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Ciento cinco años con mi madre, por Víctor Arrogante.

Se han celebrado elecciones en Andalucía, pero la historia de la que hablaré no va de eso. Tendremos tiempo para hablar de elecciones este año, de resultados y los pactos de gobierno necesarios. Aunque de algunas celebradas me haré eco. Fue un 21 de marzo, con la llegada de la primavera en Madrid, cuando nació mi madre; con el «prima» primer «vera» verdor. Han pasado 105 años de aquel acontecimiento y 20 desde que murió. Nació dos meses antes de lo previsto y de entre algodones, salió adelante.

Corría el año 1910. Madrid su espacio, lineal, entre poniente y levante. Nació junto al Palacio Real. Murió junto al de Deportes. Felisa, «tres veces López y un San Juan». Activa y entusiasta, con el gracejo especial de los madriles. Ya he escrito algunas andanzas por Madrid, pero no me resisto y vuelvo a rememorar la historia de este pueblo a principios del siglo XX. Más de cien años han pasado, desde que nació mi madre querida. Lo convertiré en tradición. Siento el cordón que me une a la época y al lugar. Mi aprecio por Madrid me viene de ella, nacida en la calle Bailén, gata, castiza y buena gente. «Vecina» de Alfonso XIII, tenía mal recuerdo de su boda.

Madrid empezaba a dejar de ser el pueblo castellano y polvoriento que era hasta ahora y la monarquía estrenaba reina. El día 31 de mayo de 1906, al menos 28 personas murieron y un centenar resultaron heridas. Mi abuela Teresa fue víctima del atentado en la calle Mayor contra Alfonso XVIII. Desde entonces, nada fue igual, el trastorno de estrés postraumático la acompañó hasta su muerte unos años después. Ocurrió a la vuelta de la esquina de su casa. Iba cogido de su mano y todo lo presencié asombrado, emocionado por la atmósfera que se vivía; luego fue terror, por el ruido de la bomba, los disparos de los guardias y los gritos de todos. Lo tengo en su memoria. Regresaban de los Jerónimos, en coche descubierto, con Victoria Eugenia de Battemberg espléndida. Un ramo de flores, con una bomba en su interior, arrojado desde un balcón del número 88 de la calle Mayor, originó la tragedia. Los reyes salieron ilesos. El anarquista Mateo Morral, dos días después se suicidó después de matar a un guardia civil que le detenía.

Madrid ha sido lugar de fiestas, toros y verbenas; también de magnicidios. Anarquistas, nacionalistas, fascistas y ahora yihadistas. También del poder por el poder; contra gobernantes y contra el pueblo. Recordamos los atentados del 11 de marzo de 2004, en el que murieron 192 personas y cerca de dos mil resultaron heridas. Presenciamos el asesinato en 1912 de José Canalejas, Presidente del Consejo de Ministros, cuando miraba el escaparate de la desaparecida librería San Martín en la Puerta del Sol. Eduardo Dato en 1921, asesinado por los disparos que vimos salir desde el sidecar de una moto, en la Puerta de Alcalá. En la calle del Turco, hoy Barquillo, mataron a Prim en 1870. Juan Prim y Prats, presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra. En otro tiempo el almirante y presidente del gobierno Carrero Blanco (1973), sufrió igual suerte por ETA y por lo que parece, con ayuda externa de la ultra mar del norte.

Mi madre fue testigo de infinidad de acontecimientos y yo con ella. Casi un siglo de vida da para mucho. De colegiala a modistilla, hasta su boda durante la guerra civil, con Víctor, mi padre. Nacido en Toledo, donde, tras «liberar» el Alcázar, Franco fusiló a mis abuelos. Vivían en el Callejón de los Niños Hermosos. «Oigo las botas contra el empedrado, los gritos y empujones, los culatazos de los fusiles sobre sus espaldas. Veo la cara perpleja y asustada de mi abuela Antonia Arrogante, embarazada, y las caras descompuestas por el odio de los sacadores. Oigo el sonido seco de las descargas de los fusiles y el taac, taac de los tiros de gracia junto a un paredón a la vera del Tajo». Camarero de postín y miliciano pinturero. Murió cuando yo tenía ocho años y el cuarenta y cinco. La tuberculosis, la enfermedad de la guerra, avanzó hasta matarlo. —Me voy al frente Felisa, que llega el tranvía—; como si fuera al trabajo. Se pone correajes y cartucheras, coge el fusil y marchábamos los dos a las trincheras del Manzanares, las casas de Carabanchel o al Canto del Pico, en Torrelodones.

Mi madre nació con la Gran Vía. En 1910, siendo alcalde, José Francos Rodríguez, comenzó a construirse la gran avenida, que descongestionaría el casco antiguo, la Puerta del Sol y mejorar la comunicación entre los barrios de Argüelles y Salamanca. De poniente a levante, como el itinerario de mi madre. En los primeros treinta años del siglo XX, Madrid albergó a más de un millón de vecinos y los nuevos arrabales de las Ventas o Tetuán, acogieron al nuevo proletariado, que en aluvión llegó desde los pueblos. No era por industrialización, era por miseria. Meses después de su nacimiento, en las elecciones generales del 8 de mayo de 1910, la Conjunción Republicano-Socialista, con el 54% de los votos, el PSOE consiguió el primer diputado de su historia: el fundador, Pablo Iglesias Posse, que ya era concejal de Madrid desde 1906.

