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Miguel de Unamuno contra la monarquía y la dictadura (VI)

Miguel de Unamuno
A mis hermanos de España, presos en ella (II).

He contado en estas mismas Hojas Libres al hablar de mi pleito personal, como toda la persecución de que he sido blanco, no ha tenido más que un arreglo, a lo que el Sr. Ortiz Echagüe llamó la reconciliación entre los del antiguo y los del nuevo régimen, “unidos, después de todo por el noble afán de servir a España.” Pero yo, movido por la santa pasión de servir a la justicia de la que España debe ser servidora, me he de rehusar a todo impío arreglo. No se trata del acta de un desafío, no se trata de un lance privado entre los tiranuelos y nosotros. El M. Anido pudo rompiendo la carta en que el vilísimo asistente Delgado Barreto, escribano de la tiranía pedía cinco mil duros para que se concediese una licencia, decir al ingenuo militar que fue a presentársela: “Usted querrá que se les haga justicia, concediéndoles gratis la licencia, pero sin escándalo !"; más nosotros no entendemos la justicia así, ni creemos que devolviéndole lo suyo al atracado ha de quedar impune el atracador. El Delgado Barreto es de la misma camada que el M. Anido quien tiene sus escribanos de negocios sucios.







Lo repito: con todas las medidas con las que se ha procurado perseguirme sólo se buscaba ganarme. Y se decían: “¿Pero qué es lo que quiere?” El Primo hasta buscó a uno que había sido mi amigo en Bilbao para que viniese a decirme en su nombre que él tendía la mano “a todas las glorias nacionales”.

Pero yo, cabalmente para no mancillar mi gloria nacional –e internacional- no podía ni puedo ensuciar mi mano al toque de la de aquel que ha dicho para disculparse que es peor la guillotina que el robo que son las multas extralegales, y no ha dicho que es peor el garrote por ser culpable, él, Primo, de haber dejado agarrotar a los de Vera, teniendo así manchada de sangre –pues la efundieron- su mano. No, mi mano en la de esos machos profesionales y castizos, no! “Nadie me ha retirado su trato personal”, dijo contestando al Sr. Sánchez Guerra. No lo creo, pero yo no, yo no he tenido, gracias a la Providencia de Dios, que retirárselo.

Cuando iban a sacar a oposición la cátedra que venía sirviendo, sin faltar un solo día más de 33 años, y me la robaron, ¡ladrones!, mintiendo que la había abandonado, ya que después de suspenderme de ella al deportarme, no me repusieron en ella al amnistiarme –no sé de qué- y al pedir yo, según lo legislado, que se formase expediente en averiguación del caso, el mismo Primo de su puño y letra, en una acceso de insanía biliosa, mandó archivarlo y cuando iban a sacar a oposición la cátedra robada me envió el miserable a otro emisario para arreglar, como si se tratase de un lance entre casineros, el despojo mediante no sé qué mutuas explicaciones. Y contesté: “Hagan justicia devolviéndome lo que injustamente y con mentira y sin oír mi defensa, me han robado y luego, si en algo les he ofendido, que me enjuicien y ajusticien por ello, que yo les corresponderé.”

Cuando después pretendieron por vía diplomática y sin conseguirlo, que el Gobierno de la República Francesa me alejase de la frontera, no buscaban sino establar las vistas. Como cuando últimamente el asistente mayor, especie de cabo furriel, del Ministerio que llaman de Justicia, el que fue a sacar en Bilbao de la cárcel a un banquero palatino atracador –ese sí que era comunista- me tendió la mano con que firma injusticias y serviles adulaciones a la tiranía.

Y ahora se empeña en hacer decir por donde quiera y sobre todo fuera de España, que soy un desterrado voluntario, que puedo volver a mi patria cuando quiera. Sí, como los señores Alba, Sánchez Guerra, Ortega y Gasset, Blasco Ibáñez y otros. Volver a la prisión a ahogarnos en el aire mefítico de esas tinieblas morales heladas,donde se arrastran sobre el fango sustancioso, a zigzag y en bamboleo, esas sombras de lombrices que son los upistas o uniónpatrioteros? ¡Sólo por no tener que codearme con ellos!... Porque cuando yo pueda volver a mi patria, a la que ha hecho suyo y he hecho mía, iré a visitar las huesas de aquellos de mis amigos-hermanos que han muerto corporal y temporalmente durante mi destierro, y rezar por su eterno descanso, añorando las últimas miradas que cambiamos, pero ¿cómo voy a mejer la mía con la de aquellos otros que se me han muerto civil y espiritualmente, con las de aquellos que han doblado su cerviz a las horcas caudinas de la tiranía pretoriana?

Al soltarle de la cárcel a mi mujer no le devolvieron su pasaporte.Ya que dicen que puedo, cuando quiera, volver a su España –que no es la mía- buscan sin duda que mi mujer no pueda venir a verme, a calentar mi soledad con más de cincuenta años de recuerdos de una querencia vivificadora y a ver si así me rindo. Pero aunque hubiera de caer aquí para siempre y sin llevar en mis ojos la gloria de los ojos de mi Concha, no me rendiré a entrar en esa sombría mazmorra moral, que es hoy el reino -¡y de qué rey!- de la que fue España. Ya volverá a serlo. No, no entraré a formar en el coro lamentable de los que piden, bajo censura, que se restablezcan las garantías constitucionales, ya que no se atreven a pedir, y a voces pase lo que les pasare, que se enjuicie y ajusticie a los tiranuelos; no iré a hacerles el juego a éstos disquisicionando en enquisas sobre liberalismo y socialismo y otros tópicos de academia; no iré sino a exigir justicia y a clamar, libre de censura, y a todos los vientos contra la jurisdicción profesional y castiza de los pretorianos que están robando y matando a mi patria.

Mi patria es una milenaria nación culta, civil y humana, que se hace querer como madre y no un bárbaro Estado pretoriano, policiaco y animal donde se pretende por la violencia que se grite: ¡viva España!, lo más adecuado para hacerla odiosa, ¡y más si el que lo pretende es uno de esos sapos rijosos como el gobernador de Vizcaya! Una señora que cuando un hijo adulto quiera, con razón o sin ella, separársele pretenda retenerle por la fuerza y haga llegar para ello al alguacil –acaso borracho- armado de porra, no es madre ni siquiera señora. Mi patria no es el reino que se busca el mentido amor -¡amor!- comprado de la prostitución política o de la impía jura forzosa de la bandera que se impone a los forzados de la leva del rey, para acarrearlos, contra la voluntad del pueblo, a una injusta guerra de conquista y cruzada dinástica por el desquite del prestigio del honor mercenario.

Mientras tanto, aquí, en el destierro, ayudaré a los hermanos de la Caridad nacional a coser la ropa espiritual de los que ahí, en la cárcel que es hoy mi patria, sufren persecución por la justicia y son los dignos de mi fraternal amistad española.

Desde Hendaya, a la vista de las montañas y el mar de nuestra nativa tierra vasca española –mía y de mi mujer- en el día de la adoración de los Tres Santos Magos –vulgo: reyes, pero no; rey era Herodes- de 1928 años, el quinto de esclavitud de nuestra pobre madre España.

Miguel de Unamuno

Hojas Libres, Enero de 1928
Unamuno escribe desde su exilio en Francia

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