Loïc Javier Molinete Silván | Granada Republicana UCAR
Los lazos son símbolos políticos de causas que pueden considerarse justas y que tienen como finalidad visibilizar y concienciar a la población ante un determinado problema social que nos afecta como conjunto. La reivindicación del pueblo catalán, por un lado, para conseguir el derecho a la autodeterminación y, por otro, la petición de puesta en libertad de los líderes independentistas, ha llenado Cataluña, y la actualidad, de lazos amarillos. Pero esa batalla simbólica posiblemente no sea la mejor para la consecución de unos objetivos, por muy legítimos que estos sean.
La elección del título de este artículo no es baladí, ya que desde el movimiento democrático republicano bien se podría utilizar este símbolo ―con permiso, por supuesto, de la lucha contra las violencias machistas―, como exponente de una forma de estado que representa al conjunto de la sociedad. La república es también una serie de valores comunes que siempre han inspirado a los pueblos y, como en el caso del republicanismo francés, simboliza la libertad, la igualdad y la fraternidad, ideales, por cierto, profundamente feministas, que por desgracia aún no se encuentran plenamente implementados en nuestras sociedades, y muy difícilmente lo estén algún día. De cualquier manera, es fundamental seguir defendiéndolos, como a la alegría de Benedetti.
Desde hace unos años, y «gracias» al problema catalán, España está debatiendo entre banderas y símbolos que enfrentan pueblos, comunidades de vecinos e incluso familias, a pesar de que previo al auge independentista nos encontrábamos ante una profunda crisis de régimen del 78, y de los pilares en los que se basaba, especialmente la Corona ―aunque podríamos decir que sigue en crisis, tres elecciones generales en cuatro años no son una casualidad, pero ha cambiado el cariz de la misma―. Tras la abdicación de Juan Carlos I, la monarquía atravesaba su momento más débil por los numerosos escándalos que rodeaban a nuestro rey emérito. Con la llegada de su hijo, el descrédito de la Corona se ha visto agudizado en el caso de Cataluña, fundamentalmente por el papel tan poco conciliador de Felipe VI tras las actuaciones policiales del 1-O.
Antes de centrarse en la causa sobre el derecho a decidir de una parte, habría sido el momento idóneo para trazar lazos, aunar esfuerzos y abrir el debate de la reforma constitucional, de un nuevo pacto social que debía ser reconstruido tras el duro golpe que supuso la crisis económica, pero también debemos hablar del modelo territorial asimétrico que quedó aparcado desde 1978. A mi juicio, ese es el error de las fuerzas republicanas de Cataluña, quienes, al abrigo del nacionalismo patriotero, no se han detenido a debatir qué modelo de república es la que querían, y han obviado alianzas con los diferentes pueblos de España. Todo esto podría abocarnos al precipicio de la extrema derecha, y posiblemente nos haya hecho retroceder décadas en la construcción republicana y territorial tan necesaria.
A pesar de todo ello, no debemos ser pesimistas y caer en el desánimo, pues posiblemente todavía estamos a tiempo de rectificar, aunque cada vez el divorcio es mayor entre la sociedad catalana y el conjunto del Estado. En los últimos meses hemos visto cómo han comenzado a organizarse movimientos por el derecho a decidir nuestra forma de estado, especialmente entre la comunidad estudiantil, ya que cada vez son más las generaciones que no hemos decidido qué modelo constitucional debe conformar nuestro país y tenemos derecho a hacerlo. Para ello es fundamental aprender de los errores y poner en valor los medios, no solo el objetivo.
No creo que las fuerzas políticas del ámbito nacional se encuentren ahora mismo en posición de articular consensos sociales: pareciera que el clima de confrontación beneficia sus intereses electorales más inmediatos, sin analizar la situación a medio plazo. Hemos vuelto a los tradicionales ejes de identitarios de nuestro sistema político (izquierda-derecha y centro-periferia). Pero si algo nos enseñó el movimiento del 15M fue la necesidad de escucharnos y debatir, aunar esfuerzos y organizarnos al margen de estructuras. Necesitamos articular nuevos consensos que nos permitan volver a tender puentes, lazos morados que representen la libertad, la igualdad y la fraternidad. Pero el símbolo no debe desviarnos la atención hasta el punto de olvidar lo que este representa.
El autor, Loïc Javier Molinete Silván, licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración, es vocal de la Ejecutiva de la asociación ciudadana Granada Republicana UCAR.
Artículo publicado en La Mirada Común