Cuando comienza la Primera Guerra Mundial, mi madre tenía cuatro años, por lo que de poco debió de enterarse. Iba a un colegio, bajo el patronazgo de la infanta Isabel de Borbón y Borbón, La Chata, hija de Isabel II y tía del rey, quién acudía al final del curso para premiar a las alumnas aventajadas. (Con unas dosis de humor y osadía, encuentro un enlace histórico, que me conduce hasta Fernando VII y la Guerra de Independencia). La guerra originó una importante actividad industrial, grandes beneficios empresariales y crecimiento económico, que se dejó notar en la familia del Madrid castizo, que vivía en una humilde guardilla. Para apaciguar el hambre y a deshoras, recuerda los recortes de porras, que el churrero de la esquina les regalaba ella y a sus cuatro hermanos. La joven Felisa, de modistilla, se daba grandes caminatas por su Madrid. Ni metro ni autobuses; el pinrel era el medio. La línea Sol-Cuatro Caminos del Metropolitano, había sido inaugurada en 1919, que ponía a Madrid en la línea de la modernidad.

Los primeros años de su vida, fueron gran conflictividad social y laboral. La crisis fortaleció al movimiento obrero representado por socialistas y anarquistas, que alternaban métodos pacíficos (huelgas) con violentos (la acción directa). UGT percibiendo el enfrentamiento entre burguesía industrial y gobierno, convocó una huelga general revolucionaria en agosto de 1917, que recibió el apoyo de la CNT, mayoritario en Cataluña, con el fin de obligar a las clases dominantes a realizar los cambios fundamentales del sistema, que garantizasen al pueblo, un mínimo de condiciones decorosas de vida y de desarrollo de sus actividades emancipadoras.

Vivimos la proclamación de la República en 1931 el 14 de abril, desde el chaflán de la calle Mayor y Arenal. Los resultados de las elecciones del domingo 12, habían supuesto una estocada de muerte para la monarquía y los acontecimientos se desarrollaron de forma vertiginosa. El rey Alfonso XIII, el Africano, otro Borbón acusado de traición, abandonó España desde Cartagena, si haber abdicado, porque «No tengo hoy el amor de mi pueblo». En la Puerta del Sol, Alcalá Zamora, Lerroux, Fernando de los Ríos, Azaña, Casares Quiroga, Miguel Maura, Álvaro de Albornoz y Largo Caballero: tocan el portalón: «Señores, paso al Gobierno de la República». Entran en el ministerio de la Gobernación y asumen el poder, como ministros del gobierno provisional. En la calle, el pueblo exaltado, con alegría desbordada, clamábamos vítores a la República que nacía y que murió con ocho años. La derecha caciquil, ramplona y fascista, con el apoyo de la Italia fascista y de la Alemania nazi, la condenaron a muerte. Viví con mi madre la guerra. Fuimos protagonista, como tanta gente, de la batalla por Madrid y del sufrimiento, provocado por el golpe de Estado militar asesino.

Sufrimos la miseria de la posguerra. Fue viuda joven, madre de dos hijos, mi hermana Pilar y yo mismo. La Conferencia de Postdam en 1945, había condenado la política de Franco, que sumió a España en un completo aislamiento diplomático y no le permitió beneficiarse del Plan Marshall, que con millones de dólares, favoreció la reconstrucción de los países europeos destruidos. Hasta 1952, España no empezó a recuperar los niveles de vida que tuvo en 1935. Eran años de hambre, escasez de productos básicos, racionamiento, estraperlo, restricciones eléctricas, frío y sabañones. Y las cárceles abarrotadas de presos políticos. Fuimos titulares de una cartilla de racionamiento, que recogíamos semanalmente tras esperar largas colas: cuarto litro de aceite, cien gramos de azúcar, doscientos de jabón, un bote de leche condensada y cien gramos de tocino. La leche en polvo y el queso americano no comenzaron a llegar hasta después de 1959, tras el abrazo del presidente Eisenhower a Franco en Madrid.

La primera vez que pudo votar fue el 19 de noviembre de 1933, en las elecciones generales a Cortes, precisamente las primeras en que las mujeres ejercieron el derecho al voto. Los partidos de centro-derecha y de derechas obtuvieron la mayoría, dando lugar al denominado bienio negro hasta 1936. La CEDA, representante de la derecha católica, que no había declarado su lealtad a la República, se convirtió en la minoría mayoritaria de las Cortes (23% de los votos). La izquierda republicana fue derrotada, así como los socialistas, que se habían presentado en solitario a las elecciones. La historia de España avanzaba hacia el cataclismo.

Imagínense la escena; noviembre de 1957: Ella con velo negro, yo banda negra de luto en la manga del abrigo y pantalón corto de su mano, atravesando la pista de baile en penumbra de la sala de fiestas «Teyma», en los bajos del Palacio de la Prensa en la plaza de Callao, para ver al dueño y recoger los papeles que le permitirían cobrar la pensión de viudedad y orfandad. Nunca lo olvidaré.

Es curioso como en mi familia hemos jugado con las fechas históricas. Mi padre murió un 20N, mi madre un 6 de diciembre. Terminaba un régimen y se abría otro. Disfrutó de forma entusiasta con la llegada de la democracia. Hoy no lo estaría tanto, sería crítica con la situación. Recuerdo su figura, esperando entrar en el Congreso de los Diputados por la puerta de invitados. Si podía no se perdía sesión. Presencié junto a ella, entre otros, el pleno por el que las Cortes aprobaron la nacionalización de Rumasa. Hubiera cumplido ciento cinco años. Estas líneas en su memoria, que es la mía.

Víctor Arrogante
En Twitter @caval100

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