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Estanislao Figueras y Moragas (1819-1882) por Fernando Valera

Estanislao Figueras


Estanislao Figueras y Moragas, nació en Barcelona, el 13 de noviembre de 1819. Estudió en la Universidad de Barcelona y en el instituto de Valls, licenciándose en Derecho en 1844.  

Abogado y político de ideas liberales avanzadas, ingresó en el Partido Demócrata en 1849. Desde su juventud participó en diferentes movimientos revolucionarios en apoyo de la República, por lo que fue encarcelado en 1866 y desterrado. 

Al triunfar la revolución de septiembre de 1868 e iniciarse el Sexenio democrático, volvió para ingresar en el Partido Federal que dirigía Francesc Pi y Margall, y fundó y dirigió el periódico La Igualdad desde donde mantuvo apasionadas campañas a favor de la República federal.

Fue el primer presidente de la Primera República Española, elegido en las Cortes el 12 de febrero de 1873. Desempeñó el cargo entre febrero y junio de 1873, ya que no pudo afrontar la crisis económica y la división interna de su propio partido. Falleció en Madrid el 11 de noviembre de 1882.


Acercamiento a la figura de Estanislao Figueras (1819-1882), por Fernando Valera

Hasta los monárquicos, cuando sinceros e inteligentes, tienen que inclinarse ante la grandeza moral e intelectual de nuestros presidentes, si bien para sacar la peregrina consecuencia de que, puesto que, siendo evidente la buena voluntad, la rectitud y el talento de los dirigentes republicanos, ellos no pudieron evitar lo que el Conde de Motrico en un reciente y notable artículo publicado en La Vanguardia que convenga a España. Total, para rehabilitar a unos hombres, se extiende el certificado de cerrilidad connatural e irremediable de nuestro pueblo. 

Años atrás era el Conde de Romanones quien reconocía la gran elevación que tuvieron los debates de las Cortes revolucionarias de 1869, que desembocaron en la Primera República. Comentando el debate constitucional, en que intervinieron Olózaga, en defensa del régimen monárquico y Figueras y Castelar en pro del republicano, Romanones ha escrito: "Después de este magno debate, se han discutido en las Cortes otros dos proyectos de constitución: el de 1876 y el de 1931. Podrá ser achaque de viejo creer que todo tiempo pasado fue mejor, pero aconsejamos a quienes dispongan dé reposo que lean y comparen las tres discusiones, y luego juzguen". 

El propio Romanones, ha trazado este retrata del primer presidente republicano, D. José Figueras: "Catalán de pura cepa... de ojos grandes y negros, expresivos en su gran bondad; la frente espaciosa, correctas las facciones, alto y recio; lástima que el teñirse de negro endrino su recortado bigote, le restara distinción". "Reposado de ademanes, quedo en el hablar, dominando a la perfección el habla castellana que pronunciaba con ligero dejo catalán, poseía la rara, virtud de ser muy avaro de su palabra; a esta condición debió sus mayores triunfos en el Parlamento y en el foro". "Sus discursos, aun los más duros en el fondo revestían tonalidades de suavidad y consideración al adversario; al clavarle el puñal hasta el pomo, de sus labios no desaparecía la sonrisa bonachona". "Figueras tuvo siempre gran número de amigos, y aun cuando al final de su vida, cuando ya nada podían esperar de él, los perdió todos, como sucede siempre murió sin conocer un solo enemigo". Y no por las mismas razones que el dictador Narváez quien, al momento de morir, como su confesor le pidiera que perdonase a todos sus enemigos, replicó: "Yo no tengo enemigos. Los he matado a todos". 

Y don José María Torres y Miarnau, en un notable discurso editado en 1907 por el Ayuntamiento constitucional de Barcelona, discurso pronunciado el 22 de mayo de 1906 en el Salón de Ciento, con motivo de colocar el retrato de Figueras en la Galería de Catalanes Ilustres, completaba el diseño con estas palabras: "Dotado el señor Figueras de talento clarísimo y de envidiable golpe de vista, la autoridad de su consejo y la importancia de su opinión fueron siempre reconocidos, Hombre de Parlamento, tuvo como signos característicos de su elocuencia la oportunidad en las réplicas, la prontitud en apoderarse del flaco de sus adversarios, y la brillantez en la exposición de los hechos. Su bondad se imponía, su talento se enseñoreaba del auditorio, y su enérgico acento completaba su triunfo". "Lástima -añade el señor Torres Miarnau-, lástima grande que tan relevantes dotes no se vieran completadas por una superior energía de carácter, porque esto hubiera evitado su misteriosa desaparición del poder, objeto de tan graves comentarios". ¿Falta de energía, de carácter -me pregunto yo- o exceso de bondad, acusado sentido de la rectitud y responsabilidad, y ejemplar abnegación, capaz de inmolar su persona en aras de la causa republicana? Vamos a verlo, brevemente. 

