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La revolución republicana, por Fernando Valera

Fernando Valera

En estos días que la palabra "revolución" se encuentra tan presente en los medios, tertulias y redes sociales, os reproducimos de forma íntegra y literal la elocuencia en la voz serena de Don Fernando Valera Aparicio, presidente del Gobierno de la II República en el exilio y cofundador de Unión Republicana.

Nuestra revolución, la republicana, quiso abrir a la sociedad española los cauces e la ley, a fin de que España misma, representada en las Cortes, se fuera resolviendo sus problemas a medida que se presentasen y transformara por manera gradual y pacífica su estructura económica y social.

En tal sentido hicimos la propaganda revolucionaria. En 1930, por ejemplo, decía yo en el famoso mitin de la plaza de toros de Valencia: «Los ilusos se imaginan que la República, por arte de magia, va a resolver de golpe todos los problemas nacionales. Ese optimismo, seguido siempre de grandes decepciones, es un gran peligro que nos amenaza».

Y en «La Calle», meses antes de implantar la República: «Doy a la revolución, cuando pronuncio esta palabra, un sentido realista. No creo en milagros, ni taumaturgias, ni mesianismos. Nada tan opuesto al sentido revolucionario como la utopía revolucionaria. Una revolución es un querer hacer, es un largo trabajar, es un poema de inteligente creación. Al día siguiente del limpio amanecer revolucionario, el mundo continuará igual que antes, el pueblo será el mismo, los problemas, idénticos. Únicamente se habrá inaugurado la jornada».

Y en la Sociedad Valenciana de Conferencias, en mayo de 1931: «Revolucionarios y déspotas, todos son, en sociología, hijos de una misma madre: la simplicidad. En el nuevo periodo de la vida española juzgo prudente advertir al pueblo que deseche toda vana esperanza de una súbita transformación en la política nacional, fundamental equivocación que pudiera ser perniciosa para todos».

Y en Mestalla, ante 50.000 almas, en junio de 1931: «La vida es siempre un proceso, es incapaz de operar sobre ella. Para mí la revolución es un proceso inteligente, constante y continuado, para transformar el orden viejo en el nuevo por medio de la ciencia, de la perseverancia y del trabajo».

Podría citar cien testimonios semejantes, demostrando el sentido revolucionario positivo que dimos los republicanos a nuestra propaganda, tan distinto de se otro sentido litúrgico, mesiánico y prometedor a que el revolucionarismo oficial nos tiene acostumbrados. ¿Qué no todos los republicanos midieron con la misma sensatez el alcance de sus palabras? Allá ellos ahora con su conciencia.

Lo cierto es que el republicanismo nunca fue ni quiso ser otra cosa que eso: contra el Estado ilegítimo, revolución legítima. Dentro del Estado legítimo, evolución inteligente, lenta, perseverante. Por que socialmente revolucionar ha sido siempre evolucionar. Cuando impera el despotismo, tolerarlo es servidumbre; rebelarse, dignidad. 

Mas cuando la democracia abrió para todos por igual el camino del Poder, entonces someterse a la ley es saber ser libre, y rebelarse contra ella es aspirar a ser déspota. Y frente al despotismo, blanco o rojo, la República, en nombre del pueblo, en defensa de la libertad, por el prestigio de la nación, tiene el deber ineludible de aplastar a la violencia bajo el brazo soberano de la justicia. 

Este es el fundamental postulado de la revolución republicana: conquistar las libertades públicas para que la sociedad, libremente, por sí misma, se revolucione, evolucionando sus instituciones y recreando sus costumbres.

Equipo de redacción de Eco Republicano

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