En las elecciones celebradas el 12 de abril de 1931, España dio su voto a la República, y dos días después, el 14, se proclamaba el nuevo Estado republicano, huía al extranjero el rey Alfonso XIII, respetada su vida por los republicanos, y el júbilo popular estremecía, de punta a punta, a España. ¡No se ha marchao, que le hemos echao!, gritaban las calles.
La República iba a empezar nada menos -y cosa ardua- la reconstrucción del país, de una patria nueva. Desde antiguo España suspiraba por su revolución política, por la transformación de su sistema de gobierno y por modernizar su Estado limpiándolo de imperfecciones ancestrales y de obstáculos tradicionales anquilosados bajo una Monarquía hereditaria, de tendencia absolutista, convertida en dictatorial desde 1923 a 1931 y regida por un sistema de castas: casta militar, casta aristocrática o feudal, casta teocrática, y las derivadas del nepotismo, la plutocracia, la oligarquía y el caciquismo.
Antes de su huida, el rey Alfonso XIII, redactaba de puño y letra un manifiesto al país, fechado el 13 de abril de 1931 y publicado en con el permiso expreso del Gobierno Provisional de la II República en diferentes medios de comunicación, es el siguiente:
AL PAÍS
Las elecciones celebradas el domingo, me revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo, porque procuré siempre servir a España, puesto el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas.
Un Rey puede equivocarse, y sin duda erré yo alguna vez; pero sé bien que nuestra Patria se mostró siempre generosa ante las culpas sin malicia.
Soy el Rey de todos los españoles, y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo contra los que las combaten. Pero resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil. No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósitos acumulados por la Historia, de cuya custodia me han de pedir un día cuenta rigurosa.
Espero conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva, y mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real y me aparto de España, reconociéndola así como única señora de sus destinos.
También quiero cumplir ahora el deber que me dicta el amor de la Patria. Pido a Dios que tan hondo como yo lo sientan y lo cumplan los demás españoles.
Alfonso XIII
Nota del Gobierno acerca del mensaje.
El ministro de Hacienda facilitó a última hora de ayer tarde la siguiente nota: "El Gobierno no quiere poner trabas a la divulgación, por parte de la Prensa, del manifiesto que firma D. Alfonso de Borbón, aun cuando las circunstancias excepcionales inherentes al nacimiento de todo régimen político podría justificar que en estos instantes se prohibiera esa difusión. Más como el Gobierno provisional de la República, segurísimo de la adhexión fervorosa del país, está libre de todo temor de reacciones monárquicas, no prohibe que se publique ni cree necesario que su inserción vaya acompañada de acotaciones que le refuten de momento. Prefiere y basta que el país lo juzgue libremente, sin ninguna clase de sugestiones ministeriales".
En '¿Por qué se proclamó la Segunda República?' de Agustín Piracés, relata que: "Alfonso de Borbón había huído, abandonado hasta de sus alabarderos, sin más asistencia que la protocolaria de su Gobierno. Hasta el último segundo calculó fríamente sus posibilidades de revancha. Los Berenguer y los generales cuidadosamente seleccionados por ellos para situarlos en puestos estratégicos, esperaban a sus órdenes, preparados para otra dictadura. Por fortuna estaban solo, y, como tantas veces en la Historia, el Borbón flaqueó en el momento en que ya su propia vida peligraba".
La fuga de Alfonso de Borbón fue saludada con júbilo por la mayoría de la Prensa; con indignación también debido a manifestaciones, por firmas tan solventes y serenas como Gonzalo de Reparaz que publicó un artículo en 'La Noche', del que reproducimos este párrafo:
"Era terco; quiso resistir. Hasta última hora creyó posible vencer a la nación haciéndola asesinar por la espalda de uno de sus estultos pretorianos. Pero precisó fue envainarla y partir. Entonces concibió un plan muy propiamente suyo: marcharse sin abdicar, y luego, cuando no hubiera peligro, reivindicar 'su' derecho".
Para la prensa, la salida de Alfonso XIII fue un acto de cobardía, ya que dejó en el Palacio Real a toda su familia, incluída su mujer la reina Victoria Eugenia y sus dos hijos enfermos. Desde Madrid salió al puerto de Cartagena donde embarcó con destino a Marsella. Por su parte la reina y sus dos hijos abandonaron España en tren, el día 15 de abril con destino a Francia.
Llegado a París afirmó el Borbón, que "se había ido para evitar la efusión de sangre; pero después de las elecciones de junio, ya veremos". Pura hipocresía. "¿Qué puede importarle la efusión de sangre al hombre que voluntaria y codiciosamente, emprendió la guerra de Marruecos, que le ha costado a esta pobre nación 70.000 muertos?", se preguntaba el periodista Gonzalo de Reparaz.
Sobre los derechos propios al Trono, Gonzalo de Reparaz argumenta: "Hoy todos sabemos que los derechos son de la nación y que ella lo da y los quita. Se los ha quitado, lo ha despedido y ha tenido la generosidad de no pedirle cuentas a pagar con la propia persona. Y se va gritando desde la calle como criado respondón".
Don Marcelino Domingo en el libro '¿Qué espera el rey?' lo resume en una frase: "El rey que ya no es lo que fue y lo que debe ser un Jefe de Estado en el respeto público, en parte por su propia conducta; en parte también por la justa y merecida crítica que de él han hecho monárquicos de categoría que le sirvieron y que no pueden volver a servirle porque institución discutida por sus adeptos es institución acabada. En una República, pueden atacarse a las personas, porque son elegibles y cambiables dentro de la institución; puede desposeerlas, y la institución no sólo subsiste, sino que se magnifica en la depuración. En la Monarquía, el ataque a la persona que es inamovible e inviolable es ataque a la institución; y la institución sufre doblemente el quebranto cuando las flechas contra ella parten de las mismas filas adictas; filas que, rotas, no vuelven a solidarizarse".
El gobierno de la II República aprobaría en Cortes la Ley de 26 de noviembre de 1931, donde Alfonso XIII sería acusado de alta traición y despojado de todos sus derechos dinásticos. Esta ley sería derogada por otra del 15 de diciembre de 1938 firmada por el dictador Francisco Franco.
Según el historiador Javier Tusell, el monarca huyó de España con el equivalente a 48 millones de euros depositados en bancos de París y Londres. Otros autores, como José María Zavala cifran la fortuna del rey en 140 millones en su libro 'El patrimonio de los Borbones'. Alfonso XIII fallecería en Roma, el 28 de febrero de 1941.
Equipo de redacción de Eco Republicano