de la evacuación» valorados en diez
millones de escudos. Con el fin de mantener una seña que recordara la rebelión
«todos los inmuebles sitos en el recinto de la ciudad de Barcelona serán
cargados a perpetuidad con un censo anual del dos por ciento sobre su valor».
Se estipula que no se hablará más de privilegios ni de «usajes, conveniendo que
es mejor reservarme la libertad de someterles a lo que considere más oportunos
a mis intereses». Entonces no se entendía de intereses generales, como ahora
con el PP.
Se recurrió a la delación y a las amenazas. Más de 4.000
personas fueron detenidas y en su inmensa mayoría condenadas a muerte y ejecutadas
en público para escarmiento. Largas condenas en galeras o deportación, junto
con la correspondiente confiscación de bienes y propiedades. Los que no fueron
ejecutados o encarcelados tuvieron que marchar al exilio. En esta tarea
represiva, como nos tiene acostumbrada la historia, colaboró con entusiasmo el clero,
encabezado por el vicario general de Barcelona, que conminó a los barceloneses
a que obedecieran a Felipe V, bajo castigo de pecado.
El origen de la causa catalana se remontaba al Pacto de
Génova en 1705. El reino de Gran Bretaña se comprometía a garantizar la
conservación de las Constituciones de Cataluña y todos los derechos de que
gozaban los catalanes, si se sumaba a la causa del archiduque Carlos, en su
pugna por el trono español. En 1710, solicitó de Felipe V que concediera una
amnistía general a los austracistas españoles y particularmente a los catalanes,
permitiéndoles conservar sus fueros. La respuesta fue tajante: «Por esos
canallas, esos sinvergüenzas, el rey no otorgará jamás sus privilegios, pues no
sería rey si lo hiciera, y esperamos que la reina no nos los quiera exigir.
Sabemos que la paz os es tan necesaria como a nosotros y no la querréis romper
por una bagatela». Ni la democracia ni la decencia se conocían; de lo que algunos
siguen careciendo hoy.
El emperador Carlos, era favorable a que la Corona de Aragón
quedara bajo el dominio de la Casa de Austria, siendo segregada del resto de
los otros reinos, que quedarían en manos de Felipe V, y si esta propuesta no
era aceptada, que fuera reconocida la República Catalana, Mallorca e Ibiza, bajo
la protección de los aliados o del propio emperador. Felipe sólo se comprometió
a que tuvieran «todos aquellos privilegios que poseen los habitantes de las dos
Castillas»; y en esas estamos.
Con la muerte de Ana en agosto de 1714, las cosas cambiaron.
Su sucesor, Jorge I de Hannover, presionó a Luis XIV para que Felipe V mantuviera
las leyes e instituciones del Principado de Cataluña; todo fue en vano; pese a
que Luis XIV aconsejaba a su nieto «modera la severidad con la que queréis
tratar a los catalanes. Aun cuando rebeldes, son vuestros súbditos y debéis
tratarlos como un padre, corrigiéndolos pero sin perderlos». El 12 de
septiembre de 1714, Barcelona capituló. No cambió la voluntad real, como no se
cambia hoy la del gobierno, que defiende el inmovilismo de la ley y la
Constitución, por encima de la voluntad popular, cuando todos conocemos cómo
hacen para cambian las leyes. ¿Recuerdan la reforma del artículo 135?
La causa catalana volvió a surgir en diversos momentos de la
historia de Europa, hasta la firma del Tratado de Viena en 1725, que puso fin
diplomáticamente a la Guerra de Sucesión. El emperador Carlos VI renunció a sus
derechos a la Corona de España y reconoció a Felipe V como rey de España y de
las Indias. Felipe reconoció al emperador la soberanía sobre las posesiones de
Italia y de los Países Bajos. En el Tratado, el rey otorgaba la amnistía a los partidarios
del Archiduque Carlos, con el compromiso a devolverles los bienes
confiscados durante la guerra y la represión, pero se negó a restablecer las
instituciones y leyes propias de los Estados de la Corona de Aragón.
Años después, en la historia cercana, el 14 de abril de
1931, con la proclamación de la República, Francesc Macià proclamó la República
Catalana dentro de una federación de pueblos ibéricos, motivo de conflicto en los
círculos no nacionalistas. Todo quedó normalizado con la restauración de la Generalidad,
tras la aprobación de la Constitución de la República, que reconocía la autonomía
regional y se aprobó el Estatuto de Autonomía de 1932. El 20 de noviembre se
celebraron elecciones al Parlamento de Cataluña, que permitieron la
construcción de instituciones propias democráticas.
El franquismo puso fin a todo. Como en el resto de España, se
anularon las libertades, los derechos, la democracia y se eliminaron las
instituciones republicanas. Con su insulto preferido «no hables como un perro,
habla el idioma de imperio», se persiguió la lengua y la cultura catalana. Los
vencidos fueron vencidos en todos los frentes. Rajoy y su partido pretenden
perpetuar esta forma totalitaria de hacer política.
Cataluña y los catalanes, legítimamente quieren protagonizar
su historia. Las elecciones de 2012, dieron el triunfo limitado a la
Convergencia de Mas y con el pacto de gobernabilidad con ERC, se acordó la
convocatoria de un referéndum por la autodeterminación de Cataluña. De momento,
aquel compromiso, se ha convertido en una consulta que se celebrará el 9N.
Mucho está todo por decidir; y por ver.
Trescientos años han transcurrido, de Felipe V a Felipe VI,
representantes de una monarquía centralista, ahora parlamentaria, encorsetada
en su centro. Hay que dar protagonismo a la palabra, dejando a un lado la
fuerza y la violencia, incluso la dialéctica que encabrona. No soy nacionalista, ni profeso ideas nacionales; soy
socialista, demócrata, republicano e internacionalista y con eso lo digo todo. Por
cierto, también quiero decidir sobre el modelo político institucional. Por la
República.
Víctor Arrogante
En Twitter @caval100
Fuente: Multiforo.eu