Porque Figueras había dado reiteradas pruebas, no ya de valor personal, sino de temeridad, en conspiraciones, revoluciones, cárceles y destierros. En las Constituyentes de 1854 fue uno de los veintiún diputados a quienes no arredró el votar contra la monarquía. Más, en aquellas mismas Cortes, se atrevió a condenar también públicamente el regicidio frustrado del cura Merino contra Isabel II, desafiando la hostilidad de sus correligionarios exaltados, de esos correligionarios exaltados, que nunca faltan, para quienes nadie es revolucionario sin truculencia, ni izquierdista sin insensatez. 

En las Cortes del 69, sólo él osó enfrentarse con el general Prim, que le temía, recogiendo las intenciones atribuidas al general de que aspiraba a convertirse en César Y fue en aquel debate, replicando a Figueras, cuando Prim pronunció el famoso discurso de los tres jamases: jamás, jamás, jamás, volverá a sentarse en el trono de España la raza espúrea de los Borbones. 

Cuando el guerrillero federal Guillem, compañero de Paúl Angulo y Fermín Salvoechea, cayó atravesado por las balas de las fuerzas del orden en la serranía de Ronda, Figueras increpó al gobierno acusándole de amparar a los asesinos. Y como Sagasta, ministro de la Gobernación, le exigiera airado que diese el nombre de los asesinos, -"el asesino -replicó Figueras -ha sido el coronel Luque"-, que tenía fama de muy bravo. "Y al hacer esta 'acusación dejo fuera de la Cámara el cuerpo entero, quedando a disposición de quien acuso". Apóstrofe parejo en arrogancia al de Salmerón, cuando dirigiéndose al general Martínez Campos, le dijo: "Ceñís espada, fundida en los favores de la Corte, más no templada en el campo del honor".

En la famosa carta de 3 de noviembre de 1873 en que Figueras explica a un amigo las causas de haber abandonado la presidencia del Poder Ejecutivo, él mismo relata con gran llaneza otro episodio que testimonia su gran valor personal, en ocasión del incidente promovido por el general Pierrad: "Fue Pí encargado de formar nuevo gobierno. Presentóse a las Cortes donde todos los ambiciosos, aquellos que se vieron defraudados en sus esperanzas, los díscolos, los envidiosos, hallaron ocasión de discutir, denigrando al nuevo gobierno. Levantérme yo a defenderlo, en cuyo acto se revolvió contra mi el general Pierrad, a quien sólo di una guantada, pero tan fuerte que lo puso fuera de combate". 

Estos episodios, y luego su abandono de la presidencia, comenta Romanones, "demuestran cuán distintas cosas son el valor personal y el valor cívico: de este último careció siempre Figueras". Y en otro lugar, tratando de explicarse esa paradoja: "se asustaba de ser considerado como autoritario, como se han asustado tantos gobernantes en nuestra patria, cuando gobernar sin ser autoritario, no es gobernar".

Pero Romanones ignora que puede haber otros móviles más nobles que la supuesta falta de sentido autoritario, tales como la notición de responsabilidad y la fidelidad a los compromisos contraídos con la opinión pública. Romanones olvida que había sido él, Figueras, quien el 11 de febrero había tenido el honor de anunciar al país el advenimiento del régimen republicano, limpio de sangre, como el 14 de abril de 1931, con estas palabras que para él eran su compromiso con la patria y con la historia: "La República es el Iris de la Paz, que anuncia a España una era de felicidad, de libertad y de orden". 

No tengo yo aquí espacio ni holgura para hacer un minucioso análisis de este contraste entre el probado valor personal y la pretendida carencia de valor cívico de Figueras; sólo afirmo que mi profunda meditación sobre el caso me ha llevado al convencimiento de que aquella decisión tan discutida de abandonar la presidencia fue un acto moral de altísimos quilates, porque precisa un valor cívico excepcional para hacer el sacrificio silencioso de una vida, de un nombre y una situación en aras de la patria y de la República.

Si se ha podido decir que Salmerón simbolizó el ideal de justicia, Pi y Margall la libertad, y Castelar el sentido de gobierno, bien ganada tiene Figueras la ejecutoria de símbolo y ejemplo de la abnegación. "Jamás he visto ningún hombre tan dispuesto al sacrificio" le decía su coetáneo y correligionario Fernando González. 

Cuando por razones de discrepancia con las personas y con la evolución de las Cortes republicanas hacia un extremismo que él consideraba inadecuado a la realidad social del país, prematuro y peligroso para el porvenir del régimen, se convenció de que si quería volver las cosas a su designio inicial, tendría que producir una escisión en las filas republicanas, él, que había sido jefe y guía de todos, el piloto de la navegación que llevo la nave a puerto, prefirió hundirse en la soledad, la incomprensión y el silencio, aún a riesgo de que la historia le tildara de débil y cobarde.

¡Ah!, si en 1933 D. Alejandro Lerroux hubiera tenido la misma abnegación de que en 1873 dio pruebas el presidente Figueras, y hubiera sabido eclipsarse -temporalmente-, antes que dividir las fuerzas republicanas en las Cortes Constituyentes...! Quizás no tendríamos que conmemorar hoy la Primera República, en el exilio.

Figueras escribía, pues, con justicia, en su carta ya citada: "Creo sinceramente que éste es el acto más grande de mi vida: sacrifiqué a sabiendas mi reputación, arrojando a la calle una vida pública de más de treinta años".

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